La posibilidad de comprar canciones por separado y con su calidad original ha contribuido de forma importante a que la vieja tentación de sólo tener el sencillo se haya convertido más que nunca en un vicio que margina al disco y le quita toda posibilidad de llegar a nuevos oídos, más allá del de los consabidos seguidores de un artista o grupo.
Desde siempre la industria de la música ha estado asociada al disco, ya sea que se piense en él como un objeto físico (un LP o un CD) o bien como un catálogo o conjunto de canciones grabadas por un artista. Como sea, hoy ambos conceptos están desapareciendo, y es, en todo caso, la relativización del disco como un contenedor de este catálogo lo que ha fomentado que las canciones, en principio concebidas para escucharse juntas y en un orden preestablecido por el artista, se conozcan ya casi siempre fuera de ese marco y que, en algunos otros casos, ni siquiera lleguen a ser escuchadas del todo.La posibilidad de comprar canciones por separado y con su calidad original ha contribuido de forma importante a que la vieja tentación de sólo tener el sencillo se haya convertido más que nunca en un vicio que margina al disco y le quita toda posibilidad de llegar a nuevos oídos, más allá del de los consabidos seguidores de un artista o grupo. Y es que antes comprar un disco, aunque fuera por una sola canción, implicaba “el riesgo” de quedar enganchado aun en contra de la propia voluntad. A veces a uno se le olvidaba ponerle “stop” al reproductor y seguía entonces escuchando aquello que en realidad no le interesaba, pero que bien podía llegar a gustarle y convertirse en un nuevo descubrimiento. Y de cuántos discos no nos hemos enamorado escuchándolos sin querer al darnos cuenta de que encierran en su track list más de una canción que se nos vuelve memorable o que nos resulta atractiva y que nos hace preguntarnos con más interés por el resto, o bien, por ese intérprete o compositor.
La posibilidad de comprar canciones por separado y con su calidad original ha contribuido de forma importante a que la vieja tentación de sólo tener el sencillo se haya convertido más que nunca en un vicio que margina al disco y le quita toda posibilidad de llegar a nuevos oídos, más allá del de los consabidos seguidores de un artista o grupo.
Pero no es ésta la única amenaza que enfrentar los discos o álbumes como tal, pues aun cuando éstos se siguen comprando, ya sea en formatos físicos o digitales, hay algo más que también los desarticula o fragmenta, y es el ser escuchados en shuffle o de manera aleatoria. He leído que para algunos artistas resulta muy desalentador el hecho de que sus composiciones sean escuchadas por primera vez de esta manera, pues el orden en que están dispuestas las canciones de un álbum, argumentan, no es nunca gratuito y más bien responde a su propio deseo de que éstas sean escuchadas con esa coherencia; una coherencia a través de la cual buscan contar una historia o bien crear un estado de ánimo, una atmósfera o transmitir y evocar determinados sentimientos. En este sentido es un hecho que la música pierde intención cuando es esporádica y no perdura cuando, tras terminar una pieza o una canción, otro género y otra voz se yuxtaponen de inmediato a lo que acabamos de oír y empezábamos a disfrutar.
Es absurda la pretensión de que los discos se escuchen siempre íntegros y en orden, y que de cada artista que nos guste o atraiga se tengan todos sus discos. Pero no lo es tanto que aquellos quienes hoy luchan por salvar la industria del disco —y no ya tanto la de música, la cual ha dado muestras de poder sobrevivir sin él, sin el disco— busquen que por lo menos el primer acercamiento a su arte sea lo más parecido a como ellos lo imaginaron y concibieron, y que el álbum que ellos estructuraron como un todo no se desarticule ni diluya en una lista de reproducción interminable, acortando así y cada vez más su tiempo de vida. ®