Por imagen-gol, dice el autor, me refiero a la secuencia o serie de fotogramas que representan el culmen o paroxismo estético de una película, en virtud de la singularidad de su estilo e innovación artística, y que a la postre han de quedar grabadas para siempre en la memoria y sensibilidad del hincha/espectador.
Cinco días trabajarás, como dice la Biblia.
El séptimo día es de El Señor, tu Dios.
Pero el sexto día será para el fútbol.
—Anthony Burgess.
En una de las piezas más hilarantes del grupo de humoristas británico Monty Python la selección de todos los tiempos de la filosofía griega disputa el campeonato mundial de fútbol-filosófico en contra de su similar de Alemania. En el campo de juego, por Grecia, están Sócrates, Platón, Aristóteles y ocho griegos ilustres más, mientras que por los teutones alinean Kant, Hegel, Nietzsche, Marx, entre otros.
En un juego de tal naturaleza, como era de esperarse, sobran las ideas-fútbol, pero falta lo más importante: el espectáculo, los goles. La vocación lógico-abstracta y la inclinación metafísica de los jugadores impide que se desarrolle normalmente el más mundano y universal de los deportes.
Otro duelo igual de improbable fue el disputado en 1987 entre la escritora y cineasta francesa Marguerite Duras y su compatriota, el astro ochentero de la selección gala Michel Platini. “¿Qué es este juego? Demoníaco y divino”, fue la pregunta con la que abrió las hostilidades la directora de India Song (1975), en esta joya periodística del diario francés Libération.
La partida/entrevista exhibió a un Platini como nunca antes lo habíamos visto: temeroso y a la defensiva (“fue el juego más difícil de toda mi vida”, declararía años más tarde). Duras se hizo del control de la pelota y ensuciaba el juego con galimatías irresolubles del tipo “la sensación angelical”, “el terreno abierto”, “sin límites, sin fondo, terrible”, que según ella acontece cuando se juega al fútbol.
No obstante, pasados los noventa minutos reglamentarios, Platini resolvería el enigma-Duras con su elegancia demoledora de crack: “El fútbol suscita amor porque no hay en él ninguna verdad, ninguna ley, nada de nada. Hay quien trata de explicarlo, pero nadie lo consigue. El fútbol está hecho a base de errores, un partido perfecto acaba 0-0”.
“El fútbol suscita amor porque no hay en él ninguna verdad, ninguna ley, nada de nada. Hay quien trata de explicarlo, pero nadie lo consigue. El fútbol está hecho a base de errores, un partido perfecto acaba 0-0”.
En la misma tónica, el director de cine y exfutbolista del Bolonia de Italia, Pier Paolo Pasolini, equiparaba la narrativa del balompié con el arte. En su insólita semiología del juego, contenida en su libro Palabra de corsario, afirmaba que el fútbol “es un sistema de signos, una lengua no verbal”, como el cine o la pintura.
Y como cualquier otro lenguaje, el fútbol tiene su momento “puramente instrumental”, representado por el juego colectivo y de precisión geométrica de los equipos europeos, así como su momento de mayor desborde y expresividad poética: el regate, la jugadas de sexto año y los goles de fantasía de los equipos brasileños, aquellos que con justa razón Pasolini señalaba como los mejores poetas del fútbol.
¿Qué es pues lo que nos fascina y enloquece de este juego? ¿Cuál es su encanto, la verdad primigenia, el misterio que se oculta detrás de la pelota?
Quizá no haya una respuesta satisfactoria a tales interrogantes, pero lo cierto es que a esta disparatada cadena de encuentros y analogías entre la filosofía, la vida y el fútbol habría que añadir un ejercicio de imaginación más, acaso todavía más asombroso y descabellado: el de las mejores imágenes-gol y sus principales cineastas-goleadores.
Por imagen-gol me refiero a la secuencia o serie de fotogramas que representan el culmen o paroxismo estético de una película, en virtud de la singularidad de su estilo e innovación artística, y que a la postre han de quedar grabadas para siempre en la memoria y sensibilidad del hincha/espectador.
“He visto cosas que los humanos ni se imaginan. Naves de ataque incendiándose más allá de Orión. He visto rayos-C brillar en la oscuridad, cerca de la Puerta de Tannhäuser. Todos esos momentos se perderán en el tiempo como lágrimas en la lluvia. Es hora de morir”.
Así, en la secuencia final de Blade Runner (1982), de Ridley Scott, el replicante Roy Batty (Rutger Hauer), tras haber evitado la muerte de su perseguidor, Rick Deckard (Harrison Ford), en medio de la lluvia y el vapor nocturno, cuestiona la naturaleza fugaz de la existencia y nuestra noción de humanidad cuando pronuncia sus últimas palabras: “He visto cosas que los humanos ni se imaginan. Naves de ataque incendiándose más allá de Orión. He visto rayos-C brillar en la oscuridad, cerca de la Puerta de Tannhäuser. Todos esos momentos se perderán en el tiempo como lágrimas en la lluvia. Es hora de morir”.
¡Goool! ¡Golazooo! ¡Pero qué pedazo de gol acabamos de ver! ¡El público enmudece, grita y llora de alegría ante la soberbia anotación de Ridley Scott!
¿Se entiende ahora qué es la imagen-gol?
Quien esto escribe, sin embargo, se disculpa de antemano por los nombres que hayan sido excluidos de la siguiente lista, por lo marcadamente eurocéntrico de sus gustos, pero en lo que respecta a la historia de las imágenes (a diferencia del balompié) conviene aceptar que los mayores talentos pertenecen al viejo continente.
El lector, por supuesto, siempre podrá realizar un ejercicio similar con las escuelas, industrias o géneros cinematográficos de su preferencia. Ninguna lista es definitiva, y la mejor película es siempre la que más nos hace vibrar y gritar de emoción, como lo hace nuestro equipo, por muy malo que sea, cuando marca un gol.
