En su libro Miedo y construcción de paz en México el autor busca conectar el miedo a la violencia y sus efectos en el desarrollo social y democrático y contribuir a la construcción de la paz en México, lo que es imposible en un contexto de miedo y terror.
En México no se ha logrado contener la violencia, especialmente la originada por las actividades de los grupos delictivos, lo que ha generado amplios y severos daños en la sociedad mexicana no sólo en materia de seguridad y de economía, sino también en término psicológicos y en la conducta política.
Una serie de estudios acerca de esos efectos sobre los ciudadanos ha sido reunida en el libro Miedo y construcción de paz en México (México: CIDE, 2019), de Mauricio Meschoulam. En ese volumen, dice el autor, se busca conectar el miedo a la violencia y sus efectos en el desarrollo social y democrático del país y contribuir a la construcción de la paz en México, lo que es imposible en un contexto de miedo y terror.
Así, para el autor “edificar sociedades pacíficas, democráticas e incluyentes requiere acciones políticas, económicas y sociales que atiendan los factores estructurales y que construyan instituciones que garanticen la equidad y el respeto”.
Sobre esos temas conversamos con Meschoulam, quien es doctor en Políticas Públicas y Administración por la Walden University y profesor en la Universidad Iberoamericana, la UNAM y el Instituto Tecnológico Autónomo de México. Director del Centro de Investigaciones para la Paz México, autor de tres libros, es columnista en El Universal y colaborador en Foro TV, W Radio y varios medios internacionales.
—¿Por qué publicar un libro sobre la construcción del miedo en el contexto de inseguridad que vive el país y las posibilidades de paz en una sociedad como la mexicana?
—El libro concentra investigaciones que hemos efectuado desde hace muchos años. Se puede ver desde una perspectiva académica, de síntesis, de reunir en un mismo volumen las investigaciones que hemos hecho en un orden cronológico y en una secuencia estructurada porque vistas en conjunto es distinto. Se pueden leer de manera suelta, y cada una tiene su propia e interesante lógica, pero no es lo mismo nunca verlas juntas.
El tema es fundamental, y el libro tiene una lógica que nos permite entender que, en la medida en que exista falta de paz, hay miedo, y que en la medida en que hay miedo se alimenta la falta de paz. Esto es un círculo del que podríamos no salir nunca porque el miedo nos vuelve más proclives a medidas que, a su vez, alimentan la falta de paz; por ejemplo, nutre las venganzas, las opciones más autoritarias y que no se apoyen procesos de paz.
Si alguien sale y dice “quiero un proceso de pacificación”, la gente reacciona con mucha ira y violencia; así pasó, por ejemplo, en el caso de Colombia con una parte de la población. ¿Por qué? Tenemos miedo y terror, y cuando hay un entorno así se exacerba una serie de sentimientos y de reacciones: nos comportamos de formas peculiares, de manera tal que se rompe la posibilidad de construir paz.
El propósito del libro, además de sintetizar las investigaciones, es el argumento de la necesidad: en algún punto se tiene que romper el círculo. ¿Dónde se rompe primero? Por supuesto, debe haber medidas para reducir la violencia y para aumentar la seguridad. Al mismo tiempo, debe haberla para mitigar el miedo: debemos saber enfrentarlo y reducirlo para que tengamos un mejor entorno, en el que las políticas de construcción de paz puedan florecer.
Si alguien sale y dice “quiero un proceso de pacificación”, la gente reacciona con mucha ira y violencia; así pasó, por ejemplo, en el caso de Colombia con una parte de la población.
Hay un detalle del libro: el último estudio es de 2017, pero en 2018 llevamos a cabo uno ahora sí por primera vez representativo a escala nacional. Lo que hicimos fue traducir los estudios cualitativos en un instrumento cuantitativo para ser aplicado en una muestra nacional. Básicamente es un estudio que valida, ya en el plano nacional y de manera representativa, los hallazgos mayores que se manifiestan en el libro. No hay grandes cambios de lo que decimos en éste y, por lo tanto, las recomendaciones son las mismas, nada más que ahora sí tenemos evidencia.
