Tres medidas para combatir al crimen: que el gobernador se haga responsable; que haya una estrategia multidimensional, no sólo prevención, no sólo acción directa contra el crimen, sino una combinación de ambas, y articulación de los tres órdenes de gobierno bajo la égida del gobierno estatal.
Como estado fronterizo con Estados Unidos que significa un espacio de acción para los grupos de narcotraficantes, Coahuila fue duramente asaeteada por la violencia y la inseguridad, además de que fue una de las entidades que probó una vía militarizada para intentar enfrentar el problema. Fracasó.
Debido a lo anterior se tuvo que cambiar de modelo para intentar ofrecer la paz al iniciar la segunda década del siglo XXI, y del fiasco pasó a convertirse en un éxito, uno de los más notables de los últimos años en el país. Los avances de Coahuila en el combate a la inseguridad y la violencia constituyen una experiencia muy valiosa por su planeación, diseño, instrumentación, resultados y continuidad: así, por ejemplo, entre 2012 y 2017 los homicidios dolosos disminuyeron porcentualmente en 87, los robos en 53, los secuestros en 42 y la extorsión en casi 70, entre otros indicadores importantes, según datos oficiales.
Lo anterior es resultado de la estrategia multidimensional puesta en marcha en la entidad durante el gobierno de Rubén Moreira (2011–2017), quien la estableció de forma independiente de las políticas federales de las administraciones de Felipe Calderón y Enrique Peña Nieto.
Uno de los puntos clave de esta experiencia de seguridad es la frase que, improvisadamente, Moreira dijo durante su campaña electoral en mayo de 2011: “De la seguridad me encargo yo”, lo que arrancó aplausos y también la obligación de diseñar una estrategia por la paz que abarcó muchos aspectos, desde algunos aparentemente inocuos, como la prohibición de máquinas tragamonedas, hasta la integración de policías capacitadas, preparadas, vigiladas y con buenas condiciones laborales.
Un testimonio de esa experiencia exitosa en seguridad es la que se ofrece en el libro Jaque mate al crimen organizado. Coahuila: una estrategia multidimensional para la paz (Planeta, 2022) del propio Moreira y Rubén Aguilar Valenzuela, en el que se pone énfasis en el papel decisivo del gobernador en la resolución de la situación de inseguridad y violencia, lo que plantean en contra de la fracasada estrategia de militarización que ha profundizado el actual gobierno de la República.
Como explican los autores, la solución al problema de la inseguridad depende en buena medida de la voluntad política del gobernador, y “sólo se puede resolver si los estados, en el marco de una estrategia, se deciden a enfrentarlo y lo hacen con sus propias fuerzas de seguridad. Las federales actúan de apoyo, pero no son las responsables de la estrategia”.
Sobre ese libro conversamos con Aguilar Valenzuela (Hermosillo, Sonora, 1947), quien es doctor en Ciencias Sociales por la Universidad Iberoamericana, institución de la que también ha sido profesor. Fue integrante de las Fuerzas Populares de Liberación Farabundo Martí en El Salvador, fundador de al menos un par de consultorías y coordinador de Comunicación Social de la Presidencia durante buena parte del sexenio de Vicente Fox. Autor y coautor de al menos una veintena de libros, ha colaborado en publicaciones como Nexos, etcétera, Proceso, Milenio Semanal, El Financiero, El Universal y Animal Político.
—¿Por qué un libro como este, escrito al alimón con quien fue gobernador de Coahuila, Rubén Moreira? Hace cinco años acabó él su periodo al frente del estado, además de que había un buen estudio sobre seguridad en una zona de esa entidad hecho por Sergio Aguayo y Jacobo Dayán.
—Es un tema que empecé a discutir con Rubén desde 2012, cuando asesoré la comunicación del gobierno estatal. Di seguimiento al proceso y en 2018 empezamos de manera formal a hablar de ello: tuvimos unas 18 sesiones de trabajo entre 2018 y 2021, que son unas 40 horas de grabación porque me parecía que era algo extraordinariamente importante lo que había ocurrido: el éxito en los resultados que las estadísticas muestran.
