En la relación madre e hijo no todo es color de rosa, hay fuertes sentimientos de preocupación que son parte de las respuestas saludables maternales y que están relacionados con un circuito cerebral que podríamos llamar de “revisar y preocuparse”.
La investigación dentro de las neurociencias sobre las bases cerebrales involucradas en la conducta maternal son interesantes, aquí me permito compartir únicamente unas cuantas de esas investigaciones, ya que hablar más ampliamente sobre el tema debería de extenderse a tres momentos de la reproducción, que son el embarazo, el alumbramiento y la lactancia. Aquí sólo diré algo sobre el último periodo y sólo en investigaciones que han usado la resonancia magnética funcional.
Ser madre significa muchas cosas, pero podríamos caracterizarlo como la capacidad de cuidar adecuadamente a un niño al ser capaz de reconocer y darle un alto significado a las señales que mande un bebé, para ello debe de hacer contacto visual con el niño, debe de ser capaz de lograr una empatía adecuada y expresar su afecto de manera positiva, como vocalizaciones o caricias.
Lograr lo anterior depende del correcto funcionamiento de redes neuronales que tienen que ver con la generación y organización emocional, la atención, la función ejecutiva, la recompensa, la motivación y los circuitos sensoriomotores. Veamos cada uno de ellos.
Recompensa y motivación
Estas funciones están mediadas por diversos mecanismos, pero resaltaré dos: la dopamina y la oxitocina. La dopamina se origina en el tallo cerebral y está relacionada con todos los estímulos recompensantes, como el sexo, la comida y la cara de nuestros bebés (Strathearn et al., 2008). El hecho de que para una madre ver la cara de su bebé sea motivo de regocijo es porque sirve a la formación de un vínculo con él e indica que está sensibilizada hacia todo lo que haga.
Por otro lado, la oxitocina abunda en la amígdala y esta región cerebral responde especialmente fuerte al llanto y risa del propio hijo (Barrett et al., 2012); digamos entonces que la oxitocina y la amígdala median parte de las respuestas emocionales asociadas al vínculo que se establece entre la madre y el niño.
Pero en la relación madre e hijo no todo es color de rosa, hay fuertes sentimientos de preocupación que son parte de las respuestas saludables maternales y que están relacionados con un circuito cerebral que podríamos llamas de “revisar y preocuparse” (que interesantemente se sobreponen a las regiones cerebrales ligadas a la ansiedad obsesiva; básicamente ganglios basales y corteza frontal). Esta preocupación se dispara después del alumbramiento y va disminuyendo en los siguientes cuatro meses (Kim et al., 2013). El problema aquí es cuando hay un aumento o disminución anormal de la preocupación y se cae en una psicopatología, de la cual hablaremos al final del texto.
Regulación de emociones
Las mamás tienen que ser capaces de detectar y manejar la angustia infantil y la propia; esta habilidad de hecho constituye un predictor de desarrollo de los niños (Joosen et al., 2012) y ha sido ligada con la capacidad de la corteza prefrontal y la corteza cingulada anterior de regular la activación de la amígdala. Las investigaciones lo que hacen es, en términos generales, poner a madres videos o grabaciones de sonido del llanto de su propio hijo y escanear su cerebro mientras ve y oye los estímulos al tiempo que se le pide que trate de no sentirse angustiada, observándose que quienes tienen mayor habilidad de controlarse es porque se activan más la corteza prefrontal y la corteza cingulada anterior que habíamos mencionado antes (Ochsner et al., 2012).
Empatía parental
Podríamos decir que empatía es la apropiada percepción de las emociones de las otras personas y también que es una instancia de las funciones altruistas. Participan diversas regiones cerebrales (muchas de las cuales son parte de las bases neuronales de la teoría de la mente), entre las que destacaríamos la corteza cingulada anterior, la ínsula anterior, la corteza prefrontal medial, precuneo, unión temporoparietal, sulcus temporal superior posterior, corteza orbitofrontal y amígdala. Esta capacidad de entender qué está sucediendo con la persona con la que nos encontramos es importante porque permite saber que está pasando con ella; en el caso específico de un recién nacido que todavía no habla es algo particularmente importante (Ho et al., 2014).
Función ejecutiva
Éste es un término acuñado en 1982 por Muriel Lezak y que desde ese entonces hace referencia a tantas cosas que ha causado confusión saber cuáles son exactamente. Digamos que tiene que ver con todo aquello que nos permite lograr metas específicas, como la atención, el control inhibitorio (es tan importante no hacer cosas como sí hacer otras), memoria de trabajo (otro concepto que tiene que ver con varios otros procesos psicológicos que permiten almacenar y manipular información) y el cambio flexible de tareas. Y, como se imaginarán, hay también muchas áreas cerebrales implicadas, entre las que al menos podemos mencionar la corteza prefrontal dorsolateral y ventrolateral y el estriado.