En el libro constantemente digo que estos estudios son exploratorios, muestras no representativas a escala nacional, porque hasta allí íbamos. Ya no: hoy podemos afirmar que estos hallazgos son de cómo piensa la mayor parte de los mexicanos de acuerdo con el último estudio, que va a ser publicado próximamente y que es interesantísimo.
—En el libro hace una distinción entre terrorismo en sus acepciones clásicas, que usted niega que se pueda aplicar a nuestra situación, aunque dice que es cuasiterrorista. ¿Cuál es el matiz?
—El terrorismo clásico es una estrategia de combate de carácter asimétrico que es usada por actores generalmente no estatales. Así es como se entiende en la mayor parte de las definiciones. Además busca, mediante la inducción a un estado de shock, conmoción y terror en una sociedad, generar presiones y alteraciones en la conducta, en las opiniones, en las actitudes de la gente, y de esa forma impulsar motivaciones que normalmente son políticas.
Es posible polemizar sobre esto, sobre todo porque el terrorismo es un fenómeno que ha evolucionado, y no podemos solamente remitirnos a las definiciones de terrorismo de los años sesenta, setenta u ochenta, sino que han cambiado. Hoy las bases de datos que se utilizan para medir este tipo de violencia ya incluyen otro tipo de motivaciones que no son sólo políticas sino, por ejemplo, económicas, sociales y demás.
Podríamos polemizar desde esa perspectiva, pero lo que sí queda claro es que no es terrorismo clásico. Pero el meollo de ese tipo de violencia es quién es el blanco real de ella. Cuando se comete un ataque terrorista como poner una bomba en un café, las víctimas directas son las personas que lamentablemente estaban allí y que murieron. Pero no eran el blanco del ataque: se puso la bomba para generar un estado de pánico, de estrés en terceros. Éstos son el blanco. ¿Quiénes son? La sociedad, los políticos, para que reciban el mensaje y se genere un sentido de presión psicológica.
Cuando ocurre un acto entre bandas criminales en México eso es muy difuso; no siempre es tan claro, aunque a veces sí tienes una víctima directa, que puede ser, por ejemplo, otro cártel o autoridades. Pero ¿quién es el blanco real? Pues a veces otra banda a la que se le envía el mensaje, a veces es a las autoridades, a una parte de la sociedad, para decir “Mira lo que pasa si no hacen caso a lo que digo”. Pero a veces no es tan claro.
Un detalle muy importante: se dice que en el terrorismo clásico las víctimas de la violencia son civiles o no combatientes, pero en el caso de las bandas criminales muchas veces todos son civiles armados, y no podrías decir que son no combatientes. Si hay un descabezado colgado de un puente, ¿es un civil no combatiente? No necesariamente. ¿A quién le están queriendo mandar el mensaje? Tal vez a otra banda criminal, acaso al gobierno. Entonces eso se da de manera confusa.
Cuando se comete un ataque terrorista como poner una bomba en un café, las víctimas directas son las personas que lamentablemente estaban allí y que murieron. Pero no eran el blanco del ataque: se puso la bomba para generar un estado de pánico, de estrés en terceros. Éstos son el blanco.
En la medida en que los eventos no son tan claros es imposible hablar de un terrorismo clásico, como si fuera Hezbollah, que explotó un complejo donde había ciudadanos judíos argentinos. A veces grupos criminales lanzan una granada en una plaza pública en una festividad, lo cual sí se parece más al terrorismo. Pero a veces no es tan claro.
He optado, para evitar confusiones, de tratar de usar un término que nos ayude a entender la complejidad del fenómeno, y por eso lo llamo cuasiterrorismo. Cito a un colega que estuvo en el CIDE, Brian Phillips, quien dice que es muy simple: son grupos del crimen organizado que, a veces, usan tácticas terroristas.
