El poeta, ensayista y traductor español Tomás Segovia (Valencia, 1927 – Ciudad de México, 2011), Premio Juan Rulfo 2005, afirmó nunca haber sido especialmente fanático de la modernidad: “Me encantaba mi abuela y no tenía por qué pensar que era mejor que ella”. Poco antes de su muerte, alcanzamos a conversar con él.
Soy el que fui y soy quien soy
Fundidos uno y otro
En el morado cielo demorado
Durando allá y durando aquí
El octogenario poeta posee una vitalidad y una lucidez que ya quisiéramos muchos de quienes somos todavía jóvenes según el calendario. A los pocos minutos de estar hablando, no fue difícil darme cuenta de que estaba frente a un traductor avezado. Bastó una anécdota en relación con su histórica versión del Hamlet.
Captar el sentido en castellano de la famosísima línea: “To be or not to be. That’s the question”. El principal escollo, por supuesto, la palabra “cuestión”.
Tomás Segovia no se complica la vida, recurre al manantial inagotable del sentido común —el menos común, por lo visto, entre traductores y demás similares de la escritura. Imaginemos que esta frase, en español, tan grandilocuente se pronuncia en una taberna, en una taberna inglesa, por supuesto y, además, de época.
Aunque si lo que se pretende lograr es verterla al español, ¿por qué no imaginar una cantina de las nuestras y unos parroquianos ya entrados en copas. “Ser o no ser, ésa es la cuestión” tiene algo de artificioso, que choca al genio popular de la lengua. Un par de briagos no habla así. “Ser o no ser” podrán decirlo, ya poniéndose algo abstractos, pero “cuestión” ni por default.
Claro, “Ser o no ser, ésa la cosa”, así habla el vulgo y no sólo en Madrid, sino en Barcelona, la Ciudad de México o hasta en Asunción en el lejano Paraguay.
Animado por el “buen sentido” del maestro, me atreví a pedirle unos momentos que, en forma peripatética y también patética —por el solazo que hacía— tuvo a bien concederme, justo durante el trayecto del ex Convento de Santa Teresa la Antigua, hoy Palacio de la Autonomía, en las calles de Licenciado de Verdad, atravesando Moneda hasta llegar a 5 de Mayo.
En brega contra el ruido, las continuas interrupciones de colegas y curiosas, amén de las estentóreas voces de los pregoneros de mercaderías de toda laya, mi algo vieja y cansada grabadora comenzó a funcionar no sin los consabidos y casi entrañables chirridos.
El oficio poético
Amable, aunque algo cansado, no distraído con todo por el rumor de la calle, cargando su pesada cartera con correa al hombro, el maestro Tomás Segovia habla y yo acerco lo más posible el micrófono. Comienzo con algo que mencionó de pasó en la conferencia.
—¿Cuál ha sido su experiencia con el teatro?
—Escribí una obra, terminada por lo menos. La experiencia no fue muy buena, ya que no escribí otras. Las empecé pero nunca las acabé. Porque la primera nunca se ha puesto, se ha publicado y ahora se va a reeditar, por cierto. Pero nunca se puso en escena, no tuvo críticas, no dejó ninguna huella. Entonces, créeme, me desalenté un poco. He tenido ganas de volver al teatro.
—Siendo usted oriundo de Valencia, ¿cuál es —o cuál fue, quizá— su lengua madre?
En esa época yo vivía en un medio un poco aislado, el del exilio español. Los autores eran los poetas del veintisiete, especialmente Alberti, García Lorca, la Generación del noventa y ocho. Y luego poetas cercanos, como Emilio Prados. Ya un poco después lo descubrí y fue muy importante. Lo conocí personalmente. Fue una gran influencia.
—Nada que ver con mi mundo de Valencia. Bueno, yo nací ahí, porque en un momento tan importante quería estar cerca de mi madre, como dice una canción [ríe], pero no tengo nada que ver con Valencia. Ni mi padre ni mi madre eran valencianos y yo viví ahí dos años. Mi lengua materna es el castellano, por supuesto.
—¿Nunca se ha interesado en el catalán o el valenciano? ¿Nunca los ha estudiado?