La cuestión es que no tener flexibilidad cognitiva para dejar de hacer algunas cosas que ya estamos haciendo (inhibición) y poner atención en las necesidades de su niño para entonces planear hacer algo que le baje la angustia infantil. Esto ya ha sido demostrado, por un lado se ha visto que deficiencias en la flexibilidad cognitiva y memoria de trabajo están relacionados con pobre sensibilidad maternal al malestar de los infantes (Gonzalez et al., 2012), al mismo tiempo que incremento de la atención a la angustia infantil está relacionado con altos puntajes en cuestionarios de apego parental (Pearson et al., 2010).
Factores posparto
Hasta este momento hemos hablado de las redes neuronales que tienen que ver con las bases neuronales que posibilitan las respuestas adecuadas y sensibles a los niños. Ahora revisaremos factores ambientales, conductuales y hormonales que parecen estar relacionados con la manera en que el cerebro de las madres responde a los infantes. Hablaremos específicamente de los cambios anatómicos en el cerebro maternal, el nacimiento y métodos de alimentación, el papel de las hormonas, la exposición a estrés y la adversidad en la infancia y, por último en esta sección, el cerebro maternal y asociaciones conductuales.
Cambios anatómicos en el cerebro maternal
Cuando hablamos de cambios en el cerebro hacemos referencia a cambios que den base a la motivación maternal y la doten de la capacidad de detectar y responder a la llamada del niño. Se han realizado investigaciones que han demostrado que aquellas regiones que ya hemos mencionado que tienen que ver con la motivación (estriado, amígdala, hipotálamo y sustancia negra) crecen; de igual manera se ha observado un aumento de las áreas que tienen que ver con el procesamiento sensorial y la empatía: giro temporal superior, tálamo, ínsula y el giro pre y post central, y también se ha investigado cómo la corteza cingulada anterior es mayor, lo cual, como hemos visto, tiene que ver con la regulación emocional (Kim et al., 2010a).
Nacimiento y métodos de alimentación
Básicamente hay dos formas de nacer: parto natural o por cesárea, y los estudios han ido señalando una clara diferencia entre ellas en lo que respecta a la manera en que las madres cuidan a sus hijos. El parto vaginal aumenta la oxitocina (Morgan et al., 1992) y hay mayor respuesta en áreas cerebrales que tienen que ver con la motivación, el procesamiento sensorial y de control cognitivo y emocional, y eso tiene como correspondencia una mayor respuesta neuronal al llanto del bebé (Swain et al., 2008). Interesantemente, en mujeres sanas estas diferencias desaparecen tres o cuatro meses después del parto (Swain, 2011).
Con respecto a la forma de alimentación, también tenemos dos opciones: pecho o fórmula (biberón). Una vez más, dar pecho incrementa la oxitocina, aumenta la sensibilidad maternal y disminuye la negligencia (Strathearn et al., 2009b); correspondientemente hay un aumento de la respuesta neuronal al llanto del propio niño (Kim et al., 2011). De manera interesante, las regiones cerebrales que mencionamos que tienen que ver con el nacimiento vaginal se empalman con las que tienen que ver con la alimentación por pecho.
Hormonas
Ha habido mucha investigación sobre cómo afecta la administración de oxitocina a las personas, en este caso en particular a mujeres que son o no madres. Sólo se mencionarán dos estudios; se ha visto que reduce la respuesta de la amígdala a estímulos emocionales negativos (Rupp et al., 2012) y también se ha comprobado que incrementa la activación de áreas relacionadas a la regulación de las emociones y la empatía (Riem et al., 2013).
Pero uno no anda por la vida dándoles a oler la oxcitocina a las personas para que se vuelvan más apapachadoras. Más bien existen diferencias entre las personas y se ha investigado a qué se deben estas diferencias. Una de las fuentes más estudiadas son las variaciones genéticas. Hay un genotipo (AA) que está asociado a mayor expresión de receptores y que mostraron mayores niveles de crianza positiva (Michalska et al., 2014). Por otro lado, una variación genética asociada a menor expresión del gen receptor al estrógeno asociado a una crianza severa (Lahey et al., 2012).