El foco no es tanto pelearnos con ese tema, sino en que está produciendo efectos psicosociales en amplias capas de la población. Así, el video que delincuentes subieron a YouTube no sólo lo vieron la banda criminal y el gobierno, sino dos millones de personas. ¿Quiénes son ellas y cuáles son los efectos psicosociales que tienen porque han atestiguado ese tamaño de violencia (y varios videos que hemos visto son espantosos, desgarradores)?
—¿Cómo se construye el miedo en México? En el libro se presentan varias encuestas y entrevistas, y las principales fuentes son la experiencia del entrevistado y conversaciones con familiares, amigos y vecinos, mientras que los medios de comunicación son muy limitados.
—En una encuesta detectamos que hay gran presencia de síntomas sugerentes de estrés postraumático en la población, los que se incrementaban en la medida en que la persona tenía contacto con medios de comunicación y redes sociales. O sea, entre más conectados con estos últimos, más probabilidades hay de que se manifiesten los síntomas. Parecía que los medios tenían alta responsabilidad, pero cuando entrevistamos a la gente nos decía: “¿Los medios? Ni les hago caso. Pero mire lo que está pasando en la colonia: observe la esquina, a los policías, esto otro”. Los entrevistados empezaban a contar de su experiencia, de lo que platicaban con otros. Les insistimos: ¿y los medios? Respondían: “Sólo quieren inyectar enojo y basura, sólo quieren vender”.
“¿Los medios? Ni les hago caso. Pero mire lo que está pasando en la colonia: observe la esquina, a los policías, esto otro”. Los entrevistados empezaban a contar de su experiencia, de lo que platicaban con otros. Les insistimos: ¿y los medios? Respondían: “Sólo quieren inyectar enojo y basura, sólo quieren vender”.
Hallamos una alta desconfianza en los medios; esto no significa que los entrevistados no prendan la tele: lo hacen, nada más no le creen y piensan mal de ella, y no es lo que usan para valorar lo que pasa en el país.
Empezamos a detectar ese patrón desde las primeras entrevistas en una colonia, después fuimos a treinta de ellas y a salir a los estados, y encontramos que se repetía…
—Incluso en una empresa…
—Sí. Nos metimos en una empresa, donde se trabaja de lujo, donde la gente es muy bien tratada, con comedor y escuela, y la gente nos decía: “Imagínese usted: los policías vinieron a hacer un cateo al edificio donde vivo, otra banda criminal que busca y rompe todo”. Otra experiencia: “No puedo llegar a mi casa en taxi porque el conductor dice que no entra en mi colonia y me deja en la esquina”.
Empezamos a hallar dos factores: la experiencia propia o la de la gente cercana. La vivencia de las personas cercanas (lo que le pasó al vecino, al amigo, al familiar) es el factor fundamental que alimenta a los ciudadanos sobre qué es lo que pasa en el país en cuanto a miedo.
Los medios sí cuentan como factor que produce estrés, y es donde se amarra el círculo. Ellos y las redes son factores importantes de esparcimiento del pánico, del miedo, del estrés y eso es lo que hace que se prefiera la evasión.
¿Por qué la gente normaliza el miedo? Son mecanismos de defensa: ya no le dicen nada veinte muertos, y prefiere evadirse: ver una serie, un programa de entretenimiento, de música o de deporte, algo distinto con tal de no sentirse estresado.
—Sobre las percepciones: en el libro hay una anécdota de que en Tijuana un taxista le dijo que allí ya estaban razonablemente bien, que la que estaba mal era Monterrey. Pero los datos decían que no era cierto. ¿Cómo se construye esa percepción?
—Somos seres más complejos que lo que dicen las cifras, y más dados a hablar de cómo nos fue en la feria, no basados en lo que dicen las estadísticas. Si una persona percibe que hay riesgo para su seguridad, para su familia o para alguien cercano automáticamente concluye que ese sitio es inseguro. Le podrán enseñar gráficas que tal vez son ciertas que digan que la tasa de homicidios ha bajado, pero si vio una cabeza metida en una bolsa en el estacionamiento de un centro comercial, o se lo contó el amigo, considera que la situación está muy grave. ¿Cuáles son nuestros parámetros para juzgar? Qué tanto se escucha, se vive, si ocurrió en la esquina, y eso termina por ser un factor fundamental para la percepción.
