Una escritora se incomoda ante la irrupción de un seno que amamanta a un bebé durante una mesa sobre revistas independientes. Aquí los comentarios puntuales de otra escritora que le baja los humos.
Escribo este ensayo, en primer lugar, para intentar separar las ideas que hay detrás del texto de Orfa Alarcón “Contra el alarde de ser mujer” de sus opiniones personales sobre algunos temas, y, en segundo lugar, para contestar a las ideas que sean contestables.
Cuando empezamos a leer podemos pensar que la intención principal de su artículo es explicar las razones que la han llevado a rechazar la participación en cierto tipo de actividades culturales. “No volveré a presentarme en un evento de género”, dice Orfa en sus primeras líneas. Y, hasta aquí, el ensayo suena prometedor y hasta revolucionario.
Después la autora añade que, desde hace mucho tiempo, le “venía irritando” (sic) el tema, aunque todavía no anuncia cuál. Al parecer, el episodio que vivió en un “evento de mujeres” acentuó su “incomodidad” y finalmente tomó la decisión (de no asistir a, adivinó, “eventos de género”), aunque todavía no sabemos por qué.
Para un público general las cosas que a Orfa Alarcón le “vengan irritando” no tienen mayor interés, pero seguimos leyendo porque el artículo anda circulando mucho por las redes. Acto seguido, en lugar de aclararnos sus razones, Orfa aprovecha para ofrecernos una descripción muy sui géneris de las bondades que las mujeres bonitas obtienen en el mundo editorial. Con ello, la autora aprovecha para espetar el sentido común del lector con un párrafo cuyo propósito y cuyo tono no quedan muy claros.
La mía [experiencia en el mundo editorial] no era la de la queja: el mundo editorial es muy bondadoso con las chicas, les permite ascender laboralmente aunque a veces ni están preparadas, ¿por qué? Porque son bonitas, son simpáticas, pueden ir por cualquier autor y hacerlo firmar un contrato abusivo, pueden convencer al equipo de ventas de que aumenten el tiraje del libro que está por sacar, puede lidiar con el equipo de producción y, si se les descompone la computadora, obtienen inmediata atención del departamento de sistemas con una bonita sonrisa.
Parece que este mensaje puede querer decir dos cosas: si interpretamos que la autora está haciendo un acrobático giro irónico con el lenguaje, deberíamos entender que se está quejando de que en el mundo editorial de México se le ofrezcan ventajas a las mujeres bonitas y no a su valor objetivo como trabajadoras; pero, al no ofrecernos ninguna marca evidente de su ironía, sus lectores nos vemos obligados a hacer una lectura literal.
En esta línea, entendemos que Orfa está cómoda con el hecho de que la valoración sexual de una mujer en el ámbito laboral intervenga (favorablemente, en este caso) en su desempeño. Si somos bien pensados, parece que la escritora no entiende que la igualdad de género no existe sin la valoración de las mujeres como mera fuerza laboral (y no como sujetos u objetos sexuales–afectivos) cuando se las evalúa en un ámbito que es meramente laboral. Si somos mal pensados, parece que la escritora considera una menudencia que el tema de la igualdad de género sea aún un reto en un país como México, donde existen cifras escalofriantes de la violencia sufrida por este grupo. Pero pareciera que sí es ésta la idea de Orfa Alarcón, quien, más adelante, afirma: “Sé que la lucha feminista ha permitido que el mundo sea lo que es ahora, pero creo que hay peticiones caducas y exigencias que salen sobrando”. Quizá todas estas cifras sean insuficientes para la autora, quien afirma sin reparo: “ese cuento de mujer es sinónimo de explotada, no me lo creo”. También parece desconocer (o despreciar) la brecha salarial entre hombres y mujeres de México al afirmar, sin pudor, lo siguiente: “No me conmuevo ante el llanto de ‘como soy mujer, me pagan menos’”.
Esperábamos ansiosos saber por qué Orfa Alarcón ya no va a acudir a “eventos de género” pero, de momento, tan sólo tenemos una suerte de comentarios acerca de lo que ella considera o no de buen gusto en esta o en aquella circunstancia. Ante estas opiniones estéticas, no tenemos mucho que decir porque no estuvimos allí, y nunca sabremos si aquel pecho era extremadamente bello o si su plática era extremadamente aburrida.
Retomemos el tema principal: ella estaba intentando explicar por qué razón Orfa Alarcón ya no va a acudir a los “eventos de género”, cosa que a todos nos quita el sueño. Y, queridos lectores, no se asusten: la razón es que en uno de esos “eventos de género” a los que acudió, una mujer se “sacó un seno” para amamantar a su bebé. Nunca había leído razones de tanto peso para que una mujer se desencantara de una vez por todas de la causa feminista. Su desazón debió ser terrible, no solamente por la horrorosa visión que ella misma tuvo que soportar de ese seno (orondo, atrevido, encendido, falto de pudor), sino porque la dichosa teta desvió la atención de sus oyentes, extrayéndolos de su ser–intelectual para adentrarlos en las ensoñaciones más pornográficas y perversas que puedan imaginarse. Es lógico que esto hiciera sentir muy mal a Orfa Alarcón: “jamás podríamos competir por la atención con una teta” y más aún cuando “no estamos tratando temas divertidos”, confiesa en un ataque de honestidad acerca del tema de su plática, “un tema tan aburrido como la supervivencia de las editoriales independientes”. Lo que quizá no sabe Orfa Alarcón es que cualquier tema es divertido si se habla de él con inteligencia. Pero su ofensa es humana y comprensible: ¿se imaginan que una madre amamantando convierta a un auditorio cultivado en una horda de salvajes en celo mientras ustedes dan sus valiosísimas opiniones sobre esto y aquello?
