En el testimonio del ex comunista colombiano Álvaro Delgado se puede leer el origen de la violencia criminal de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia, su rompimiento con el Partido Comunista, su involucramiento en el narcotráfico y su pretensión de querer pasar por movimiento insurgente reprimido por el Estado.
Es el nombre de un libro con aroma nostálgico. Se trata de una larga entrevista concedida al sociólogo Juan Carlos Celis por Álvaro Delgado. Este personaje, de muy bajo perfil, según lo describe el profesor e historiador Medófilo Medina en el prólogo, fue durante cuarenta años militante del Partido Comunista colombiano y por más de teinta miembro de su Comité Central (CC). A la fecha tiene 82 años, dejó la militancia en la turbulenta década de los noventa sin renunciar a su empatía con el ideal de un mundo más democrático y más justo. Se destacó por su trabajo educativo en el frente sindical del partido. Las experiencias que él narra con sabor a desengaño y decepción, no tienen ningún parecido con la voz de un “renegado” o “traidor” a la causa como suele decirse de aquellos que abandonan el camino y la línea.
Como quiera que es imposible dar cuenta de todo el contenido del texto, me referiré a unos asuntos muy puntuales en los que su testimonio cobra vigencia porque ilustra en su calidad de testigo presencial, las vicisitudes vividas por los comunistas ortodoxos prosoviéticos en torno a un tema tabú: la política adoptada por el Partido Comunista de combinación de todas las formas de lucha desde los años sesenta y lo que ello implicó en las relaciones no siempre apacibles ni fluidas entre el partido, su Comité Central, los movimientos y organizaciones sociales y la guerrilla de las FARC, a la sazón consideradas su brazo armado.
Ni Delgado, por su acción crítica ni su texto por lo que revela, deben estar en los altares del comunismo nacional. Sus viejos conmilitones le deben haber restregado en la cara, más de una vez, el daño ocasionado a la imagen del partido por haber sacado a la luz pública hechos y comportamientos que se debieron haber dejado en la memoria infranqueable de los más altos dirigentes.
No tengo idea sobre si el libro, editado en 2007 por La Carreta Editores, alcanzó un aceptable nivel de circulación. Lo que sí es claro es que no ha tenido el impacto que debe tener un testimonio valioso para la historia política reciente del país en cuanto revela detalles inéditos y desconocidos de la vida y de los sinsabores que se destilaban en el más profundo secreto de los camaradas colombianos.
Ni Delgado, por su acción crítica ni su texto por lo que revela, deben estar en los altares del comunismo nacional. Sus viejos conmilitones le deben haber restregado en la cara, más de una vez, el daño ocasionado a la imagen del partido por haber sacado a la luz pública hechos y comportamientos que se debieron haber dejado en la memoria infranqueable de los más altos dirigentes.
Pues bien, querámoslo o no, el comunismo sigue vivo y coleando en Colombia, igual las FARC cuyos máximos jefes, Tirofijo y Jacobo Arenas, fueron miembros del Comité Central. Las FARC rinden honores a quien fuera, según Delgado y el profesor Medina, el ideólogo de la fatídica combinación de todas las formas de lucha, Manuel Cepeda, al bautizar uno de sus frentes con su nombre. Este personaje, miembro del Comité Central, congresista por la malograda Unión Patriótica, asesinado estando fuera de combate, ocupa un espacio central en el relato de Delgado. Resulta que Delgado, que a los ojos de las bases del partido y de sus zonas de influencia, era un hombre dogmático, rígido y leal a la línea oficial, que libró, sin mucho éxito, una fuerte lucha ideológica interna contra la combinación de todas las formas de lucha y abogó por romper toda relación con las guerrillas y con la lucha armada y optar por la lucha civil y democrática, tal como había orientado el PCUS en su vigésimo congreso de 1956, el de la desestalinización.
