Seis reseñas que son un viaje literario a través de la conciencia ácida de su autor. En esta entrega reflexiona sobre los últimos trabajos de Joy Orbison, Simon Scott, Joe Kickass, Eleve Tigers, Darkstar y Himeru Yoshitero.
Joy Orbison, The Shrew Would Have Cushioned The Blow
Después de dos lanzamientos previos en donde el dubstep se refinó como algodón de azúcar en los paladares de una cueva bicéfala, este EP sigue el gesto y regresa a las raíces casi por completo (la regresión casi completa se debe a que ya no estamos en las pistas de hace siete años), cansado de tanto apocalipsis de baffles angelicales y sonando a diagrama de grime, O’Grady (Joy Orbison) despliega 2 step y UK garage para bailar a gusto, deep house para volver a mediados de nuestra década en que “los sonidos del mal” se gestaban con raíces de bienestar. Es válido el regreso, sobre todo sabiendo que la marca de Joy Orbison (no confundir con el autor de “Pretty Woman”, Roy Orbison) es ahora Aus Music, y raro es esto pues Hotflush, su sello anterior, se había estado despojando de barriada para dejarnos cosas del chill como Mount Kimbie y sus remixes alivianados. Aquí también todo es chill: con la medición geométrica de la felicidad lo primero que nos asombra es un drummin’ con precisión de marcha para ceder a los arreglos de sintetizador que fluyen como corriente ondulante entre los beats para construir un ambient que nos desorienta. Es una descripción básica para uno de los músicos que manejan el didactismo muy a la manera de Kraftwerk pero produciendo líneas de calor rítmico y tibieza armónica; sonidos que son huella del garaje británico pero que se perciben universales gracias a su adaptación al aparato cardiovascular. Sampleos que bien podrían ser incluidos en nuestras sartenes en lugar de la mantequilla con voces que irónicamente hablan del trabajo y la privacidad (temas que gracias a las redes sociales y los medios de comunicación llevan hoy tonos invertidos); bajeos con la suficiente luz como para alumbrarnos el estudio pero con intenciones de subliminarnos al baile; percusiones sintetizadas siguiendo patrones de interiores de insectos: la música de Joy Orbison aquieta a las bestias. Chill Out.
Simon Scott, Traba
Este LP bien podría servir como una serie de viñetas sonoras para esbozar una historia sobre la muerte de Bas Jan Ader (www.basjanader.com ) o bien las divagaciones espirituales del capitán Ahab (Moby Dick) o los tripulantes del Nautilus (20 mil leguas de viaje submarino). Es un disco que tiene que ver con el mar y no es ninguna letra de Silvio Rodríguez sino todo lo contrario pues aquí hay más desolación de la que hubiera si las olas del malecón de La Habana llevaran el triple de su medida en metros. Se construye un drone acuático, y el género se sigue afianzando como uno de los pocos sonidos que nos traen al aire lo que suena en los abismos. Claro, ha habido drone a lo largo de la historia, en su acepción teórica, pero hablamos de que lo de hoy es un drone que al realizar simbiosis con el ambient, resulta en mucho más que consecuciones formales: el drone es un camuflage para sobrellevar la voracidad de los contenidos más alegres y quedarse con lo irónico del vacío. Desde “She Came From The Sea”, el primer track, nos hacemos a la idea de que aquí hay mitología audible, como aquel mito de la ninfa emergente del mar que en Japón llevaba marineros y pescadores a la perdición. “The Water Loop” es lo que su nombre dice pero con un poco más de electricidad, ¿no sumergirse?, yo creo que valdría la pena, sobre todo si se tiene barrera humana contra las adversidades: el drone. Brian Eno considera la música como la muestra de que su persona muta constantemente pero su cuerpo no, si bien sus primeros trabajos fueron en conjunto con el rock (Roxy Music) luego se le considera el fundador y legislador del ambient, concuerdo un tanto (hay más gente) pero concuerdo más en que la música es exterior de almas hecho textura en ondas, en que el agua bien puede ser una señal de bajo o un manotazo al bongó. Este disco no solo recrea las ondulaciones del líquido sino que además permanece en calidad de sonido: purificado.
