Controvertido personaje del periodismo mexicano, Joaquín López–Dóriga suscita enconos y pasiones. Amigo de presidentes y de poderosos, no oculta su vida de lujo y riqueza. Pese a todo, él se dice simplemente un reportero.
1. Joaquín López–Dóriga Velandia es un periodista que logra crear sentimientos positivos y adversos al mismo tiempo: se le cree y se le acepta o es falso y se le rechaza. Lleva quince años comunicando las noticias todas las noches en el noticiero estelar de Televisa. Durante la entrevista niega ser líder de opinión, periodista de poder; niega ser influyente. Es, dice, sólo un reportero. Se le conoce por varios motes: “el Teacher”, le dice casi todo mundo que lo conoce. “El Licenciado”, como le dice su asistente o su secretaria en Radio Fórmula. El “querido Joaquín”, como se refieren Ciro Gómez Leyva, Carlos Marín y otros columnistas. “López Chóriga”, “puro choro ese cuate”, dicen en la UNAM los estudiantes. Sus antiguos compañeros de la fuente de presidencia en los sexenios de López Portillo y Salinas no tienen una buena opinión de él. Y la periodista de espectáculos, Maxine Woodside, le dice “el divo de la noticia”, y algo hay de cierto en eso, pues entrevistar a López–Dóriga es más difícil que entrevistar a diez secretarios de Estado; pero a él le gusta que le digan y se le conozca sólo como reportero.
En su oficina, en Televisa, nos conducen hasta la sala de juntas. Un letrero muy grande lo bautiza como “El War Room de JLD”. Sobre las paredes hay todas las caricaturas que de él han hechos los distintos moneros de los diarios, bien enmarcadas. También su foto de cuando entrevistó a Juan Pablo II. A Ronald Reagan. Al fondo una pintura de gran formato, sin firma; da la impresión de ser un Siqueiros: la fuerza de su color, amarillo al fondo, con negros y rojos que rasgan el fondo ámbar por los trazos salvajes que lo cruzan, llevan su sello. En toda su oficina se pueden ver distintos sables de gala de la Marina.
Más al fondo, más retratos del periodista que son fieles huellas de su olfato como periodista y entrevistador. Ahí, en Vietnam, sentado sobre las ruedas de un tanque; otra en Irlanda del Norte, Israel, Líbano, Iraq, Kuwait, Irán y Nicaragua. Abrazando o saludando lo mismo a poetas y escritores como Octavio Paz, Pablo Neruda, García Márquez y Carlos Fuentes. Su quehacer lo llevó a estar enfrente de Salvador Allende, Indira Gandhi, Yasser Arafat o Alberto Fujimori. Son célebres sus entrevistas a Anastasio Somoza y Daniel Ortega. Sus crónicas de los funerales de Francisco Franco, así como las muertes del yugoslavo Josip Broz Tito o del primer ministro sueco Olof Palme. Ahí también, junto a Mauricio Garcés, María Félix, Julio Iglesias, Siqueiros, Rivera. Para ser alguien que no se cansa de decir que “no hay periodistas poderosos” y que él, desde luego, no lo es, y mucho menos “vanidoso”, los muros lo desmienten.
Hombre de largos silencios en sus respuestas. Las piensa mucho, distante y tajante, un poco ensimismado, de respuestas cortas, concede un espacio de su tiempo para platicar.
2. El reportero, tajante, dice no hablar de su infancia o de sus padres: “Son de los temas que no hablo, sí, porque esa es mi vida privada”.
Nace en Madrid, en 1947, durante el régimen de Franco. Su padre, Joaquín López Dóriga, era ingeniero naval militar, “un hombre cariñoso y muy buena onda”,1 dice el periodista. Su madre, María José Velandia, una mujer dedicada al hogar. Niño del mar, él mismo se describe: “Yo estoy en asuntos del mar desde niño; aprendí a velear a los cinco años”. Al enviudar, doña María José decide emigrar a tierras mexicanas, donde vivían sus padres. Así, el niño Joaquín, a sus diez años, y su hermana menor, María Cristina, conocen una tierra llena de olores, sabores y colores nuevos. Terminó sus estudios primarios y secundarios en el Instituto Cumbres, en donde formó un periódico estudiantil donde “contaba cosas, de lo que luego supe eran crónicas”.2 Ingresó en la Escuela de Derecho de la Universidad Anáhuac; faltándole una sola materia para cumplir con los créditos requeridos el joven López Dóriga decide abandonar sus estudios y entregarse a su pasión: el periodismo.
Y es que el oficio de reportear lo atrapó desde un inicio. Lo ha repetido tantas veces y lo repite también en esta ocasión: “Yo soy reportero, me despierto pensando en periodismo, vivo pensando en periodismo, me duermo, pensando en periodismo y cuando sueño, sueño con periodismo”.
