La Tabacalera de Madrid acoge Antología de Gervasio Sánchez, una exposición que recorre las mejores fotografías de sus 25 años como periodista de conflictos armados. Una particular mirada de la guerra de un informador que no se calla la boca ante las injusticias.
Más de una decena de premios, entre los que se encuentran el Premio Internacional de Periodismo Rey de España y el Premio Nacional de Fotografía, le avalan como uno de los más reconocidos fotógrafos documentales del panorama nacional. Compromiso, rigor y ansia por dignificar el dolor de las víctimas definen la forma en la que Gervasio narra los horrores de la guerra.La Tabacalera es un imponente edificio propio de la arquitectura industrial. Una joya histórica que durante un tiempo alojó la fábrica de tabacos, de ahí el nombre, y que en la actualidad es gestionada por distintos colectivos sociales, aunque pertenece al Ministerio de Cultura. Cuatro plantas divididas en decenas de amplias estancias que han sido testigos de los cambios sociales y económicos de la zona durante más de dos siglos. Ajenas a esa historia descansan sobre las paredes de la planta baja 148 fotografías (63 en color y 85 en blanco y negro) y 96 retratos que recorren 25 años de carrera de Gervasio Sánchez, periodista cordobés, colaborador de diversos medios de comunicación, aunque el suyo, el de referencia, es el Heraldo de Aragón.
Probablemente no existe un lugar mejor en todo Madrid para exponer su obra y es que las imperfecciones que los años han ido provocando en el edificio, la pintura desprendida de sus paredes, la tenue luz y, sobre todo, el frío que se siente en todas las salas, trasladan al visitante a cualquier edificio semiderruido de Sarajevo, la ciudad más castigada por la ofensiva Serbia.
No es una exposición al uso, la muestra hiere a quien la visita, le sugestiona, intenta transmitirle, por una hora, el miedo, la inseguridad, la crudeza de los escenarios de guerra. Desde que pones un pie en el hall que da acceso a la salas, una sucesión de imágenes de heridos y muertos en distintos conflictos se proyectan en la pared al ritmo de un bombardeo sobre Sarajevo grabado por el propio Gervasio Sánchez.
A los pocos segundos de empezar la entrevista, sentados sobre unos taburetes de cartón junto a las fotografías tomadas en Bosnia en 1992, una mujer de alrededor de cuarenta años que contemplaba ajena a nuestra presencia las imágenes permaneció inmóvil unos segundos escuchando curiosa mientras miraba a Gervasio. Finalmente se decidió a intervenir.
—Perdone ¿es usted el autor?
—Sí, soy yo.
—Es escalofriante.
—Muchas gracias.
Gervasio reflexionó un instante en silencio y se sonrió. Parecía como si fuesen esos comentarios los que completasen el ciclo de su trabajo. Hacer sentir el dolor, la crueldad y la injusticia de la guerra a quien nunca la ha vivido de cerca. No se concedió el lujo de recrearse en el momento y rápidamente comenzó a responder la pregunta que poco antes le había formulado y que tras esa intervención había perdido cualquier interés. Si pudieses elegir ¿volverías a dedicarte a la cobertura de conflictos? La respuesta fue un sí rotundo, no se imagina siendo otra cosa que altavoz de las historias de la guerra, altavoz, no protagonista.
Se molesta cuando le definen como un periodista comprometido porque, en su opinión, se limita a ejercer la profesión en la que cree. Prefiere describir su trabajo como la realización del periodismo en mayúsculas, el que debería estar en los medios de comunicación, el que es crítico y da voz a aquellos que sufren y mueren en las guerras sin saber por qué lo hacen. A ellos debe su Antología.
Resumir el trabajo de 25 años en una exposición supone hacer un repaso minucioso de cada conflicto, revisar cientos de fotografías para elegir las que mejor captan la esencia de esa guerra. En ese ejercicio de memoria imagino que muchos recuerdos te golpean, algunos tan amargos como la muerte de amigos y compañeros que, como él, querían documentar los conflictos. Es común escuchar a Gervasio mencionar que la guerra no es una aventura y que muchos compañeros han pagado con sus vidas el precio de hacer su trabajo. Por ello, a modo de homenaje, Sánchez dedica la exposición a Juantxu Rodríguez (muerto en Panamá en 1989), a Jordi Pujol, Sarajevo, 1992, a Luis Valtueña, Ruanda, 1997, Miguel Gil, Sierra Leona, 2000, Julio Fuentes, Afganistán 2001, José Couso y Julio Anguita Parrado (muertos en Iraq en 2003) y Ricardo Ortega, Haití, 2004. “Todos ellos murieron o fueron asesinados mientras ejercían el periodismo en mayúsculas en la delgada línea que separa la vida de la muerte”, se puede leer en una pequeña placa negra. Pequeña porque cree que los periodistas de guerra deben hablar de la guerra y no de la suerte que corren ellos en ella.
