El inminente colapso del sistema de salud bogotano

Las medidas contra una pandemia inesperada

La pandemia fue una cosa novedosa en China, Italia y España, donde no había una sola persona que la esperara y donde creó una situación tan extraordinaria como para que se apelara a toda clase de soluciones desesperadas, pero ¿y en los demás países?

Unidad de cuidados intensivos en un hospital de Cali. Fotografía © El Espectador.

Nos gustaría aclarar, en primer lugar, que este artículo no tiene ningún interés político en particular. No tenemos, dicho de otra manera, la intención de lo que en él se diga sea del agrado de quienes gobiernan, ni de quienes quieran que fracase cuanta medida se haya tomado en el manejo de la pandemia, ni menos aún de quienes de la salud de los demás —y de la misma ciencia— hacen un asunto de políticas de izquierda, centro o derecha. Rechazamos, por eso mismo, todo cuanto tenga que ver con la defensa a ultranza de cualquier tipo de totalitarismo, aceptamos todo disentimiento de orden histórico, filosófico, artístico o científico, y asumimos sin condiciones la justificación del valor democrático por excelencia: el del espíritu crítico. Entendemos, en efecto, el sentido de la independencia como lo entendió Voltaire, como lo entendió Hume, como lo entendió Locke, como lo entendió Rousseau, como lo entendieron los espíritus libres del Renacimiento, y como, desde luego, lo entendieron mejor que nadie los antiguos griegos.

Así que si usted, lector, piensa que no puede con esto, y definitivamente cree que su voto es un compromiso de escudero con quien sea que esté ahora o quiera ver después en el gobierno, si usted no puede con esto, insistimos, hará bien en dejar de leer ya mismo este texto, y buscar uno en que se reafirmen todos y cada uno de sus evangelios. Si usted, en cambio, piensa que su sola condición de ciudadano —o de ser humano— le otorga el derecho natural de señalar las equivocaciones de quienes lo están gobernando, y de exigirles que sean un poco más eficientes y transparentes en lo que les está confiando, si usted cree, mejor dicho, que el voto trae consigo la responsabilidad de convertirse en el primer crítico de sus dirigentes políticos, no sólo está invitado a seguir leyendo este artículo, sino que está obligado a corregirlo donde piense que debe ser corregido, a defenderlo donde sienta que debe ser defendido, y a destrozarlo donde entienda que deba ser destruido. Si quiere, en conclusión, que le demos la razón, esperamos que nos lo demuestre con una razón, y no con su amor fanático hacia el político en que aspira encontrar su salvación.

De ordinario son los pillos los que guían a los fanáticos, y los que les ponen el puñal en las manos.
—Voltaire, Diccionario filosófico, Fanatismo.

Desearíamos, igualmente, no tener que estar escribiendo sobre sistemas de salud ineficientes ni haciendo gráficos con proyecciones y porcentajes de muertes, ni menos aún sobre camas hospitalarias insuficientes, tanto más cuanto que la pandemia fue con nosotros tan generosa como para darnos razones de sobra para que hoy nos estuviésemos ocupando de otra cosa o, si no de otra cosa, al menos sí de una interpretación suya un poco más venturosa. Y sí. Estamos molestos. Estamos molestos porque, después de cuatro meses de confinamiento, al que nos condenó un modelo epidemiológico impreciso, incompleto y obsoleto —tal como lo sostuvimos en nuestro anterior texto—, después de todo eso tenemos que hablar de hospitales llenos, de escasez de equipos y profesionales médicos, de carencia absoluta de métodos de contacto y rastreo, y de todo cuanto nos dijeron hace cuatro meses que se evitaría con el encierro. Y sí. También nos molesta que se pretenda ahora responsabilizar a la gente, pues asumimos que la gente, en ningún lugar del mundo, nació para que se le encerrara eternamente, y menos aún para hacerse cargo de las obligaciones de quienes son incapaces de garantizarle un sistema de salud eficiente. No es culpa de la gente que de nada sirvieran los enormes sacrificios que hizo durante cuatro meses, ni que los haya tenido que pagar al alto costo de arruinarse económicamente; no, no es culpa de la gente, ni justo con la gente, que se le acuse ahora de desobediente y negligente, y se le responsabilice de no haberse preocupado lo suficiente por evitar su propia muerte.