Exposición a estrés y adversidad en la infancia
En términos generales podemos decir que el estrés es malo. Aquí hay dos líneas de investigación: cómo el estrés deteriora la respuesta de las mamás a las necesidades de los niños y cómo el estrés ejerce un efecto deletéreo en el cerebro de los infantes. En la primera de las vertientes, se ha visto que el estrés disminuye la respuesta neuronal y conductual a los bebés (Barrett et al., 2012); al parecer las mujeres que sufrieron de maltrato infantil generan menos oxitocina y tienen menos capacidades de regulación emocional y menos motivación maternal (Champagne et al., 2003). Por otro lado, se ha encontrado que el cuidado maternal de alta calidad está asociado a un aumento de la sustancia gris en regiones de control emocional y de procesamiento sensorial.
También se ha observado en las investigaciones que madres que en su relación de pareja se relacionaban de manera insegura, tenían menos oxitocina, menos respuestas en su interacción con el infante y menos sintonización a las vocalizaciones de su hijo, lo que trae como consecuencia que los niños a los catorce meses tengan mayores niveles de inseguridad.
Relaciones madre–hijo y cerebro maternal
Variaciones en los patrones de activación se corresponden a variaciones en la forma de relacionarse entre la madre y el hijo. Madres sincrónicas tienen más activado el núcleo accumbens (una de las áreas más involucradas con la sensación de recompensa) y también tienen más activadas las áreas de procesamiento de la información social. También se ha visto que hay una asociación entre conductas de cuidado y el nivel de activación en las áreas cerebrales involucradas en la regulación de las emociones (Atzil et al., 2013), y se ha descubierto que hay mayores respuestas a las señales del propio hijo en regiones cerebrales que tienen que ver con el procesamiento de la información sensorial y social, que a su vez están asociadas a las conductas parentales positivas. Por otro lado, las madres intrusivas tienen más activada la amígdala, lo que se interpreta como que están padeciendo más altos niveles de estrés (Atzil et al., 2011).
Psicopatología maternal
La depresión postparto es quizás la más conocida de las psicopatologías relacionadas con el alumbramiento, pero también se ha visto que hay otras condiciones que afectan la calidad del cuidado maternal, por ejemplo las mujeres que han sido víctima de violencia y sufren de estrés postraumático o las que abusan de sustancias, se ha visto que menoscaban su capacidad de cuidar a sus hijos.
En el caso de la depresión postparto, su incidencia varía entre 15 y 20% de todas las mujeres, pero sobre todo se concentra en aquellas mujeres que están estresadas; son minoría, jóvenes, pobres y que es la primera vez que dan a luz. En esas condiciones la incidencia puede subir desde 50 hasta 80%. En todas ellas se ha observado una menor activación de la respuesta neuronal en una serie de regiones límbicas y corticales en respuesta a señales de angustia de niños, lo que indica una reducción en la sensibilidad maternal (Moses–Kolko et al., 2010).
El desorden del estrés postraumático se caracteriza por retrospecciones, hiperactivación, hipervigilancia, obnubilación emocional, inestabilidad emocional, insomnio y evitación de situaciones que inicien el estrés. Si se ha sido víctima de violencia aumenta la respuesta en el circuito del miedo (corteza entorinal anterior bilateral, caudado izquierdo, ínsula izquierda, giro frontal superior y parte superior de ambos lóbulos parietales), lo cual produce reducción de la disposición maternal emocional para la atención conjunta durante el juego (Schechter et al., 2010).
Por último, está el abuso de sustancias. Muchas mujeres dejan de consumir drogas durante el embarazo, pero una vez pasado el alumbramiento retoman su consumo, y se ha reportado que esto aumenta la probabilidad de abuso de los menores o bien negligencia a sus necesidades. En la opinión de los expertos las drogas y los hijos compiten por acaparar el mismo circuito de recompensa, por ello si las drogas secuestran ese circuito que es crítico para el cuidado maternal se dispara el maltrato (Rutherford et al., 2011). Por último, no extrañará a los lectores saber que muchas mujeres adictas fueron a su vez víctimas de una madre abusiva o negligente, lo cual aumenta la probabilidad de ser a su vez madres que no cumplen con su papel de cuidado y protección (Kim et al., 2014b).
Para no terminar con un tono pesimista, todas estas investigaciones ayudan a diseñar intervenciones que mejoren la conducta amorosa de las madres. Se ha demostrado que aquellas madres a las que se les ayudó a reorganizar su forma de vincularse con su hijo lograron establecer un vínculo más seguro (Kim et al., 2014). Hay varios programas para hacerlo, pero todas logran bajar la activación de las regiones ligadas al miedo, el estrés y la angustia, al mismo tiempo que aumentan las que tienen que ver con la empatía, la información sensorial y social y la regulación de emociones (Swain et al., 2014a). ®
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