Duelo insano

Siente que se ha caído. Presiente la caída, indudable. A pesar de que lleva un buen rato cayendo todavía no descubre cómo dejar de caer. Sabe que tiene que hacerlo, pero desconoce el cómo. Pensándolo bien, desconoce el para qué.

¿Cómo dejar de caer?

Despertó inerte en una densa ausencia. Ni sabía por dónde mirar. “Me he tardado”, pensó, pero el tiempo no existe ni existía en ese entonces, al menos no para ella. La niña mala, la niña Mariona. “Es mío, ¿viste?”, “es muy mío”, y vaya que lo era. Lo malo es que el mundo aún no se ha dado cuenta. Yo lo que quiero es hacerlo parar de girar y poder controlar el tiempo, y así, por fin, poder controlar cómo me siento. “Ahí es”, debajo de las piedras de la desolación. Volteando a ver al ave que aletea en el estanco azul y amarillo, en donde el sol se pone a las cuatro treinta. Mariona grita, Mariona lo sabe y lo ve todo, opina que es crítica la perspectiva. Ayer le dolía la espalda, no se inmutó. Cogió un yogurt que caducaría el día de su nacimiento; ella cumpliría veintitrés años y el yogurt moriría. Decidió darle una muerte digna, linda. El azul en el bolso cayetanito ahora era más bien un morado, y al parecer todos desconocían el porqué. Ayer habían enterrado a Paulo, pero no lloró, no sabía cómo, o quizá no quiso saberlo. Ella recuerda el olor a gasolina quemada, mezclado con vinagre. Mezcla extraña. Continuó con lo más mundano. Posó sus ojos en el café que se enfriaba y se desviaron al libro que estaba leyendo. La soltó abruptamente, la taza, quería comprobar que estaba despierta porque hacía rato que no sentía nada. Ella no quiere leer. No quiere sentir. No quiere ver. A Mariona le pasan cosas. Pasó toda su vida intentando escribir poemas sin saber que escribía canciones. No entiende ni entenderá el entusiasmo en la gente por vivir. Su entusiasmo está en morir e irse, a donde sea, pero a otro lado en donde los sentimientos no quemen. Con todo esto el café se quedó helado. No. No puede. No entiende ni comulga con el fin de la distracción. No pisaba la tierra. Una vez le dijeron que era su culpa por ser hipersensible, ella lo consideraba un superpoder. Tiene melancolía en su sangre. Tal vez tiene que ver con cómo fue concebida, o como era su madre durante su embarazo, o simplemente la energía que había, o no había, alrededor de su casa cuando corría por ahí. Nunca va a tener la respuesta, pero está bien. Vagaba distante por las calles de esos días que no se nombran. Aire distante de quien se ha cansado de distraer a los demás. No existe la luz sin la oscuridad y no puede haber gloria sin el dolor. Siente que se ha caído. Presiente la caída, indudable. A pesar de que lleva un buen rato cayendo todavía no descubre cómo dejar de caer. Sabe que tiene que hacerlo, pero desconoce el cómo. Pensándolo bien, desconoce el para qué. ¿Acaso la única razón por la cual o para la cual busca dejar esa caída infinita es por su propio arquetipo y el resto de los arquetipos en esa sociedad? Suciedad y sociedad, no le parece casualidad su rima. Observa su cuerpo y descubre nuevos lunares y pecas en lugares que probablemente nadie vaya a detenerse a ver. Pero ella quería que los vieran. Ella quería que él los viera. A ella vivir, le duele. Mariona no sangra, ella escribe. ®

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Publicado en: Narrativa

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