Por eso, o por ellos, somos los primeros en desear que nuestras proyecciones no se consumen en ningún momento, pues sabemos, a diferencia de muchos expertos, que al fin y al cabo los números y gráficos son solamente eso, y que ninguno de ellos es lo suficientemente grande o pequeño para justificar un solo muerto. Dejamos para otro tipo de ser humano, por tanto, la satisfacción vanidosa de acertar en proyecciones y cálculos, y deseamos que llegue el día en que se nos diga que estábamos completamente equivocados, siempre y cuando esto signifique que menos colombianos tuvieron que llorar a sus parientes y allegados. Nuestra única divisa es que, tratándose de una vida, toda vanidad científica resulta groseramente excesiva.

Siempre que se trata de la vida, no debemos tener escrúpulos con respecto a la verdad y el error.
—Nietzsche, Fragmentos Póstumos II, p. 2, 11, 217.

Dicho esto, empecemos pues por explorar los datos sobre hospitalizaciones y camas UCI (unidad de cuidados intensivos), y tratemos de determinar la fecha en que el sistema de salud de Bogotá podría colapsar. Para tal fin, utilizaremos dos fuentes de datos: el boletín nacional de casos confirmados provisto por el Instituto Nacional de Salud (INS),1 y el reporte de porcentaje de ocupación de camas UCI por IPS, proporcionado por la Alcaldía de Bogotá.2 Combinamos estos datos para determinar las trayectorias tanto de casos confirmados hospitalizados, como de casos confirmados y probables en camas UCI, entre el 13 de abril y el 6 de julio de 2020. La siguiente gráfica muestra esta trayectoria:

Gráfica 1. Conteo de casos hospitalizados confirmados y casos en UCI —confirmados y probables—, para la ciudad de Bogotá, entre el 13 de abril y el 6 de julio de 2020. Las líneas verticales corresponden a fechas de medidas clave implementadas por el gobierno distrital. Aunque las fechas se muestran cada dos días para facilidad de visualización, cada barra corresponde a un único día.

Acá podemos observar una trayectoria creciente desde inicios del mes de junio, muy a pesar de que la cantidad de casos confirmados hospitalizados al inicio del periodo analizado parece no estar reportada en su totalidad en el boletín nacional, mientras la calidad de los datos para estas mismas fechas en el reporte del gobierno de Bogotá parece acercarse más a la realidad. No obstante, aunque desde los primeros días de junio los datos de estas dos fuentes parecen ser mucho más consistentes, las medidas clave implementadas por la administración distrital no muestran ningún impacto sustancial en términos de hospitalizaciones y camas UCI ocupadas.

Considerando esta tendencia aparentemente exponencial, nuestra siguiente tarea fue construir un modelo de estimación del porcentaje de ocupación de camas UCI. Según datos de la administración distrital, el 13 de abril se tenían 562 UCI destinadas para atención de pacientes con covid–19, mientras el 6 de julio la cifra alcanzaba las 1,039 camas. La gráfica 2 muestra la proyección en el porcentaje de ocupación UCI para distintos números de camas disponibles, teniendo en cuenta los esfuerzos actuales por aumentarlas. Su estimación se basa en un modelo tipo forecasting, según el método estimativo de tendencias de Holt para series de tipo exponencial,3 con el cual calculamos los valores en número de camas UCI ocupadas en los siguientes 52 días —desde el 4 de julio hasta el 24 de agosto—. Utilizamos los registros de número de camas UCI ocupadas en Bogotá entre el 13 de abril y el 3 de julio como datos de entrenamiento del modelo, y usamos los valores entre el 4 y el 6 de julio para determinar la exactitud de modelos candidatos antes de seleccionar el modelo final, en términos de cercanía de los valores estimados con los valores observados. El poder predictivo del modelo, asimismo, fue evaluado considerando la métrica de Raíz del Error Cuadrático Medio (RMSE, por sus siglas en inglés), que en este caso es de 13,06.4