En abril de 1968 el joven López Dóriga, de diecinueve años de edad, ingresa a El Heraldo. No quiere hablar de la familia Alarcón ni de su estilo de hacer periodismo: “De la familia Alarcón no puedo hablar”, responde. En cambio, dice: “Cubrí todo el conflicto del 68, y luego las Olimpíadas del 12 de octubre. Cubrí desde la pedrada del 26 de julio hasta la madrugada del 3 de octubre, que luego se olvida el 3 de octubre”.
3. El periódico El Heraldo de México vio la luz en 1966. Gustavo Díaz Ordaz era el presidente en turno y Gabriel Alarcón Chargoy encabezaba al grupo de empresarios millonarios dueños del diario, donde estaban Manuel Espinosa Yglesias, Carlos Trouyet y Raúl Bailleres. De tintes conservadores y anticomunistas, El Heraldo entró con fuerza a la capital y, para hacerse pronto de reporteros, los sueldos que ofrecía eran altos.
La familia Alarcón, en especial don Gabriel, mantuvo fuertes lazos con el poder. En el libro La otra guerra secreta, del investigador Jacinto Rodríguez Munguía, hay varias cartas de don Gabriel al entonces presidente Díaz Ordaz en las que se puede leer una relación intensa, tersa, romántica, comprometida; como la carta enviada el 24 de septiembre de 1968 al presidente, donde Gabriel Alarcón escribe:
Antes que nada, deseo expresar a usted que la amistad y la lealtad que le profeso, las antepongo a todo, y al exponer seguidamente mi actuación en los problemas estudiantiles lo hago para que no exista duda de mi buena fe y entrega a su gobierno, y muy especialmente a que respaldo abiertamente su actuación valiente y sensata y patriótica. Usted, señor presidente me conoce y sabe que no soy falso. Estoy lo mismo que mis hijos, con usted y respaldamos firmemente su actuación con nuestra modesta forma de actuar, pero le pedimos su orientación… Desde el inicio de los alborotos he estado personal y telefónicamente en contacto con los siguientes colaboradores suyos: Lic. Luis Echeverría, quien me ha orientado e indicado líneas a seguir en cada caso externándome su conformidad con su actuación… El Procurador de la República. Nos pidió que se destacara, como lo hicimos, el acto de sabotaje en instalaciones de la CFE. Asimismo los retratos de varios aprehendidos y consignados… Gral. Corona del Rosal. Nos ha orientado sobre la forma en que nuestras informaciones resultan negativas a los agitadores… Dr. Emilio Martínez Manautou. El jueves pasado me llamó a primera hora para felicitarnos para felicitarnos por la forma en que se destacaba en primera plana la foto del Che y las aulas universitarias con nombres de líderes comunistas… Gral. Marcelino Barragán. Manifestó su agrado a nuestros reporteros por la forma en que se publicó la intervención del ejército y pidió que se destacara, cosa que hicimos la noticia de la exterminación de un grupo de bandoleros agitadores de la sierra de Chihuahua. Sinceramente creo que mi lealtad y la de mis hijos están a prueba de cualquier duda. Por muchos años se nos ha criticado nuestra parcialidad y entreguismo, pero le ratifico a usted que somos y hemos sido Diazordacistas y agradecidos leales y sinceros a usted. Señor presidente, nos sentimos en un cuarto oscuro y solamente usted nos puede dar la luz que necesitamos y señalarnos el camino a seguir.3
Un año después, en junio de 1969, a Alarcón se le aprobó la constitución de dos compañías que controlaban cuando menos cuarenta salas de cine.
En abril de 1968 el joven López Dóriga, de diecinueve años de edad, ingresa a El Heraldo. No quiere hablar de la familia Alarcón ni de su estilo de hacer periodismo: “De la familia Alarcón no puedo hablar”, responde. En cambio, dice: “Cubrí todo el conflicto del 68, y luego las Olimpíadas del 12 de octubre. Cubrí desde la pedrada del 26 de julio hasta la madrugada del 3 de octubre, que luego se olvida el 3 de octubre”, enfatiza.
No se olvida, aunque el reportero lo olvidó durante muchos años. Desde aquel 3 de octubre de 1968 hasta 2003 el periodista no escribió sobre el tema. Una lectura de sus columnas en la Hemeroteca de la UNAM, de la revista que fundó y dirigió, Respuesta, o de sus crónicas, constatan que el columnista no abordó el tema en las décadas de los setenta, ochenta y noventa, y no fue hasta el año 2003 cuando habló de ello, y de pasada, pues el tema central fue que don Gabriel Alarcón le dio su credencial de reportero la mañana del 3 de octubre.