Yo conecté a Sergio y a Dayán con Rubén para que le plantearan toda la información que consideraban en términos de su investigación, que se reduce a La Laguna, no al conjunto del estado; pero eso sólo puede tener sentido si ves la globalidad, no sólo la parcialidad de un municipio como Torreón. Como ellos habían comenzado antes llevaban la mano; hicieron su publicación y después pensamos en la nuestra.
Nos reunimos Rubén y las personas que mencioné, y la pandemia nos sirvió mucho para acelerar el proceso. Nos veíamos en mi casa, buena parte del tiempo con mascarillas, y así salió el producto.
Hoy Coahuila está al nivel de Yucatán, el estado con menos violencia del país, con tres o cuatro homicidios dolosos por 100 mil habitantes, que es muy menor a la de Estados Unidos e igual a la de Suiza.
Lo relevante es que es un libro que da cuenta de una experiencia tremendamente exitosa: a los dos años de haberse implementado la estrategia multidimensional empezó a llegar a 88 por ciento la reducción en homicidios dolosos y en el resto de los indicadores de violencia. Miguel Riquelme continuó la estrategia en el siguiente gobierno y siguen bajando los indicadores de violencia. Hoy Coahuila está al nivel de Yucatán, el estado con menos violencia del país, con tres o cuatro homicidios dolosos por 100 mil habitantes, que es muy menor a la de Estados Unidos e igual a la de Suiza, para que tengamos una idea de lo que eso quiere decir en términos de implementación de una estrategia eficaz.
Segundo elemento: que lo anterior quedara evidenciado a partir de las propias estadísticas que formula el Secretariado Ejecutivo del Sistema Nacional de Seguridad Pública, y que no son del gobierno del estado. Es como proponer dónde está la diferencia sustantiva respecto a todo lo que se había hecho.
El primer estado donde se militarizó la seguridad fue Coahuila. El presidente Felipe Calderón le hizo sentir a Humberto Moreira que él y su gente estaban ligados al narcotráfico; el entonces gobernador no le respondió y contrató a Isabel Arvide para que mediara la relación con el general Guillermo Galván. El Ejecutivo del estado dijo: “Yo pongo el dinero, pero no quiero tener contacto directo para que no se digan cosas”. Al secretario le entusiasmó el proyecto, lo asumió y mandó generales en retiro para la Policía estatal y para las cárceles, y generales para las trece ciudades más importantes del estado. Uno de ellos fue asesinado en Piedras Negras. Pero esa estrategia no resultó: siguió incrementándose la violencia.
Esos militares no daban cuenta al gobernador sino a la zona militar. Arvide, quien era la responsable del proyecto, se sinceró conmigo e incluso me pasó cartas y conversaciones con el general Galván, e hizo un análisis de por qué los militares no pueden resolver el problema de seguridad pública. Los quince puntos que vienen en la primera parte del libro valen para lo que hicieron Calderón y Peña, y para lo que, de manera redoblada, realizó el presidente López Obrador. ¿Qué dice el análisis? Los militares no pueden porque no les da la formación; no están permanentemente en el terreno y no lo conocen lo suficientemente bien; sólo mandan verticalmente y no saben tratar a la Policía; no se relacionan con la comunidad; no se saben comunicar, etcétera.
Era importante hacer notar dos temas: que la militarización a cargo de la Policía no sirve, y seguirá siendo un fracaso, como lo ha sido en estos 17 años, lo que se ha redoblado porque, insisto, el presidente López Obrador, pese a la evidencia, reiteró esa política. Por otro lado, si el gobernador no se hace cargo directamente del asunto, no hay ninguna posibilidad de que el problema se resuelva.
—Hubo una frase de Rubén Moreira en su campaña en pos de la gubernatura que, en buena medida, estructura el libro: “De la seguridad me encargo yo”. ¿Cuál fue el peso personal del gobernador en esta política de seguridad pública?
—Esa fue una frase que no estaba en un discurso pero que fue dicha en campaña en Torreón; cuando Rubén la dijo todo el auditorio se levantó a aplaudir. El entonces candidato dijo: “Esto es lo que quiere la sociedad”. Se le prendió la cabeza, se le abrió el horizonte y dijo: “Éste es el tema: a esto me tengo que dedicar”.
