López Obrador no ha cancelado “la guerra”, ha reducido la intensidad con fines político–mediáticos, y no la ha reducido legalizando la marihuana, pues él no ha legalizado nada que no sea la militarización de la seguridad pública.
Los fanáticos creen y se inmolan. Los críticos pueden acertar o errar en las caracterizaciones que hacen para criticar. Los medios nacionales dan cabida tanto a fanáticos del presidente López Obrador (literalmente, fanáticos, como el grotesco Epigmenio Ibarra) y a críticos con todos los niveles de (im)precisión. No puede sorprender que encontremos textos con afirmaciones como que AMLO canceló la “guerra contra el narco” y que es —independientemente de esa supuesta decisión— un “revolucionario”. El problema y la solución pasan por lo conceptual.
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La posición más extendida, el lugar común, sobre “la guerra” nos dice de una forma u otra que es el uso extremo de la violencia militar contra los narcos. He rechazado esa “definición” en varias publicaciones; se trata de un subtipo de la “guerra contra las drogas/el narco”, no de la definición general precisa.
Subtipo: uso de una violencia militar extrema; tipo: uso de la violencia militar; género: violencia institucional estatal contra X drogas y sus agentes económicos. Lo general es, entonces, la prohibición jurídica de drogas y la violencia del Estado contra todos o algunos de los llamados narcos; lo específico son las formas y grados de la violencia estatal directa o en el terreno contra narcos y drogas después de la prohibición de éstas. Por tanto, la definición precisa más sencilla que se puede dar es: “guerra contra el narco” = Prohibición + violencias oficiales. “La guerra” es igual a la suma de la Prohibición y alguna (consecuente) violencia material contra los operadores del mercado ilegal. Por eso digo que “la guerra contra el narco” es, necesariamente, “guerra contra las drogas” y que “la guerra contra las drogas” es, genéricamente, “guerra contra el narco”.1 Siempre que hay Prohibición sigue otra violencia estatal, y siempre que hay violencia física prolongada y sistemática —sea cual sea el grado específico— contra drogas y narcos lo que precede es la prohibición por ley de unas y otros (de hecho, como he repetido tantas veces, la Prohibición creó a los narcos, y ella misma es necesariamente violencia contra los consumidores, quienes no necesariamente son adictos). Completo el círculo: la definición que he dado es general y empírica, tal es el concepto preciso.
“La guerra” es igual a la suma de la Prohibición y alguna (consecuente) violencia material contra los operadores del mercado ilegal. Por eso digo que “la guerra contra el narco” es, necesariamente, “guerra contra las drogas” y que “la guerra contra las drogas” es, genéricamente, “guerra contra el narco”.
Así, lo que hizo el presidente Felipe Calderón no fue iniciar “la guerra” en México ni continuar el género sin tipo: continuó la “guerra contra las drogas” —puesto que la Prohibición ya existía y los gobiernos priistas por décadas usaron sistemáticamente al ejército en “la lucha contra el narcotráfico”— e inició lo que podría llamarse el subtipo calderonista, esto es, mover hacia el extremo la violencia militar contra partes del conjunto narco. Por eso propuse y sigo proponiendo hablar de la decisión calderonista como intensificación de “la guerra”, cuyo resultado es la intensificación de la violencia narca y social a partir de 2008.2 En la misma línea, lo que ha ocurrido con el gobierno de López Obrador no es más que la desintensificación de la “guerra” contra el narco y las drogas. Desintensificar no supone una diferencia de fondo, radical, en esencia, sólo es una cuestión de grado sobre lo mismo o una variación de la forma en la igualdad esencial.
Este presidente gusta de lo militar, para todo lo que tenga que ver con seguridad, no de lo civil progresista, por lo que de hecho propone mantener prohibidas tantas drogas como sea posible y asustar a los consumidores potenciales; los anuncios del gobierno obradorista contra el consumo de drogas enorgullecerían al matrimonio Reagan.
Es muy importante entenderlo y recordarlo: López Obrador no ha cancelado “la guerra”, ha reducido la intensidad con fines político–mediáticos, y no la ha reducido legalizando la marihuana, pues él no ha legalizado nada que no sea la militarización de la seguridad pública. La regulación canábica que ha avanzado en el Congreso de la Unión no fue ni propuesta ni defendida por AMLO (para dolor de Genaro Lozano), es la muy tardía respuesta de legislación obligatoria que se deriva de decisiones de la Suprema Corte, productos a su vez de discusiones y argumentos que nacieron fuera de la Corte. Este presidente gusta de lo militar, para todo lo que tenga que ver con seguridad, no de lo civil progresista, por lo que de hecho propone mantener prohibidas tantas drogas como sea posible y asustar a los consumidores potenciales; los anuncios del gobierno obradorista contra el consumo de drogas enorgullecerían al matrimonio Reagan. Escribo este párrafo, además, después de ver la conferencia presidencial “mañanera” del 19 de noviembre de 2020, en la que el secretario de la Defensa Nacional presumió que cada vez “aseguran” más drogas y “erradican” más sembradíos de amapola y… marihuana.