—Interesarme, me intereso por todas las lenguas, pero creo que no tengo trato especial con ésas. Es que yo nunca he estudiado ninguna lengua. Leer gramáticas, usar diccionarios, si a eso se le puede llamar, en español, estudiar. Pero las lenguas que más o menos hablo y traduzco, las he aprendido sin estudiarlas.
—Muy temprano en su vida, como a los ocho años, en su infancia, se vio expuesto al francés, en el exilio, ¿no es cierto?
—Casi diez años, pero es que ya desde antes, como a los ocho años, mis hermanos y yo, íbamos al Liceo Francés en Madrid. Además ya habíamos tenido contacto con el francés, ya habíamos tenido clases para niños pero, claro, eso no era verdaderamente conocer la lengua. Fue cuando llegamos a Francia, porque a esa edad se absorbe la lengua a gran velocidad, yo no tengo la menor memoria de cómo aprendí el francés. Yo tengo la sensación de siempre haber hablado francés. Yo nací hablando francés. No recuerdo en absoluto. No puedo recordarme sin hablar francés. A los diez años se sumerge uno en la lengua con toda naturalidad y le parece a uno que esa lengua ha existido siempre, que uno la ha tenido siempre.
—¿Y cuándo es que se despierta la vocación poética?
—Un poco más tarde, claro, hacia los quince años, dieciséis. Pero bueno, en contexto, con un profesor que me alentaba empecé a leer. Como todo el mundo, leyendo, me vinieron las ganas de escribir.
—¿Qué autores en particular?
—En esa época yo vivía en un medio un poco aislado, el del exilio español. Los autores eran los poetas del veintisiete, especialmente Alberti, García Lorca, la Generación del noventa y ocho. Y luego poetas cercanos, como Emilio Prados. Ya un poco después lo descubrí y fue muy importante. Lo conocí personalmente. Fue una gran influencia.
—En el oficio literario, ahora usted que es un hombre viejo, ¿qué es lo más importante?
—La vejez [ambos reímos]. Precisamente. Bueno, lo más importante. Es que yo no lo sé. Esa pregunta presupone, más o menos, que la literatura es una profesión. Yo, como no creo que es tal cosa, no podría contestar. Es como si me preguntaran: “En la vida, ¿qué es lo más importante?” Para mí la literatura es la vida. Es mi vida.
—Claro, pero en este techné, en la artesanía de la escritura, usted, como todo el mundo, ha dado saltos, en etapas quizás. ¿Podría clasificar esas etapas? ¿Cómo fueron?
—Más bien he ido despacito, no por saltos, descubriendo cosas, sobre todo en la juventud. Tuve una primera etapa que estaba muy influido por algunos modelos —Emilio Prados, García Lorca— y otros de la Generación del veintisiete. Porque un poco después, cuando comencé a escribir, hacia los dieciséis años, devoré rápidamente, tenía yo muy pocas lecturas, muy poca cultura literaria. Devoré todo lo que me rodeaba. Tuve muchas influencias francesas. Como yo era bilingüe, también leía en francés. Quizá más que en español. Leía masivamente.
—¿A quién comenzó a leer en francés?
—Sobre todo a poetas que, me dijeron, se parecían a mí [sonríe con sorna]. Por ejemplo, en una época leí mucho a Saint-John Perse. Leí mucho a Claudel y, más que él, a Péguy. Porque me dijeron que tenía parecidos. Me sorprendí mucho, porque no me veía ningún parecido, pero un amigo me lo había dicho. Claro, fue teniendo una influencia rápida.
”Hubo, en realidad, una primera época muy ingenua en que ni siquiera tenía yo todavía lecturas, entre los quince y dieciséis. Era una poesía muy ingenua, pero con mucho frescor, que a mí ahora me gusta mucho [ríe]. Era una poesía muy espontánea, con adivinaciones de lo que era la poesía. La poesía de mi tiempo.
Nunca fui especialmente fanático de la novedad, la modernidad, “nuestro tiempo”. A mí me encantaba mi abuela y no tenía porque pensar que era mejor que ella [ríe de nuevo].
—¿Y cultivaba los metros tradicionales?
