En la década de los años cincuenta empieza a conocerse el nombre de un nuevo productor de cine en México: el del yucateco Manuel Barbachano Ponce, quien mira al cine como arte e industria, y no sólo como una mercancía.
I.
Manuel Barchano Ponce forma parte del grupo de artistas e intelectuales yucatecos que a finales de los cuarenta y principios de los cincuenta del siglo pasado, en su mayoría se agruparon en la revista editada en Mérida: Voces Verdes. Este hecho literario es un fenómeno que irrumpe en la tierra de las lajas y los atardeceres rojos y magentas. La revista la formaron Alberto Cervera Espejo, Roger Cicero McKiney, Fernando Espejo Méndez, Eugenio Herrero y Raúl Renán. De aquí emana el grupo de teatro La Casona, que significa la contemporaneidad de la escena yucateca.
Cerca de este grupo se encontraba Manuel Barbachano Ponce, quien pocos años después se convertiría en el relevo generacional de los productores de cine en México, con esa manera de mirar al cine como arte e industria, y no sólo como una mercancía.
Este hombre de aspecto amble y bonachón, a quien, en sus propias palabras, El acorazado Potemkim, de Serguéi Eisenstein, con su “torrente de imágenes”, lo marcó para siempre, creó junto con el poeta Fernando Espejo tres noticieros para pasarse en las salas de cine, que por su diferencia se vuelven muy importantes para la época.
La rancia intelectualidad yucateca de ese tiempo criticaba al cómico que aparecía en uno de los noticieros y que se hacía llamar don Humberto Cahuich por sus chistes “crueles” sobre los yucatecos y su forma de ser y de hablar, sobre todo porque era campechano y no yucateco.
Varias décadas después Fernando Espejo se volvería hijo predilecto de Mérida por sus charlas, conferencias y libros sobre la forma de hablar del yucateco y que el doctor Jesús Amaro había denominado huayeísmo.
Son muchos premios para una sola empresa y un solo productor. De esta manera Barbachano Ponce demostraba a la falleciente industria del cine en México sus huecos y su desidia, su mercantilismo a priori.
El empuje con que comienza Barbachano su carrera de guionista, director y productor es sorprendente; en un año, el de 1952, su compañía Teleproducciones gana varios festivales internacionales con documentales y cortometrajes: Retrato de un pintor, sobre la vida y obra de Diego Rivera; El Botas, la vida de un chiquillo vagabundo en el puerto de Veracruz, y Tierra de chicle, sobre la dramática la vida de un chiclero, los que recibieron Diploma en el IV Congreso Internacional de Películas Eductivas, Documentales y de Corto Metraje celebrado en París en marzo de 1953. También Toreros mexicanos, 2º Premio en el Festival Mundial de la película deportiva celebrado en Cortina D’Ampezzo, Italia, en marzo de 1953; La pintura mural mexicana, mención honorífica en el Festival Internacional de Cannes en abril de 1953. Ese año recibe el Ariel en México por su Noticiero Cine Verdad.
Como vemos, son muchos premios para una sola empresa y un solo productor. De esta manera Barbachano Ponce demostraba a la falleciente industria del cine en México sus huecos y su desidia, su mercantilismo a priori.
Como en alguna ocasión me dijo la actriz Meche Barba:
—El cine mexicano dejó mucho dinero, lástima que no todo regresó al cine.
Y era cierto, además de una ya conocida cerrazón de productores y directores ante la nueva generación.
II.
El primer largometraje, por no estar afiliado a la mafia cinematográfica y sus sindicatos, tuvo que “truquearlo” ante la oficialidad y lo presentó como cuatro cortometrajes basados en cuatro cuentos de Francisco Rojas González, de quien ya antes Matilde Landeta había llevado dos de sus novelas al cine: Lola Casanova (1948), con Meche Barba, y La negra Angustias (1949), con María Elena Marqués. Y creo que es justo decirlo, Matilde tuvo que sortear muchos baches y golpes bajos para poder filmar y terminar su trabajo fílmico, que representaba una visión femenina más contemporánea que la de la directora Perlita, con todos los asegunes de la época.
Por tercera ocasión, Rojas González y su literatura se veían reflejados en el cine, en este caso, con un golpe más certero como producción independiente.
Raíces, filmada en 1953 y estrenada en 1955, demuestra lo que veremos en trabajos posteriores de Manuel, la reunión, el arte de poder juntar, agrupar arropar a un buen grupo de excelencia artística: Fernando Gamboa como consejero artístico, Blas Galindo, Pablo Moncayo, Rodolfo Halffter, Guillermo Noriega y Silvestre Revueltas en la música. Entre los guionistas, Carlos Velo, Benito Alazraki, María Elena Lazo más Elena Urrutia, Jomi García Ascot y Fernando Espejo. Esta cinta recibió en Cannes el Premio de la Federación Internacional de la Prensa Cinematográfica.
Las críticas fueron más que halagadoras, y a diez años de distancia Jorge Ayala Blanco escribió en la primera edición de La aventura del cine mexicano: “Sólo algunas imágenes del fanatismo pasivo ironizado en El tuerto o la elevada tensión erótica que provocan la piel morena y los gestos lúbricos de Alicia del Lago en La potranca tienen aún vigencia”.