Redondeemos con cinco razones por las que la Prohibición como un todo no ha muerto en el país y “la guerra” se conserva en el obradorismo:
1. López Obrador no ha logrado ni propuesto regular públicamente todas las drogas hoy ilegales ni la mayoría de ellas. La legalización parcial e incipiente de la marihuana no sólo no se debe a López Obrador sino que es insuficiente para declarar extinta o superada la “guerra” contra las drogas y el narco. Esa legalización es demasiado limitada aún pero incoactiva, tiene valor por sí misma y es un paso fundamental hacia la destrucción completa de la prohibición específica de la marihuana y de la prohibición general. Pero no olvidemos que muchas otras drogas siguen careciendo de cualquier proceso de legalización y padeciendo una prohibición que ni las desaparece ni desincentiva su consumo. Como ha dicho un político muy diferente a nuestro presidente, Pepe Mujica, hay que atreverse a legalizar la cocaína. Y la amapola toda, lo que es decir el opio y la heroína. No es legalizar a los narcos, es legalizar las sustancias, para regularlas tan bien como se pueda y llegar a escenarios sociales y estatales que no pueden ser peores que los que habitamos.
2. AMLO ha cooperado gustoso con la “war on drugs” internacional de las autoridades correspondientes de Estados Unidos. La amplia cooperación obradorista con Trump queda en la Historia.
3. Continúa los patrullajes militares por zonas de influencia narca que terminan provocando múltiples encuentros violentos. No digo que el Estado debe “respetar” absolutamente esas zonas sino que sus patrullajes nada hacen contra la influencia real de los narcos, son el Estado apenas asomándose y no el Estado (re)construyéndose con calidad pública en el lugar. La influencia social de los narcos hunde sus raíces en el negocio, su negocio es ilegal, el negocio es dependiente de la Prohibición. Parafraseando a un político de apellido Clinton: ¡es la Prohibición, estúpidos!
4. Continúa los decomisos de drogas, por ser ilegales, de cargamentos de todos tamaños, decomisos que no resuelven ningún problema.
5. Continúa los famosos “operativos”, incluyendo los de erradicación de sembradíos que muestra orgulloso el general–secretario Sandoval.
Englobando, López Obrador no es el enterrador de “la guerra”, no es progresista, no es liberal, no es tan distinto de Calderón, su máximo enemigo político.3
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Hay malos “retratos” de AMLO. Ejemplo: esos que lo presentan como practicante de lo revolucionario. Lo dijo, positivamente, esto es, obradoristamente, Paco Ignacio Taibo II, al decir que lo que está ocurriendo con “la cuarta transformación” es una Revolución; lo dijo también, negativamente, es decir, críticamente, Mauricio Merino, lo que sí fue una sorpresa… Ambos dicen lo que AMLO quiere oír sobre sí mismo sin merecerlo, para bien o para mal. En sus artículos de El Universal Merino no ha definido con claridad —y ni siquiera de modo explícito— qué es un político “revolucionario” y, por tanto, un proceso revolucionario. Acaso tenga una definición ad hoc, pero como tampoco se ve una posiblemente general tras una distinción entre clases de revoluciones, me temo que Merino estaría cometiendo el error dual de la imprecisión y el estiramiento conceptuales: estirar una noción imprecisa para criticar a gusto a López Obrador. Si se refiere a una Revolución estricta, con mayúscula, el tipo de mayor proceso de cambio social en lo histórico y lo posible, el obradorismo no está llevando a cabo una Revolución, no la está intentando siquiera, y López Obrador no es un revolucionario. Desde luego, no sólo es revolucionario quien está haciendo la Revolución sino también quien la está intentando y quien la propone directa y sinceramente, pero no quien alguna vez usa “métodos” que aparecen en las Revoluciones o que se parecen a ellos. Todo esto depende no solamente de los hechos sino de los conceptos. ¿Qué es una Revolución?
Las características esenciales de una Revolución como proceso con mayúscula son:
• Se propone una transformación estructural.
• Se termina buscando no una reforma estructural (una sola, o de un campo, o en un ámbito) sino la reforma estructural de o en todos los grandes ámbitos: política, economía y sociedad en general. El proyecto, más o menos explícito o implícito, de la transformación total —no sólo la retórica de.
• Se vuelve, por lo mismo, radical en todos los sentidos de esta palabra.
• Entre sus actores dominantes se desea e intenta que la transformación sea lo más rápida posible, no lenta y prolongada.
• Nunca se descarta la violencia física como medio y se le usa constantemente y a veces muy principalmente.
La Revolución no es el logro democrático de esa gran transformación sino el intento. La defino como el proceso del intento sincero de transformar de raíz, con rapidez y violencia necesarias, todas las estructuras de un país.4
Si en México estuviéramos viviendo una verdadera Revolución ya estarían llegando o se estaría preparando la llegada de los políticos muertos y los muertos políticos. Y no sería imposible que críticos conspicuos, como Merino, murieran o se exiliaran.
