López Obrador es Aquiles con un partido–movimiento y por eso él es para su organización–masa tanto la fuerza como la debilidad. Mirando al mediano plazo, “el talón” de López Obrador es Morena por culpa del mismo AMLO.
La esfera pública mexicana está hinchada de tumores. Con los quistes malignos de “el sonido” y de “la furia”. El sonido —ése que sí se propaga en el vacío— de todas las retóricas; la furia de la reacción de casi todos los obradoristas y casi todos los antiobradoristas. Así se pasa de auténticas tonterías como “lo que está ocurriendo en México es una Revolución” a otras como “es un tirano y ya nos estamos volviendo Venezuela”. La furiosa forma ocasional no es el problema; el problema es que, alrededor de Andrés Manuel López Obrador, esas formas suelen ser casi todo el fondo.
Frente al nuevo presidente se sacrifica (a uno mismo o al otro), se renuncia (a criticar) o se exagera (al criticarlo). Pocos guardan la calma, pocos piensan. AMLO: trueno lento; extremo amloísta: fuego artificial de “grilla”, o el fuego “santo”, “puro”, del sectario; extremo antiamloísta: la hipérbole “defensora” de la democracia —real pero deficitaria y negada por el polo opuesto.
Nuestro paisaje público ya estaba tumorado, lo estaba antes del neoliberalismo, que no fue la cura, y lo sigue estando: ningún tumor cultural o institucional ha desaparecido por más que lo diga el presidente y por más que lo crean sus amantes. Y las enfermedades de la política sectaria y el cálculo hiperbólico han crecido. Están creciendo. Se ve cuando se habla sobre la situación esencial del régimen: o la democracia acaba de nacer o la democracia ya murió, o la democracia ahora sí es verdadera o ahora sí se está cayendo. Se confunde todo: presidencia, gobierno, Estado, régimen, sistema político y hasta sistema económico.1 Todo eso está relacionado, nada de eso es igual, nada de eso es idéntico entre sí. También confunden intenciones con intentos (como acciones específicas) e intentos (que incluyen intenciones) con resultados. Pero no es lo mismo querer hacer algo que intentarlo ni lograrlo. Son horas —¿serán años?— de ofuscación. Urge vocación de claridad. A la gran pregunta de si hay un nuevo régimen político en México respondo tan claramente como puedo: no: ni se ha dejado de ser un país mínimamente democrático ni existe una tiranía ni somos la nueva Venezuela, y tampoco se está estrenando otro régimen que sea una democracia “social y verdadera”.2
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Por el mero hecho de existir un gobierno federal de López Obrador, sus partidarios e incluso muchos de sus críticos hablan de “el nuevo régimen”. Tomando en serio los conceptos, y las distinciones entre ellos, la conclusión es otra: no existe tal cosa. Toca hacer un análisis tan preciso, claro, breve y sencillo como es posible.
Para empezar, un gobierno y el régimen político son entidades diferentes, aunque algunos gobiernos pueden ser efectos de un cambio de régimen o causa de que un régimen cambie. El régimen de México no cambió en 2018 para que ganara AMLO; ganó porque sí logró una mayoría electoral en un régimen que, “con todo”, o a pesar de todo, ya había cambiado. Ese cambio “pre4T” es la transición —por definición general, el cambio de un régimen a otro—, del autoritarismo de la hegemonía priista a la democracia de baja calidad y no consolidada del pluripartidismo electoral. Un cambio que el presidente y sus seguidores niegan, unos por ignorancia y otros por conveniencia para su propia “épica”. El no tan nuevo régimen tampoco ha cambiado porque haya ganado López Obrador: no cambió inmediatamente después de su llegada a la presidencia. Aún no ha cambiado de esencia.
La opinión “pejista” no es más que el mismo salto retórico de la expresión “Cuarta Transformación”: una expresión simple y simplificadora, mejor dicho, hipersimplificadora y propagandística, que se adelanta a los hechos y pretende dar a entender como suceso histórico lo que sólo es una posibilidad, posibilidad que sólo está en su inicio como tal.