A partir de ese discurso y con esa reacción de la gente, Rubén asumió que ésa era su primera gran responsabilidad, y que todo lo demás debía estar articulado con el fenómeno de devolver la paz al estado: que la economía, la educación, lo que se quiera, son para construir la paz. A partir de ahí se articuló la estrategia.
En principio hubo un rechazo notable incluso de la gente de Rubén: “No metamos este tema porque es complicadísimo y nos va a ir muy mal”, y había personas que le decían: “No, gobernador, no se meta en el asunto”, y no se referían a los criminales como tales sino como los “señores”. No se atrevían a algo más. En una ocasión, en un mitin cuando empezaba como gobernador, las cámaras dejaron de filmar cuando Moreira se empezó a referir a los delincuentes.
—Cuentan que en una universidad, en una ocasión que se trataba el tema, los asistentes se empezaron a salir del auditorio.
—Sí, se salió toda la gente para que no fuera a decir el narco que eran cómplices de las declaraciones del gobernador; pero éste, en ese sentido, se la jugó. En un diálogo me dijo: “Si no lo hacía nos íbamos a caer, lo que no era posible. Lo tengo que hacer por responsabilidad pública y por mi propio interés, porque si no no voy a poder gestionar el gobierno del estado”.
A partir de esa convicción y de esa claridad de tener la evidencia de que el Ejército no puede resolver el problema, como había sido contundente la experiencia de los dos o tres años que duró el Plan Coahuila bajo la orientación del propio general secretario Galván, el gobernador comenzó a articular su política.
Rubén conoce muy bien el estado en términos políticos y también académicos porque es un estudioso que conoce la historia de Coahuila. Así comenzó a diseñar una estrategia multidimensional con tres tramos: por un lado la prevención, por otro el combate al crimen y, finalmente, una estructura de apoyo. En lo primero está lo central: hacer crecer la economía y generar empleo. Él logró, en 20 o 25 viajes que hizo al Oriente, traer una cantidad brutal de empresas de autopartes a Ramos Arizpe, básicamente, y a otras regiones limítrofes del estado, con lo cual generó 180 mil empleos formales, que para un estado de esa dimensión es brutal: más que los tres o cuatro sexenios anteriores juntos.
Así comenzó a diseñar una estrategia multidimensional con tres tramos: por un lado la prevención, por otro el combate al crimen y, finalmente, una estructura de apoyo. En lo primero está lo central: hacer crecer la economía y generar empleo.
También abrió 240 preparatorias, ocho universidades, expansionó la universidad del estado y conectó regiones. Así, con las primera logró que los chicos no se desplazaran de su lugar, mantuvieran la relación con la familia y no se fueran para Saltillo o Torreón y nunca más volvieran a su casa. También para ello se contó con 10 veces más presupuesto para cultura, deporte y recreación.
Otro aspecto fue la relación con la sociedad civil para abrir el espacio para la discusión con las iglesias, el sector privado, las organizaciones ciudadanas y la prensa. Ésta es muy crítica pero, a final de cuentas, es la única manera de saber la verdad y también de relacionarse con la ciudadanía.
El gobierno de Coahuila se abrió a los medios de comunicación con transparencia y rendición de cuentas para que, en la crítica, la prensa lo acompañara, porque la única manera de ser creíble no sólo es la estadística sino que la prensa dé testimonio de lo que realmente ha pasado.
Para enfrentar el problema se debe tener un cuerpo de seguridad de élite. La Policía se dividió: de proximidad, de trance, ministerial y los gafes, que son altamente capacitados y equipados, con una enorme moral de combate y con sólo 350 efectivos, pero con 28 mil pesos de sueldo, acceso a vivienda, seguro de gastos médicos, seguro de vida, becas para los hijos, etcétera. Todas esas acciones que se hicieron forman parte del resultado.
Al principio Rubén vio que la estadística que se tenía era una payasada; por ello había que agarrar la prensa, no lo que llegaba a los ministerios porque la gente no denunciaba nada. Entonces todos los números se botaron, se fueron para arriba, y la reacción de los ciudadanos fue “qué horrible”, pero Rubén sostuvo que si no se sabe la realidad y no se enfrentan los datos sobre ella no hay nada que hacer: es hacerte pendejo.