—No, al principio no, pero como los tenía en el oído, constantemente me salían metros populares, octosílabos. Más adelante, cuando adquirí más lecturas, me empezaron a salir también endecasílabos.
”En los primeros versos no había rima. Luego tuve un poco de rima, más bien por influencia de Emilio Prados, el popularismo que tuvo la Generación del veintisiete. Había un tono que aludía a la poesía de romances, de canciones medievales.
”Luego vino otra etapa donde la influencia principal era Juan Ramón Jiménez. Quizá cuando entré a la facultad, cuando comencé a estudiar letras —no sé si tiene mucho que ver— hubo como otro nivel. Empecé a tener un gusto más amplio de la poesía, más internacional, la poesía francesa, un poco de poesía inglesa, de poesía alemana —aunque en traducciones pues no hablaba alemán.
—¿A quién entre los alemanes?
Luego vino otra etapa donde la influencia principal era Juan Ramón Jiménez. Quizá cuando entré a la facultad, cuando comencé a estudiar letras —no sé si tiene mucho que ver— hubo como otro nivel. Empecé a tener un gusto más amplio de la poesía, más internacional, la poesía francesa, un poco de poesía inglesa, de poesía alemana —aunque en traducciones pues no hablaba alemán.
—Hölderlin, Rilke y Novalis. El primer descubrimiento fue este último porque lo heredé de Emilio Prados. Fue el primer poeta alemán que me hizo leer y de quien me prestó los libros. A partir de él leí a los demás. También de Rilke era muy aficionado Emilio Prados.
”La relación con Emilio Prados fue entrañable. Él vivía por la calle de Lerma, muy cerca del Ángel. En realidad, todos los niños de mi escuela, una escuela de niños refugiados, habían oído hablar de Emilio Prados. Era un mundo muy pequeño, aquél del exilio.
”Un amigo fue y le llevó mis poemas. Entonces dijo que quería conocerme y me llevaron. Yo andaba como todo mundo titubeando, un poco de surrealismo —en castellano no es que hubiera mucho— y al mismo tiempo poesía tradicional española.
”Un momento importante fue cuando tomé una postura propia y dejé de participar en el desprecio al romanticismo. Me entusiasmé, claro, con el romanticismo alemán —von Kleist, Brentano. Eso me dio mucha perspectiva, empecé a hacer una poesía con muchos más horizontes.
—Entonces usted se interesó en el romanticismo haciendo una arqueología poética o algo así, porque obviamente no era el movimiento del momento.
—Estaba completamente fuera de moda. Era más fácil defender a los clásicos que defender a los románticos. Yo nunca he sido rebelde. Estaba acostumbrado a decir, como todos mis contemporáneos, que el romanticismo era reaccionario, que estaba superado. Nosotros nos habíamos hecho modernos rechazando precisamente el romanticismo, creyéndonos originales. Ya, los que se creen originales son los menos originales.
”Luego descubrí otra cosa que tenía que ver con una actitud distante que he guardado siempre frente a la modernidad y la vanidad. La modernidad era un dogma. La vanguardia era un dogma. El rechazo del romanticismo era un dogma y yo empecé a dudar de esos dogmas.
Mi verdadera pasión es la tipografía
No, cuando yo empecé a trabajar, aprovechando que sabía francés, era mecanógrafo. Vivir de las letras jamás. Yo siempre he sido honrado [dice irónico], nunca he vivido de las letras. Ahora a estas altura he acabado siendo profesor, pero me defendí muchísimo. Toda mi vida traté de combinar las cosas y de ganarme la vida honradamente.
Sugiero seguir avanzando entre los puestos de cachivaches y objetos de plástico. El tradicional carrito de camotes deja escapar su hálito sonoro y sibilante. Apenas puedo oír lo que la apagada voz de Tomás Segovia, compensada con creces con el resplandor de sus ojos, trata de decirme. “¡Órale, señores, pieza por diez!”, grita uno. Lo denuesta otro: ¡Acá de a ocho pesos, señores!”
El poeta, inmutable, continúa con las forzadas palabras que le saco a punta casi de denuestos. La atmósfera, es natural, no invita precisamente a la confidencia. Incluso pasa uno de mis colegas e intenta saludarme. Grosero quizá, debo casi ignorarlo y seguir adelante.