De nuevo: gobierno y régimen no son lo mismo. El segundo incluye o contiene al primero, que a su vez es distinto del Estado. Un gobierno, así sea el federal, no es el Estado. El régimen correlaciona institucionalmente con la estructura estatal, mientras que los gobiernos legales–constitucionales no pueden existir completamente separados del Estado y el régimen. Éste, además, comprehende tres sistemas: el sistema de gobierno, el sistema de partidos y el sistema electoral; o si no hay más que un partido de Estado o no hay elecciones, los mecanismos formales e informales equivalentes para el acceso, distribución y abandono del poder. Para que cambie el régimen tienen que cambiar esencialmente los tres o cuando menos dos de esos (sub)sistemas.
Hoy, en México, ¿ha cambiado el sistema de gobierno presidencial? La referencia es al presidencialismo como opuesto institucional formal del parlamentarismo, no al fenómeno priista–presidencialista o de la concentración metaconstitucional de poder en el presidente que era jefe del PRI hegemónico. El presidencialismo priista dejó de existir, salvo como cultura o aspiración parcial. El presidencialismo como la opción de “no parlamentarismo” es lo que estaba antes del régimen del PRI, lo que estaba y está en la Constitución de 1917 con y sin reformas y, por tanto, es lo que sigue existiendo. Aquí, y no sólo ahora, no hay parlamentarismo ni semipresidencialismo, tampoco un presidencialismo informal/metaconstitucional como el del priato. Lo realmente nuevo, de hoy mismo, por López Obrador, es otro “estilo personal de gobernar”, un estilo presidencial que es presidencialista. Y es que AMLO encarna un código político–cultural propio del presidencialismo autoritario, de la época del partido hegemónico en que ocurrió su socialización política. Ese régimen —las instituciones formales e informales fundamentales— murió, pero sigue viva la cultura que formó y protegió.
Hablando de hegemones: ¿es Morena un partido hegemónico? ¿Ha cambiado el sistema de partidos? No y sí, es decir, ha cambiado el sistema de partidos porque no es más el sistema de tres partidos o “de dos partidos y medio” que existió por muchos años, con el debilitamiento del PAN, el casi desfonde del PRI y el desfonde del PRD, pero no cambió a sistema de partido hegemónico. Como este punto lo he demostrado en otro texto,3 paso a otra pregunta: ¿es Morena partido de Estado? Si lo fuera no existiría otro partido legal o ningún otro sería relevante en sector relevante alguno. Morena “ni siquiera” tiene la “aplanadora” legislativa de la que algunos hablan. Más precisamente, tiene una “aplanadora” para reformas legales pero no una para reformas constitucionales, al carecer de la mayoría calificada que significa el 66% de los asientos congresionales. Éste es un dato de gran importancia que no debe ser ignorado ni minimizado.
Debería ser obvio: un partido de Estado controla el Estado. A todo o casi todo el Estado. Puede ser, circularmente, que quien controla el aparato estatal controla al partido estatal que exista. López Obrador tiene el control de Morena, pero ni el uno ni la otra tienen el control de todo el Estado, Morena no es el partido del Estado mexicano. El partido de López Obrador no es ni hegemónico ni estatal porque, entre otras razones, depende de otras fuerzas para reformar o sustituir la Constitución. Y nótese: fuerzas también ajenas a la coalición encabezada por el binomio AMLO–Morena. Ningún partido de Estado, así como un hegemónico, sufriría tal dependencia sobre la decisión constitucional.
Un mal lector “leerá” entonces que Morena no es mucho más fuerte que otros partidos mexicanos de este siglo y que “todo está bien” con su poder. No se ha dicho eso. Morena sí tiene más poder que esos partidos y su poder, aunque no sea partido de Estado o hegemónico, significa riesgos y reales posibilidades de instaurar alguna versión de lo que en politología se conoce como autoritarismo electoral. Esto es, no democracia pero sí elecciones; elecciones sin la democracia como medio y fin. Recuérdese que si hay democracia hay elecciones pero no porque haya elecciones siempre hay democracia. Un régimen autoritario electoral es un régimen político con sistema electoral no democrático por no libre ni competitivo. Es el caso de “el PRI”. ¿Regresaremos a algo similar? Ésa es la pregunta, pues no se ha dado ese regreso. Que ocurra depende de varios factores, como los resultados de la elección intermedia de 2021.4
El sistema de partidos está pasando por un estado líquido: no ha transcurrido suficiente tiempo y, por lo mismo, experiencia para que el partido obradorista ocupe una posición más o menos definitiva o estable y sepamos cuál es o va a ser. La materia Morena —que no es la materia oscura ni lumínica de las creencias extremistas— no tiene aún estado sólido. Y podría pasar del líquido al gaseoso: Morena tiene un agudo problema de institucionalización, una severa dependencia de AMLO como figura personal, y el presidente no es un hombre joven… Ni su popularidad será eterna. López Obrador es Aquiles con un partido–movimiento y por eso él es para su organización–masa tanto la fuerza como la debilidad. Mirando al mediano plazo, “el talón” de López Obrador es Morena por culpa del mismo AMLO.