Además de que las Revoluciones pueden incluir y efectivamente han incluido golpes de Estado y guerras civiles —posteriores al derrocamiento de la cabeza del antiguo régimen—, un indicador de la existencia real de una Revolución es la muerte frecuente o constante de políticos relevantes. Políticos contrarrevolucionarios y revolucionarios, no sólo de los primeros. Y tampoco solamente políticos: también periodistas e intelectuales. Siempre que ha habido una Revolución la muerte ha campeado, se ha ensanchado no sólo a través de la dinámica misma de la guerra civil sino por medio del asesinato personalizado. Algunos ejemplos rusos: los ejecutados por los estalinistas “procesos de Moscú”, como Zinoviev, Kamenev y Rykov, sin olvidar el caso Trotsky. Ejemplos franceses: Luis XVI, Danton, Desmoulins, Marat, editor de Le Ami du Peuple, Hébert, periodista del Pereduchesne, Hanriot, Saint–Just, Fouquier–Tinville, Robespierre, guillotinado el guillotinador. Ejemplos mexicanos: Pino Suárez, los Madero, Zapata, Carranza, Villa. Si en México estuviéramos viviendo una verdadera Revolución ya estarían llegando o se estaría preparando la llegada de los políticos muertos y los muertos políticos. Y no sería imposible que críticos conspicuos, como Merino, murieran o se exiliaran. Muchos “revolucionarios morenistas” se matarían físicamente entre ellos, no sólo políticamente como hacen hoy.
Pero no confundamos las violentas masturbaciones declarativas del “revolucionario” Taibo II con la realidad del gobierno obradorista, ni dejemos de lado un tema globalmente anterior al de la explosión homicida que tarde o temprano ha sucedido en todas las Revoluciones: no hay evidencia sólida y suficiente para afirmar que López Obrador quiere hacer una transformación estructural/radical de la economía. ¿Quiere sustituir el capitalismo por un no–capitalismo? Ni lo intenta ni lo quiere. ¿Quiere cambiar el tipo o subtipo capitalista? ¿De uno “de cuates” (crony capitalism) neoliberal a uno antineoliberal y sin “cuates”? Aún hay neoliberalismo en la política económica nacional, como demuestran las austeridades y los presupuestos “equilibrados”, y no veo que el presidente quiera ni descuartizar ni descuatizar el modelo. Veo, por el contrario, que quiere que los “cuates” sean otros o que se conviertan en sus “cuates”. Otro subtipo de capitalismo. ¿Cuál Revolución? Ni anticapitalista marxista ni liberal a la francesa.
“La cuarta transformación” obradorista no es una transformación Revolucionaria y su jefe máximo no es un político revolucionario. Ni siquiera es de izquierda. ®
Notas
1 En inglés, dados esos fondos semánticos, reina la expresión “war on drugs” para designar una “guerra” contra los traficantes de drogas ilegales que no ha sido encargada al ejército; de ahí la DEA, Drug Enforcement Agency, creada por el presidente Nixon.
2 Es indudablemente miope o necio decir que la moneda Prohibición–“guerra” no es la condición indispensable de la violencia militar y extramilitar que explotó en 2008. La violencia del ejército contra narcos, entre narcos y, en general, intrasocial no nació en ese año sino que creció y empeoró. Algunos se confunden o quieren confundir a otros diciendo que esa moneda “no es suficiente” para aquella violencia, pero que yo sepa nadie serio ha dicho que sea estrictamente suficiente para cualquier grado de violencia, y que no sea suficiente no significa que no sea necesaria–indispensable ni que no sea la primera causa y la última en el sentido de la más básica después de examinados todos los factores causales. ¿Cuál tiene precedencia, cuál antecede a todos los demás? Antiprohibicionistas añejos como Jorge Hernández Tinajero y yo no decimos que la Prohibición sea suficiente para explicar todo problema actual, son otros quienes se equivocan al afirmar o implicar que la Prohibición es poco relevante, irrelevante o innecesaria para explicar problemas como la “nueva” violencia mexicana.
3 Y Germán Martínez, por el tono de su discurso en la sesión del Senado que inició la legalización “lúdica” de la marihuana, parece un simple oportunista más que un conservador equivocado que corrige.
4 Esta definición puede ser tomada como una especie de “tipo ideal”, no en el sentido de expresar mi gusto personal, lo que yo quisiera que fuera, o proponer lo que debe ser o debería ser, sí en un sentido cercano al de Max Weber. Similar a lo que alguna vez hizo Moisés González Navarro sobre los caciques (cfr. La CNC en la reforma agraria, El Día, 1985). Es una construcción empírico–analítica en la que se ayuntan lo histórico, lo general y lo abstracto en grado —no, general y abstracto no son lo mismo…