Hay otro aspecto: todos sabemos que el gran dinero del narco se queda y se lava en Estados Unidos; pero de allí no se mantiene el día a día del narco.
—Eso me llamó la atención: el libro menciona la prohibición de los giros negros, de los table dance, de las tienditas que vendían alcohol a deshoras, de las peleas de gallos y hasta de cierto tipo de música, que los vehículos no trajeran vidrios polarizados, etcétera. ¿Cuál era el peso de esto en el fenómeno delictivo? ¿Cómo fueron afectadas las libertades con esas medidas?
—Eso es muy complicado desde la lógica de la libertad. Primero, hubo una gran investigación de cómo opera el crimen, que es de diversas maneras en diferentes realidades que tienen que ver con la geografía y la condición de la entidad. Coahuila es un estado rico, uno de los cinco más importantes exportadores del país; a pesar de que el territorio es relevante, la población es reducida comparada con otras realidades.
Se descubrió que, objetivamente, el narco mantiene su estructura del día a día con esos negocios que mencionaste. Por ejemplo, Ancira le dijo un día a Rubén: “¿Te has fijado que en Coahuila no se roban carros nuevos? Te voy a explicar la dinámica: otros autos llegan a los yonkes para desmantelarlos, las partes llegan a las chatarreras, los hacen pedacitos y, con factura y todo, a mí me los venden en Monclova para fundir”.
Eso, las maquinitas, las peleas de gallos, etcétera, tienen una mecánica igual, y con esto es con lo que el narco financia su cotidianidad. Por ejemplo, el narco pone 4 mil maquinitas en tienditas y obliga al dueño a que las conecte y desenchufe el refrigerador de la leche o de la Coca Cola, y son millones de pesos al mes. Bueno, se tiraron esas maquinitas, lo que no fue reclamado porque todas eran del narco.
Al principio sí hubo demandas por las libertades. Guadiana, hoy de Morena, de quien uno podría pensar que es hasta gángster, fue de los que más protestó porque también vivía de ese negocio de alguna manera.
La gente también protestó por los casinos, pero su operación implicaba decenas de millones de pesos y sólo con eso se alimentaba la estructura del narco.
Al principio la gente reaccionó en contra, pero luego aplaudió, porque sabe cuándo ceder la libertad por un bien mayor, y eso lo entendió: cedía su libertad para la construcción de un bien mayor que es la paz, porque sólo en ésta las sociedades pueden prosperar.
En ese sentido, pese al costo inicial rápidamente, cuando la gente empezó a ver que el asunto caminaba, aplaudió y dijo “que eso no vuelva nunca”. Por eso Riquelme ya no tuvo problema y lo pudo prolongar: ya no hubo manifestaciones y nadie que saliera a la calle a decir “¡que vuelvan los casinos!”, porque saben que, si vuelven, con ellos regresan los narcos.
En el caso de Coahuila, a diferencia probablemente de otros estados del país, el narco se fue; no es como la pax narca de algunas entidades donde nada más existe un cártel. Se fue porque los narcotraficantes son hombres de negocios de lo ilegal, y se mueven en la lógica de la rentabilidad, de costo–beneficio, y era muy costoso operar en Coahuila. En razón de eso, entonces, hubo un “efecto cucaracha” y no está resuelto a escala nacional.
El narco se fue; no es como la pax narca de algunas entidades donde nada más existe un cártel. Se fue porque los narcotraficantes son hombres de negocios de lo ilegal, y se mueven en la lógica de la rentabilidad, de costo–beneficio, y era muy costoso operar en Coahuila.
¿Cuándo puede resolverse? Cuando el Ejecutivo nacional se ponga las pilas, le exija a los gobernadores que hagan lo que tienen que hacer y se condicione la ayuda al éxito de la acción. Pero el expresidente cortó todos los recursos que iban a los municipios y a los estados, los desprotegió, y se los trajo al centro y no se están usando: están utilizándose en Dos Bocas o en el Tren Maya, pero no para combatir la delincuencia. Incluso el Ejército se siente muy desprotegido y hay protestas en su interior, y se sabe.