Lo que sí me parece preocupante, cuanto menos, es que Orfa considere que una mujer amamantando sea “una exhibición de senos” y que, por tanto, a la madre en cuestión tenga la “perversión consistente en el impulso a mostrar los órganos genitales”, que es como define el DRAE el término “exhibicionismo”.
Esperábamos ansiosos saber por qué Orfa Alarcón ya no va a acudir a “eventos de género” pero, de momento, tan sólo tenemos una suerte de comentarios acerca de lo que ella considera o no de buen gusto en esta o en aquella circunstancia. Ante estas opiniones estéticas, no tenemos mucho que decir porque no estuvimos allí, y nunca sabremos si aquel pecho era extremadamente bello o si su plática era extremadamente aburrida.
En el siguiente párrafo la autora mantiene el suspense sobre por qué ya no asistirá a “eventos de género” y continúa con el tema de la irrupción del seno y la “falta de respeto” que eso le pareció. Acusa a la autora de este crimen de querer “reclamar la atención” con ello y afirma que “ridiculiza su labor” con comentarios “cursis” sobre su bebé con los que pierde su “perspectiva profesional” y “recurre al chiste”. Valiente será quien, después de leer esto, se atreva a amamantar a su hijo delante de Orfa Alarcón.
Posteriormente, Orfa ofrece su opinión acerca de la literatura hecha por mujeres: “Yo no divido a la literatura por géneros”, nos dice sobrada de modernidad incluyente. Pero, si tuviera en cuenta la historia de la literatura (que seguramente conoce a la perfección), reconocería que los estudios críticos consisten, esencialmente, en poner y quitar etiquetas, en derrocar y levantar fronteras (por temas, por estilos, por épocas y, por qué no, también por género). Para argumentar en contra de la pertinencia o no de tales divisiones analíticas hace falta algo más que la enumeración de los nueve autores con los que Orfa Alarcón ha llorado. Sin embargo, ella abunda en la idea: “No necesito, vaya, que un libro haya sido escrito por una mujer para que me toque el alma”. Quizá la autora cree que los demás mortales, presas de las superficiales etiquetas del mundo de las apariencias, somos tocados del alma según el siglo (“yo sólo lloro con obras del XIX”) o por tipografía (“yo sólo lloro con Times New Roman”) o por numeración (“yo sólo lloro con las páginas pares”).
Una vez abordada la crítica a la historia de la literatura y sus métodos de categorización y análisis, Orfa, sin mayor reparo, se lanza a hacer una crítica sobre el modo de lucha social de las feministas: “No creo tampoco en la necesidad de agruparnos como mujeres” porque “al agruparnos como mujeres seguimos lanzando un mensaje: somos débiles”. ¡Vaya! Acaba de derrocar de una pincelada toda la complejidad teórica ya escrita sobre la lucha social. Desgraciadamente, Orfa no nos ofrece ningún ejemplo de logros históricos de grupos sociales marginados conseguidos a fuerza de estar cada uno en su casa.
Lo único rescatable de su texto es la idea de que el trato compensatorio de favor que se ofrece a algunas mujeres en algunos contextos (igual que a cualquier grupo marginado en sociedades que ya cuentan con dispositivos institucionales de integración pero que no han logrado resultados suficientes) puede llegar a cuestionar el valor objetivo de su trabajo neto. Pero, para expresar esta opinión y argumentarla no hacía falta nada de lo anterior. Lo que Orfa Alarcón posiblemente no entienda es que en toda sociedad que camina hacia la integración de sus diferentes miembros es casi una necesidad (de hecho, no de derecho) la sobre–valoración de lo marginado antes de su plena integración. Y una cosa es que a ella no le guste esa sobrevaloración que, como mujer, se le haya podido brindar en algunos contextos y otra, muy distinta, es que se tome el derecho de despreciar las luchas que, con mucho esfuerzo, llevan a cabo muchas personas de la sociedad civil para que otras personas del país tengan, como la ha tenido Alarcón, la oportunidad de no ser meramente madres y esposas y, de haberlo sido, la posibilidad de no avergonzarse por amamantar en público a sus hijos, de no sentir miedo por ello. Toda esa gente ha trabajado desde hace mucho para que mujeres como ella puedan estar en una mesa de conferencias donde, por cierto, instruyen a otros sobre aquello de lo que han estudiado porque, por cierto, han podido estudiar, y no han cercenado su infancia con una violación acallada por la familia ni con un hijo del que no se pueden ocupar, porque les han dado la oportunidad de llevar dinero a casa y pedir su mitad a la hora del reparto, de aparecer en el espacio público, como ella, y de escribir en un periódico aunque sea un ensayo tan pobremente argumentado. Aunque, quizá, uno de los privilegios recibidos por el mero hecho de ser mujer de los que la autora ha disfrutado haya sido, precisamente, que un ensayo como éste se haya publicado en la prensa.
Y, para terminar, Orfa Alarcón hace un resumen de su experiencia de vida que puede llegar a incomodar al lector por la falta de pudor al vanagloriarse de sí misma: “Ya pasé por el mundo laboral”, “Ya pasé por el mundo literario”, “Ya pasé por (y estoy en) el amor”, “he aprendido a trabajar bien y yo soy quien le pone precio a mis servicios”, “yo ofrezco mi trabajo y éste prácticamente se vende solo» son algunas de las afirmaciones con las que Orfa se engalana.
Confieso que hay algo que me gustó mucho de este artículo. Después de escribir una cosa semejante Orfa tiene el valor (y la enorme autoestima) de desafiar al destino pidiéndole que a ella se la juzgue por su trabajo y “por sus logros”. Y no puedo más que aplaudir y animar también, junto a ella, al destino a que así sea. ®