Su posición le granjeó inmensas dificultades con sus pares y, de manera muy especial, una enconada rivalidad con Cepeda, quien haciendo valer su poderío le hizo la vida imposible en el nivel directivo. Cada aspecto de su trayectoria es ilustrada en tono ameno con anécdotas que no hacen más que confirmar los rumores que circulan como murmullos en los círculos intelectuales y en otras organizaciones de izquierda que han sido víctimas de la posición dominante y hegemonista de los comunistas criollos. Lo que sigue a continuación son apartes extractados de una conversación que debe ser tenida como insumo necesario en los análisis de la política contemporánea del país:
A mí me parece que la guerra ha sido el peor obstáculo que se ha atravesado en las luchas sociales … los sectores de izquierda se entusiasmaron con el uso de la fuerza y comprometieron a todo el movimiento sindical … simplemente lo que hubo fue una manipulación, una instrumentalización de los sectores sociales por la guerrilla. Es que, por ejemplo, lo que hicieron los del EPL en Urabá con los bananeros … es una verdadera tragedia política … y me parece que las FARC, en vez de rectificar esa política absurda y destructora de organizaciones del pueblo lo que hicieron fue continuarla y perfeccionar sus estragos … los paramilitares no hicieron sino cosechar el fruto envenenado que los grupos guerrilleros les pusieron en la mano. Planteé que el partido no tenía futuro amarrado a la lucha armada, que debía cambiar el nombre, llamarse socialista, socialdemócrata … pero deshacerse de la coyunda de la lucha armada … ni siquiera me gane un voto.
Ellos [las FARC] ya no creen en negociaciones … en el Caguán decían que no estaban en plan de negociar sino de continuar la Guerra … Manuel Marulanda ingresó al Comité Central en 1962 conmigo. En las filas de la guerrilla y en la misma Venezuela se sostiene que los yanquis no han invadido ese país porque lo impiden las FARC. Sus efectivos van allá a descansar a convalecer … a realizar labores políticas, como sucede igualmente en territorio ecuatoriano. Con todas esas ventajas, ¿para qué pueden querer la paz? En algunas regiones, como el Magdalena y La Guajira, es de público conocimiento que las FARC trabajan en llave con los paramilitares para recibir y transportar la cocaína … cosa en la cual colaboran agentes de la DEA … son evidentes asimismo las relaciones de la guerrilla con la delincuencia común en lo que tiene que ver con secuestros y atentados terroristas. Desde los años ochenta la guerrilla tiene presencia en la frontera con Ecuador … y en los Círculos Bolivarianos de Venezuela tienen mayor injerencia que la revelada por la prensa.
Delgado afirma que “[en el partido] lo central era arribar a un acuerdo político [con el establecimiento] … pero … el sector radical, representado por Manuel Cepeda … planteaba: ‘Sí, luchamos por una solución política, impuesta por la movilización civil de las masas, pero al final … la toma del poder no podrá decidirse sino por medios violentos. Es difícil que ellos [las FARC] vayan a caminar hacia la deposición de las armas en un futuro mediano. Ellos son gente de mirada larga. Tanto las FARC como el partido no están dispuestos a archivar programas de la noche a la mañana, y el programa de las FARC es hacer la guerra hasta la victoria final”.
«En algunas regiones, como el Magdalena y La Guajira, es de público conocimiento que las FARC trabajan en llave con los paramilitares para recibir y transportar la cocaína … cosa en la cual colaboran agentes de la DEA … son evidentes asimismo las relaciones de la guerrilla con la delincuencia común en lo que tiene que ver con secuestros y atentados terroristas.»
Según Alvaro Delgado, las FARC tuvieron mucha responsabilidad en hechos de violencia, no sólo por haber impulsado un proyecto de participación en política legal sin haber renunciado a la combinación de todas las formas de lucha, sino porque propiciaron acciones de retaliación violenta contra dirigentes de la UP y del Partido Comunista que eran críticos de la lucha armada y de la supeditación de la lucha legal a la lucha armada como ya se había impuesto desde comienzos de la década de los ochenta.