Le podrán enseñar gráficas que tal vez son ciertas que digan que la tasa de homicidios ha bajado, pero si vio una cabeza metida en una bolsa en el estacionamiento de un centro comercial, o se lo contó el amigo, considera que la situación está muy grave.
Lo que explico de Tijuana y Monterrey es muy relevante por la experiencia propia, por un lado, y, por otro, la sensibilidad ante las caídas o los ascensos.
Cuando Monterrey, que tenía una tasa de homicidios muy baja respecto al resto del país y no se escuchaba tanto de violencia, subió en términos relativos y no comparables con lo que ocurría en Tijuana, ese ascenso hizo que la gente empezara a hablar de ello. Esto ocurrió a pesar de que la tasa absoluta de Monterrey era inferior a la de Tijuana, donde hubo una reducción de ella.
—Y no todos los homicidios son iguales: hay unos que reciben más atención…
—Somos internacionalistas, y un asunto es cometer, por ejemplo, un atentado donde mueren personas en Londres o en París, que en Somalia, donde murieron 300 personas en un ataque. ¿Qué medio lo cubrió? Yo participo en medios internacionales y les digo: vamos a cubrir el atentado en Somalia, y responden: “No hay interés. Vamos a hablar de Trump y del impeachment”. ¿Por qué no hay interés? Pues porque cuando pasa en París, Londres, Nueva York o Barcelona se genera un impacto mediático importante, y otro asunto es que pase en Afganistán, Siria o Irak.
Pareciera que hay de muertos a muertos. Vamos a aterrizarlo en México: ocurren fenómenos de violencia de alto impacto que capturan la atención mediática, como los que ocurren en algunas capitales o sitios que más pueden tener acceso a la cobertura mediática, versus incidentes que “nos parecen” ya más comunes o más habituales. Vea nada más qué grave: encontraron una fosa común en Guerrero con más de cien cadáveres, pero no está allí ninguno de los 43 estudiantes de Ayotzinapa desaparecidos. Entonces la gente dice: “Ah, bueno, está bien”. Pero, a ver: ¿cómo que está bueno? Cien cadáveres son cien personas, seres humanos con sus historias, y no reciben cobertura mediática, no se les da la relevancia que sí reciben los 43. Las de éstos son historias con las que conectamos, que elevaron la conciencia sobre lo que estaba sucediendo, pero pareciera como que nos quedamos allí, y hablar de otros cien muertos ya nos parece más normal.
¿Qué significa en el plano internacional que, por ejemplo, un grupo terrorista en Somalia no pueda jalar la cobertura mediática cuando mata a veinte o treinta personas? Pues que explotan una o varias camionetas y mueren 200 o 300 personas, y así llaman la atención de los medios. Entonces tal vez no nos importe cuando son “solamente” seis o siete muertos.
Eso es lo que nos pasa en México. Vale la pena mirar el mundo y lo que está pasando para darnos cuenta de qué es lo que nos ocurre al interior.
—Usted colabora en varios medios y los conoce. ¿Cuáles son los principales problemas que en la construcción del miedo encuentra en los medios mexicanos?
—La situación de violencia nos agarró desprevenidos en el conocimiento de protocolos que se usan a escala internacional de cómo manejar y contar esta historia tan triste y lamentable. Se trata de generar un equilibrio entre la función de los medios, que es informar a la sociedad, darle elementos para que pueda entender lo que está viviendo y tomar sus decisiones como una función muy importante de la democracia, con, al mismo tiempo, el entendimiento de qué sucede cuando la sociedad tiene síntomas de estrés postraumático de manera tal que, consciente o inconscientemente, prefiere evadirse de esa información.
