¿Qué puede definir a un español o a un mexicano? ¿A un hondureño y a un salvadoreño, más allá de su pertenencia a un Estado con fronteras bien delimitadas? Hay etnias mexicanas enemistadas hasta la muerte por diferencias políticas o religiosas.
Nada más difícil de definir que la identidad, o las identidades: la del individuo, la de la comunidad, la de la nación. “¿Qué es, pues, el tiempo? Si nadie me lo pregunta, lo sé; pero si quiero explicárselo al que me lo pregunta, no lo sé”, decía san Agustín de Hipona en sus Confesiones, y algo parecido puede suceder al momento de definir algo tan complejo como la identidad.
¿Qué puede definir a un español o a un mexicano? ¿A un hondureño y a un salvadoreño, más allá de su pertenencia a un Estado con fronteras bien delimitadas? Hay etnias mexicanas enemistadas hasta la muerte por diferencias políticas o religiosas. El mejor ejemplo de una definición artificial pero, ay, tan cerca de la realidad, es la que ofrece el Ejército mexicano en un documento que se llama, precisamente, “La Identidad Nacional, pilar fundamental de la Seguridad Nacional”: “La Identidad Nacional es una conciencia social que da sentido de equivalencia y pertenencia del individuo y su comunidad con el Estado Nacional, y se diferencia de otros Estados, afirmando su unión o independencia ante otras comunidades, en función de rasgos específicos; la fuerza integradora fundamental de esta unión es su historia común, reforzada mediante estructuras políticas, económicas y sociales” [Aquí].
Una definición que dice mucho y casi nada a la vez.
Las identidades no pocas veces son antagónicas, como en el caso de las dramáticas diferencias entre los egipcios y otros pueblos árabes, de las diferentes nacionalidades ibéricas —¿o cómo llamarlas?— y, en nuestro propio país de las tortuosas formas que tiene la llamada “mexicanidad”, ésa que puede ser guadalupana o devota de la Santa Muerte, separatista o profundamente nacionalista, milenarista y nacional-revolucionaria; la de los que creen en esa identidad forjada con maíz, futbol y petróleo…
No pretendemos agotar la definición de identidad, de las diversas identidades que pueden adoptar las personas, los pueblos y las naciones a través de largos procesos históricos, pues para intentar eso hemos convocado a escritores y académicos, pero sí queremos apuntar que las identidades no pocas veces son antagónicas, como en el caso de las dramáticas diferencias entre los egipcios y otros pueblos árabes, de las diferentes nacionalidades ibéricas —¿o cómo llamarlas?— y, en nuestro propio país de las tortuosas formas que tiene la llamada “mexicanidad”, ésa que puede ser guadalupana o devota de la Santa Muerte, separatista o profundamente nacionalista, milenarista y nacional-revolucionaria; la de los que creen en esa identidad forjada con maíz, futbol y petróleo y la de quienes creen en un progreso real basado en la educación y el avance de la ciencia y la tecnología.
El hombre es un animal social, decía Séneca, y solamente de esa manera puede sobrevivir. Aristóteles habló de la necesidad humana de pertenecer a un grupo fácilmente identificable: la familia, el clan, la tribu, el estamento, el orden o la clase social, las organizaciones religiosas o filosóficas, los partidos políticos, las naciones y los Estados. La vida en común es indispensable y no hay lugar para los anacoretas, pero quizá sí haya cada vez más opciones para quienes no están conformes con identidades artificiales heredadas e impuestas y se deciden por la construcción de una identidad propia, a la medida. ®