En su siguiente cinta, ¡Torero! (1956), se narra de una manera épica la biografía del torero Luis Procuna. Carlos Fuentes publica en la Revista de la Universidad, con el seudónimo “Fósforo II”: “Torero dibuja la fisonomía de Luis Procuna con acento de verdad y drama, a la vez que rodea ese trazo personal de elementos de vocación, de situación mexicana rara vez experimentada en un cine que parece hecho por marcianos para un público de venusinos. Comunicación: tal es la palabra clave para entender el gran logro de Torero”.
Después es cuando comienzan las grandes producciones, como Café Colón (1958), con una María Félix recién llegada de las Europas; Nazarín (1958), basada en la novela homónima de Benito Pérez Galdós, dirigida por Luis Buñuel, y que recibió el Gran Premio Internacional del Jurado en el Festival de Cannes en 1959; Sonataso Las aventuras del marqués de Brandomín (1959), basada en textos de Ramón del Valle Inclán y con la presencia de una María Félix en la madurez de su salvaje belleza, que interpreta a la niña mestiza maya Chole, del libro Sonatas de estío. Y la mítica Cuba baila (1959), con la imagen de una insuperable Rosaura Revueltas; película filmada en una Cuba donde ya se notan cambios estructurales importantes y que, como escribe Emilio García Riera en el tomo 7 de su Historia Documental del Cine Mexicano:
Con esta película y con Historias de la Revolución inició Cuba, bajo la dirección del recién fundado ICAIC (Instituto Cubano del Arte e Industria Cinematográficos), una nueva época de su cine de largo metraje: una época acorde a las exigencias del cambio político radical que llevaría al país por el camino socialista. Corresponde pues al productor mexicano Manuel Barbachano Ponce el mérito de haber apoyado una de las primeras empresas no capitalistas del cine latinoamericano.
III.
En los sesenta es Juan Rulfo quien estelariza las grandes producciones, con El gallo de oro (1964) y Pedro Páramo (1966). En Los bienamados (1964), adaptación de dos cuentos, uno de Carlos Fuentes y otro de Juan García Ponce, veremos en pantalla a muchos de los que crean la cultura mexicana de la segunda mitad del siglo XX: Leonora Carrington, Carlos Monsiváis, Sergio Aragonés, José Donoso, Juan García Ponce, Carlos Fuentes, Juan Ibáñez, José Luis Ibáñez, Lilia Carrillo, Juan Vicente Melo, Fernando García Melo, Manuel Felguérez, Maka Strauss, Mercedes Oteyza y Hugo Velázquez. Estas películas representan otra forma de narrar el cine en México y una mirada diferente de ver a un país que se transforma y que ya no encaja en los clásicos melodramas de la Epoca de Oro del Cine Mexicano. He aquí el acierto.
En 1958 Manuel Barbachano Ponce recopila la sección de chistes que aparecían en sus noticieros y produce tres cintas: Chistelandia, Nueva Chistelandia y Vuelve Chistelandia, con sus personajes Flecos Bill, Perla Jones, don Humberto Cahuich, Cuco Peluche y don Silvio Pinole. La Wikipedia apunta que “Un aspecto interesante de éstas películas es el estilo peculiar de su humor, alejados totalmente de los convencionalismos de la época y evitando clichés o imitaciones de las comedias mexicanas”.
A esto podríamos añadir que esas recopilaciones son la muestra de un humor muy yucateco y que, tristemente, las nuevas generaciones, las de finales del siglo XX y principios del siglo XXI han perdido total y absolutamente. El sano arte de reírse de la vida de los otros y de la nuestra, y que tan bien ejemplificaron Vicente Gaona “Picheta” y Felipe Salazar “Pichorra”, así como el siempre bien ponderado pero nunca igualado Max Salazar, “Primero Peluquero” y “Poeta del Crucero”.
Viene un silencio como productor, guionista y director de cine. Catorce años después Manuel Barbachano regresará con nuevos bríos para apoyar a dos noveles directores de cine: Paul Leduc y el enfant terrible Jaime Humberto Hermosillo, quien será censurado y enlatado, pero que maravillará a un público sediento de nuevos temas y de otras formas más contemporáneas de ver la vida de un país cuya industria cinematográfica es casi inexistente. No podemos decir que Rubén Gámez pertenece a aquella generación de directores de cine, pero sí que era casi desconocido para las nuevas audiencias de las salas cinematográficas; Barbachano produjo Tequila en 1992.
En un principio dije que Manuel Barbachano era bonachón; sí, lo era, tenía esa bonhomía que permite amar y ser amado por igual, y esto lo comprueban los nombres de sus colaboradores, entre los que podemos recordar a Octavio Paz, Carlos Fuentes, José Luis Cuevas, Juan García Ponce, Fernando Espejo, Emilio Carballido, Gabriel García Márquez, Juan Rulfo y José Joaquín Blanco, entre muchos otros, y que forman el tejido cultural de un país que se niega a desaparecer. ®
Continuará.