Atreverse con el idioma, jugar, no ceder ante regionalismos de ninguna laya, manifestaciones casi crípticas y excluyentes de un dialecto, un uso particular o geográfico de una lengua, esa entidad abstracta, la lengua castellana o española, que ya no es privativa de Castilla ni de España sino cuyo número mayor de hablantes se encuentra precisamente en Hispanoamérica. Otros dialectos, el cubano y el argentino en forma preponderante, se han visto más favorecidos por los escritores, no por los grandes o raras veces, sino por las generaciones recientes o las más remotas, pasado y contemporaneidad parecen fundirse en una rara amalgama, como sucede con culteranismo y lenguaje coloquial, chacota y profundidad de tono, mero lucimiento verbal, rayano en la provocación, y sentido auténticamente crítico, que signan y preñan el estilo, ya en verso ya en prosa, de Daniel Sada (Mexicali, 1953), un outsider, un retador que se ha atrevido a pisar territorio hostil y ajeno, el de los poetas, otrora conquistado y defendido por esas figuras señeras, patriarcas extintos que han dejado acéfalas las cliques literarias en México, habiendo sido éstos poetas fundamentalmente y también ensayistas.
Las incursiones en el ensayo de Sada han sido más bien escasas y acotadas. Quizás como don Luis de Góngora y Argote, a quien también se le daba combinar la vena culta y la vena popular, si bien no en una y la misma obra, a Sada no le alcance el momentum como para adentrarse en los terrenos de la prosa vera e propria, como se dice en toscano, esa que Paz, siguiendo a los lingüistas, decía que era una deformación de la mente, cincelada y urdida por el mismísimo Aristóteles, si bien la escritura narrativa de Sada es todo excepto convencional. Su apabullante éxito con el verso sólo puede asombrar a los incautos. Medir las frases, alternar cláusulas largas con medias y breves, el uso frecuente de aliteraciones, redundancias y cacofonías (estas últimas en sentido chusco, claro está), recursos que sumados al oído fino para el lenguaje coloquial (popular, paisano y arcaizante) eran procedimientos que ya conocían sus lectores de prosa. Ahí cabría invertir el valor de la pregunta que se estarán haciendo los detractores de Sada, en el sentido de que no se trata de un prosista que incursiona en el verso sino de un versificador que había estado perdiendo el tiempo con la prosa. Pues bien, publicar en los sellos editoriales que ha conquistado no puede llamarse pérdida. Sada ha sido muy hábil en su trato con sus cofrades literatos y, sobre todo, con sus editores, de otra forma, ¿cómo explicarse la aparición de unas obras cuyo tildado estilo no podía representar un reto mayor para sus lectores? Los académicos y entendidos lo han ayudado igualmente con sus críticas y apreciaciones, eso que ni qué (como se permitiría escribir él).
Aquí (México: FCE, 2007), volumen de poesía dividido en once incursiones (no diez ni doce), es un viaje a través de comarcas remotas, envueltas en la bruma, los recuerdos de las mocedades del poeta, por piqueras y pueblos, sus furtivos amores con mujeres, sus deseos más íntimos (albures, franca genitalidad, temores inconfesables, no los últimos relacionados con la violencia anal), todos estos tópicos y otros más, arropados en un lenguaje, unos vocablos cultos y populares, las más veces fuera de uso, ensartados en una serie de asociaciones insólitas a la vez que herméticas, que sirven para velar, disimular y conferirle esa sabia vaguedad y ambivalencia, no ajena al humor corrosivo, la ironía y el chascarrillo, engalanadas con las más suntuosas y ricas fábricas del idioma, fruto de una atenta lectura de los poetas barrocos. Sada es el único autor del norte de México que, sin despreciar los temas de narcos, cantinas y corridos, ha sabido preservar el habla norestense a la vez que continuar por la senda de veneración y celo por la lengua española que recorriera, entre otros, Julio Torri, natural de Coahuila, el estado donde bebiera sus primeras leches y libara sus primeros espíritus nuestro poeta. ®