Al igual que los mexicas y su mítico Aztlán, los purépechas tenían la tradición de descender de un remoto lugar perdido en el lejano norte. Se han podido establecer ciertas similitudes, si bien tardías, con la deslumbrante cultura de Paquimé.
La gente de la casa del águila se cree era el significado de uacúsecha o vacúsecha, el nombre del grupo étnico forjador de una de las civilizaciones mesoamericanas más deslumbrantes por sus capacidades como artesanos, comerciantes y guerreros, los purépechas u hombres trabajadores, mejor conocidos como tarascos. Su reino, Michoacán, lleva en el topónimo —de innegable estirpe nahua— la impronta de la conquista de los diversos grupos yutoaztecas que se fueron adueñando de la región, especialmente atractiva a causa de sus productos marítimos (Mychuacan significa lugar rico en peces), su artesanía y sus artículos de plumas. La antigua capital, de ser Tzintzuntzan, cuya etimología se cree designa lugar abundante en colibríes, pasó a ser Pátzcuaro. Este pueblo tenía una particular veneración por las aves. El fraile franciscano Jerónimo de Alcalá en su Relación de las cerimonias, rictos y población y gobernación de los indios de la provincia de Mechoacán (1539) fue el primero en establecer el origen autóctono y completamente diverso, respecto de los dominadores aztecas, por parte de los primitivos habitantes.
Al igual que los mexicas y su mítico Aztlán, los purépechas tenían la tradición de descender de un remoto lugar perdido en el lejano norte. Se han podido establecer ciertas similitudes, si bien tardías, con la deslumbrante cultura de Paquimé.
Ciertos indicios en los metales, el empleo del cobre y de algunos diseños de vasijas redondeadas con una peculiar asa en forma de argolla, al igual que la abundancia de conchas del caracol Strombus y las construcciones en alto, empleando plataformas donde se yerguen las estructuras circulares conocidas como yácatas que en algo recuerdan a Machu Picchu; todos estos indicios apuntan hacia una semejanza con culturas del Perú, un contacto que quizá se realizó a través de largas travesías por el Pacífico. Al igual que los mexicas y su mítico Aztlán, los purépechas tenían la tradición de descender de un remoto lugar perdido en el lejano norte. Se han podido establecer ciertas similitudes, si bien tardías, con la deslumbrante cultura de Paquimé. Incluso la naturaleza de la lengua purépecha y su diferencia respecto del náhuatl y otomí, sin mencionar las lenguas oaxaqueñas y mayenses, y su aparente afinidad con la lengua de los incas, han hecho sospechar a investigadores como Mauricio Swadesh un nexo prehistórico entre quechua y tarasco. Otros antropólogos lingüistas como Leonardo Manrique Castañeda han establecido un mapa con la zona de influencia del purépecha, bastante menguada ya al arribo de los españoles, debido a la influencia nahua. El primero que comenzó a analizar de manera temprana la lengua de Michoacán fue fray Maturino Gilberti, estudiado ampliamente por Benedict Warren.
Sitios como la capital del reino, Tzintzuntzan, y otros como Zacapu, Ihuatzio, Zináparo, Huetamo, Chupícuaro, Tingambato, Santa María, Tres Cerritos, Los Alzati, El Opeño, Queréndaro, Huandacarea dejan tener un atisbo de la extensión geográfica del reino, el cual abarcaba la totalidad del territorio de Michoacán y partes de Jalisco, Colima, Querétaro y Guanajuato, así como pequeñas áreas del Estado de México, Guerrero e incluso Nayarit. Con el corazón asentado en la región lacustre de Páztcuaro, Cuitzeo, Yuriria y Chapala, lo que se conoce como buena parte del Occidente mesoamericano, el reino tarasco tenía una relación particular con el agua, tanto dulce como de mar. La sal, tanto marina como de suelos salitrosos tierra adentro, era uno de los productos que se comercializaban con mayor intensidad. La presencia de otro bivalvo, el Spondylus, natural de la costa de Panamá, habla de un profuso comercio con la zona del litoral del Pacífico. En 1930 Alfonso Caso, habiendo llevado a cabo trabajos en Montealbán, inicia en Tzintzuntzan la consolidación y reconstrucción de la Yácata 5. Alrededor de 1950 Jorge Acosta realiza excavaciones en Ihuatzio, donde descubre una figura muy similar al Chac Mool, que exhibe un intercambio con la zona maya. En 1968 Román Piña Chan explora el barrio de Santa Ana, emplazado en la ladera de las yácatas. Finalmente de 1970 la arqueóloga estadounidense Helen Perlstein Pollard traza un patrón del asentamiento de la totalidad de la antigua capital del reino tarasco. El destacado antropólogo, director de la zona arqueológica de Montalbán, miembro del Consejo Nacional de Arqueología y El Colegio de Michoacán, José Arturo Oliveros Morales, en su libro Tzintzuntzan. Capital del reino purépecha [FCE, Colmex, FHA, 2011], hace un recorrido ágil e ilustrativo por este sitio arqueológico, uno de los menos frecuentados en México. ®