Por último, ¿ha cambiado el sistema electoral? No. Aunque parece que al obradorismo le gustaría transformarlo. Hay intenciones y propuestas muy cuestionables para ello. Pero, hasta este momento, las elecciones no sólo siguen sino que siguen siendo razonablemente democráticas, federalmente hablando. Tal como lo eran antes de que ganara la presidencia López Obrador. Si el presidente y su partido buscan un cambio morenista de régimen político, es decir, no sólo un cambio de régimen sino un cambio proMorena, pondrán acento en el espacio electoral: “soltar” propuestas de reforma, avanzar en su mediatización, competir bajo el sistema electoral vigente en las elecciones que correspondan, aumentar su poder electoral, y conseguido el poder suficiente (relativo a la transformación de la Constitución) cambiar de sistema electoral. Está por verse si lo logran.
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Concluyamos. Ha cambiado el sistema de partidos pero no hay un cambio ni transicionalmente suficiente ni políticamente definitivo; no han cambiado en esencia —ni en su forma legal definitoria ni en el fondo último— los sistemas de gobierno y electoral. Tampoco ha cambiado la forma del Estado: no ha pasado de federal a central o unitario. Aunque el federalismo ya está bajo ataque (i.e. los “superdelegados” presidenciales). Así pues, no ha cambiado el régimen. O no aún.
La conclusión más general es que hay cuatro grandes falsedades políticas sobre el siglo XXI mexicano hasta este día: falso que antes de AMLO había democracia pero hoy no, falso que antes de AMLO no había democracia y hoy sí; por tanto, es falso que estemos viviendo bajo un nuevo régimen autoritario y falso que lo hagamos bajo uno nuevo y democrático. Esa moneda, con sus dos caras “transicionales”, sigue en el aire…
Pequeño apéndice sobre la transición
Si no se respetan los conceptos precisos de transición y régimen, lo que se levanta textualmente se cae. La crítica que se hace a gente como José Woldenberg, por lo que dice sobre la transición democrática mexicana, parte de la confusión conceptual ideológica y termina por ser injusta. Lo que se dice en ese sentido no es incompatible con la reforma y la mejora. Ni con la crítica. Defender la existencia de la transición no es ni tiene por qué ser necesariamente gustar de los gobiernos sucesivos ni pedir que el régimen quede intocado. Lo que se rechaza son las reformas sin ton ni son por la creencia falsa de que hay que terminar de “transitar”. Como si, en vez de existir un déficit de calidad, no existiera ningún grado de democracia; como si la democracia tuviera que ser un estado de perfección y la perfección pudiera alcanzarse. Con esa creencia nunca se terminaría una transición… hasta que a los creyentes les gustara particularmente el resultado. Pero una transición no termina cuando te gusta el régimen sino cuando es distinto, respecto del anterior, te guste o no, y decirlo no significa por sí mismo ninguna otra cosa. Ya es hora de entenderlo. La crítica a cualquier régimen debe darse, pero también debe seguir con precisión conceptual a los hechos. ®
Notas
1. La confusión entre régimen político y sistema económico la comete, entre muchos otros, Gibrán Ramírez, por ejemplo en una de sus disputas tuiteras con León Krauze. Sin defender a Krauze, me ocuparé de esa confusión en otro artículo.
2. Véase, como complemento, “El presidente López Obrador: una primera evaluación”, en el blog Latinoamérica 21, mayo de 2019, publicado en los diarios El Observador de Uruguay y Folha de Sao Paulo de Brasil. El texto puede verse en la página web de cualquiera de esos medios.
3. “¿Otro partido hegemónico en México?”, Latinoamérica 21, diciembre de 2018. Ahí pueden encontrarse mis criterios politológicos para identificar y verificar la (in)existencia de un partido hegemónico.
4. Sobre una reforma olvidada por todos los partidos que debería hacerse para ese proceso electoral véase “Un vacío en la Constitución y una propuesta de solución” en el número de enero pasado de la revista Este País.