¿Deshumaniza la muerte a quien la mira tan de cerca? No parece su caso. Le observo contemplando sus propias fotografías, y aunque no me atrevo a preguntar qué piensa cuando las ve, en su rostro se hacen muecas que desvelan cierta indignación. La razón por la que ha aprendido a vivir con el horror es que asume su trabajo con todas las consecuencias, “si no estás dispuesto a sentir el dolor de las víctimas en tu interior no vas a poder transmitir con decencia. El día que ya no me hiera nada de lo que veo a mi alrededor me retiraré. Dudo que eso ocurra”. Quienes le conocen, como la persona a la que confía el revelado de sus negativos, Juan Manuel Castro, lo dudan también.
Gervasio reconoce que esta especialidad del periodismo consigue que en cada viaje muera una parte de sí mismo, su afirmación toma sentido cuando se recorre la exposición. Las primeras fotos, las procedentes de las guerras centroamericanas tienen un tono inocente, son imágenes que retratan la cotidianeidad de las personas, así nos encontramos con un soldado que agarra a su novia de la mano mientras habla con ella en El Salvador o la mirada llena de esperanza de una seguidora de Salvador Allende. Años después, las instantáneas tomadas en Sarajevo se tornan distintas: muestran la violencia, el dolor y la muerte de una población que vivió asediada casi cuatro años. Gervasio reconoció en un encuentro organizado por El País, un día antes de la entrevista, que el conflicto Bosnio fue especial para muchos periodistas porque vivieron la guerra como si fuese propia. La crudeza del conflicto no garantizaba la seguridad en ningún edificio de Sarajevo y la prensa extranjera tenía que realizar su trabajo en las mismas condiciones en que la población continuaba con su vida.El visitante, aún digiriendo la crudeza de las imágenes vistas con anterioridad, accede a la sala donde se muestran las fotografías de los conflictos africanos. Estas series mezclan las secuelas de la guerra con las de las enfermedades que se sufrían en muchos campamentos de desplazados. Cuesta levantar la mirada cuando lo que tienes enfrente es una instantánea que inmortaliza a cinco niñas desnudas abandonadas a su suerte en una colchoneta verde. Estaban enfermas y nada se podía hacer por ellas, murieron poco después.
Continúa el recorrido. Un encargo de una revista cambió la trayectoria de Gervasio Sánchez, un reportaje sobre las víctimas de las minas antipersona derivó en Vidas minadas, un proyecto que muestra las mutilaciones sufridas por quienes contaron con la mala suerte de cruzarse con estas armas diseñadas para herir gravemente.
Sin sus fotos probablemente jamás hubiésemos conocido a Sofía Elface, mozambiqueña con ambas piernas amputadas, y su hija Alia. Sin su voz jamás las hubiesen conocido tampoco los representantes del gobierno, a los que no tiene miedo en reprender cuando tiene la oportunidad. La tuvo durante la entrega de los premios Ortega y Gasset 2008 en los que ganó el galardón de Fotografía y la aprovechó.
“Es verdad que me siento escandalizado cada vez que me topo con armas españolas en los olvidados campos de batalla del tercer mundo y que me avergüenzo de mis representantes políticos. Pero como Martin Luther King me quiero negar a creer que el banco de la justicia está en quiebra, y como él, yo también tengo un sueño: que, por fin, un presidente de un gobierno español tenga las agallas suficientes para poner fin al silencioso mercadeo de armas que convierte a nuestro país, nos guste o no, en un exportador de la muerte”. Nunca sabremos lo que pasó por la cabeza de los miembros del gobierno en ese momento, por aquel entonces socialista, al escuchar las palabras que dignificaron a todos los que han sufrido, directa o indirectamente, la barbarie de las minas antipersona o las bombas racimo al tiempo que denunciaron la doble moral de José Luis Rodríguez Zapatero en la venta de armas, tal y como denuncia en su blog.
