El futuro ya llegó, y en muchos casos no ha superado los riesgos y alcances involucrados en su gestación. Aquí reseño diez discos que tengo la sensación de que fueron moleculares en el proceso de llegada a esa música que nos deparaba el futuro. Aclaro que los discos no están en orden jerárquico, están reseñados según iba recordando el porqué de mis predilecciones.
1. Public Image Limited, Metal Box
A la muerte de los Sex Pistols John Lydon regresó a Inglaterra hecho una piltrafa mental y Chris Nagle, el dueño de Island y que había iniciado el subsello Mango, para editar reggae y rarezas influidas por la música de Jamaica (Basement 5, producidos por Martin Hannett y los discos de Sly & Robbie del original drum & bass, por mencionar dos piezas hermosas de ese catálogo), se lo llevó a la tierra del dub a vacacionar y ahí se inspiró para regresar a Inglaterra y, junto con Jah Wobble, formar Public Image Limited.
PIL tiene una tarea nada fácil, esos días jamaicanos llevan a Lydon a imaginarse qué sería tocar como si fueran CAN, pero desdoblando y haciendo todavía más explícita su vocación situacionista mezclada con sintetizadores. La respuesta está en esa serie de cuatro singles reunidos más tarde bajo el título Metal Box, y vendidos en una lata de película. Desde las primeras notas ingresa el disco a los niveles más altos en los que jamás estuvo Lydon, la repetitividad poderosa de Wobble que reinventa en clave postindutrial el reggae y las fisuras que abre la guitarra de Keith Levene hacen de este disco todo un manifiesto post-punk.
“Albatross” es el tema que abre el disco, pero la verdadera dimensión se consolida con “Swan Lake” o “Poptones”, en donde la línea del bajo de Wobble discurre sobre una repetitividad que más tarde podría haberse considerado techno. Los temas instrumentales “Socialist” y “Graveyard” desplazan el centro de atracción de la voz de Lydon a la intensidad de los ostinatos electrificados grupales, lo que dejaba claro que éstos no eran los Sex Pistols sino un estrato superior y su continuación, cosa que ejemplifica claramente esa frase que abre el álbum: “Sembrando las semillas del descontento”.
2. NEU! 2
Hoy todo mundo habla de NEU!, los hipsters bailan muy cool con estos discos y los DJs se dan su taco cuando ponen “Hallogallo”. Pero hubo un tiempo en el que el dueto de Düsseldorf parecía haber sido sólo una broma mal lograda de unos prog rock pranksters. Y es que Michel Rother y Klaus Dinger, dos miembros ocasionales de Kraftwerk, se habían decidido a cambiarle el rostro a la música pop y, ayudados por Conny Planck, una especie de gurú de la producción de rock alemán, grabaron en 1972 el disco que como una broma teórica denominaron NUEVO!
Hubo un tiempo en el que el dueto de Düsseldorf parecía haber sido sólo una broma mal lograda de unos prog rock pranksters. Y es que Michel Rother y Klaus Dinger, dos miembros ocasionales de Kraftwerk, se habían decidido a cambiarle el rostro a la música pop…
A nadie le interesó la jugada y se quedaron sin dinero, pero como seguían insistiendo decidieron hacer un segundo disco en donde dieron sin querer queriendo con el hilo negro: habían decidido usar la tornamesa en diversas velocidades, las cintas de carrete intervenidas con efectos y usar los errores del audio como elementos creacionales. NEU! 2 es el ready made industrial que nadie entendió en su momento pero que luego todo mundo se quiso robar.
En 1976 Bowie y Eno se fueron a Berlín a imitarlos con Heroes y Low; en 1977 Lydon con los Pistols y Mark E. Smith con The Fall los tenían guardados como secretos de anti-Estado e impostaron hasta la voz de Dinger y por cierto sus baterías. En 1987 Julian Cope pensó que ni siquiera existían y sampleó completamente los discos y los puso a la venta, evitando así que se perdieran en el olvido, es cierto, pero luego lo demandaron y tuvo que pagar. En 1997 hasta los Red Hot Chilli Peppers los mencionaban como influencia y en los dosmiles la viuda de Connie Planck sacó los masters para hacer ediciones facsimilares que hoy hacen las delicias de la generación VICE.
