y tiembla el perro,
y se vuelve más fino
y hermoso, y anda.
Y tiembla.
El perro suelto
al reventar el día
que surge
como la rota guayaba
cuya luz nada objeta,
anda a paso lento,
pero con fija insistencia,
jadeando de sed;
perro azul que más parece
la agobiada cordura
en un sueño sin reposo,
va perfectamente firme,
pero deteriorado,
por las calles que
antes de estar llenas de vida
poblaba un Dios más sabio
cuando aún no creaba,
y desde el negro asfalto,
más negro
por el sol que lo confronta,
sacude el hocico y la campana
que a su cuello ahorca,
y se place en ladrar,
como si fuera humano:
¿la has visto andar?,
y tras el eco de la última palabra,
que solo hizo vibrar dos piedras,
cuatro oídos despistados,
un árbol sereno y dos videntes
sin ojos y satisfechos,
tragóse la saliva
y volvió para sí,
que es más bien
a lo mismo,
y en el sereno
y cómodo silencio
de esa vida abstracta
que se palpa,
la pregunta regresa,
y desde ese trance denso
en que toda humana espera
se detiene a mirar
y a comer y a vivir
y a llorar,
vuelve la respuesta
idéntica,
pero sin vibrar,
ni voz ni luz
ni rincón para habitar,
a la manera
en que cantan los cementerios,
la respuesta idéntica
después de la pregunta:
nada,
y tiembla el perro,
y se vuelve más fino
y hermoso, y anda.
Y tiembla. ®