Cien cadáveres son cien personas, seres humanos con sus historias, y no reciben cobertura mediática, no se les da la relevancia que sí reciben los 43. Las de éstos son historias con las que conectamos, que elevaron la conciencia sobre lo que estaba sucediendo, pero pareciera como que nos quedamos allí, y hablar de otros cien muertos ya nos parece más normal.
Si la labor informativa no está hecha con el equilibrio adecuado, se generan síntomas, que no eran lo que se quería, lo que ocasiona que la gente termine por evitar estar informada. Es la parte más delicada que nosotros detectamos.
¿Por qué eso nos tomó desprevenidos? Pues porque en México no estábamos acostumbrados a estos niveles de violencia y al papel que tiene que desempeñarse en una cobertura. Se dice: “Es que hay que informar”. Seguro, hay que hacerlo, y nadie habla de ocultar hechos de ninguna manera. La pregunta es: ¿cómo se informa? ¿Qué tipo de fotografías son las que sí deben incluirse? Debe haber una discusión al respecto, que ya han hecho otros países, y se debe tomar en cuenta el efecto que se genera cuando se comparten imágenes de determinada naturaleza.
Aquí, por ejemplo, se nos presentó una situación: un día ocurrió una balacera cerca de un estadio en Torreón, y la televisora no sabía qué hacer porque no tenemos protocolos. ¿Qué se hace en un caso así? Nadie lo dijo ni lo enseñó y, entonces, lo que le pareció más adecuado fue apagar la imagen y poner un programa de entretenimiento. ¿Eso es lo que se hace, lo que marcan los protocolos internacionales?, ¿alguien lo ha discutido alguna vez? No estábamos preparados, y se eligió quitar la imagen; al hacerlo se empezó a generar pánico en las redes sociales. El punto es que ese pánico va generando huella, que a veces vemos y a veces no pero que impacta en nuestra conducta, y en esa medida se contribuye a una serie de procesos psicológicos muy complicados.
Por lo tanto, lo que decimos a los medios de comunicación es que debemos prepararnos, tener talleres, desarrollar estrategias de prevención, intervención y posvención.
En México estamos muy educados para que cuando sucede un terremoto, por ejemplo, inmediatamente se activan ciertos protocolos. Si ocurre un temblor y a alguien que está en la calle se le ocurre prender un cigarro, en ese mismo momento hay gente, incluso ya con chaleco, que le dice: “Por favor, no prenda ningún cigarro”. A eso me refiero.
Tiene que haber en los medios de comunicación protocolos de prevención: lo que se debe hacer antes del evento; por ejemplo, capacitación para saber qué imágenes tomar, cómo hacer el equilibrio informativo, etcétera. Se hacen ejercicios y talleres en los que los fotógrafos empiezan a entender qué tipo de imágenes deben tomar, los reporteros cómo no omitir ningún pedazo de información pero que, al mismo tiempo, cuiden a su lector, por ejemplo.
Tiene que haber en los medios de comunicación protocolos de prevención: lo que se debe hacer antes del evento; por ejemplo, capacitación para saber qué imágenes tomar, cómo hacer el equilibrio informativo. Se hacen ejercicios y talleres en los que los fotógrafos empiezan a entender qué tipo de imágenes deben tomar.
Protocolo de intervención: ¿qué hacer y cómo informar si ocurre una situación como la que pasó en Culiacán?, ¿qué deben hacer en ese momento los actores sociales para mitigar los efectos psicosociales que se producen?, ¿qué hacen los medios de comunicación para cubrir de la mejor manera posible una situación como ésa?
Ése es mi punto: no se apaga la imagen sino se mantiene viva, pero ¿cómo se produce una información que logre el equilibrio entre la necesidad de enterar a la sociedad de un asunto que ocurre y, al mismo tiempo, tratar de atenuar, por lo menos, el impacto psicosocial que se genera en la sociedad? Hay que entender cuáles son los efectos ulteriores.
Se hacen estrategias de prevención, intervención y posvención. Esta última consiste en hacer una evaluación cuando pasó la crisis: ¿cómo nos comportamos?, ¿qué hicimos bien?, ¿qué hicimos mal? ¿Hicimos bien en apagar la tele o no? ¿Qué pudimos haber mejorado? Se hace, y eso te lleva nuevamente a estrategias de prevención. Para todo eso no estamos preparados en el país.