Gráfica 2. Proyección de porcentaje de ocupación de camas UCI al 24 de agosto 2020, para diferentes números de camas UCI disponibles en la ciudad de Bogotá. Las barras color naranja indican periodos observados, mientras que las barras rojas indican periodos estimados con el modelo de estimación diseñado, que considera crecimiento de tipo exponencial. Aunque las fechas se muestran cada cuatro días para facilidad de visualización, cada barra corresponde a un único día.

Así, pues, en este escenario pesimista, con el actual número de camas UCI disponibles (1,039), y teniendo en cuenta las tendencias observadas en las últimas semanas, el porcentaje de ocupación llegaría a 100% aproximadamente el 11 de julio de 2020; con 1,200 camas disponibles, se llegaría a 100% de ocupación el 15 de julio; con 1,400 camas, el 20 de julio; con 1,600 camas, el 24 de julio; con 1,800 camas, el 27 de julio, y con 2,000 camas, cerca del 31 de julio. Lo que quiere decir que, a menos que se aumente el número de camas considerablemente, o que se tomen medidas diferentes a las que, según la gráfica 1, no han producido efectos realmente trascendentes, pronto la ciudad afrontará la difícil situación del colapso de su sistema de salud y un probable aumento en el número de fallecidos, al no haber unidades disponibles para la atención de casos críticos.

En todo caso, y como alternativa metodológica, modelamos un escenario optimista, en el que la tendencia en ocupación de camas UCI sigue la tendencia observada en los datos utilizados anteriormente, aunque no se asume un crecimiento de tipo exponencial. La gráfica 3 muestra los resultados de este modelo, que fue construido utilizando el método estimativo de tendencias de Holt. En esa alternativa, la métrica de Raíz del Error Cuadrático Medio (RMSE, por sus siglas en inglés) del modelo es de 13,46.

Gráfica 3. Proyección de porcentaje de ocupación de camas UCI al 31 de julio de 2020, para diferentes números de camas UCI disponibles en la ciudad de Bogotá. Las barras color naranja indican periodos observados, mientras que las barras rojas indican periodos estimados con el modelo de estimación diseñado, que considera crecimiento de tipo no exponencial. Aunque las fechas se muestran cada cuatro días para facilidad de visualización, cada barra corresponde a un único día.

En este escenario optimista, con el número de camas UCI disponibles al 6 de julio (1,039), y teniendo en cuenta las tendencias observadas en las últimas semanas, el porcentaje de ocupación llegaría a 100% aproximadamente el 14 de julio de 2020; con 1,200 camas disponibles se llegaría a 100% de ocupación el 21 de julio; con 1,400 camas, el 29 de julio; con 1,600 camas, el 6 de agosto; con 1,800 camas, el 14 de agosto, y con 2,000 camas, el 23 de agosto.

¿Se habían podido evitar las muertes que se avecinan? Puede que sí, puede que no, o puede que nunca lleguemos a saberlo: lo que sí sabremos —o tendremos que reconocer— en algún momento, es que hicimos todo mal desde el principio: empezando por la creencia ciega en un modelo que ya empezaba a ser mundialmente discutido, por la incapacidad de corregirlo en el camino, y por la falta de interés de la sociedad en cuestionarlo y debatirlo; continuando con la mediocridad y el conformismo de unos líderes que pensaron que encerrarse y huirle a la naturaleza era un argumento con algún tipo de sustento científico; siguiendo con que ni uno solo entre todos esos políticos entendió que la esencia del problema, como pasó en otros sitios, iba a estar en los equipos médicos de cuidado intensivo, y que ninguno entendió tampoco que si no había cómo conseguirlos ¡había que buscar una manera de producirlos!, y terminando en que, si nos perdimos en el único camino que elegimos, a uno al que entramos pero del que nunca salimos, era una insensatez retomarlo y repetirlo otra vez desde el principio. No hubo nunca un Teseo, mejor dicho, que echando en falta a Ariadna y su hilo, entendiera que enfrentar al Minotauro era la única forma de salir del laberinto.