—Bueno, volviendo un poco hacia atrás, a la juventud en España entre el final del exilio francés y el comienzo del exilio mexicano, una fortuna la exposición al francés, pero me pareció notar que desde joven vinieron también las primeras lecciones de latín.
”Cuando entré a la facultad me interesé por el latín e intenté una breve temporada de conocer bien el latín. Traduje incluso un par de cosas, unos epigramas de Virgilio. Lo que pasa es que como mi carrera universitaria se interrumpió, porque me casé y me puse a trabajar, ahí se acabó todo.
—Ahora bien, ¿el trabajo estaba relacionado con las letras en alguna forma?
—No, cuando yo empecé a trabajar, aprovechando que sabía francés, era mecanógrafo. Vivir de las letras jamás. Yo siempre he sido honrado [dice irónico], nunca he vivido de las letras. Ahora a estas altura he acabado siendo profesor, pero me defendí muchísimo. Toda mi vida traté de combinar las cosas y de ganarme la vida honradamente.
—Ahora la generación de poetas a la que usted pertenece…
—¿Hay una generación de poetas a la que yo pertenezca.
—Algunos piensan que sí.
—Entonces, ¿cuál sería mi generación? Una de mis disidencias, no voluntarias, es que hay una generación española, de gente más o menos de mi edad, a la que no pertenezco.
—Obviamente, porque vivía en México.
—Hay una generación mexicana a la que tampoco pertenezco [ríe]. Yo creo que estoy fuera de clasificaciones, de señalamientos y todo eso. No es un mérito, es mi destino. Siempre he estado al margen de todo. Soy marginal. Por la historia, la Guerra Mundial, el exilio, en fin, las circunstancias, y luego también mis disidencias incluso dentro del exilio.
”Tampoco en el exilio quise yo “identificarme”, como dicen tan alusivamente, sino que también del exilio me “desmarqué”. Siempre me he andado desmarcando de todo.
—Pero bueno, cuando usted se estaba formando, en un determinado momento, ¿coincidió con poetas españoles, mexicanos, o de cualquier otra nacionalidad?
—Pues sí pero más como amigos. Por ejemplo, cuando hicimos la Revista Mexicana de Literatura, pues en ese grupo estaban García Ponce, Juan Vicente Melo, Jorge Ibargüengoitia, José de la Colina y al final se acercaron algunos más jóvenes pero que ya no dio tiempo de que se integraran, porque desapareció la revista, Monsiváis y Huberto Bátiz entre otros.
”La revista existía antes, cuando entré la dirigía Carlos Fuentes y estuve primero de colaborador, luego de codirector, finalmente Fuentes la abandono y yo hice una nueva época, que comenzó, me parece, en 1957 o 1958. Yo la dirigí hasta que me fui a Uruguay. Allá viví dos años. Me marché a fines de 1960.
—¿Y cómo fue ese viaje?
—Me ofrecieron trabajo allí. Y mi mujer quería que nos fuéramos. Yo no quería ir, porque estaba haciendo muchas cosas en México y era un trabajo burocrático.
—Como poeta disidente, digamos, como expósito de cualquier grupúsculo, ¿las publicaciones han sido difíciles?
—No tanto, aunque sí más difíciles de lo que son ahora. Hoy día a cualquier joven poeta le publican enseguida para aplacarlo. En mis tiempos no era tan fácil. Pero a mí no me fue tan difícil, como yo mismo andaba un poco metido en esas cuestiones. Había hecho una revistita a los dieciocho años o, no, veintiuno.
”Una revistita que era una hoja pero que yo la diseñaba, la mandaba imprimir, la pagaba, la regalaba. También la vendíamos —a veinte centavos— en la puerta de la facultad, en Mascarones. Había trabajado para el Fondo como traductor, como corrector, y también para otras editoriales, en fin, tenía un pie también en el mundo editorial. Entonces cuando tuve un libro de poemas, ya un poco más maduro, no me dio muchos trabajos.