—Hay otro problema: estamos en el mundo de las fake news, de la posverdad, y ha ocurrido que en las redes sociales se han difundido mentiras y generado pánico. ¿Qué tienen que hacer los ciudadanos?
—En el libro hay una sección dirigida a los medios, otra al gobierno, pero también hay una para la sociedad civil; por ejemplo, padres de familia, miembros de escuelas, universidades, organizaciones religiosas, deportivas, empresas…
—En lo local, entre vecinos…
—Sí. Las empresas, por ejemplo: ¿cuál es su papel en este sentido? Tratamos de involucrarla, y me parece muy importante. Esto nos conecta con un tema que incluso rebasa al libro; el último estudio incluido en él se efectuó en 2017 y se publicó en inglés en 2018. La última parte la hemos estado estudiando mucho más, y estamos en un proceso de intentar tratar de entender la parte de las fake news. Por ejemplo, se publicó un estudio en el que se dice que un tuit falso tiene 75% más probabilidades de ser retuiteado que uno verdadero, o que las noticias falsas viajan geográficamente hasta cien veces más lejos que las auténticas.
Son estudios que ya no están en el libro porque son más recientes, y dicen que somos muy chismosos: la gente piensa compartir por WhatsApp más situaciones falsas que verdaderas. ¿Cómo educas a una sociedad que reenvía al segundo todo lo que recibe, sea verdadero o sea falso? No estamos acostumbrados a verificar.
Apenas estamos viendo ejercicios incipientes en algunos países europeos, donde están empezando a ensayar estrategias de educar a los jóvenes en ese sentido. Puede ser que con ello podamos ayudar a mitigar el impacto de las noticias falsas, pero eso está todavía muy al principio.
En redes sociales el efecto del estrés colectivo y pánico es de verdad grande y un tema muy complejo. Ellas están muy poco en nuestras manos y son muy difíciles de manejar; lo que sí está en nuestras manos es la parte del gobierno, la comunicación oficial, mientras que los medios de comunicación pueden contribuir con información y datos dentro del pánico, y en la sociedad civil debe estar una cultura educativa que debemos empezar a tener.
Lo primero que el gobierno tiene que entender muy bien es qué tipo de comunicación utilizar, cómo llenar los vacíos de información en lugar de producirlos, cómo generar un discurso que contribuya a la mitigación del pánico y no a su propagación. Esto requiere de comunicadores muy profesionales y muy bien capacitados en estos tiempos y en estos aspectos.
Los medios de comunicación: dentro del pánico y de esta maraña, pueden contribuir a aportar información que, de alguna forma, pueda clavarse en las redes sociales en los grupos de WhatsApp, por ejemplo. Estoy pensando en un momento de crisis: “Hasta el momento tenemos confirmado que el gobierno está tomando este paso para tratar de mitigar la situación crítica que está ocurriendo”. Pero si desde el medio de comunicación, por el contrario, se alimenta el pánico con un “no hay control, no se sabe absolutamente nada”, entonces automáticamente empieza a generar un espacio de desinformación.
Lo primero que el gobierno tiene que entender muy bien es qué tipo de comunicación utilizar, cómo llenar los vacíos de información en lugar de producirlos, cómo generar un discurso que contribuya a la mitigación del pánico y no a su propagación.
Tal vez los medios no tienen la información, pero nadie les está diciendo que mientan. Entonces tienen la tarea de operar un momento de crisis mediante la búsqueda de información en fuentes oficiales y no oficiales, para tratar de llenar los vacíos. Ese es el papel que les toca.
En las escuelas se debe saber qué tipo de información deben manejar y asegurarnos de que sus directivos, los profesores, los padres de familia, las sociedades de alumnos estén capacitadas para activar protocolos para tratar de mitigar de alguna forma el esparcimiento de rumores, de noticias falsas, de pánico, que nos pueden llevar a tomar decisiones muchas veces desesperadas y no basadas en la información real.