Conviene, sin embargo, amigo mío, que quien está al frente de los asuntos de la ciudad participe de la inteligencia.
—Platón, Laques, 197e.

Es una sentencia muy común aquella que dice que “las dificultades extraordinarias requieren soluciones extraordinarias”. El problema con ella, como con casi todas las sentencias, es que su validez depende enteramente de la afirmación opuesta, pues para que exista la excepción es necesario que antes se dé por supuesta la existencia de la regla. Si la dificultad extraordinaria, dicho de otra manera, es la excepción a la regla, es absurdo tratar de remediarla apelando a otra excepción a la regla, todavía más cuando esa misma dificultad ya se ha convertido en regla.

Pero para que no nos enredemos en argumentos, y este texto no acabe convertido en un galimatías dialéctico, tratemos de ponerlo en estos términos: si en verdad fuera cierto que las dificultades extraordinarias requieren medidas extraordinarias, ¿qué pasa entonces cuando esas mismas dificultades extraordinarias acaban convertidas, por el paso del tiempo, en situaciones ordinarias? ¿Habrá de seguirse apelando a soluciones extraordinarias, o habrá de apelarse, como lo dicta toda lógica humana, a soluciones estrictamente ordinarias? Una vieja dificultad extraordinaria, acaso se dirá, sólo se convierte en ordinaria cuando se soluciona a fuerza de medidas extraordinarias. Quizá. Aunque, insistimos, si ha sido el paso del tiempo, y no la solución extraordinaria, lo que hizo que la dificultad dejara de ser extraordinaria para convertirse en ordinaria, ¿qué ha de pasar entonces con la sentencia que dio inicio a esta inacabable contraposición de palabras? Si el tiempo, mejor dicho, siendo una cosa tan ordinaria, es quien a fin de cuentas acaba con la dificultad extraordinaria, o quien la convierte en una situación ordinaria, ¿no será acaso porque hay dificultades extraordinarias para las que de nada sirven las soluciones extraordinarias?

Pero, se nos repetirá, ¡lo que se intentó con la medida extraordinaria fue precisamente eso: controlar la fuerza de la pandemia hasta atenuarla! Está bien. Concedido. Pero, entonces, ¿la solución extraordinaria atenuó en alguna manera la dificultad extraordinaria?

La pandemia, dicho en otras palabras, empezó siendo una dificultad extraordinaria, que se trató de atenuar con toda clase de medidas extraordinarias, hasta que el tiempo, una magnitud tan simple como común y ordinaria, hizo de ella una situación de una naturaleza enteramente ordinaria, a tal punto que hoy no hay un solo pueblo que piense en eliminarla antes que en atenuarla. Pero, se nos repetirá, ¡lo que se intentó con la medida extraordinaria fue precisamente eso: controlar la fuerza de la pandemia hasta atenuarla! Está bien. Concedido. Pero, entonces, ¿la solución extraordinaria atenuó en alguna manera la dificultad extraordinaria? Porque, más que atenuada, la dificultad parece haber sido “ordinarizada” —permítasenos la palabra—, por una manifestación natural que, como todas las cosas verdaderamente maravillosas y extraordinarias, son a la vez de una naturaleza de lo más sencilla, simple y ordinaria. Y, sí, acá seguramente se nos preguntará: ¿cómo es que el tiempo, siendo una creación tan extraordinaria, puede ser a la vez una cosa de naturaleza ordinaria? La respuesta es tan simple como la pregunta formulada, pues el tiempo es una cosa de naturaleza ordinaria en el sentido en que no hay nada que se manifieste tanto como él en nuestra vida diaria, mientras que en toda la naturaleza tampoco hay nada que, como él, sea capaz de convertir las dificultades más sorprendentes y extraordinarias en las situaciones más sencillas y ordinarias.