”Ya también había hecho un libro. Con unos amigos hicimos unos libros hechos en casa que fueron pioneros. Inventamos técnicas, no es que nos las hayan copiado, que luego inventaron. Nosotros, sin darnos cuenta, sacamos lo que después se llamó composición en frío, como se hace ahora, o sea sin plomo, sin metal. Inventamos eso para hacer unos libritos baratos que vendíamos por suscripción, cosidos y encuadernados a mano. Hacíamos 150 ejemplares. Sacamos tres títulos.
”El primer título que yo saqué fue en edición casera. Tiene dos títulos. Se llamaba, tal y como salió impreso y era muy bonito —yo no tengo ya un ejemplar, o creo que sí. Hay ejemplares que tienen algunos coleccionistas. Es una verdadera joya tipográfica. Yo lo diseñé todo. Porque mi verdadera pasión es la tipografía [dice orgulloso]. Lo diseñé pegando con engrudo las letras.
Se llamaba La luz provisional, pero el título original era La triste primavera. Cuando ya estaba impreso, alguien me dijo que eso era cursi. Entonces rehice la primera página, con ese que es un verso de Juan Ramón, pero se me olvidó el colofón y decía “Fin de La triste Primavera”. En los ejemplares, que yo repartí personalmente, taché el título a mano, uno por uno. Luego, cuando ese libro lo incluí en obras completas, en colecciones de poesía, le devolví el título original y lo llamé La triste primavera.
—¿Hay una edición de sus obras completas?
Nosotros, sin darnos cuenta, sacamos lo que después se llamó composición en frío, como se hace ahora, o sea sin plomo, sin metal. Inventamos eso para hacer unos libritos baratos que vendíamos por suscripción, cosidos y encuadernados a mano. Hacíamos 150 ejemplares. Sacamos tres títulos.
—[Se queda atónito] Bueno, por lo menos son completas hasta ahora. Acabas de decirme que soy viejo, pero todavía estoy vivo.
—[Ahora soy yo el que río] ¡Perdón, perdón, maestro!
—Hay un tomo de poesía recogida hasta el año de 1998 o 2000, no recuerdo.
—Publicado en el Fondo. ¿Ése sería el libro más importante? Bueno, cada uno de ellos es importante, pero ése sería como el compendio.
—Sí, todos son importantes o bien ninguno es importante. La cuestión es que —para volver a la pregunta— cuando tuve un libro un poco más maduro lo llevé al Fondo de Cultura. Y dijeron que bueno, que sí, pero que no me decían cuándo. Tardaron cuatro años, pero a los cuatro años salió. Aparte de ese libro que yo hice, el primer libro publicado fue en el Fondo de Cultura Económica.
—¿En qué año conoció usted a Paz y cómo fue su relación con él?
—Paz fue mucho después. Yo lo leía y lo admiraba. Justo cuando entré en la Revista Mexicana de Literatura, bueno, yo había estado excluido de la literatura mexicana por un par de años, porque Alfonso Reyes decidió anatematizarme. Me excluyeron durante dos años. Hicieron la Revista Mexicana de Literatura sin mí. Mi generación —por eso te digo que yo no tengo generación— era ésa pero yo no estaba.
—¿Pero quiénes eran ésos?
—Eran Carlos Fuentes, Jaime García Terrés, Emmanuel Carballo, Fernando Benítez.
—¿José Luis Martínez?
—Era de la misma generación aunque no del mismo grupo. Bueno, Tito Monterroso, en fin, era la generación de los cincuenta o bien un poco antes.
—¿Cómo fue que Reyes lo excluyó, cuál fue el motivo?
—Escribí un artículo sobre un libro suyo que no le gustó y entonces cogió el teléfono. Fue sobre Trayectoria de Goethe. Hizo tres llamadas y yo ya estaba borrado para siempre. No volvamos a los chismes. En realidad, no dije nada malo, pero no le gustó cómo lo dije. Y bueno, me borró del mapa. Salió publicada la crítica en una de las revistas que estaban entre las más leídas en aquel momento.
—En la tarea como traductor, ¿cuáles han sido los trabajos que más satisfacción le han acarreado?
