El mexicano no tiene empacho en sacar del clóset toda su faceta histriónica. Poco le importa gritar, darse golpes de pecho y llorar si hace falta. En definitiva se tira al vacío de cabeza a las emociones más profundas, ya sea por temas personales, laborales, políticos o religiosos.
Hay algo dramático en Alejo Bayote. Tremendamente dramático.
Del drama de la telenovela, del culebrón, de que la cámara lo está tomando desde algún ángulo en especial.
El yucateco que vive desde hace seis años en Argentina por momentos siente que su vida es una película, que una voz le grita “¡Acción!” y ahí comienza el juego: Hace como que tiene un vaso de whisky en la mano, mete un dedo, mueve los hielos, pone cara de afligido, se pasa el vidrio empañado por la frente y se bebe todo de un saque. Luego maldice, llora o marca un número inventado en un teléfono blanco.
El mexicano no tiene empacho en sacar del clóset toda su faceta histriónica. Poco le importa gritar, darse golpes de pecho y llorar si hace falta. En definitiva se tira al vacío de cabeza a las emociones más profundas, ya sea por temas personales, laborales, políticos o religiosos. Algunas veces también le gusta vestir una bata, un pañuelo al cuello y pantuflas con piel. Entonces se sienta en un sofá y fuma cigarros largos. Y se cree un poco Mauricio Garcés.
Algunas veces también le gusta vestir una bata, un pañuelo al cuello y pantuflas con piel. Entonces se sienta en un sofá y fuma cigarros largos. Y se cree un poco Mauricio Garcés.
Su mujer sudaca cree que la engañaron vilmente ¿No decía Octavio Paz que la reserva mexicana “hiela”? ¿No es que los mexicas son herméticos e indescifrables, como los chinos o los musulmanes? ¿No era que sólo se “abren” a través de la fiesta, medio en pedo y en pleno desmadre? ¿Dónde está la máscara de Bayote? ¿Dónde quedó esa muralla de impasibilidad y lejanía? ¿Dónde, dónde?
Pos no. Este mexica salió fallado.
El otro día quedó encerrado en su nueva casa. Recién mudados, su esposa salió para el curro y cerró la puerta con llave, como corresponde en una ciudad donde te pueden matar por dos pesos. Hete aquí que cuando el yucateco quiso partir rumbo a la chamba, no pudo abrir la puerta.
¿Cómo salir? Se cuestionó, intentando no demostrar pánico ante sus dos vástagos. Eso sí, se encerró en el baño, llamó a su esposa por teléfono y le echó toda la culpa del suceso ocurrido. Sin embargo la catarsis no fue suficiente: tenía que salir a cualquier precio.
Así que, al mejor estilo MacGyver, Bayote comenzó a hilvanar ideas locas para atravesar los muros y pedir ayuda. Entonces salió al patio. Desde allí divisó la medianera y pensó: “Me subo, salto y soy libre. Listo”. Y lo hizo.
Noventa y cinco kilos no caen ni a la velocidad ni en la forma de una pluma, dice la ciencia. Y Bayote lo comprobó tristemente. Al caer, un pie —el derecho— gritó de dolor. Después de que el cerrajero abrió la puerta, la médica que vino en ambulancia dio el veredicto: “Es probable que estés quebrado”, le dijo a Bayote. El yucateco se afligió mucho pero, en lo más profundo de su ser, se sintió la estrella del melodrama.
Y así se lo llevaron en sillas de ruedas. Su hija de siete años —quien minutos antes lo había tratado de “ardilla voladora” por saltar muros—, se quedó atravesada por la culpa cuando vio a su progenitor alejarse en la poltrona de los minusválidos, arrastrado por un enfermero con cara de drogón.
Noventa y cinco kilos no caen ni a la velocidad ni en la forma de una pluma, dice la ciencia. Y Bayote lo comprobó tristemente. Al caer, un pie —el derecho— gritó de dolor.
Su mujer sudaca lo fue a buscar a una clínica donde le informaron que su esposo estaba quebrado y que la desgracia corrió con suerte: “Con el peso que tiene, se podría haber lastimado la espalda”, le confesó el traumatólogo con acento centroamericano.
Y ahí lo vio la sudaca al mexicano, sentadito en la silla de ruedas. Con los ojitos perdidos y casi babeando. Nunca entendió la mujer por qué el hombre babeaba, ya que sólo tenía enyesado un pie hasta la rodilla. Igual Bayote necesitaba aparentar algo más grave, terrible, tremendamente trágico. Era su oportunidad para sentirse hemipléjico.
Cuando salieron del hospital fueron a buscar un taxi. Su mujer dejó la silla de ruedas al costado del camino, pero como estaba en pendiente, el móvil de dos ruedas empezó a moverse con el yucateco arriba. Cuando la mujer volvió la mirada, su esposo maya caía en pendiente lentamente hacia la calle, pero el yucateco prefirió callar. Era una escena en la que el silencio valía más de mil palabras. Todo el rating, para un Oscar.
Hasta hace quince días caminaba con muletas y necesitaba que le alcancen todo. Cuando volvió a la chamba hizo una entrada triunfal: salió del ascensor caminando torcido y con una mueca de dolor tatuada en la cara. El camino hacia su escritorio fue un Vía Crucis. Sólo le faltaba la coronita de espinas.
Últimamente, a raíz de la nostalgia que no le da tregua, el mexicano escucha muchos corridos. Y uno especialmente le llamó poderosamente la atención: lo interpreta David Záizar y se llama “El soldado de levita”. Y dice así:
Corazón apasionado
Disimula tu tristeza
Disimula tu tristeza
Corazón apasionado
Que el que nace desgraciao
Desde la cuna comienza
Desde la cuna comienza
A vivir martirizado.
Por catarsis, o vaya uno a saber por qué, al yucateco la canción le hace una mueca en el alma. Así que después de escucharla varias veces se percata de que su corazón apasionado no puede disimular la tristeza, porque no nació desgraciado y mucho menos espera vivir martirizado. Así que se serrucha el yeso, detiene el play, practica un gritito tipo sapucai y espeta, sin vueltas un rotundo “Ni puta madre”.
De aquí a la eternidad. ®
carla
aguante bayoteee!!!