“Sin el ejercicio de la razón no habría comicidad. Pero, en un segundo tiempo, el humor provoca infaliblemente una reacción fisiológica, un sentimiento de placer y, en el caso de la risa, un espasmo muscular de rara complejidad. La razón consentirá la destrucción gracias al placer brindado por el humor.”
El arma más letal en posesión del hombre común era y seguirá siendo siempre la risa, la burla franca y abierta que, como el ácido, corroe las máscaras que nos hemos inventado para hacernos esclavos los unos de los otros.
—Roberta Garza
Un poco de historia
El humor tiene una larga historia, en la que su concepción ha sufrido múltiples transformaciones, pese a las cuales aún hay evocaciones de su significado original.
Los orígenes del humor se hallan en la Grecia antigua, con significados médicos y fisiológicos (de los fluidos corporales) que lo relacionan con la bilis negra, productora de esa extraña mezcla de temor y tristeza: la melancolía. Justamente fue Hipócrates quien, buscando explicación a las enfermedades, atribuyó como una de las razones fundamentales a los fluidos humorales los que tenían un efecto físico y moral: “una sustancia del cuerpo” y “una disposición de ánimo. Esto sería retomado por Aristóteles, quien planteó que los hombres de excepción tenían una característica: la melancolía.
En ese tenor, en las Cartas de Hipócrates está la forma en que éste trató el caso de Demócrito; entre los rasgos más notables de la enfermedad que éste padecía estaba la risa malsana, lo que la relaciona directamente con la locura. Los hombres que la padecen “todo lo desvían en el sentido de su deseo particular, y al hacerlo ‘quebrantan las leyes de la verdad’”. Entre éstos se encuentra el filósofo cínico Diógenes de Sínope, quien es el hombre de humores que utiliza su ingenio para generar humor en sus actitudes y juegos de palabras, y quien se consideró como humorista un perro (al respecto, ¿quién no recuerda su anécdota con Alejandro Magno?). Es justamente en este personaje donde Pollock encuentra una técnica que retomarán lo mismo Lewis Carroll que Groucho Marx y Lacan: “Practica la réplica y la invectiva. Incita a su auditorio a sustraerse a la opinión corriente (doxa) reprendiéndolo y tomándole el pelo”.
Buena parte de ello sería trasladado a la Edad Media, en la que la poesía sería una forma de expresión de la melancolía e incluiría, por supuesto, el humor. Entre los autores que hicieron del humorismo el correlato de la melancolía se encontraron, por ejemplo, el cómico y autor de sátiras François Villon o François Rabelais; éste significó un paso entre la Edad Media y los tiempos modernos al dar al término humorismo preminencia sobre lo grotesco en obras como Gargantúa y Pantagruel.
Los orígenes del humor se hallan en la Grecia antigua, con significados médicos y fisiológicos (de los fluidos corporales) que lo relacionan con la bilis negra, productora de esa extraña mezcla de temor y tristeza: la melancolía.
Pero una transformación definitiva en la concepción del humor se da en la época isabelina, especialmente en el ámbito del teatro en las obras de Ben Jonson y William Shakespeare. El primero definió al humorista como “persona graciosa y festiva, jovial y bromista”, quien con su humor busca provocar efectos en los humores de los demás. Por parte de Shakespeare, el humor se vio relacionado con el nonsense, el absurdo, pero también con el sentido. Entre los personajes principales que animan la escena están los bufones, los humoristas y los clowns, quienes expresan en diversos niveles la relación entre la melancolía y el humor.
A partir del siglo XVII la relación entre los dos componentes del humor (el fisiológico y el de “ingenio”) adquiere una definición más clara a favor del segundo elemento. De aquí que poco a poco, en distintos autores, se vaya afinando la idea moderna: por ejemplo, en Richard Addison y en Henri Morier “el componente humoral permanece del lado del Falso Humor, hijo del Frenesí y de la Risa, nieto del Absurdo”.
Podríamos seguir hablando de diversos tópicos relacionados con el humor: Hegel y el humor objetivo; las afinidades entre el humorista y el hombre religioso postuladas por Kierkegaard; los rasgos humorísticos en la obra de Jonathan Swift y Edgar Allan Poe; el nonsense de Carroll, el entendimiento del humor según Freud, etcétera. Vale la pena rescatar a Artaud y su Teatro de la Crueldad, que puede sintetizar el entendimiento moderno del humor y destaca muy bien su relación con el humor de los antiguos: “Sin el ejercicio de la razón no habría comicidad. Pero, en un segundo tiempo, el humor provoca infaliblemente una reacción fisiológica, un sentimiento de placer y, en el caso de la risa, un espasmo muscular de rara complejidad. La razón consentirá la destrucción gracias al placer brindado por el humor. Este aspecto seductor del humor lo convierte en un instrumento admirable para la empresa de corrupción y de desmoralización preconizada por Artaud en relación con el mundo contemporáneo”. ®