El índice onomástico en la FIL

Blanc, Calderón, Fernando, Marco, Peña, Pinocho, Sr. Coconut, Surtec, Villarreal

Así como la bibliografía, el índice onomástico podría ser como un librero en el que encontramos todos aquellas personas que voluntaria e involuntariamente el escritor va integrando a su obra. También ayuda al lector a encontrar sus propias rutas críticas a partir de gustos o necesidades particulares. Es en sí un acto de generosidad, creo.


Pinocho

El primero de enero de este año recibí una llamada de un amigo editor para solicitarme que lo apoyara con el rastreo de nombres en su libro para el índice onomástico. Le dije que sí. La urgencia de ello me hizo reflexionar sobre lo útil e importante que es tener en un libro, al final, esa lista de nombres que el autor registra en cada una de sus páginas. Así como la bibliografía, el índice onomástico podría ser como un librero en el que encontramos todos aquellas personas que voluntaria e involuntariamente el escritor va integrando a su obra. También ayuda al lector a encontrar sus propias rutas críticas a partir de gustos o necesidades particulares. Es en sí un acto de generosidad, creo.

Digo esto porque al conversar con el periodista musical Enrique Blanc a propósito de su libro Flashback. La aventura del periodismo musical (UdeG, Colección FIM), en el que comparte sus crónicas, entrevistas, reportajes y semblanzas sobre músicos, conciertos y discos. Le pregunto por qué no incluyó un índice onomástico de los músicos, artistas y escritores que pueblan sus textos, los cuales que van de 1988 a 2010. Blanc responde apresurado pero sin perder la concentración: “En principio por el número de páginas, hay muchos nombres ahí; quien hizo la corrección del libro, Rogelio Villarreal, me lo sugirió, pero además el tiempo para impresión… Hubiera estado bien que tuviera un índice onomástico. Me parece que rebasaba las posibilidades que el libro tenía”.

Durante la 26 edición de la Feria Internacional del Libro los actos de generosidad vienen y van como índices onomásticos en libros que voy recopilando, a veces de manera azarosa y otras deliberadamente. Índices con nombres de amigos, colegas e incluso amistades que se conservan por el hecho de estar sentado en una pequeña mesa de un hotel cerca de la Expo Guadalajara. Marcos, por ejemplo es uno de ellos, capitán de mesero que trabaja con ahínco durante todas las noches y que incluso interrumpe sus actividades para ir a compartir algunas palabras conmigo, mientras yo me encuentro ordenando estas ideas en la pantalla de la computadora.

En mis escasos días por la querida Guadalajara me encuentro con más amistades. Fernando, uno de ellos, me invita una cerveza durante la presentación del Sr. Coconut. Ninguna novedad en esos sonidos tribales, muy a la ya predecible Nortec; de hecho Surtec —un poco de más creatividad, por favor— es el nombre que llevan los DJs chilenos Sr. Coconut y Vicente Sanfuentes que “tocaron” esa noche. Dice Fernando, con cierta pesar en el rostro: “Hoy, 30 de noviembre, se acaba el sexenio de Calderón. Uno de los sexenios más oscuros”. A Fernando lo conozco desde antes de que Calderón gobernara con el Ejército este país y nos bloqueamos mutuamente en el Facebook por diferencias políticas —así de ridículo. Al encontrarlo caminando con su novia en la explanada donde se desarrollaba el concierto no quedó más que abrazarnos y conversar sobre cómo va la vida.

Es irremediable, además, no voltear al pasado y pensar que, por lo menos en mi experiencia, el 30 de noviembre, pero de 2006, escuchaba con cierta interferencia la radio a bordo del auto que conducía en la carretera rumbo a Metepec, Estado de México. Las primeras palabras del ahora ex presidente Felipe Calderón se transmitían en cadena nacional. Tuve que dejar ese día la FIL porque muy temprano, el 1 de diciembre de 2006, comenzaba a trabajar en la página de la Presidencia de la República, en la que estuve colaborando durante cuatro largos años. Un sexenio después me encuentro en Guadalajara observando, desde la mirada de un cualquiera, según de un periodista, la toma de posesión de Enrique Peña Nieto. Es decir, que me fui temprano de la FIL en el 2006 y llegué tarde a la del 2012.

Durante la exploración por los stands me encuentro más libros que me inquietan y uno que me hace acodarme de las pifias del ahora presidente “gurmetizado” Enrique Peña Nieto del 3 de diciembre de hace un año. Es el Pinocho, de Francisco Toledo y Francisco Hernández (Conaculta, 2012), el cual fue presentado por su hija Natalia Toledo, Demián Flores y Julio Trujillo. Este lujosísimo libro contiene imágenes de un Pinocho insubordinado, que podría haberse llama Pornocho, con imágenes de un promiscuo títere de madera que se encuentra entre insectos, monos, coyotes, peces, tortugas, conejos, caracoles, pulpos, asnos, niñas, ancianos y payasos. Las palabras del poeta Francisco Hernández, contenidas en el apartado “Las aventuras de Pinocho”, apuntan hacia una dirección sin escalas que rezan así: “Pinocho ensarta lujuriosamente a la niña del moño azul y se deja manipular como un títere apasionado. Desde el fondo los observan el buen Geppetto y el doble del muñeco vestido de Payaso”. ¿Y en qué momento Peña Nieto entra en esta historia? ¡Ah! Es que ese día de hace doce meses, en la FIL 25, cuando le preguntaron sobre los tres libros fundamentales en su vida, entre las confusiones y los trastabilleos del entonces precandidato, al pedirnos ayuda a los presentes en esa conferencia de prensa, entre la bulla de los periodistas, se alcanzó a escuchar en un bosque de sonidos: ¡Pinooochooo, Pinooochooo! Y acá, un año después, poco antes de que Enrique Peña Nieto recibiera la banda besada por Felipe Calderón, en la FIL de Guadalajara se presentaba ese libro. No echo mentiras. ®

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Publicado en: FIL, Noviembre 2012

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