3. The Go-Betweens, 16 Lovers Lane
El disco perfecto del pop agridulce perfecto. El último de la etapa formal de estos australianos que también permanecieron años en la oscuridad impuesta por la preponderancia mediática de The Smiths. Pero curiosamente fueron muchas veces sus teloneros y se atrevieron a decir que los de Manchester escribían sencillos y no álbumes. 16 Lovers Lane lo confirma, es un pasadizo centrado y dinámico a la vez, por el pop rock más inteligente y por cierto tan sardónico e ilustrado como el de Morrisey.
El disco es una colección de canciones de amor que ya no se cuecen al primer hervor, crean una especie de conjunto de diversas intenciones, desde las más felices como “Love Goes On” hasta las más sombrías como “Love is a Sign”, que contiene una de las líneas más conmovedoras e impenetrables que jamás haya tenido una love song: “Desearía que tuvieras una gran casa y que tu trabajo se comenzara a vender”.
Los Betweens venían haciendo discos a la par de la década de los ochenta que eran puntos nodales pero que se quedaron en la incomprensión general: el portentoso Spring Hill Fair o el desencajante Tallulah. En 16 Lovers Lane los comandados por Robert Forster y Grant McLennan, los verdaderos Lennon y McCartney de esa década, dejaban todo en la jugada pero no se harían de culto hasta ya muy entrados los noventa, cuando la escena college-indie estadounidense los beatificó e incluso los llevó a reiniciar una segunda etapa de la banda que terminó con la muerte de Grant ya a mediados de los dos mil.
4. ZNR, Barricades 3; Aksak Maboul, Onze Danses Pour Combattre la Migraine
Estos dos discos son como si fueran sólo uno; son esas producciones döppelgänger que dos cerebros distintos piensan al mismo tiempo y confirman el espíritu de su tiempo. Ambos conforman la piedra fundacional de un proyecto discográfico que será el sello belga Crammed Discs, quizás el primer y único sello serio de lo que luego se llamó World Music, y digo esto porque el concepto de música del mundo, lejos del folclorismo y exotismo comunes, han sido tratados por Crammed con su signo de contemporaneidad, riesgo y actualidad, relacionándola siempre con la experimentación y el espíritu de avanzada.
Barricade 3 (1977) es el primer proyecto de Hector Zazou, un compositor del que hay que reflexionar más de lo que se ha hecho y escuchar en toda su variedad para sacarlo de ser sólo aquel que colaboró con Björk alguna vez. En este disco de miniaturas en donde se mezcla Eric Satie con el free jazz con la electrónica concreta con el humor y con el folclor, Zazou y el cantante Joseph Racaille reinventan la música experimental, desde lo sutil y lo improbable de verdad, es un disco que cualquier madre de familia podría tolerar y cualquier sobreposicionado en las netas del avance sónico quedar perplejo.
Las Once Danzas Para Combatir la Migraña (1977) es un ábum de folk europeo, con un toque muy judío, por cierto, desdoblándose siempre en free rock y música de cámara a la vez. Juguetón y con un espíritu comunal pero no hippie, las danzas avanzan de la misma forma que el Barricade 3, como si fueran miniaturas-universo y a la vez interconectadas por una alegría un tanto ingenua a propósito. El track “Vapona/Not Glue” es quizás uno de los primeros temas “techno” de la historia pero hecho con el drum machine de un órgano casero en clave un tanto cómica.
5. Joy Division, Closer
Quizás de los diez discos que me propuse reseñar éste sea el que menos redefiniciones requiera; pero independientemente de la sobreexplotación a la que se ha destinado la imagen de Curtis y de la ridiculez con la que ese borracho de segunda llamado Peter Hook, en su delirium pretende aprovecharse por unos cuantos tragos de la herencia de los Division, la verdad es que este álbum es límpido y sin imperfecciones a poco más de treinta años de gestado.
Closer es el diario de un fantasma, el niño nacido de madre muerta, es una esperanza ennegrecida y convertida en placer, es la duplicación de la conciencia y la expectativa del reino del orden tiránico, tiene sin saberlo ese júbilo jungeriano.