Aunque están concentrados los recursos, no necesariamente están dedicados a la seguridad. El Ejército tiene hoy como 300 tareas que no lo corresponden, desde cuidar niños, repartir juguetes, hasta agarrar migrantes. Jamás habrá paz en el país, ni hoy ni en los próximos cincuenta años, si se sigue pensando que es en el plano federal, con el Ejército, con la Guardia Nacional, como se va a resolver el problema. Sólo lo puede resolver un gobernador que se haga cargo de él y que, a partir de su fuerza estatal, se coordine con los municipios en la lógica de una fuerza policial centralizada con mando único, y se coordine con el Ejército.
La tarea debe ser del gobernador, no del Ejército; éste podrá ir las veces que quiera, pero nada más va a pasearse por allí y asusta, es disuasivo, pero no resuelve el problema porque no lo puede hacer. Para solucionarlo se debe estar allí las 24 horas del día de los 365 días del año, y convertir el asunto en el tema, y que desde allí se articulen la economía, la política, la política social y cómo se devuelve la paz al estado y que no haya asesinatos, que haya prosperidad y avance.
—Hay otro aspecto que me llamó la atención: las estrategias de comunicación. De un lado está muy claramente la de los delincuentes, con un gran dominio sobre la prensa, sea por dinero, por amenazas y atentados, y que dictan qué es lo que se puede publicar. Por el otro lado, como se cuenta en el libro, está la del gobierno, que hizo que también se difundiera su versión. ¿Cómo fue este enfrentamiento?
—Lo sigue habiendo en algunos otros estados del país. Hay algunos seudoperiodistas que son claramente “halcones”: seguían a la Policía todo el día supuestamente porque tenían un portal y traían su credencial. Cuando llegó Rubén hizo el control de confianza a todas las policías, y hasta a las telefonistas y las señoras que limpiaban los pisos en sus instalaciones.
En ese marco era complicado ser respetuoso de la libertad absoluta de expresión e ir haciendo un deslinde de quiénes estaban del lado del narco porque eran sus empleados, y quiénes eran periodistas de verdad. Cuando llegó Rubén algunos medios ya habían decidido no cubrir el tema en razón de la seguridad que implicaba poner a los periodistas en la mira de un rifle o de una pistola del narcotráfico.
¿Cómo lograr que el periodismo libre pudiera ejercer su trabajo y moverse como debe de ser, bajo la garantía que debe dar el Estado para el ejercicio de la libertad de expresión? De lo que pude observar del proceso de Coahuila fue que la situación comenzó a cambiar, y los periodistas empezaron a percibir ese cambio objetivo. Entonces ellos mismos comenzaron a sentir mucha más confianza para poder ejercer su función y a no tener tanto miedo de tratar cierto tipo de temas; pero esto fue, otra vez, sobre la evidencia empírica de que estaba habiendo cambios notables y perceptibles, no cuentos y no sólo las estadísticas: si no cambia el ánimo social, éstas no valen. En ese sentido, pienso que los medios y los periodistas empezaron a darse cuenta.
Segundo: desde un primer momento quedó claro que no iba a haber nunca alteración de la información, que no iba a haber trampa sino rendición de cuentas y transparencia. Rubén tenía muy claro que la única manera de acreditarse después del descrédito que había habido de Jorge Juan Torres, el gobernador interino, y de su propio hermano, era jugar limpio, por lo que se hizo presente en los medios.
Mientras no se elimine la compra de publicidad de parte del gobierno y los medios dependan, en buena medida, de esa publicidad, hay una relación, por más que se quiera libre, perversa. El dinero altera la relación y, en ese sentido, eso, objetivamente, no se resolvió: ahí sigue comprando el gobierno publicidad.
La relación con la prensa no se resolvió, y no veo fácil que se haga porque debe realizarse en el marco de una ley federal porque, a final de cuentas, los gobiernos de los estados siguen pagando publicidad a los periódicos, a la televisión o a la radio, lo que mantiene esta relación perversa mediada por el dinero. Yo pensé que López Obrador la iba a suspender, pero fue igualito.