Tenemos que entender cuáles son los pasos que nos ayudan a cuidarnos más; por ejemplo, cuando ocurre un incendio, lo primero que te dicen es “No corras, no empujes, camina despacio, sigue una determinada ruta y todos vamos a salir del edificio”. Entiendo que uno tiene que protegerse, pero si todo mundo empieza a correr y se empieza a empujar, ¿qué sucede? El caos y no nos protegemos.
No se trata de evadir la información del incendio; nadie dice “ocúltalo”, sino “avisa”, pero se tiene que hacer de manera tal que no se produzca pánico. Si yo digo: “Hay un incendio y difícilmente vamos a salir con vida de aquí”, pues la gente se vuelve loca. No: “Hay un incendio y hay peligro; les pedimos por favor que se levanten lentamente de su lugar, hagan una fila y traten de bajar despacio las escaleras”.
Es un protocolo de acción que no detona el pánico y que no genera un contagio de estrés colectivo; de otra forma tomamos decisiones que normalmente no nos van a proteger. Ése es el punto.
Entonces, ¿cuál es el papel de los medios? Si contribuyen a informar lo que está ocurriendo y, al mismo tiempo, a mitigar el efecto de estrés colectivo, en esa medida van a poder contribuir más a la reducción del miedo. ¿Qué ocurre? Hay muchos periodistas que dicen: “Informar es nuestra función, nosotros no tenemos la de mitigar el miedo. Nosotros nada más informamos”. Bueno, sí, pero éste es el punto: si sólo se limitan a informar y no consideran todos los elementos, muy probablemente van a recibir los comentarios que nosotros exponemos y empiecen a producir un distanciamiento entre sociedad y medios. En esa medida la sociedad permanece menos informada.
“Informar es nuestra función, nosotros no tenemos la de mitigar el miedo. Nosotros nada más informamos”. Bueno, sí, pero éste es el punto: si sólo se limitan a informar y no consideran todos los elementos, muy probablemente van a recibir los comentarios que nosotros exponemos y empiecen a producir un distanciamiento entre sociedad y medios.
Otro punto fundamental: cuando se habla de periodismo, no se trata de poner color de rosa una situación que muy probablemente es negra o roja, sino que se tiene que abordar como tal. Lo que nos dice Johan Galtung es que no hay que limitarse a cubrir la sangre porque detrás de ella hay factores subyacentes: ¿cuáles son los factores estructurales que no se están atendiendo adecuadamente para que, entonces, el tema resulte en la sangre que estás viendo? No hay que limitarse a la nota roja sino a lo que hay detrás, en la estructura.
También hay que enfocarse en lo que una sociedad debería estar haciendo para reducir los picos de violencia y para construir paz. Pensemos en el casino de Monterrey que fue incendiado y con decenas de muertos. Si me limito a hablar de los muertos, del incendio y de la situación, estoy enfocando exclusivamente la atención de las audiencias en el evento violento ocurrido.
Pero, en cambio, puedo dedicar cierto espacio a ver qué hay dentro de la corrupción en los casinos, y, por ejemplo, entrevisto a un experto en la materia para saber qué ha ocurrido en el país en ese tema, desde cuándo ocurre, qué subyace en una situación como la que ocurrió en el casino. Además, ¿qué deberían hacer los gobiernos municipal, estatal y federal para mitigar los niveles de violencia? Y el experto va a sugerir dos o tres posibles estrategias, e incluso se puede entrevistar a otro especialista y se puede generar un debate que propone otras medidas.
Así ya no sólo nos enfocamos en el fuego sino también en el debate acerca de las potenciales soluciones a las situaciones que vivimos, lo que permite generar en la audiencia reflexión en lugar de estrés y efectos psicosociales. No se va a encontrar la solución del país pero sí se contribuye para que la sociedad discuta los caminos de potencial salida que deberíamos tomar como país.