Closer es un disco que no debe ser escuchado con constancia, es una pieza que debe estar guardada en el cajón y sólo ser sacado de ahí ciertas tardes; es un disco para disfrutarse en solitario, es un disco para no hablar de él, no es un disco para convertirlo en canasta básica de cualquier fiestita postapocalítpica. Closer es un disco que remonta a una especie de tiranía del sonido, desprendido de un sinfín de referencias rectificadas de la historia del rock, una obra hecha de sedimentos, artificio cuasi naturalizado, el dolor de un hombre y la pesadez que carga en los hombros que es la historia de la infamia moderna.
Closer es el diario de un fantasma, el niño nacido de madre muerta, es una esperanza ennegrecida y convertida en placer, es la duplicación de la conciencia y la expectativa del reino del orden tiránico, tiene sin saberlo ese júbilo jungeriano; no es cierto lo que dice Tony Wilson acerca de que el nazismo pasa por ahí revertido en deriva situacionista, Closer es muy cabeza rapada, no nos hagamos bolas, es un manifiesto para camisas negras muy sofisticadas, es un puto disco suprematista.
6. John Cale, Paris 1919
Cale fue corrido sin aviso de The Velvet Underground y elaboró una venganza sutil contra su oponente, el sobrevaluado Lou Reed, de una forma sistemática: comenzó con el trabajo de arreglos de las orquestaciones para los enormes discos de Nico The Marble Index y Desertshore, donde demostró por qué había sido uno de los predilectos del downtown neoyorquino a inicios de los sesenta y también en lo que se hubiera convertido el Velvet de haber seguido la jugada, sin abandonar el rock, deletrearlo en el lenguaje del intercambio y el riesgo permanente de la generatividad.
Después de un debut pacificado en Vintage Violence que no le gusta nadita al propio Juan, su belleza comienza a abrirse paso, y que mejor que una obra cuyo eje central es el Tratado de Versalles para definir la amplitud de miras y hablar sobre la Europa moderna desde la perspectiva de un verdadero letrado. De ahí que John Cale nos ofrezca un singular pasaje poético-sonoro en donde cohabitan Graham Greene, un viaje en tren por el norte europeo en “Half Past France”, el recuerdo de su infancia y navidades en “Gales, Macbeth”, la figura precisa y preciosa de su “Andalucia”, la sobriedad y finura tejida de “Antarctica Starts Here”.
Paris 1919 es un disco que en 2011 Cale está redefendiendo y redefiniendo en vivo en sendas presentaciones por Europa, y es que es una de las obras del rock clásico menos equiparables, su espesor evita que le pueda ser comparado un disco de rock sinfónico insulso como Dark Side of The Moon o una sublimación impostadona de rock conceptual como el Berlin de Reed. Paris 1919 es un disco que hace añicos la separación entre rock y música de concierto, entre canción popular y experimentación conducente.
7. Scott Walker, Scott 4
Dandismo ocultista en la era pop, Scott Walker se libra de las versiones al inglés de Jacques Brel y se decanta por una especie de estilo internacional, afrontando los peligros de la nueva canción: abstracción, cinematografía y soledad apasionada; de la aparente frescura de “Seventh Seal” en donde flota en zozobra apenas disimulada como la misma película de Bergman a un segundo tema de exactitud apabullante, “You Are on Your Own Again”, para llegar apenas en el tercer tema “The World’s Strongest Man” a lo excelso; un lado A en donde ya se torna definitivo que estamos ante un monstruo, y ahí aborda “Angel of Ashes” y “Boy Man” te obliga a controlar la respiración al límite, este disco no se puede respirar cómodamente aunque parezca música para el living: ¿dónde aguarda el asesino del mundo?
Estoy harto de que Jarvis Cocker, ese “suck cocker” de la sub banda Pulp, aparezca por doquier como el único autorizado para hablar de Scott Walker. Bowie por lo menos se gastó poquito del dinero que ganó impostando al californiano devenido inglés produciéndole su documental: El Hombre del Siglo XXX”. Walker cierra con Scott 4 una era, precisamente una era que habrá de llegar en el futuro, no los sesenta sino su propio zeitgeist, ese que reabrirá como caja de Pandora en 1997 con el siniestro Tilt, destrucción que deja a medias para regresar como el verdadero ángel exterminador en el supremo Drift (2006).