Mientras no se elimine la compra de publicidad de parte del gobierno y los medios dependan, en buena medida, de esa publicidad, hay una relación, por más que se quiera libre, perversa. El dinero altera la relación y, en ese sentido, eso, objetivamente, no se resolvió: ahí sigue comprando el gobierno publicidad —también lo hacía Rubén— tratando de ser muy objetivo, de no meterse, pero de todos modos eso genera distorsión.
Un día, en 2005, cené en Madrid con Jesús Polanco, fundador de El País. Me dijo: “Dos cosas, maestro: si a mí se me sitúa a la izquierda o a El Mundo o el ABC se pasan a la derecha se nos quedan los periódicos en los quioscos. Nos debemos a las audiencias; pero si los periódicos de México ya están pagados desde antes de que salgan porque no se deben a la audiencia sino al anunciante, pues nunca van a tener un mejor periodismo. No hay cómo porque ya está pervertida la relación”.
La posibilidad de que el político ingrese en la cobertura de los medios debe ser por su capacidad discursiva, por su accionar, no por la pauta pagada. Si ésta ya está pagada, incluso el mejor periodismo se va a medir, toma precaución para no poner la asignación en duda. En ese sentido, se perjudica el político y también el medio, pierde el periodismo y también la política. Eso está presente y está mucho más allá de lo que pudo haber pasado en el estado: no hubo más cuotas, se siguieron más o menos las mismas cosas, pero sí hubo absoluta apertura.
Gente como Jacobo Dayán o Sergio Aguayo solicitaban información, se les abría y le entraron. Contra todo lo que piensan los políticos: si te abres, la prensa te lo va a reconocer. Al principio será particularmente crítica, y está bien porque es su papel, pero luego irá entendiendo y haciendo una crítica más doble vía, de un lado y del otro, aspecto negativos y positivos, pero eso rinde.
Tengo la certeza de lo que pasó en Coahuila rinde si el gobernador se abre al escrutinio de la prensa y de la sociedad civil organizada. Rubén abrió mesas con las organizaciones de las familias de los desaparecidos e invitó al alto comisionado de las Naciones Unidas para que estuviera presente en esas reuniones, abriendo todo y no escondiendo nada.
—¿Qué pasó cuándo la política estatal de Rubén Moreira a veces chocó con la política federal? Con Calderón fue muy claro, y también con Peña Nieto, aunque menos.
—Con Calderón fue sólo un año. Pienso que el punto central es tener estrategia propia, sabiendo que desde ella se va para adelante, y que la puede favorecer el gobierno federal o no ayudar. Lo fundamental es contar con estrategia, no estarla “chocolateando” o acomodando para que el gobierno federal diga “ahora sí te doy” porque, si es así, se está jodido.
Se debe tener estrategia y llevarla adelante. Rubén acomodó extraordinariamente todos los fondos que Peña abrió para seguridad en estados y municipios, que eran concursables: se mandaron proyectos y ganaron. Pero sin estrategia valen madre, no sirven para nada. Se compran tres pistolas y dos patrullas nuevas, ¿y qué? Hubo un presidente municipal que le dijo a Rubén: “No me vaya a mandar patrullas porque el narco va a venir por ellas. Mándeme bicicletas para mis policías”. Eso implicaba inteligencia.
El elemento central para sortear las tensiones con el gobierno federal es tener estrategia, no estarse acomodando a lo que el presidente o el gobierno federal pida o a lo que el Ejército diga. En aquella se sabe cómo ir incorporando lo bondadoso que pueda venir desde el gobierno federal, cómo se puede ir neutralizando lo que no está bien, cómo se puede ir fortaleciendo a las policías municipales y cómo ir acompañándolas.
En Coahuila se hacían muchas reuniones y había un secretario ejecutivo que le hablaba al propio general de zona para decirle antes de la siguiente: “General: usted tiene estas obligaciones”. Había un monitoreo de la acción todo el tiempo, y el gobernador estaba presente en todas las reuniones, a las que acudían los presidentes municipales.