Sin más preámbulo he aquí nuestro once ideal1 o el Dream Team de todos los tiempos de la historia del cine, suplentes incluidos.
La Lista
Andréi Tarkovski, portero
Imagen-gol: La unión en gravedad cero entre Kris Kelvin y su esposa Harey, en el mítico filme Solaris (1972), sí, cuando ambos levitan en la biblioteca, con fondo musical de Bach y las imágenes del océano negro del planeta.
Suplentes: Carl Theodor Dreyer y Béla Tarr (siempre se llevan tres porteros).
Fritz Lang, líbero
Imagen-gol: La danza macabra de la ginoide María en Metrópolis (1927), metáfora de la simbiosis entre la tecnología y el capital como pura producción de muerte. Lang, el primero y el último de la zaga defensiva, cual Franz Beckenbauer.
Suplente: F. W. Murnau (su desempeño en cintas como Amanecer o Nosferatu desafían la titularidad de su coterráneo).
John Ford, zaguero derecho
Imagen-gol: Cualquier secuencia de acción o paisaje filmado en The searchers (1956), acaso el western más perfecto e impecable de este inmortal cineasta.
Suplente: Orson Welles (lo sentimos, hinchas de Citizen Kane).
Pier Paolo Pasolini, zaguero izquierdo
Imagen-gol: El “Girone della merda” en Saló o los 120 días de Sodoma (1975), cuando los príncipes contraen nupcias con sus efebos y ofrecen un festín excrementicio, en un durísimo alegato escatológico en contra del fasci-sadismo europeo.
Suplente: Michelangelo Antonioni (convocatoria polémica, pues dejó fuera a Rossellini, Ferreri y Bertolucci, sólidos representantes del catenaccio italiano).
Robert Bresson, mediocampista defensivo o contención
Imagen/gol: Quien no se conmueva con las desventuras del asno protagonista (sí, un asno) de El azar Baltazar (1966) es porque está muerto por dentro. El Zinedine Zidane de la imagen, sutil, refinado y de una sensibilidad intelectual avasalladora.
Suplente: Jean Renoir (es lo que Platini a Zidane, más alegre, más explosivo, más goleador, más francés, pero por eso mismo poco dado a las tareas defensivas).
Ernst Lubitsch, volante mixto por derecha
Imagen/gol: Digamos que en Ninotchka (1939) este jugador de origen berlinés, maestro de la más depurada y fina ironía cinematográfica, logra básicamente lo imposible: hacer sonreír en más de una escena a la rígida y severa Greta Garbo.
Suplente: Billy Wilder (por haber reinventado el “toque Lubitsch” en su filmografía).
Stanley Kubrick, mediocampista organizador
Imagen/gol: En 2001: Una odisea del espacio (1968) hay por lo menos media docena de golazos superlativos. Nuestro preferido: la alineación cósmica del monolito extraterrestre, seguido por el Réquiem de Ligeti y el viaje interno-galáctico más alucinante que se haya filmado.
Suplente: Akira Kurosawa (Por Trono de Sangre y Los siete samurais y porque tenía que haber un asiático).
Federico Fellini, volante mixto por izquierda
Imagen/gol: Sí, le atinaron, la sensual diosa escandinava Anita Ekberg chapoteando en la Fuente de Trevi, en esa película de ensueño conocida como La dolce vita (1960), un zambombazo monumental que deja al respetable boquiabierto.
Suplente: David Lynch (por El hombre elefante y la chica cara de pizza de Eraserhead, antítesis monstruosa de la dupla Mastroianni-Ekberg).
Ingmar Bergman, “El diez” del equipo
Imagen/gol: Nos quedamos, cuadro por cuadro, con Persona (1966). El director sueco es al cine lo que el brasileño Zico al fútbol: un “Pelé blanco”. El virtuosismo artístico y la exquisitez de su toque nos dificultan elegir una sola de sus películas.
Suplente: Lars Von Trier (la joven promesa del equipo, véase la violencia erótica, sobrecogedora, de sus pelotazos en Anticristo y Ninfomanía).
Jean-Luc Godard, extremo zurdo
Imagen/gol: Gambeteando al rival por la banda de la izquierda, como un Puskas o Maradona antiimperialista, Godard quizá no sea el máximo goleador de este equipo, pero sí el autor más radical y desequilibrante. Su mejor performance: Banda aparte (1964).
Suplente: Luis Buñuel (su ateísmo anarco-surrealista, tipo La edad de oro, lo hacen proclive a las tarjetas rojas, además, nunca se persigna al entrar).
Alfred Hitchcock, delantero “crack”
Imagen/gol: Vértigo (1958) y Psicosis (1960) son el paradigma superior de cómo golear y acribillar, una y otra vez, al espectador. Un goleador superdotado, habituado a clavar de tres a cinco pepinos por partido; un bombardero nato, implacable y letal, como Gerd Müller, Pelé o Lionel Messi.
Suplente: Peter Greenaway (como Bobby Charlton y el mismo Hitchcock, otro calvo y barroquísimo caballero inglés; El cocinero, el ladrón, su mujer y su amante así lo demuestran).
Sergéi Eisenstein, dirección técnica.
Imagen/gol: Adivinaron, la secuencia de las escalinatas de Odesa en el El acorazado Potemkin. ®
Notas
1 El parado o formación inicial es un 1-3-4-3, sistema definitivo del fútbol-poesía, impulsado por el balompié holandés de los setenta, adoptado por el Barcelona de Johan Cruyff de los noventa y resucitado en el presente por Pep Guardiola, multicampeón con el Barça y el Bayern Munich.