Joe Kickass, Mind Joe
Joe Kickass a.k.a Captain Crimefighter. Emcee-Productor-Artista gráfico. Se dice que éste es su debut y que sus samples son oro, yo creo que no sólo se dice puesto que lo escucho y son chapados en oro, lo son. El sampleo es costumbre que pasa de generación en generación y degenera lo que genera para convertirlo en pieza clave del armerío en cada track. Mind Joe es el beat sincronizado con las andanzas de sus antepasados y sus presentes: Portformat, Arts The Beat Doctor, Killing Skills, por mencionar algunos colaboradores. Hip-hop que se puede llevar en los bolsillos con la convicción de que se lleva la ignición del flow. Captain Crimefighter comenzó escuchando jazz siendo niño y detuvo su camino en la encrucijada del rap: a la izquierda un fenómeno del freestyle cut n’ paste, a la derecha un ilustrador que “cuando no tiene una pluma tiene un lápiz”. ¿Pocas referencias para un debut que el mundo de las tornamesas esperaba desde el año pasado? Una minucia. Esto es cosa seria, es música que respeta sus cánones no sin antes derruirlos en vientos y metales. Comenzando por la difusión de su obra, el MC Kickass nos avienta drippings de pintura negra en contraste con tonos de color fosforescente, scratcheos de funk sin raspones, bebop bajo las órdenes de la rima que bien puede ser confundida con un cúmulo de plastilina a fuego lento, nociones de urbanismo atacado por bestias de folklore individual, cada quien construye su historia y la de Joe Kickass está empezando con la suela plana sobre la tierra, brincando muy alto con las válvulas del sonido limpio que sin embargo es aglomeración de influencias y tributo a los grandes de la gramática amplificada. Get on board the soul train G’s.
Eleven Tigers, Clouds Are Mountains
“Ansiedad, asombro, euforia, confusión, locura, dis-locación, re-locación, irritación, felicidad, éxtasis. calma, descanso… detrás, dónde?” Son las palabras que el productor y músico lituano Jokubas Dargis, autor del presente material (en lo que a mí respecta quizá uno de los cinco mejores que he escuchado en este año) enumera como síntesis experiencial de lo que ha pasado desde que Clouds Are Mountains vio la luz. En el mismo texto, titulado “Whereat” y presentado en la página oficial de Eleven Tigers, Dargis muestra una gráfica que justifica la retahila de sensaciones: las reproducciones de su disco en la página last.fm han tenido un incremento terriblememte sustancial en este mes de junio de 2010. Se debe a que desde la primera hasta la última n(g)ota del LP el glitch, el dubstep, la experimentación y el beat se debaten en una especie de lluvia hacia todas direcciones sin perder firmeza terrenal: las nubes son montañas. Toda la territorialidad del bajeo se aglomera en catorce tracks que derraman señales en detrimento de lo falso y lo antipoético, pues aquí todo es certero, es un sonido que atrapa y asombra nuestra caracola auditiva como si el mundo en realidad estuviera invertido, como si la música fuera el cosmos y lo que vemos su partitura. Otra dimensión sonora. Nótese la cadencia tropical de “Atomic Turnip” que se deja intervenir por un drum kick que de pronto suena a percusión enmudecida por el aguacero en una favela y cuando escampa es glitch, ciclo que se repite cuando la síncope asoma en “Sparkles” y hay un drone efímero, llovizna como producto de una experimentación con microscopios amplificados. En “With A Little Patience” las reverberaciones de glitch se interrumpen por un bajeo que en dos tiempos cede paso a voces de crooner en soporte de un beat (bit) four to the floor ambientado al interior de un lago que gotea para arriba. En “Songs For You” la relación entre la voz de raíces negras y la contundencia del dubstep es un góspel para almas sin credo, un repeat de movimientos con trazo armónico pidiendo lluvia de guijarros en fragmentación múltiple. Esto y más es el nuevo disco de Eleven Tigers, las interpretaciones de un humilde reseñista no bastan para tan vasta producción de un autor con perspectivas múltiples y dinámicas de vuelo boca arriba.