—En el libro se trata el asunto de la conducta política que adquieren desde las víctimas hasta personas con el trastorno de estrés postraumático. Se señala, por ejemplo, que a las víctimas no les gusta tanto la democracia electoral, pero sí participan en el movimiento social. ¿Cuáles son los efectos políticos de este miedo en las víctimas directas de la violencia, pero también de la sociedad que se encuentra en estrés postraumático?
—Debemos distinguir entre dos tipos de víctimas: las víctimas directas, personas que han sufrido en carne propia algún tipo de impacto a causa de la violencia. La investigación demuestra que estas víctimas, cuando experimentan un trauma personal, viven un proceso interno que se conoce como crecimiento postraumático, personas que empiezan a activarse. No son todas, pero sí hay una tendencia a tratar de contribuir positivamente con la situación que vive su sociedad.
Hay investigaciones que demuestran que esas personas muchas veces salen a la calle a manifestarse, a protestar: participan en plantones, en marchas. Son personas como Javier Sicilia, los LeBarón, María Elena Morera y muchas otras, que vivieron eventos traumáticos. Pero hay otras que fueron mucho menos públicas y que participan en esas acciones y se activan políticamente. Pero cuando investigas el efecto en las víctimas indirectas, las personas que padecen estrés agudo o estrés postraumático, que perciben riesgo a su seguridad incluso si a ellos en lo personal no les pasó nada, se observa que tienden a desactivarse políticamente. Es gente menos participativa, que interviene menos en votaciones y, sobre todo, empieza a desconfiar de las instituciones porque se siente traicionada y frustrada, que piensa que la democracia no está dando resultados, desconfía más de los aparatos de justicia y, entonces, favorece medidas más autoritarias. Entonces dice: “¿Juicio? No, señor, que maten al acusado”.
Hay investigaciones que demuestran que esas personas muchas veces salen a la calle a manifestarse, a protestar: participan en plantones, en marchas. Son personas como Javier Sicilia, los LeBarón, María Elena Morera y muchas otras, que vivieron eventos traumáticos. Pero hay otras que fueron mucho menos públicas y que participan en esas acciones y se activan políticamente.
Eso no favorece el debido proceso sino las medidas de venganza contrarias a la reconciliación. Esto es muy delicado porque una sociedad que se aleja de la reconciliación lo hace también del perdón y de la paz, y fortalece los ánimos de venganza, de retribución, la ira, el enojo y la angustia.
¿Cómo rompes el círculo? ¿Qué fue primero? Obviamente la situación de violencia puso a esas personas en una situación de víctimas indirectas, pero si no se aborda y se mitiga ese problema como sociedad, se producen efectos negativos. El argumento es: sí hay acciones a tomar por parte de la sociedad, aunque no vas a eliminar el miedo, pero sí a reducir o mitigar sus efectos psicosociales.
Allí es donde debe haber una colaboración entre los distintos sectores de la sociedad para tomar acciones de carácter local. Por ejemplo, una de las recomendaciones que hicimos a las empresas es que lo que sus trabajadores quieren es que los escuchen por el estrés que viven todos los días; no que les pongan una escuela, sino tal vez un grupo de apoyo donde un especialista pueda escuchar las situaciones que viven todos los días en sus colonias, con sus hijos, con su gente, y conozcan la situación de inseguridad que experimentan. El empresario tiene una labor que debería incluir el bienestar emocional de la gente que trabaja para él, por lo que debe tratar de generar espacios donde puedan compartir sus inquietudes.
Otro ejemplo: entre los periodistas se detecta elevadísimo estrés postraumático, más que entre la sociedad en general. Muy bien, hay que hacer grupos de apoyo para ellos. Nosotros hicimos talleres emocionales simples durante años con expertos, con ejercicios probados como “dibuja tu situación”. Y salían fascinados porque decían que había sido la primera vez que alguien escuchaba lo que viven.
En resumen: hay acciones que la sociedad debe tomar para mitigar el impacto del miedo, y de esta forma tratar de romper el círculo al que nos referimos. ®