En algunas ocasiones tuve la oportunidad de estar en las reuniones que hacía Riquelme en Torreón los domingos, con los generales de zona y muchos otros funcionarios, y duraban toda la mañana porque se presentaba la situación colonia por colonia. Yo pienso que eso es lo que le valió la gubernatura a Miguel, ya que funcionaba y se reproducía en las alcaldías el modelo que había creado el propio gobernador.
Rubén sabía que el Ejército podía ser una fuerza importante de acompañamiento, por lo que le construyó diez cuartelitos para que hiciera presencia en la zona, pero sin combatir: la que lo hace es la Policía del estado.
Sin estrategia el gobierno estatal se convierte en veleta; pero con ella articulas la bondad del gobierno y neutralizas las deficiencias. Por ejemplo, Rubén sabía que el Ejército podía ser una fuerza importante de acompañamiento, por lo que le construyó diez cuartelitos para que hiciera presencia en la zona, pero sin combatir: la que lo hace es la Policía del estado. Así se aprovechó la posibilidad que daba el Ejército como fuerza de disuasión, no de ataque.
Rubén supo muy bien articular la fuerza federal, al Ejército en la tarea, y se llevó también muy bien con la Marina y a la Fuerza Aérea le construyó un aeropuerto en Torreón, etcétera, como fuerza de acompañamiento, que es fundamental, pero no es la estratégica, que con las policías del estado y las municipales.
—Un fenómeno: a muchos policías del estado y de los municipios los corrieron por los controles de confianza, y quedaron pocos, pero buenos. También Jorge G. Castañeda dice que subió el número de militares en el estado. ¿Cómo se engarzaron estos dos aspectos?
—El gobernador tenía muy claro que, en su parte de esta articulación con el gobierno federal, el Ejército tenía que cumplir una función de disuasión, y que en ese sentido quería que hubiera más gente, para lo que le puso cuarteles. Eso era parte de la estrategia: mantener presencia del Ejército moviéndose todo el tiempo por el estado, lo que hace muy bien, y cumple con su función de disuasión. A eso le apostó y le metió dinero, y se articuló con el general secretario.
También sabía que la prueba de control de confianza debería ser permanente, no es de una vez y para toda la vida, sino que debe haber presupuesto para que esté funcionando todo el tiempo como una práctica incorporada a la acción de la Policía.
Dos: se debe buscar tener gente de mayor nivel de formación, con más capacitación, con mayores niveles de escolaridad, con todo lo que esto implica, y luego procesarlos claramente en la escuela y con cursos permanentes de actualización.
Tres: se debe tener muy claro cómo se tiene que articular la Policía en razón de las funciones: que un policía de esquina o uno de proximidad no puede combatir al narco, y se debe tener a algunos que se dediquen a ello. A éstos se les debe tener particularmente adiestrados, equipados, etcétera.
A mí me tocó, muy al principio, ir con Rubén a entrevistarnos con la Jefatura de la Policía Nacional de Colombia para entender cómo dividían las estructuras; ya Rubén había leído muchísimos textos de lo que había hecho Uribe. No era un asunto improvisado, de a ver qué chingados se le ocurría.
—Rubén Moreira llegó a ser el encargado de asuntos de seguridad en la Conferencia Nacional de Gobernadores, por ejemplo. Al respecto dices: “Esto pone en evidencia que los buenos resultados dependen de una decisión inicial de las autoridades locales y de la coordinación con el orden federal”. ¿Cuál es el peso de los estados para resolver la inseguridad que hay en el país?
—Si el gobernador no asume el problema, no hay manera de que se resuelva y seguiremos con las mismas estadísticas de 36 mil o 37 mil muertos por homicidios dolosos, como en el gobierno de López Obrador, que prácticamente duplica los pasados.
La tesis central del libro es que si el gobernador no se hace cargo, no hay solución y repetiremos la historia. ¿Por qué si se sabe la seguimos repitiendo? No me lo explico: me cuesta mucho trabajo entenderlo.
Dos: si el gobernador toma conciencia ello, debe buscar cómo ponerse de acuerdo con los gobernadores de los estados limítrofes, lo que es fundamental. En el caso de Rubén, fue hasta con Estados Unidos, con el consulado en Monterrey y con la Embajada con quienes se informó de los operativos y poder hacer una acción coordinada.
