Nostra Ediciones lanzó en México una adaptación al cómic de El mexicano, historia de Jack London fruto del tiempo que el escritor pasó como reportero en Veracruz durante los años de la Revolución Mexicana.
En 1910 Jack London entra en contacto con algunas figuras del magonismo. De allí nace su interés por la gesta bélica que se está desarrollando en México, la cual definió esos años de su carrera como escritor: primero, al darle la inspiración que dio forma al relato El mexicano, el cual es el tema de este artículo, y, más tarde al enrolarse como reportero en el estado de Veracruz durante la invasión estadounidense, con tan funestos resultados —durante su estancia en el puerto lo atacó una terrible disentería cuyo peor efecto fue un aburrimiento gigantesco— que no volvió al país.
El mexicano es la historia de Felipe Rivera, un tipo frío y seco, solidario con la Revolución Mexicana y quien, para reunir fondos con los cuales alimentar el fuego de la lucha armada, se vuelve boxeador, impulsando sus puños con la idea de respaldar a un movimiento que requiere de fondos constantemente.
A pesar de esa motivación del protagonista, la historia no resulta romántica, sino auténticamente personal: el pugilista asume la guerra por un interés prácticamente individual, en el que se desvanecen el resto de personajes y situaciones: en primera instancia, la figura del joven de menos de dieciocho años es vista con recelo por la junta revolucionaria a la que se suma, y durante la trama el personaje no tiene ningún interés en quitarle de la cabeza la desconfianza que provoca. Felipe asume la lucha revolucionaria como propia y, si para ello debe trapear suelos, malvivir y molerse con los puños, así lo hará pues, espeta, “Yo trabajo por la revolución”.
Su silencio y discreción lo vuelven, a ojos de la junta, el peor enemigo de Porfirio Díaz. Felipe no grita arengas, no demuestra entusiasmos exagerados; simplemente sale a la calle a ganarse la vida y regresa con el dinero necesario para que la guerra siga adelante.
El trabajo de adaptación fue realizado por Eduardo Molina, dibujante argentino, quien en entrevista explica la razón que lo llevó a elegir esta pieza literaria en particular, tomando en cuenta el contexto tan específico, y acaso local, del personaje del boxeador que libra batallas en el ring para conseguir medios económicos con los cuales alimentar la lucha revolucionaria mexicana: “El personaje principal (Felipe Rivera, el mexicano) es el producto de una gran injusticia, una víctima de la violencia generada por el poder de turno, en este caso personificada en Porfirio Díaz, esta situación ha sido común en distintas épocas y en distintos lugares, está pasando ahora mismo, de ahí viene un poco la vigencia que tiene el relato, creo yo”.
—¿Cuál es la dificultad de adaptar una obra literaria al lenguaje del cómic?
—La fortaleza de muchos libros proviene del estilo del escritor, a menos que se transcriba todo el cuento entero, como es el caso de este libro (El mexicano, de Jack London), uno trata, usando las herramientas que provee el cómic, de generar el mismo clima que la obra adaptada. No siempre se logra.
—¿Qué adaptaciones literarias llevadas al cómic te vienen a la mente que hayas disfrutado? Te lo pregunto pues realizar un trabajo así es definitivamente riesgoso y se puede fallar con facilidad.
—La isla del tesoro, de R. L. Stevenson, hecha por Hugo Pratt, un caso de simbiosis perfecta entre escritor y dibujante, y los cuentos de H. P. Lovecraft adaptados por Alberto Breccia, que son un verdadero manual gráfico de como convertir en imágenes los delirios de un escritor. La dificultad depende de la obra que propone uno adaptar, en mi caso fue fácil porque este cuento pareciera haber sido escrito para que sea dibujado. Lástima que el cómic era un género muy joven en los tiempos de London, creo que habría sido un gran guionista.
—Cuando aparece una adaptación literaria al cómic se establece un vínculo obvio entre las letras y el arte secuencial, pero no necesariamente se puede considerar el cómic un género literario o arte. ¿Qué crees que necesite una pieza de historieta para alcanzar ese estatus? También me gustaría que me comentaras sobre novelas gráficas y cómics que consideres que han logrado un nivel alto.
—El cómic es un género con lenguaje propio que ya ha crecido mucho y se ha despegado de la sombra de las llamadas artes mayores; hay cantidad de historietas, algunas cortas, otras más largas, que ya son clásicos indiscutibles, basta con darle una leída a El eternauta, de H. G. Oesterheld y Solano López, para ver una manera de contar que no encontramos fácilmente en estos últimos tiempos. Hay varias novelas gráficas a las que siempre vuelvo, Maus, de Art Spiegelman, la tan famosa Watchmen, Adolf, de Osamu Tezuka, las autobiográficas de Will Eisner y Crumb y muchas más. Lo verdaderamente maravilloso de una obra es cuando se descubren cosas nuevas con cada lectura, algunas de las antes nombradas las debo haber leído más de cincuenta veces.
—Háblame un poco de tus influencias: a qué autores lees, de quiénes ha abrevado. ¿Reconoces en tu estilo y lenguaje la influencia de alguien en particular? Digo, has tenido un maestro insuperable, pero quiero que me hables al respecto un poco.
—Me gustan los de la vieja escuela, Hugo Pratt, José Muñoz, el catalán Jordi Bernet, Will Eisner, Oswal, todos por alguna razón distinta, algunos por el dibujo, otros por la manera de narrar, la mayoría por las dos cosas, el gran maestro mío y de muchísimos más ha sido el gran Alberto Breccia, quien le cambió la cara al género en su totalidad. Hay cosas que han alcanzado popularidad hoy día, como el blanco y negro contrastante de Sin City, de Frank Miller, que Breccia ya hacía hace cuarenta años.
—¿Cómo se encuentra el panorama del cómic en tu país? ¿Ha sucedido lo mismo que en otros lugares, en donde el cómic y la novela gráfica se han vuelto prácticamente una moda? Argentina tiene una larga tradición comiquera y me interesa saber si una tendencia así tiene una real incidencia.
—La industria de la historieta murió en Argentina, parece mentira teniendo en cuenta que en los años cuarenta había revistas que vendían 300 mil ejemplares por semana. Pero dibujantes siguen saliendo, hay mucha autoedición y gente generando sus proyectos “a pulmón”, como se dice, aunque no den de comer, también se ha tomado internet como medio para hacer historias propias y difundirlas; éste es un lugar nuevo y habrá que ver si muta en algo productivo o no. La gran mayoría que vive de esto lo hace trabajando para afuera, ya sea para el mercado europeo o gringo, y el resto vive de otra cosa, simplemente, la cosa es seguir dibujando, en cierta forma es una manera de resistencia. Antes salían las llamadas revistas de antología, donde había varias historietas de varios personajes, eso se cambió al formato comic book, donde se cuenta una sola historia, no sé si eso sea una moda o no, supongo que el tiempo lo dirá, para mí son sólo diferencias de formato. ®