El cliché más próximo para referir el amor es lo femenino, seguido de adjetivos como dulce, rosa, irracional, idílico, radical, monogámico, supremo. Definir a la mujer por estas formas contingentes (que para algunos son esencias) en la fácil asociación de la abnegación o el servicio con el amor es un recurso socorrido del mujerismo.
El mujerismo apela a la emoción, a la familia y al cuidado de los hijos cuando se habla de mujeres, modo que libera el discurso sobre los sexos de la crítica feminista.
El tema del amor —y sus expresiones morales— ambienta los eventos del “mes de la mujer” en que frecuentemente se justifica y tergiversa el trabajo de defensa de las mujeres en las políticas sociales y se soslayan los avances en materia de genética y biología. Se emplean adjetivos que restan seriedad a la actividad de las mujeres (“femenil”) y se enfatizan términos que pretenden conducir sus expectativas (“vanidad”, “éxito”, “mujer moderna”). Ese discurso celebrativo ponen en evidencia la falta de un discurso actualizado desde la reflexión crítica sobre las prácticas de las mujeres reales y sobre la comprensión interdisciplinaria de lo femenino.
El origen de una fecha
La celebración actual del Día de la Mujer ha dejado de ser (al menos para nuestros gobiernos) una reivindicación de derechos jurídicos, políticos y laborales, defensa que dio origen a la fecha instituida en 1910 por parte de la Conferencia Internacional de Mujeres Socialistas en Copenhague, a favor del movimiento obrero de mujeres que desde el siglo XIX exigía derecho al sufragio y al reconocimiento de sus derechos laborales. La trágica muerte de 140 jóvenes trabajadoras sin derechos en una fábrica de Nueva York en 1911 dio el tinte más dramático a esta conmemoración que recoge la lucha feminista emprendida durante siglos.
A un siglo de distancia, el trasfondo político se sustituye en un tipo de posfeminismo que apela a modelos funcionales de ser mujer (madre-esposa) y minimiza las políticas implícitas en la relación entre los sexos. El soslayo de la comprensión de las mujeres como individuos independientes resulta cómodo a la mirada pragmática que simplifica la convivencia social en la lógica de bondad-maldad como alternativa ética propuesta históricamente a las mujeres.
Bastaría apenas una revisión de las nociones que exploran el amor romántico en su perspectiva americana para invalidar otras nociones de amor adjudicadas a las mujeres.
El amor romántico: la versión americana
El amor romántico tiene una historia de resistencia europea (como se lee en las tragedias de Abelardo y Eloísa, o Romeo y Julieta) que triunfa finalmente en la cultura norteamericana y se extiende a buena parte de Occidente a través de industrias culturales como el cine y las publicaciones literarias.
El amor romántico se ha convertido en un ideal de convivencia paritaria, es decir, que involucra a los dos sexos y los corresponsabiliza. El psicólogo Nathaniel Branden lo define como “una relación apasionada espiritual-emocional-sexual entre un hombre y una mujer, que refleja una alta consideración por el valor que tiene la persona del otro”. Branden enfatiza la pasión significativa, la participación de valores y puntos de vista como elemento espiritual, el compromiso emocional, la admiración mutua y la atracción sexual intensa.
No es la psicología la que relega a las mujeres al papel de dependencia del discurso tradicional (maternidad obligatoria o esponsalidad solícita) ni es el concepto de amor romántico el que aliena a las mujeres en la lógica de dependencia y silencio en las sociedades tradicionales.
No es la psicología la que relega a las mujeres al papel de dependencia del discurso tradicional (maternidad obligatoria o esponsalidad solícita) ni es el concepto de amor romántico el que aliena a las mujeres en la lógica de dependencia y silencio en las sociedades tradicionales.
Por su importancia en la cultura estadounidense, su análisis bio-antropológico ha sido también una constante en las últimas décadas y se mantiene actualizado con el uso de nuevas técnicas y disciplinas. En esta perspectiva, se ha definido que el amor romántico se asocia con el desarrollo del cerebro y la evolución de las costumbres. La antropóloga Hellen Fisher explica que el Homo erectus aprendió a atender los deseos del otro y esforzarse por mostrarse virtuoso, como base para la relación personal propia del amor romántico.
Aunque hay temas de la ciencia próximos al cliché del amor asignado a las mujeres es interesante que aspectos como la monogamia sean revisados en perspectiva evolutiva. La monogamia es explicada por Fisher, también autora de Anatomía del amor. Historia natural de la monogamia, el adulterio y el divorcio [Anagrama, 1994], a partir de los cambios del comportamiento producidos por la evolución del cerebro. En su libro Why we love [Owl Books, 2004] Fisher explica la transición de un estadio de independencia amorosa primitivo a un estadio de estabilidad que pasa por la necesidad de protección de la pareja a causa de la crianza de los hijos. Recuerda que el desarrollo físico (mayor estatura del hombre en relación con la mujer) expresa el cambio en el estilo de vida cuando los humanos que dejaron de brincar por las copas de los árboles y las mujeres embarazadas adquirieron otros riesgos.
La búsqueda de estabilidad y la selección de pareja pretendida en el cortejo (que en los humanos se convirtió en un factor no sólo corporal sino lingüístico) se prolongaría hasta fijar la monogamia como un estilo de relación no observable en los chimpancés ni en los bonobos (los más pequeños y cercanos a la especie humana). La evolución biológica y genética, explica Fisher, trama el complejo de la sexualidad humana y del amor estable.
Resulta interesante que la revisión bio-antropológica no define convenciones del amor ni del papel de las mujeres justificadas desde la genética. No hay prácticas derivadas de una norma aunque sí habrían respuestas provisionales acerca de las diferencias cerebrales más comunes, por ejemplo, en la obra de Louann Brizendin (The Female Brain, 2006). Aunque es claro que los estudios actuales sobre las mujeres y sus conductas amorosas no las encasillan en un modelo preestablecido. No en la ciencia, sí en nuestras prácticas culturales y sus fiestas calendarizadas. ®