—Para mí es un poco difícil decirlo. Probablemente el Hamlet y las obras de Nerval. Aunque hay distintos sentidos de satisfacción. En otro renglón, de otra manera, tal vez la traducción que más me ha satisfecho es la traducción de una masque, forma precursora de la ópera en Inglaterra. Escribí otras para Radio Universidad como Acis y Galatea, que había que traducir para adaptarla a la música, y música barroca, o sea que con metro, con ritma, en el espíritu del siglo XVIII, contando la historia y, además, que se pudiera cantar con melodía y que se pudieran separar las sílabas para hacer gorgoritos. Era un trabajo de marquetería.
—En sus ensayos, ¿qué temas ha abordado?
—Son casi siempre temas relacionados con el lenguaje y la poesía. El último libro publicado es un largo ensayo que se llama La palabra inobediente, pero que en realidad es sobre el poder, en relación con el lenguaje. Sí he abordado temas de lingüística. Bueno, la lingüística propiamente dicha no tanto, más bien la lengua. Me interesan los lingüistas porque se meten en esos terrenos. Se ponen hablar de la lengua como si supieran de verdad qué es. La lengua no es de ellos, es de los poetas.
”Yo dialogo con los lingüistas. No me siento lingüista. Pero sí me siento ligado a ellos. Escribí un mamotreto así de gordo que se llama Poética objetiva. Ahí reviso desde el punto de vista de un poeta las doctrinas que entonces estaban en boga. Salió en el Fondo de Cultura Económica y en Colegio de México. Creo que en 1980. Ya van dos ediciones y ahora viene otra.
Vida honrada, merced al trabajo, no al arte
Yo dialogo con los lingüistas. No me siento lingüista. Pero sí me siento ligado a ellos. Escribí un mamotreto así de gordo que se llama Poética objetiva. Ahí reviso desde el punto de vista de un poeta las doctrinas que entonces estaban en boga. Salió en el Fondo de Cultura Económica y en Colegio de México. Creo que en 1980. Ya van dos ediciones y ahora viene otra.
Impelidos por el tiempo y la multitud de gente que se mueve, habla y trafica, intentamos protegernos del sol en un quiosco de revistas frente la Catedral, o más exactamente frente a la fachada lateral del Sagrario.
Hay un aspecto sobre el que me gustaría ahondar, qué entiende Tomás Segovia por “trabajado honrado”, un espíritu crítico y espontáneo como el suyo, que no teme a incurrir en exageraciones ni mucho menos a contradecirse, más tarde desdiciéndose o polemizando incluso consigo mismo, siempre empeñado, no obstante, en hallar la formulación más exacta, más justo a su bullicioso pensamiento.
—Por último, los premios, las becas, los reconocimientos, ¿cuáles son los que le han traído mayor satisfacción?
—Bueno, satisfacción es que tampoco. Becas he tenido algunas y me han dado satisfacción, es cierto, porque las he tenido por necesidad, cuando me encontraba en muy mala situación y la beca me salvaba un poco la vida. Las becas que he tenido han sido de ese tipo, becas de desesperado. Pedí una beca, porque yo no podía seguir sosteniéndome. Mi vida ha sido muy complicada, como nunca he estado con los poderosos.
”Ser escritor en este país en mi generación y vivir del trabajo cotidiano, como vivía yo, era muy duro porque, además, yo ya me he cansado tres veces y tengo cuatro hijos. En fin, no era fácil.
—¿Esos matrimonios han sido por viudez o por separación?
—Por divorcio, por supuesto. Somos modernos. Me he casado tres veces y me he divorciado tres veces. Desde muy joven he tenido compromisos, he tenido mujer, he tenido hijos. Nunca he tenido privilegios. Siempre he estado ganándome la vida como mecanógrafo, corrector, traductor.
—Pero últimamente, ¿ha recibido algún estímulo?
—Sí, tengo la beca de creador emérito del Fonca. He obtenido dos o tres premios, aunque nunca me he presentado a un premio. Todos los premios han sido por sorpresa, que me avisan. Generalmente, por chismes y esas cosas, la gente anda por ahí diciendo las probabilidades. Se habla de fulano, se habla de mengano. Yo los tres premios importantes que he obtenido ni enterarme hasta que me avisaron por teléfono. “Que te han dado el premio.” “¡A mí! ¿De dónde?” Siempre me ha parecido inesperado. Me ha dado satisfacción, porque por lo menos hay unos señores del jurado que han leído mi obra y les ha gustado. Por lo menos eso significa y da mucho gusto.