“Cuando se llevó a cabo el aniquilamiento de la UP las cosas eran distintas … dejaron en claro que ellos [las FARC] no iban a exponer sus fuerzas en son de defender a los militantes de la UP o del partido. Su reflexión era escueta: ‘Ese no es problema nuestro … ustedes se crearon ese problema y ustedes verán cómo lo solucionan’”. Dice también Delgado que muchos organismos del partido se quejaban de que las FARC, sabiendo quiénes eran, dónde y cuándo actuaban los asesinos de la militancia del partido, no hacían nada por evitarlo.
Ante las críticas formuladas en los plenos del Comité Central (CC), Delgado empieza a perder prestigio y a recibir amenazas de las FARC.
En varias oportunidades, al término de reunionws … en las cuales yo había hecho serios reparos a la conducta del movimiento armado, algunos camaradas se me acercaban para advertirme en privado que me estaba exponiendo, que debía morigerar mi tono, que uno no sabía qué podría pasarle … en esos momentos recibo las primeras amenazas de muerte, hechas inicialmente por teléfono, fugazmente, y luego en sobres cerrados que aparecían en las propias oficinas del Comité Central … le planteé la cosa a otro camarada … y me dijo: “No creo que te vayan a matar, pero pueden contratar a alguien que te haga algún daño” … Cuando dejé formalmente toda responsabilidad en el Comité Central me quedé sin empleo y sin ingresos. Acudí a la dirección del partido … y el responsable de organización sólo me ofreció traslado a Urabá, de donde yo había visto llegar a camaradas que huían de las amenazas del Ejército y los paramilitares … Finalmente, decepcionado también de que el partido seguía apoyando la lucha armada, decidí retirarme.
Delgado insinúa que las FARC tuvieron responsabilidad en algunas acciones mortales contra dirigentes de la UP. Una de ellas habría sido el asesinato del dirigente de esa organización Henry Millán, representante a la Cámara, en Florencia, que había sido muy crítico con las FARC. Narra que en medio de la lucha ideológica interna en el Partido Comunista le contaron que Manuel Cepeda “había interceptado una carta en que se planteaban acciones divisionistas”. Entre los acusados se encontraban Jaime Pardo Leal, José Antequera y Bernardo Jaramillo, entre otros. Pardo y Jaramillo fueron citados por los jefes de las FARC con el fin de alinearlos, corregirlos y hacerles saber que la guerrilla ya era más poderosa que el partido y que era a ella a la que debían guardar lealtad. “Jaramillo y sus compañeros no eran dirigentes decisorios en el CC y fueron rápidamente aislados y aplastados”. Se refiere a una visita que hizo al monte por citación de Jacobo y cuenta que en una quebrada de “aguas cristalinas … alcancé a ver varias personas de catadura urbana, entre ellas una alcaldesa y tal vez dos”. Recuerda que escuchó en un pleno del CC durante la tregua con Belisario Betancur y cuando la militancia comunista estaba entusiasmada con la paz el mensaje de los comandantes guerrilleros: “Olvídense de eso [la paz]. Nosotros estamos haciendo eso con Betancur solamente como una maniobra política … porque con eso ganamos tiempo y … ganamos posiciones y podemos llegar a sectores populares donde no podemos llegar de otra manera”. Por eso, continúa Delgado: “Nunca creí en las negociaciones con Pastrana … Cuando a Pardo Leal le dijeron que debía ir a hablar con los comandantes guerrilleros se murió del susto … tipo que sobresale en la lucha política o cívica … es tipo que mandan a llamar”. Sobre el derrumbe de la Unión Soviética cuenta algo que revela el dogmatismo imperante en la línea dirigente: “El partido sigue … creyendo que lo que vivieron fue … un grave accidente en el camino, pero que la organización sigue firme y las tesis marxistas siguen incólumes … No se aceptó nunca que el modelo que los comunistas quisimos imponer en el mundo … fracasó”.