Poco hubiesen podido reprochar a quien ha captado con sus cámaras que en las guerras se mata por acción y por omisión y que, a menudo, los culpables de la guerra no son los que matan sino los que impiden que se mate, son los que permiten que se mate, son los que hacen negocio con la muerte, son los que venden armas, los que negocian con diamantes o coltán a cambio de armas. Más de treinta años de experiencia le han dado a Gervasio la convicción de que los verdaderos culpables suelen estar muy lejos del campo de batalla.
Todos los que detentan el poder tienen tétricas prácticas comunes y las desapariciones forzosas, por ser una forma rápida de acabar con opositores y sembrar el miedo entre la población, es una de las más comunes. Cientos de familias condenadas a vivir de por vida con el dolor y la incertidumbre de no saber a ciencia cierta el paradero de hijos, maridos u hermanos. Desaparecidos, la última serie de la Antología de Gervasio Sánchez, es el proyecto en el que el fotógrafo retrata el drama de quienes viven buscando respuestas sobre sus familiares.
Contar la guerra desde el punto de vista de los supervivientes es una forma de escapar a la dura realidad de la muerte. “Nunca me gustaron las exclusivas embarradas en sangre y con el tiempo empecé a interesarme más por los proyectos a largo plazo que me permitiesen contar la vida de los que sobreviven a las bombas. Los muertos dejan de ser un problema rápidamente. Les llora su padre, su madre o sus hijos pero ya está. Son los heridos, los mutilados, los que no perecen, los que pagan un precio altísimo”.
Pocos fotógrafos se toman tanto tiempo para dar cobertura a conflictos por los que los medios de comunicación perdieron interés, condenándolos con ello al olvido. Esta forma de trabajar convierte en únicos los proyectos de Gervasio Sánchez, su asombrosa memoria hace que recuerde el nombre exacto de los lugares donde tomó una u otra fotografía, los nombres de las personas que inmortalizó con su cámara, las historias que sucedieron antes y después de la instantánea.
Le pregunto al azar por dos imágenes que, sentados en nuestros taburetes, nos quedan al frente. Las fotografías son de Sarajevo, la primera de ellas en 1993 en la que unos niños juegan frente a un edificio que fue alcanzado por un proyectil. La segunda, tomada en el mismo punto quince años después tiene a los mismos protagonistas. Ellos han cambiado pero el edificio aún conserva las huellas del proyectil. “¿Ves al del centro? La última vez que volví a Sarajevo tuve que ir a llevarle unas flores a su tumba. En el verano de 2009 estaba a punto de cerrar el restaurante en el que trabajaba cuando llegaron dos tipos pidiéndole una cerveza, él dijo que iba a cerrar, hubo una discusión. Le golpearon, le tiraron al suelo, uno sacó una pistola y le pegó un tiro en la cabeza. Cuando fui a su casa, que estaba muy cerca de donde tomé la fotografía, su familia lloraba recordando que su hijo sobrevivió a una guerra y murió, muchos años después, en la posguerra”. Este tipo de recuerdos forman parte de las heridas que se graban en la memoria de los espectadores de la guerra.
La experiencia le ha demostrado a Gervasio que cuando un conflicto llega a su fin pocas veces se detiene a los verdaderos culpables. “Personas que se acostumbraron a matar en la guerra, a esgrimir la violencia con un fusil sin que nadie le anteponga ninguna razón, se convierten en salvajes. Esos salvajes son los que años después continúan cometiendo atrocidades en distintos lugares del mundo”.
Curiosamente, afirma, la guerra saca lo peor y lo mejor del ser humano. Hay gente que muere por no matar, que salva a personas que sin su ayuda hubiesen sido asesinadas. Este tipo de comportamientos son los que al final compensan la balanza anímica, aclara.
No ha sido fácil llegar hasta aquí. Los medios de comunicación no suelen apostar por este tipo de periodismo por el coste que supone y la fotografía documental siempre ha sido el pariente pobre de la fotografía. Lo sabía cuando empezó a trabajar y por ello no esperó a que ningún gran medio de comunicación le encargase un reportaje, trabajaba de camarero en un restaurante de Tarragona durante el verano y con el dinero ahorrado financiaba sus viajes. “Todas las fotos de los conflictos centroamericanos pude hacerlas gracias al esfuerzo de vender paellas en la playa. Un día antes de cumplir 32 años, exactamente el 28 de agosto de 1991, dejé de ser camarero”. Diecisiete veranos de su vida dedicados a la hostelería para poder hacer lo que mejor sabe: dar voz a quienes callan a golpe de violencia.
—Y ahora…
—En un par de días me marcho a Afganistán.
—¿Qué estás documentando?
—(Sonríe pícaro) Ya lo verás. ®