”Pero siempre he tenido muchas dudas sobre los premios. Me parece que son una cosa muy ambigua. No digo que propiamente no deban existir, aunque muchísimos no deberían existir. Debería haber muchos menos premios y con mucho más sentido. Pensar en los premios. No dar premios así como se dan, al buen tuntún. En España mucho más que en México, pero también en México. Yo creo que todos estos premios que se dan hacen mucho más daño que bien a la literatura.
”Entonces los estímulos a los literatos, poetas, novelistas, combinados con los premios y con hacer de la literatura una profesión de la cual, directa o indirectamente se pueda vivir, en realidad es algo nocivo a la larga.
”Una precisión: uno de los lados buenos de los premios muestra precisamente que la literatura no es una profesión. No hay premios para los carpinteros ni para los médicos. Esto nos habla de una debilidad que los gobiernos sienten que deben compensar.
Ahora bien, no es que un premio sea nocivo. Aunque tampoco creo en la idea general, que hay un poco por ahí, que seamos tampoco “tan desvalidos”. Primero, no creo que los gobiernos tengan obligación de mantenernos. Yo creo que entre el poder y la literatura más bien hay enemistad. No tiene por qué el enemigo sostener. Después, no creo que nos haga tanta falta.
”Yo soy la prueba. Un escritor puede hacer mucho. Yo he hecho ahora bastante y sin becas ni sin apoyos. Ahora los he tenido, es verdad, pero toda mi obra la he hecho trabajando honestamente. Uno puede trabajar honestamente y desarrollar una obra. Si uno ve los ejemplos históricos, no es verdad que hayan hecho obras mejores o más importantes o más grandes la gente que ha sido protegida que la que no lo ha sido.
”Los escritores que no los ha protegido nadie, como Hölderlin, como Rimbaud, montones de escritores, han desarrollado una obra tan importante como los otros. Entonces no es verdad que sea necesario. No es necesario. A mí me parece que sería más sano que los escritores trabajaran como todo el mundo.
”Ahora, otra cosa es que este mundo es muy injusto. Todos somos víctimas de la injusticia y los escritores también. Pues claro, hay que compensar un poco y los premios la función que tienen es compensar la injusticia de este mundo, pero no con los escritores, sino la injusticia en general de los seres humanos.
Yo creo que los escritores somos muy frívolos y tendríamos que tener un poco más de reflexión. Yo he dicho veinte mil veces: “Si quieren fomentar la literatura —bueno, la cultura, el cine y todo eso— no la van a fomentar dándome una beca y un premio a mí, usen ese dinero para hacer bibliotecas, para educar a la gente.
Lo que pasa es que deforman la idea, sobre todo en esta época nuestra. Oímos hablar ahora de la incultura pavorosa que tenemos en nuestra civilización. La pérdida total por parte de la gente de su propia lengua, su propia tradición. En esa situación lamentable es muy fácil que la gente empiece a tener una visión de la literatura como una especie de deporte, de competencia. Hay premios con los que la gente empieza a pensar que entre los escritores hay campeones, como entre los futbolistas, y que esto es una competencia donde hay unos ganadores y unos perdedores.
Eso deforma por completo la idea de la literatura. Y como eso está mezclado con los medios masivos, que están podridos y pudren a la civilización, a la sociedad, entonces la podredumbre de los medios, combinada con la podredumbre que los medios siembran en la sociedad, es muy peligrosa. No es que sean malos, pero tendríamos que ser mucho más conscientes de cómo damos los premios, de cómo los hacemos, de para qué los hacemos. Y no como se suele hacer ahora, que la mayoría de los premios —hay algunas excepciones, por ejemplo, el Rulfo, que no es un premio gubernamental.
”Pero claro, la mayoría de los premios son o gubernamentales o capitalistas —de grandes editoriales, de grandes empresas. Bueno, premios hechos así, pues claro que el verdadero interés de quienes organizan un premio gubernamental no es fomentar la literatura, es salir en la televisión el que da el premio, es “su” prestigio.