Y de vuelta al Scott 4, hay que tener fuerzas suficientes para enfrentarse al lado B incuestionable: “Hero of War”, la ligereza de los arreglos contrasta con la mirada punzante sobre el hijo de las guerras, “The Old Man’s Back Again” explora en clave groove las relaciones humanas definitorias, para arribar a “Duchess”, un country orquestal; un pasaje por los ecos de Estados Unidos cierra Scott 4, “Get Behind me”, un soul, y “Rhymes of Goodbye”, otro country de melodía tersa, la comprobación suficiente de un hombre que en 1969 llegó a lo que otros jamás siquiera intuyeron.
8. Carlos Berlanga, Indicios
Corazón y alma de la llamada movida española, Carlos Berlanga es el configurador de lo que Alaska lucrará al hartazgo: (“Estuviste en Kaka de Luxe pero no te oí cantar”, le gritaba Txema Novelo en una disco del D.F. hace años a ese bodrio de DJ set con implantes que sólo escupía al suelo al no poder soltarle un puntapié en el hocico), pero el dejo cutre chic y la sofisticación aún expropiados no lo abandonaron; excepcionalidad entre excepcionalidades, autodestructivo y nada complaciente mastermind de la post-cultura post-cliché española, Carlos el maltratado, Carlos el imponente, el populachero y el elitista agraciado y desgraciado al mismo tiempo, nadie como él representa tan claramente ese hervor medio podridón y elevado que tan bien le quedará luego a Almodovar.
Autodestructivo y nada complaciente mastermind de la post-cultura post-cliché española, Carlos el maltratado, Carlos el imponente, el populachero y el elitista agraciado y desgraciado al mismo tiempo, nadie como él representa tan claramente ese hervor medio podridón y elevado que tan bien le quedará luego a Almodovar.
Indicios es un disco de 1994 por donde Berlanga conduce las lecciones que ya había dado en Dinarama: “Ni tú ni nadie” o “A quién le importa” son sólo el rito de pasaje. En la apertura de este disco el tema que le da título es una delicia autoagresiva, una canción de desamor a sí mismo y de ahí a “Tazas de té”, el segundo tema aún más delicioso: “Eres como las rebajas… y yo también”, ardor, develamiento del patetismo ajeno y del propio; disco music épica, gay beat y el guiño tan respetuoso sin embargo a Tom Jobim, una de las obsesiones de Carlos: “Te cansaste pronto de las canciones de Jobim, ellas te querían no se cansaban de ti” dice en “El día del recuerdo”.
Es la segunda parte del disco la que arrebata, humor agrio y precisión pop: “Ces’t La France” es casi un himno del marginal burgués aburrido, las perlas de frase en el despecho de “Si no es por ti: “Si no es por mí repartirías, si no es por ti, ya no sería nadie en Madrid”; la rendición de cuentas y la admiración en “Aguas de marzo” a dúo con una Ana Belén que se transmuta en Elis Regina y el recitado de Carlos que, prudente, sólo sugiere el del maestro. Carlos comienza una debacle a finales de los noventa que sin embargo va a darle un último disco que superará Indicios, ya de la mano de gente de la nueva ola del indie español como Ibon Errazkin, que le hará firmar Impermeable en el 2001, el adiós definitivo de una piedra de toque de la música hispana que muere poco después de cirrosis hepática.
9. The Beatles, Revolver
Ya hace años que vengo sobando la idea de hacer un ensayo sobre las tres carreras de los Beatles; las tres vidas de la banda que la convierten en una especie de experimento genético jamás visto antes, jamás repetido en la historia de la cultura occidental. Por lo pronto Revolver, el primer disco de post-rock de la primera y verdadera banda de post-rock, porque, en strictu sensu, desde Beatles For Sale, pasando por Rubber Soul y llegando a este disco, The Beatles fueron abandonando los límites del rhythm and blues para llegar al plano del pop multidimensional, ahí donde se amalgama cancionero, sí, pero con el uso del estudio de grabación como un instrumento, el encuentro con las técnicas de la musique concréte y una aguda observación de la tendencia hacia la electrónica y el mismísimo cut-and-paste.