Creo que las evocaciones de Álvaro Delgado merecen toda la atención de la opinión pensante de Colombia, en especial de las izquierdas de todos los colores, porque a raíz de las negociaciones de paz en La Habana se pretende, por parte de algunos círculos radicales y de personajes muy cercanos a ese comunismo dogmático, como el hijo de Manuel Cepeda, vender la idea de una única verdad, de una versión según la cual en el conflicto colombiano sólo hubo unas víctimas, las causadas por el Estado colombiano, los paramilitares y la fuerza pública. Declaraciones en tal sentido se han escuchado recientemente por parte de voceros de las FARC. Es fuerte la demanda para que se conforme una Comisión de la Verdad cuya función ya estaría fijada: entrar en detalles para corroborar lo que se afirma.
En suma, según ese gran relato se quiere explicar lo sucedido en Colombia como expresión de una política de Estado, similar a lo sucedido en las dictaduras de Argentina, Chile, Uruguay y Paraguay, donde se trató de aplastar los movimientos populares y revolucionarios antiimperialistas y socialistas por iniciativa estatal. Se afirma, como verdad científica, que las guerrillas y la lucha armada son consecuencia de las desigualdades enormes y las injusticias y la estrechez de la democracia, las “causas objetivas”. Se niega la existencia de un proyecto comunista y revolucionario que se pretendió realizar a contrapelo de las tendencias políticas reformistas por las que se inclinó la sociedad colombiana. En ese gran relato no se admite que las guerrillas cometieron crímenes de lesa humanidad y de guerra, que deben rendir cuentas a la justicia y que, así como ha habido condenas para los políticos que colaboraron con los paramilitares, también debería haberlas para los que desde la civilidad apoyaron la lucha armada guerrillera.
El texto de Álvaro Delgado debe ser tenido en cuenta no sólo en los debates en el ámbito político sino también en los recintos académicos donde es casi hegemónico un discurso que únicamente habla de la base material del levantamiento armado, justificante y moralista que atribuye representación política y altruismo a un experimento que en cincuenta años de existencia no fue capaz de convocar el apoyo de las mayorías. ®
Rogelio Villarreal
Las FARC tienen décadas tratando de tomar el poder en Colombia, y como van las cosas ya parece imposible. El cambio de objetivo, de instaurar el comunismo en Colombia a convertirse en una narcoguerrilla que asesina y secuestra, ¿no es un fracaso? ¿No te parece vergonzoso que ahora quieran hacerse pasar por víctimas del Estado? Eso es un fracaso, aun cuando tengan presencia en muchos territorios —en parte debido a estrategias erráticas del gobierno colombiano.
Edgar Clement
Lo que pasa es que hay que ver qué se define como «derrota» cuando has declarado la guerra. Cuando has declarado la guerra, derrota es o que te exterminen o que te rindas, y en el caso de las FARC (que declararon la guerra al Estado colombiano), pues no ha ocurrido ninguna de ambas situaciones.
Ahora que si se trata de que «están derrotados porque yo digo», pues Alvaro Delgado tiene toda la razón. Ni modo de repelarle: son sus términos.
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Edgar Clement
No sé si haya fracasado la lucha armada.
Hasta la fecha el Departamento de Caquetá (por ejemplo), sigue controlado por las FARC, el Ejército colombiano no puede entrar (le ha sido más fácil meterse a Ecuador a perseguirlas), y hasta donde se sabe, el comercio de cocaína les permite llevar una economía paralela, la coca se usa como moneda y tal parece que hacia dentro sí se gobiernan como un régimen comunista.
No sé si haya fracasado la lucha armada. Mientras existan los Departamentos controlados por las FARC, no se puede hablar de «fracaso» -tan solo de pura presencia están en 24 de los 32 departamentos de Colombia, no es poca cosa-. Lo que tal vez sí fracasó fue el ideario comunista. Quizá lo que fracasó fue el intento primigenio de convertirse en régimen legal en toda Colombia, porque tengo entendido que hacia dentro, en los departamentos controlados, se gobiernan bajo ese ideario… pero, no sé.
Creo que es un libro más bien dirigido a terminar de romper lazos entre las FARC y eventuales grupos radicales dentro de los partidos oficiales de la izquierda colombiana.