Darkstar, North
El dúo conformado por James Young y Aiden Whalley ha realizado, con la sutileza propia de una corriente citadina, subterránea y nocturna de nieblas, una mezcla que vale su peso en oro. Algunos medios lo catalogan de simple Syhth Pop en conjunto con atmósferas de glitch y lo que la tendencia británica ha ofrecido en las últimas dos décadas. Pero si nos ponemos un poco más del lado del ritmo y nos alejamos de adecuaciones genéricas, notaremos que hay en el disco la base dubstep que el shynth pop había estado reclamando para acoplarse a las atmósferas y no para crearlas. Sucede que el dubstep ya no es tanto esa suciedad y esa virulencia en el bajeo, y aquí no hay mucho de acompasado y bestial sino que hay en todo el disco esa especie de lucidez diurna que se hace táctil en el momento que las madrugadas se hacen esponjas de luz, pero sin perder la multicapa sonora que el beat de Croydon ha ostentado desde sus inicios en Big Apple Records (Darkstar le debe mucho a Burial aquí). Skream lo sabía desde un principio, el wobble bass puede ser divertido, puede ser, en lugar de un zombie en las revistas, una inyección de cafeína en las pistas, sin embargo aquí lo que se logra es algo más emparentado con el post-rock ochentero que con el baile, algo más ambiental que lleva voz y no es grime. Si tomáramos los b-sides del Bowie en estado neón negro, las bases glitch de las quebraduras de una marquesina, los cambios espasmódicos y a la vez sueltos de las melodías en Orchestral Manouvers In The Dark, y nos fuéramos con ello a manera de máquinas cortadoras por toda la historia del tecladerío y los bajeos de la isla donde crecieron los Beatles pero que debe a los foráneos Kraftwerk la electrónica y al nativo Eno la expropiación ambiental, tendríamos algo parecido a North. Pero somos escuchas, y los oídos pueden más que cualquier otra máquina del tiempo.
Himuro Yoshiteru, 4P
Comienzo esta reseña con el siguiente comentario de una blogger amiga: “carrot: Himuro Yo****shitero is tight”. Estoy acostumbrado a lo simple, y el acto de reseñar me parece un tanto innecesario cuando se tiene una descripción tan sencilla de lo que se escucha en este disco. Es como el túnel de Beckett, donde el protagonista se arrastra por entre el lodo en oscuridad total, pero en 4P hay oscuridad causada por un aluvión de luz blanca: Tokyo glitchin’. El hip-hop debería asumir ya que la letrística del apocalipsis blanco y los tuneos de naves están perdiendo terreno frente a la invasión de armonías sin pretensiones de lujo pero con la marca fina de lo quebradizo: es como si miles de vitrinas y marquesinas se fueran cuarteando entre una capa espesa de humo púrpura con líneas de olores rosas y verdes… medusas en el claroscuro armónico dejando pasar entre sus tentáculos ese reflejo diurno de un sol lunar en suspensión oxigenante. Partículas de chiptune: es preferible quedar ciego por el ritmo y ceder a otros sentidos el privilegio de las formas. Japón es un pueblo de tradiciones, cada manifestación de su cultura es hoy en día sincretismo pero mantiene en sí códigos de transparencia petrificada, el trabajo de Yoshiteru no se aleja de lo que podríamos descubrir al presenciar una implosión (cosa cotidiana en las tres islas de ojos rasgados) en donde todos los elementos folclóricos de un pueblo se disparan hacia sí para destellar en breakcore. Definición de los insectos y eufemismo de los mecanismos biodegradables, este EP de corta duración nos devuelve a las fronteras del baile con kit de mojados sin respeto por el equilibrio poblacional: Nintendo snaring, sample de celulares recibiendo mensajes en japonés, drum kicks pesados en un equilibrio de contención y libertad acelerada que de pronto cede su flow a cortes precisos de voces en sample como si se cortara en pedazos finos la comunicación completa de las líneas telefónicas. This is tight tunin’. ®