A juzgar por el título, Über den Prozeß der Zivilisation. Soziogenetische und psychogenetische Untersuchungen (1938-1939), el concepto clave sería el de la civilización, con el añadido de contemplada en su proceso o devenir. Ambas ideas, la de la civilización y la del devenir, son centrales para otra disciplina humanística de carácter fundamental que es la historia.
A diferencia de Norbert Elias, cuya obra se circunscribe a la sociedad europea entre el Medioevo y el Iluminismo, matizada con reflexiones procedentes de la sociología y la psicología, la obra de Arnold Joseph Toynbee, A Study of History (1934-1961), cubre un espectro más amplio, tanto en su objeto formal, las características esenciales del concepto de civilización, como el objeto material, las diversas civilizaciones o macroculturas mundiales, no únicamente la occidental, de las que han quedado vestigios arqueológicos o incluso algunas crónicas. Para Toynbee el concepto de civilización presupone otro, el de cultura. Una civilización es una cultura que alcanza una estabilidad, unas formas instituidas y un nivel tal que, a partir de los grandes centros urbanos, se vuelve un modelo para otras sociedades menos avanzadas. Toynbee acomete el estudio de las civilizaciones en sus exordios, su apogeo y sus postrimerías, echando mano de reflexiones más generales que Elias, las cuales provienen del ámbito de la filosofía, la historia de las religiones, la ciencia, la economía y, por supuesto, también la sociología. Las llamadas antropología social y la antropología cultural se han abocado al estudio interdisciplinario de sociedades vivas. En el subtítulo de su magna obra, Investigaciones sociogenéticas y psicogenéticas, Elias deja manifiesto que su afición al estudio de la historia estará teñida principalmente de conceptos relacionados con las ideas de Max Weber, Georg Simmel y Sigmund Freud principalmente, o si se quiere de la escuela sociológica alemana y el psicoanálisis vienés. Una de las razones por las cuales El proceso de la civilización. Investigaciones sociogenéticas y psicogenéticas (México: FCE, 2009) llegará a convertirse en un best-seller en el dominio de las humanidades radica en su carácter de libro no especializado, abierto en principio a una amplia gama de lectores. Al igual que Toynbee, historiador de base, Norbert Elias, sociólogo de formación, era algo más, un pensador humanístico, como él mismo se designara, es decir un humanista, alguien que muestra un respeto ante el estilo por escrito.
Las críticas tradicionales que se han levantado contra Elias (también a Toynbee se lo ha señalado por aseverar que los negros constituyen la única raza sobre la faz de la tierra que no ha producido civilización alguna) han sido fundamentalmente dos: su etnocentrismo de cuño netamente europeo (su estudio aborda Francia, Alemania e Inglaterra, dejando de lado Italia, España, Portugal, sin mencionar el norte o el este de Europa) y su enfoque diletantista, no ceñido a escuela formal de pensamiento, dentro naturalmente del ámbito sociológico. El mismo Walter Benjamin se negó a prologar la primera edición alemana aduciendo que el autor no hacía suficiente honor a las imprescindibles contribuciones de Karl Marx. Elias, habiendo fungido como asistente sin sueldo de Karl Mannheim en Francfort del Meno, conociendo las ideas de esta escuela, debió esperarse tal reacción. No por eso se desanimó, desde luego. Entre tanto estalló la guerra y la primera edición alemana se pudrió en los sótanos de una editorial en Suiza. Tuvieron que pasar treinta años para que el mundo comenzara a reconocer los aportes de Elias. Hoy existe hasta la Fundación Norbert Elias, para la cual él mismo dejó un fideicomiso (quizá la fortuna paterna no se perdió del todo o el autor encontró más tarde nuevos mecenas). Aunque la objeción de más peso que se ha formulado contra Elias es su aparente neutralidad ante la solución final y la cuestión judía. Al momento de redactar su obra, Norbert se hallaba a buen recaudo en Londres, donde se había refugiado en 1933 cuando los nazis ascendieron al poder, junto con su mentor, Karl Mannheim, primero exiliado en París y luego también en Londres. Sorprende que en los pasajes finales de la obra no se encuentre alusiones a los inhumanos excesos del totalitarismo. Hay, sin embargo, ciertas advertencias en clave, formuladas casi en el lenguaje críptico de un talmudista, en torno del carácter fundamental de las tensiones y los antagonismos que se dan siempre dentro de una civilización, motores del cambio, plagado a su vez de progresos, es cierto, aunque también de lamentables retrocesos. Interpretar esta última parte del libro podría redituar más que las insólitas profecías de Nostradamus. En realidad, el peligro de los totalitarismos no se ha extinguido, se encuentra ahí, en estado latente, dispuesto a resurgir a la menor provocación. Por eso sería importante dilucidar esa última parte y llevar a buen término cierta prognosis.
Hay, sin embargo, ciertas advertencias en clave, formuladas casi en el lenguaje críptico de un talmudista, en torno del carácter fundamental de las tensiones y los antagonismos que se dan siempre dentro de una civilización.