Si hay un municipio donde están los criminales pero se cuenta sólo con cinco policías y ganan 4 mil pesos, se sabe que éstos no van a hacer nada. Esa tarea le toca al gobierno estatal.
En el caso de Coahuila fue importantísima la relación con Jorge Herrera, gobernador de Durango, porque se comparte La Laguna: se creó la Policía Metropolitana con mando único de Durango–Coahuila en esa zona, que es parte del éxito que ya registran en su texto Aguayo y Dayán. Eso fue fundamental, básico.
Tercero: se debe mantener una actitud de gran cercanía con los presidentes municipales. Así se puede dar cuenta de quién está más cerca del narco, otro que está comprado, éste no. ¿Cómo se les ayuda y cómo se les hace caer en la cuenta de que se sabe que están con el narco y que no te están haciendo pendejo? Eso se tiene que advertir y sacar tarjeta, pero también comprender la situación: si hay un municipio donde están los criminales pero se cuenta sólo con cinco policías y ganan 4 mil pesos, se sabe que éstos no van a hacer nada. Esa tarea le toca al gobierno estatal, y cuando éste la resuelva, entonces el presidente municipal lo va a solucionar ipso facto porque se va a dar por añadidura, pero él no lo va a resolver nunca.
El gobernador tampoco puede solo; entonces ¿cómo se articula con los presidentes municipales? Reuniones periódicas, sistemáticas, semanales, qué te mando, qué te falta, etcétera. Tiene que haber una relación cercana.
Cuarto: con la Federación, básicamente con el Ejército, asumir que se trata de una fuerza de acompañamiento y disuasión, no de ataque porque no está para eso. En el caso del libro, el gobernador les dijo que les iba a poner diez cuartelitos, al Ejército le pareció bien y ya son de su propiedad, por lo que ya tienen mayor posibilidad de cercanía. Todo el mundo va de gane.
Se tiene que establecer ese tipo de relación; Coahuila es un ejemplo extraordinario de que camina y fluye. En eso nada de promesas, todo por escrito: actas de las reuniones, secretariado ejecutivo que da seguimiento a los acuerdos, iniciar la reunión con quien sí cumplió y quién no, con el peso moral para que la gente se ponga las pilas. El propio gobernador debe echar telefonazos en la semana: “Oye, ¿qué te está pasando?, ¿en qué te ayudo?” Así tiene que ser: como si se estuviera dirigiendo una empresa de todos los días, en este caso una que construye paz.
¿Cómo chingados se construye la paz? El director general de la empresa es el gobernador, y todos los demás se articulan en razón de esa visión. Allí está la experiencia.
El libro es la narración de una experiencia exitosa continuada, y después de que termine Riquelme se puede escribir otro. Todos los indicadores, que ya eran muy bajos en el último año de Rubén, han seguido descendiendo porque la estrategia continúa. Caso distinto es que hubo una acción muy importante en Monterrey con la Policía, pero los que la hicieron se fueron y se acabó. Igual pasó en Morelia y en Ciudad Juárez: no ha habido continuidad en las experiencias exitosas.
Aquí hay una doble vertiente: primera, la estrategia es para el conjunto del estado, no de un municipio, y, segunda, ha tenido continuidad. Los resultados indican lo certero y acertado de la estrategia.
—Dime tres medidas muy precisas de esta estrategia multisectorial que consideras que se podrían implementar en otros estados e incluso a nivel nacional.
—Primera: que el gobernador se haga responsable, lo que pueden hacer los 32; segunda: que haya una estrategia multidimensional, no sólo prevención, no sólo acción directa contra el crimen, sino una combinación de ambas, y tercera: articulación de los tres órdenes de gobierno bajo la égida del gobierno estatal.
Eso se puede repetir en todos los estados, y el presidente podría estar articulando la estrategia que ahora cada estado trae, no que la Guardia y el Ejército nomás se pasean, y más ahora que tienen la orden de no combatir, lo que todo el mundo entiende: los narcotraficantes saben que pueden hacer lo que quiera su chingada gana, y lo hacen. ®