Ignorados por la FIFA, media docena de equipos sin patria reconocida se reunieron en Malta para jugar su propio campeonato “mundial”. Los sueños de independencia empiezan en la cancha.
En este otro Mundial participan Padania, Gozo, el Reino de las Dos Sicilias, Kurdistán, Provenza y Occitania. El partido final se jugará en un estadio con capacidad para cuatro mil personas (23 veces menos que el Soccer City, donde se jugará la final del “verdadero” Mundial, en Sudáfrica). Al cierre de esta edición ya se sabía un dato muy llamativo: sicilianos y padanos (vale decir, italianos del sur y del norte) se enfrentarán en semifinales.
Esto no es Sudáfrica. Es Gozo, una isla que tiene el tamaño de Manhattan y que forma parte de Malta y, por extensión, de la Unión Europea.
Como si fuera una especie de realidad paralela, o una parodia en pequeña escala, ésta es la Copa Mundial VIVA, un torneo que hace posible lo que la FIFA no. Aquí los pueblos sin territorio ni asiento en la ONU logran que se les reconozca. Aunque sea durante 90 minutos.
Detrás de este atípico campeonato hay una contradicción latente, una pregunta sin resolver y, sobre todo, una zona gris donde cabe preguntarse sobre los vínculos entre el futbol, la política y las identidades nacionales.
La contradicción es que los seleccionados que participan en este Mundial alternativo esperan que la FIFA algún día les diga “sí”. Vale decir, aunque impulsan su propio campeonato, en el fondo esperan que un día ya no sea necesario montarlo.
Así, la pregunta que se impone es: ¿Por qué la FIFA no los incluye? Y la respuesta automática y evidente parece ser que la FIFA sólo acepta a selecciones que representen a Estados independientes.
Pero aquí entra una pregunta sin respuesta (satisfactoria). ¿Por qué cada cuatro años el Reino Unido se parte en cuatro (Inglaterra, Irlanda del Norte, Escocia y Gales) y se inscriben en las eliminatorias cuatro equipos diferentes? Alguien ha sugerido que esta excepción a la regla es una especie de reconocimiento de la FIFA hacia la tierra “madre” del futbol. (Por cierto, el Comité Olímpico Internacional —COI— no aplica el mismo criterio.)
La excepción británica ha inspirado a nacionalistas y separatistas de todo el mundo a reclamar su cuota de soberanía futbolística. No a todos les ha ido mal: las Islas Cook y las Islas Vírgenes estadounidenses —pese a no ser estados independientes— juegan a la par de México o Argentina (huelga decir que no hablo aquí de méritos).
La identidad y la pelota
El historiador francés Pierre Milza —estudioso del fascismo europeo— señala que los Mundiales de Futbol fueron, y siguen siendo, la instancia dónde la relación entre fútbol y nacionalismo adquiere su máxima intensidad. Allí, el enfrentamiento entre dos selecciones se asemeja a una “guerra ritualizada que apela a emblemas nacionales (himnos, banderas, presencia de los presidentes) y recurre a metáforas guerreras: atacar, tirar, defender, capitán, territorio, táctica, victoria…”.
Dicho esto, no suena ilógico que los anhelos independentistas busquen encausarse a través del futbol. El equipo de la Padania —campeón en los Mundiales VIVA 2008 y 2009— fue motorizado desde la Liga Norte, partido político separatista de tinte xenófobo que sueña con escindir el norte italiano del resto de la península.
La selección de los sami, pueblo lapón repartido en el extremo boreal de Suecia, Noruega y Finlandia, no aspira seriamente a constituir un Estado aparte. Pero el fútbol les permite una soberanía simbólica. Jan Egil Brekke, capitán de los samis, dice que siente “orgullo” por representar a Laponia a pesar de que profesionalmente juega en un equipo de la segunda división noruega.
En situaciones similares, kurdos y occitanos agitan el sentimiento de identidad futbolística mientras las autoridades (iraquíes y francesas, respectivamente) y los grandes medios los ignoran por completo.
El dinero y el césped
La VIVA World Cup, entretanto, ya lleva cuatro ediciones sin conseguir que el resto del mundo se la tome en serio. Y es que el esfuerzo de los organizadores no consigue compensar la falta de apoyo oficial (entiéndase económica) de los seleccionados. En esta última edición, dos equipos (Tíbet y Groenlandia) cancelaron su participación a último momento por no poder costearse el viaje.
Los groenlandeses, sin embargo, abrigan algunas esperanzas de ingresar a la FIFA en el mediano plazo. Inicialmente, la entidad que preside Joseph Blatter había descartado su afiliación por ser un país helado donde no crece el césped. Sin embargo, la autorización de ciertos estándares de césped artificial por parte de la FIFA ha vuelto a entusiasmar a los groenlandeses.
En el resto de los casos no parece haber mucho margen para ilusionarse. Y quizás por eso la Nouvelle Fédération-Board (NF-Board) ha anunciado nuevas incorporaciones (la remota Isla de Pascua, chilena, y Chechenia) mientras avisa que sigue aceptando nuevas solicitudes. ®