Elias se apoyó en una beca de una fundación hebrea con sede en Londres para realizar la investigación bibliográfica en el Museo Británico acerca de manuales franceses de buenas costumbres que lo llevaría a generalizar sus reflexiones y ensanchar el campo temático. Víctor Farías, el denodado impugnador de las ideas nazis de Martin Heidegger, hace alusión a esos Edeljuden o judíos de la corte, quienes procuran no condenar abiertamente el nazismo y que jamás reniegan de la cultura alemana, el profesor Farías menciona varios nombres en relación con Heidegger (Hannah Arendt, Karl Löwith, Paul Celan) pero la lista es más amplia e incluiría a Norbert Elias, George Steiner e Isaiah Berlin, paladines de las humanidades en el mundo anglosajón. El problema es que estos pensadores sociales jamás han examinado con suficiente detenimiento la cuestión del exterminio. Quizá porque no se les oculta que en el fondo no existe nada más una culpa nazi sino otra anglosajona y principalmente judía, por parte sobre todo de los grandes banqueros, quienes financiaron la guerra, con plena conciencia de lo que estaba sucediendo con sus congéneres. Las fuentes de financiamiento son las mismas de entonces y son precisamente las que apoyan ahora las fundaciones honoríficas o bien la reciente erección de cátedras en Oxford, una universidad particularmente reacia a los enfoques interdisciplinarios, una de historia de las ideas a favor de Isaiah Berlin, póstuma, y otra en vida acerca de estudios culturales con el nombre de George Steiner. Parece ser que este tipo de aproximaciones han acabado por imponerse.
Desde el punto de vista historiográfico, los aportes de Norbert Elias son notables y llevados a cabo en un periodo relativamente temprano. Ante todo, la investigación despega de lo que se llamó Völkerpsychologie o psicología de los pueblos en el dominio alemán, que ahora ha venido a coincidir en parte con la histoire des mentalités y la histoire de la vie quotidienne. Los enfoques son netamente diversos, pero la curiosidad antropológica y libresca que suponen estas concepciones es muy similar. Norbert Elias parte de cosas menudas, prácticas cotidianas, intuiciones lingüísticas básicas por parte de los hablantes de una y otra lengua, cuando en francés se dice civilisation y en alemán Kultur. Para los alemanes el concepto fundamental es el de Kultur, que se refiere al Geist en el sentido del intelecto y sus más altas manifestaciones, los valores lógicos, propios del conocimiento discursivo, los valores estéticos o de las bellas artes y los éticos o las normas supremas que deberían impulsar el obrar humano. Zivilisation ist Sifilisation. Así reza un juego de palabras en alemán, bastante revelador. La civilización consistiría en diseminar la sífilis. Ser civilizado para los alemanes tiene que ver más con las formas externas (las buenas maneras, el aseo personal, la puntualidad), algo muy importante en la vida cotidiana, claro está, pero que carece de la trascendencia que entraña la palabra Kultur. Elias explica que en el siglo XVIII, en plena época de la Ilustración, cuando Francia era ya desde hacía varios siglos una nación unificada, Alemania seguía dividida en una serie de cortes principescas, donde una clase peculiar de funcionarios burgueses, amparados en cierta formación universitaria, comenzaron a forjarse una conciencia de clase, fundamentada más en la Kultur que en la Zivilisation, dominio casi exclusivo de los nobles, ignaros quizá pero bien portados.Aun consciente de la superficialidad del concepto, alentado por sus matices sociales y psicológicos, Elias se propone abordar la idea de civilización. Parte de un tratado de urbanidad, compuesto por el más grande humanista del Renacimiento, Desiderio Erasmo de Rotterdam, De civilitate morum puerilium (1529), haciendo copiosas citas en el original latino no sin embarazosas erratas. Al parecer el reacio latinum del gimnasio no le aprovechó mucho al autor ni posteriormente tampoco a sus editores suizos, alemanes, británicos y mexicanos, quienes no expurgaron el libro que con tales dislates mancilla la memoria de un purista de la lengua y un renovador del estilo en latín. Erratas como non vagi ac volubiles, quod est insaniae, non lim [limi] quod est suspiciosorum; mox pede proterrendum [proterendum] est; ore pleno bibere vel loqui, nec honestum, nect [nec] tutum; si quis e placenta vel artorcrea [artocrea] prorrexit aliquid; non tanbum [tantum] ob id quod arguit avidum. Más otras pecas en italiano y otras menos en francés con los acentos. En realidad, con estas citas en lenguas extranjeras, por si fuera poco en estilos antiguos, el autor y sus editores arriesgaban la impropiedad. A causa de estas alusiones eruditas, la gran cultura libresca que supone y la familiaridad con las mentalidades de germanos y galos, además de anglosajones, la obra es un reto para cualquier tipo de lector, incluido el estudioso de la sociología o de la historia.
En el dominio histórico Elias mostrará cómo, durante el periodo absolutista, el soberano se servía de la nobleza y la burguesía, en tanto dos fuerzas contrapuestas en constante fricción que servían no obstante para el equilibrio del sistema.