”Y nosotros estúpidamente estamos al servicio de estas cosas, muy contentos porque hemos salido en el periódico y porque nos han hecho caso. Un ratito, claro, porque no dura más que quince minutos.
”Yo creo que los escritores somos muy frívolos y tendríamos que tener un poco más de reflexión. Yo he dicho veinte mil veces: “Si quieren fomentar la literatura —bueno, la cultura, el cine y todo eso— no la van a fomentar dándome una beca y un premio a mí, usen ese dinero para hacer bibliotecas, para educar a la gente.
”Y eso cae en el interés del escritor. A mí como escritor me interesa más que el gobierno dedique dinero a enseñar a leer y escribir bien, a educar a la gente, que a que yo pueda viajar un poco más. Eso no le hace mucho bien a la literatura de un país, que yo pueda dejar un rato de traducir, durante un año, porque me han dado una beca, para darme buena vida.
”Los escritores no se dan cuentan. Creen que “El gobierno tiene que ayudar a la literatura, por tanto, darme a mí dinero”. “No, por lo tanto, no darte a ti un centavo, dárselo todo a los lectores. Si lo que nosotros necesitamos son lectores. Si tenemos lectores, no necesitamos becas.” Pero no, se prefiere la beca a la posibilidad de crear lectores.
”Entonces, nos lo tenemos bien merecido todo esto que nos pasa.
—Maestro, ¿qué es la poesía?
—Ah, eso sí que no tiene respuesta. La única respuesta es absolutamente equivocada, que es la que dio Bécquer [sonríe divertido]. Eso no tiene respuesta. La poesía es todo o nada. La poesía es todo esto [señala a la masa de transeúntes que casi nos arrastra consigo a su paso]. Para mí es lo mismo que la vida.
”Yo no me puedo imaginar vivir sin hacer poesía. Yo, claro, no quiero decir que todos los demás tengan que vivir así. Hay muchas maneras de vivir; la mía es ésta. La mía es la poesía. Como para una señora seductora es el amor y el sexo. Es su vida.
”Bueno, cada poeta tendrá sus ideas. A mí lo que me gustaría es que cuando alguien lee un poema mío es que tuviera una especie de revelación, que viera algo —no nuevo— diferente en la vida. Algo real que no había visto antes. Eso es para mí.
Se confirman muchas de mis sospechas. El llamado medio artístico, no sólo en México sino en el mundo, está podrido. El arte no puede volverse jamás una profesión, mucho menos sostenida por los gobiernos, que así pretenden aplacar a los desconformes y comprarse el favor de aquellos que piensan.
Quienes viven del arte terminan por desgracia —casi sin excepciones— convirtiéndose en meros “simuladores”. Los premios “esperados”, en los que han trabajado arduamente, las francachelas con dineros públicos, las rastrerías con los encumbrados, las becas ganadas a punta de jurados apalabrados —ya comprometidos de antemano con algún favor que hay que devolver—, los puestos públicos que ocupan los “becarios” a pesar de que el estímulo prohíbe cualquier otra actividad.
La desvergüenza máxima de algunos que se llaman “creadores” y que no saben más que producir el mínimo, medrar a costillas de otros, de los artistas celosos de su oficio, quienes trabajan en silencio, empeñados no tanto en el “haber” sino en el “ser”. Ojalá que todos estos vicios fueran ajenos a nuestro medio, que nunca hubiéramos oído hablar de ellos. Por desgracia, son el pan de cada día.
Es una verdadera bendición haber conversado con un espíritu libre, que no niega haber resultado favorecido al final por los arrumacos del Estado, pero que no por eso ha perdido la perspectiva y sabe de dónde no puede proceder la salvación. En aquel mediodía de Tonatiuh acabamos con las caras encendidas.
El sol inclemente del valle de Anáhuac las pocas veces que se propone brillar, lo hace en serio. Tomás Segovia se aleja de prisa. Cuando vuelvo a verlo su cabeza se pierde en la entrada del metro, justo la que queda frente a la Catedral metropolitana. Algo de su espíritu de contradicción, su irresistible jovialidad y su sonrisa irónica, inteligente, formada en la crítica del siglo XVIII en Francia, queda conmigo, con todos, ahí entre las piedras milenarias de esta Plaza Mayor. ®