El primer narco cubano en el norte de México

Entrevista con el Wiwichu González

El Wiwichu, quitando algún que otro detallito como el asesinato en masa o la corrupción a las autoridades, no es otra cosa sino un espíritu emprendedor, un cubano más que encontró su camino lejos de la patria, y que sólo sueña con regresar a ella.

El Wiwichu González. Foto © UPI.

El Wiwichu González. Foto © UPI.

Llego con una capucha en la cabeza, sin saber exactamente a dónde me han traído, aunque puedo calcular que estoy en alguna parte de la frontera entre Sonora y Chihuahua, entre Agua Prieta y Nuevo Casas Grande, a pocos kilómetros de Arizona. Cuando finalmente puedo ver la luz, me hallo en una hacienda con caballos finos y carros de último modelo por todas partes. Escucho unos disparos muy cercanos, pero mi acompañante me tranquiliza diciendo que sólo se trata de unos chavos haciendo práctica de tiro con unas AK-47 que acaban de llegar desde Nicaragua.

Encuentro al Wiwichu González desayunando café con leche y pan con mantequilla. “Pasa, chama”, me dijo muy afable, “no te preocupes por todas esas ametralladoras, ellos saben que mis compatriotas son intocables en toda esta región”.

Me brindó pozole, siempre aclarando que estaba picante y que él siempre prefería desayunar como en su casa de La Lisa, en La Habana, ligero y sin enchilarse. No creí pertinente ingerir alimento alguno dado que mi estómago aún temblaba de nervios, así que esperé unos minutos a que acabase, y salimos al patio para comenzar la entrevista.

En Cuba el crimen organizado está muy controlado, muy acaparado por las autoridades. No hay chance de abrirse camino por ahí, a no ser que seas hijo de algún general. Tuve contactos con oficiales que traficaban diamantes, mientras pasaba el servicio militar en Angola, cuando la guerra…

—¿A qué te dedicabas en Cuba? ¿Algo que ver con el crimen organizado?

—No, nada de eso… En Cuba el crimen organizado está muy controlado, muy acaparado por las autoridades. No hay chance de abrirse camino por ahí, a no ser que seas hijo de algún general. Tuve contactos con oficiales que traficaban diamantes, mientras pasaba el servicio militar en Angola, cuando la guerra, pero no me dieron mucha participación. Claro que por mi cuenta me las arreglé para conseguir efectivo traficando latas de carne rusa, y marfil, pero nada de envergadura realmente, si lo comparo con esto de ahora.

—¿Cómo llegaste a México y te convertiste en el famoso Wiwichu González?

—Cuando regresé de Angola estudié Licenciatura en Deportes. Tuve suerte porque llegué a Sonora como instructor de Polo Acuático. Trabajé tres años en el CUM (Centro de Usos Múltiples), pero me aburrí de que el gobierno cubano se cogiera el 70% de mi salario, y me casé con una preciosa sinaloense que luego resultó ser sobrina de uno de los capos más respetados en el noroeste. El tipo era chévere de verdad, no te voy a decir su nombre, pero sí que fue él quien me puso el mote de “el Wiwichu”, porque me conoció en la Navidad del 2007, y el villancico ese “wiwichu a merry crismas” estaba sonando en la radio cuando me recibió.

—Supongo que haya sido difícil llegar hasta la cima de tu organización criminal…

El tipo era chévere de verdad, no te voy a decir su nombre, pero sí que fue él quien me puso el mote de “el Wiwichu”, porque me conoció en la Navidad del 2007, y el villancico ese “wiwichu a merry crismas” estaba sonando en la radio cuando me recibió.

—Un poco, sí. Vaya, siempre hubo algunos que no les gustaba que yo fuese extranjero. Alguno que otro me lo demostraba de manera más o menos evidente tratando de matarme, pero en general los capos mexicanos aprecian a los cubanos. Dicen que tenemos muy buena formación académica, y que eso siempre es positivo. En mi caso, haber estado en Angola fue un buen precedente. He podido ayudar mucho con lo aprendido allá, combinando tácticas militares con las mañas del tráfico ilícito internacional. También haber pasado el preuniversitario en Ceiba Uno fue determinante. Aquella escuela en el campo era como un presidio, y si sobreviví allí, ¿cómo no iba a prosperar entre estos otros camajanes?

—¿Extrañas La Habana?

—A cada rato me da el gorrión, aunque no me puedo quejar, porque voy dos o tres veces al año de visita. Incluso ya tengo medio resuelto un cargamento de bazookas y un tanque ruso, de uso pero en buenas condiciones, con un alto oficial del ejército, un amigo mío de Angola que llegó a coronel y ahora también es gerente de una firma que comercia electrodomésticos. Yo le mando un poco de lo mío y él feliz. Hasta un avión Mig-23 me quería dar el mes pasado, pero me negué porque todavía no he podido entrenar aquí pilotos de caza.

La verdad, uno de los grandes problemas que he tenido para llegar a ser capo en esta región es que detesto la música norteña. Tú sabes, no hay narcotraficante que no guste de la banda, y yo soy más bien casinero.

—Pero tus raíces… ¿se han perdido un poco en este ambiente ranchero?

—Eso nunca. La verdad, uno de los grandes problemas que he tenido para llegar a ser capo en esta región es que detesto la música norteña. Tú sabes, no hay narcotraficante que no guste de la banda, y yo soy más bien casinero. He tratado de enseñar a mis subordinados a bailar salsa, pero qué va, se la pasan brincando y no captan la cosa con la cintura.

—Háblame de tus planes futuros.

—Asere, un narco nunca debe hacer muchos planes. Hoy estás bien con la policía, haciendo tus negocios en paz, pero mañana te cambian al gobernador y te quitan la protección para dársela a tus competidores. Un día estás así, tranquilo con tus caballos, tu carro del año y tus jevitas, al otro día te mandan al ejército para hacerte la vida un yogurt. Yo no quiero terminar en una prisión de alta seguridad, así que no planifico mucho el futuro, a no ser que aquello en Cuba siga mejorando y mis socitos de las fuerzas armadas sigan por donde van. Entonces sí que pudiera mudarme para allá, y poner algún buen tráfico de drogas para asegurar mi vejez.

Asere, un narco nunca debe hacer muchos planes. Hoy estás bien con la policía, haciendo tus negocios en paz, pero mañana te cambian al gobernador y te quitan la protección para dársela a tus competidores.

La conversación se interrumpió cuando uno de los lugartenientes del Wiwichu apareció para comunicarle que ya estaban listos para ir a la junta con el gobernador y el jefe de la policía. Él se disculpó muy cortés y se ofreció para llevarme hasta las afueras de Hermosillo. Acepté, dejé que me pusieran otra vez la capucha, y durante todo el camino de regreso pensé en los valores del cubano, en su carácter industrioso, en sus posibilidades de prosperar cuando tiene opciones.

El Wiwichu González, quitando algún que otro detallito como el asesinato en masa o la corrupción a las autoridades, no es otra cosa sino un espíritu emprendedor, un cubano más que encontró su camino lejos de la patria, y que sólo sueña con regresar a ella, para aplicar sus experiencias y edificar un futuro mejor. ®

[Feliz 28 de diciembre…]
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Publicado en: Apuntes y crónicas, Diciembre 2013

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