En el dominio histórico Elias mostrará cómo, durante el periodo absolutista, el soberano se servía de la nobleza y la burguesía, en tanto dos fuerzas contrapuestas en constante fricción que servían no obstante para el equilibrio del sistema. Las buenas maneras surgieron en las cortes, durante el Renacimiento y la Alta Edad Media, donde el movimiento de los trovadores y el respeto caballeresco por las damas desempeñó un papel fundamental. De ser propiedad exclusiva de los nobles, cuando el monarca absoluto empezó a reclutar burgueses para la administración de su hacienda, las maneras cortesanas se hicieron extensivas a éstos, en la medida que el pago por los servicios devengados se efectuaba con dinero, ya no con títulos nobiliarios ni propiedades. El reducir los privilegios de los nobles, con el monopolio de la violencia militar y el control hacendario, es la base sobre la que descansa el poder absoluto y la estabilidad del Estado. Es sólo mediante el análisis histórico de cómo cambia la mentalidad de los individuos, considerados como grupo, que se alcanza a entender el funcionamiento de una sociedad. El comportamiento del individuo jamás es independiente del grupo, se moldea precisamente a través de éste. Elias cree que es un despropósito separar el estudio del comportamiento individual del estudio del comportamiento grupal. Lo social y lo psicológico son sólo momentos o aspectos de un mismo objeto de estudio, el ser humano y cómo es que se conduce.
Habiendo asistido a los cursos de Husserl, Rickert y Jaspers, es posible que la noción filosófica de la intersubjetividad de la conciencia no le haya sido extraña a Elias. La conciencia cobra conocimiento de sí principalmente en su confrontación con el otro, con el próximo. La preeminencia de la sociedad sobre el individuo es un concepto preconizado por Marx. Una idea que procede de Weber es la del monopolio sobre la violencia y la distribución fiscal que ejerce el Estado. Mannheim, en tanto que estudioso de la Escuela de los anales, concedía particular importancia al análisis minucioso de documentos históricos y al concepto de inducción (más que de deducción) en las ciencias humanas. Elias parte del estudio de la sociedad como un todo en un momento determinado, una configuración, una situación que es posible descomponer en varios elementos o estados de cosas, los cuales no obstante carecen de concreción, considerados en forma aislada, es sólo en una determinada modelación que adquieren relevancia. Esta interacción entre los individuos y sus circunstancias históricas constituye el punto de partida para cualquier posible tematización acerca del ser humano. Elias veía que el hombre actuaba sobre la naturaleza, inventando artefactos y procedimientos, la técnica, luego actuaba sobre otro individuo, la interacción o coacción social, pero luego estaba la última coacción, la que el individuo ejercía sobre sí mismo en forma de autorregulación y vigilancia de sus propios instintos, los fenómenos del pudor, la vergüenza y las prohibiciones sexuales (precisamente aquel dominio de problemas que Freud pretendió escudriñar como algo aislado, propiedad únicamente del individuo y no moldeado por el grupo, la sociedad).
El pensamiento de Elias parece no detenerse en el análisis de las buenas costumbres dentro de un periodo específico de la sociedad occidental sino referirse a cómo es que toma forma o se configura el poder en cualquier tipo de sociedad, sin una limitación temporal. Su método es por necesidad ecléctico y depende del conocimiento de las disciplinas auxiliares que tenga a la disposición el investigador. En el caso concreto de Elias, la filología, el conocimiento de lenguas extranjeras, manifiestas en textos que pueden tomarse como paradigmas, no desempeña una función menor. El análisis histórico de Elias acerca de un periodo particular, la época del absolutismo, ha tenido repercusiones favorables en el terreno de la historia y en muchos aspectos parece prefigurar el enfoque de espectro amplio, característico de autores franceses como Michel Foucault o bien Pierre Bourdieu. Dotado de un espíritu universal, Norbert Elias incursionaría en la sociología del deporte, la sociología de la muerte, el estudio de la mentalidad alemana y otros dominios, no el último su buena y fluida pluma, el cultivo de una forma de prosa ensayística, sumamente ligera y prolija. No la última virtud, por cierto, en el caso particular de un sociólogo (Marx y Weber son difícilmente accesibles en obras tan técnicas como Das Kapital o Wirtschaft und Gesellschaft). El haber relegado en el mundo académico el estudio de la sociología como tal, subsumido ahora en la antropología u otros enfoques interdisciplinarios, es un signo grave, como ha señalado el último sociólogo alemán de cierto renombre, Michael Hartmann. Al parecer existen razones estratégicas, por parte de la élite en el poder, para mantener apartadas las conciencias de estos temas. ®
Alberto
Excelente , concuerdo con su opinión sobre la situación de la sociología, me preocupa el hecho de que la Antropología y la Lingüística monopolizan los estudios en ciertas áreas de la materia.De hecho casi se ha dejado de lado a materias como la Historia . Ademas existe la ausencia o escasa lectura de autores que si son sociólogos por otros que parecen mas filósofos o ideologos, o hasta economistas que se dan el mote de sociólogos.La crisis de la sociología ya parece funeral.Merece la pena seguir defendiéndola.