Si bien “Taxman” ahonda en lo ya hecho antes, pero en clave más power pop, el disco va en plano horizontal fluyendo por vertientes mutantes. “Eleanor Rigby”, que hemos oído hasta el hartazgo, no nos sorprende, pero hay que escuchar con claridad, está flanqueada por dos temas de Harrison, “Love You Too” ya es un tercer campo de exploración en pocos minutos y lleva hacia la India, para regresar a la veta neo-country abierta en Beatles For Sale y renovada en “Here, There and Everywhere”, que es a la vez un bolero posmoderno. Saltémonos “Yellow Submarine” para dilucidar “She Said She Said”, un tema en donde se exploran las posibilidades de las guitarras como no se escuchaba hasta entonces, pero también los planos que la ecualización puede lograr, puertas que se abren y cierran, tal como la experiencia iniciática con el LSD.
El lado B de Revolver; “Good Day Sunshine” está en la misma clave iniciática de “She Said”, un poco más poppy psicodelia, haciendo el cambio a “For No One”, una balada perfecta en donde el seguimiento de la tonalidad ajusta tanto con la lírica cuyas notas parecen haber sido inventadas sólo para esas palabras; como en “Eleanor Rigby”, McCartney exploraba el formato de orquesta de cámara para sus aportaciones a este disco. “I Want To Tell You” es de nuevo un Harrison peleando al tú por tú la clave del pop milimétrico, por eso “Got To Get You Into My Life” parece respuesta o parte 2 del tema previo. “Tomorrow Never Knows” es la carta de intenciones de los Beatles por llegar, la entrada en el plano del Sargento Pimienta, pero eso ya es otra historia.
10. Dámaso Pérez Prado, Éxitos
Es evidente que Pérez Prado no se consagró por un álbum en particular, sino en los bailes, en el cine y en sus momentos álgidos orquestales a diferentes ritmos en los cabarets, cadencias, estructuras armónicas, que exploraba con tal facilidad, a veces haciendo versiones “desacralizantes” de conocidos temas del repertorio latinoamericano como en “Vuélveme a querer” o “democratizar” el freestyle en las apasionadas casi ultrajantes suites “Caballo negro” y la elusiva “Vodoo Suite”.
Es obvio que su carrera entra en otro plano cuando elucubra y “fabrica” sus proyectos en estudios estadounidenses, Dámaso encuentra el mismo camino al espacio exterior que Sun Ra, pero ajusta los pies en la tierra porque a él le gusta el baile, y le gusta la bemba, y le gusta María, aía aía… y le gustan todas; en suma, Pérez Prado tiene siempre un pie puesto en lo afroantillano y su hipermodernidad expresada en la búsqueda de límites con su sección de alientos, sobre todo, se nutre todo el tiempo de planos más catárticos que invitan a la pista y un poco menos al delirio cósmico.
Esquivel podrá haber sido un elocuente proto-psicodélico y los acomodaticios consumistas pues lo elevan a dios “lounge”; Aldemaro Romero podrá haber sido el cocinero, el artesano del cool latin jazz, Fania podrá haber nutrido sus orgías estilísticas del urban culture neoyorrican y ser la estrella de sesi picos que conectaba con las nuevas sensibilidades multirraciales, pero Pérez Prado es un universo inexplorado aún, que no nos atrevemos muy a menudo a palpar en todas sus consecuencias, curioso pero sólo The Residents ha puesto énfasis en ello y generado una respuesta propia al reto que siempre les ha planteado El Cara’e Foca.
http://www.youtube.com/watch?v=oHSRUQ_gX_g
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Infantedifunto
En general buenos discos y buenos proyectos musicales. Lo que no me queda claro es en qué «previeron el siglo XXI» y en todo caso qué importancia tiene eso de preveer lo que sea. Una idea graciosa basada en la «novedad» o, peor, lo que «progresa». En fin, de todos, elijo al Cara de foca y a PIL. Los que me parece sobran son los Beatles. Es el mejor disco de ese periodo mamerto (el Sgt Peppers es una mala broma inflada hasta el hartazgo). Sinceramente prefiero sus sencillos y cuando no eran tan pretenciosos.