Simplex sigillum vers (Lo simple es el sello de lo verdadero).

Pero volvamos ahora sí a la pandemia y dejemos de darle vueltas a las palabras, con las que a fin de cuentas es tan fácil convertir cosas ordinarias en extraordinarias como hacer ciencias exactas de proyecciones absurdamente insensatas. La pandemia fue una cosa novedosa en China, Italia y España, donde aparentemente no había una sola persona que la esperara, y donde creó una situación tan extraordinaria como para que se apelara a toda clase de soluciones desesperadas —por no decir descabelladas—. Luego sorprendió a Nueva York y Ecuador, donde inicialmente se pensó que nunca alcanzaría la fuerza que alcanzó, y que por eso mismo más fuertemente llegó y golpeó. Pasados unos tres meses desde que Italia y España la sufrieran, y de que China milagrosamente la aboliera, decidió dispersarse por el resto de América, siendo Brasil, una de sus naciones más pobladas y extensas, el que naturalmente se vio más afectado por ella. En este punto uno ya podría suponer que el virus habría perdido su carácter novedoso y extraordinario, y que el tiempo —algo tan simple y ordinario— ya debería haber mostrado que, al haberse dispersado por todos lados, tendría asimismo que haberse “ordinarizado”. De modo que, tratándose de enfrentarlo, no se iba a necesitar de encierros demasiado prolongados, tanto más cuanto que ni siquiera los primeros países en hospedarlo se atrevieron alguna vez a instrumentarlos. Pero no. Tres —o cuatro— meses después, cuando Colombia finalmente empezó a conocer su fuerza de primera mano, y cuando el sentido común daba a entender que el tiempo —tan ordinario— le había dado toda la espera que pudiese necesitar para no tener que apelar al recurso de lo desesperado, se decidió que el único camino para enfrentarlo era el que Italia y España habían tomado, a saber, el de condenarse a vivir dos o tres semanas encerrados, aun cuando tal encierro —el de Italia y España— se hubiese dado a consecuencia del temor natural a algo de carácter completamente inesperado. Pero, decíamos, el tiempo —tan ordinario— hizo que Colombia recibiera un problema que de ninguna manera podía llamarse extraordinario, y que por tanto no tenía por qué afrontarse apelando al equivocado recurso de lo desesperado. ¿Y finalmente qué se hizo? Recurrir exactamente a lo mismo a que recurrieron quienes no tuvieron forma de prepararse para recibirlo, a encerrarse para garantizar un adecuado distanciamiento físico, a multar a quien saliera a la calle a contagiar a sus vecinos, a darle incentivos al sicofante para que denunciara a sus amigos y enemigos, a condenar públicamente cualquier tipo de razonamiento o comportamiento crítico, a poner a cientos de opinadores al servicio de cálculos fundamentalmente políticos, y a demostrarle una vez más al mundo, mejor dicho, cuán sencillo sigue siendo dirigir a un pueblo con el látigo del totalitarismo. Y esto último, cómo no, fue lo único que se logró pues, a pesar del distanciamiento que se ordenó, quien se debía contagiar se contagió; a pesar de que incansablemente se le amenazó, quien tenía que trabajar para poder comer salió y trabajó; a pesar de que se le incentivó y premió, el sicofante finalmente se cansó; a pesar de la continua propaganda del terror, hubo quien en ella un día no creyó; a pesar del adoctrinamiento opinador, hubo quien por sí mismo quiso pensar y así pensó, y, a pesar del encierro que un modelo altamente cuestionado aconsejó, alargó, y de buena gana se obedeció, el sistema de salud finalmente colapsó. ®

Notas
1 Véase aquí.
2 Disponible para descarga aquí.
3 Holt, C. E. (1957). Forecasting seasonals and trends by exponentially weighted averages (O.N.R. Memorandum No. 52). Carnegie Institute of Technology, Pittsburgh USA.
4 Los datos y código fuente utilizados para estos análisis se encuentran disponibles aquí.

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Publicado en: Apuntes y crónicas

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