De aquellos años el veterano periodista Miguel Reyes Razo da unas estampas de la redacción de El Heraldo:
En el centro del pasillo principal de la redacción de El Heraldo de México, metido en su bien cortado traje, sin transpirar ni gritar una orden, Mario Santoscoy encendía —parsimonioso— un cigarro gringo —“de carita”— con un caro “Dunhill”. Trabajador, madrugador, persona muy ordenada, tenía el respeto y control de los reporteros. Santoscoy era ese día 2 de octubre de 1968 el Jefe de Información. Él distribuía “fuentes” de Información. Él valoraba lo que los reporteros acarreaban. Muy temprano, a la hora de elaborar las órdenes había escrito: Reyes Razo: A las 5 de la tarde cubre el mitin en Tlatelolco. Reporte todo a la Jefatura de Información… Mientras fumaba aguardaba la comunicación del reportero.
El viernes 13 de septiembre había ocurrido la “Marcha del Silencio”. Desde Antropología hasta el Zócalo Reyes Razo reseñó el avance de la muchedumbre que lijó el Paseo de la Reforma. Sin gritos. Mudos. Fausto Trejo, Heberto Castillo…
“Ya estaba la vanguardia del Consejo Nacional de Huelga en el Zócalo y eran miles los que se les unían desde Paseo de la Reforma…”, tecleó.
“¿No se da cuenta dónde y para quién trabaja usted, Reyes Razo? —lo punzó Don Mario Santoscoy. “Otra entrada. Ándele. Y apúrese”.
Así era Don Mario Santoscoy. Exigente, duro, inflexible. Los reporteros tenían que hacer “buenas” entradas. Claras. Joaquín López–Dóriga aprendía. Informaba lo que ocurría en el aeropuerto.
Así estaban las cosas en “El Heraldo de México” la tarde del 2 de octubre de 1968.
Reyes Razo pensó que la soldadesca se dedicaría a repartir culatazos, golpes, insultos, frases humillantes, cuartelarias a los manifestantes.
Luego al escuchar algunas explosiones Reyes Razo pensó que la tropa dispersaba a la multitud disparándole balas de salva; amedrentándola.
Pero cuando todo se llenó de gritos y de disparos y de ayes Reyes Razo aceptó: “Ya me voy a morir”. Hizo breve despedida de los suyos. Padre, madre, esposa, hijos, hermanos. Ya me voy a morir”.
Y a trabajar. A llamar a Santoscoy.
“Escuche los disparos, señor. El Ejército… Las tanquetas…”
“Escuche. Se oye con toda claridad el tiroteo. Mande a otros reporteros, Don Mario. Yo no podré cubrir todo…
Eran las 5 y 10 de la tarde–noche del 2 de octubre.
Los disparos perforaron gruesas tuberías. Escapaba el agua a raudales. Nerviosos, los soldados rompían a golpes de culata los focos de los andadores de Tlatelolco. Detrás ambulantes protegidos con el emblema se anunciaban: “¡Cruz Roja… Cruz Roja… No disparen…
Civiles con el puño enguantado en blanco. Eduardo Quiroz —Jefe de fotógrafos de “El Heraldo de México”— iba con ellos. Trabajaba con ahínco Lalo. Tiroteo intenso. Luego calma. Plaza desierta. Llovida. Y los muchachos reducidos, arracimados junto a los muros de la iglesia. Tiros esporádicos.
Y entre empellones con leperadas rencorosas Reyes Razo salió de Tlatelolco. Se vio libre junto a las “Suites Tecpan”. Edificiazos propiedad de la familia Alarcón. Los dueños de “El Heraldo de México”.
Entró a la redacción. Don Alberto Peniche Blanco —Gerente del periódico— lo detuvo:
Se dirigió hacia el Jefe de Información. Le había mandado informaciones fragmentadas…
No llegó.
“Le habla Don Óscar. El joven Óscar Alarcón. Vamos…
El joven Óscar Alarcón entró:
“¡Que los maten a todos! ¡Bola de comunistas! ¡Rojos alborotadores! ¡Que los maten a todos! ¡Me cuestan mucho por concepto del Impuesto del Uno por ciento para educación para que anden en las calles alborotando! ¡Que los maten a todos! ¡Y usted Reyes Razo no le cuenta nada a nadie del periódico!
Mario Santoscoy se hizo cargo de la información.
Así, asá, Mario Santoscoy informó.
Así pasó el 2 de octubre de 1968.4
En aquellos años Joaquín era el más joven de la redacción. Santoscoy le pedía ir todos los días de suéter, así pasaba como estudiante. El joven reporteó las ceremonias al aire libre en el Zócalo, la toma del Casco de Santo Tomás, las asambleas y marchas de cientos de estudiantes. “Yo no conocía a los muertos hasta la madrugada del 3 de octubre en el Hospital Ruben Leñero después del tiroteo y matanza de la Plaza de las Tres Culturas. Fue impresionante entrar al anfiteatro de la tercera delegación donde estaban la mayoría de los cadáveres. Haberlos visto apilados ahí en el atrio de la iglesia en la misma plaza. Yo no conocía la muerte. Ahí la vi”,5 rememoró López–Dóriga en una entrevista.
Mario Santoscoy, periodista forjado en diarios como La Nación y La Prensa, compadre y cercanísimo a don Manuel Buendía, fue uno de los maestros de Joaquín: “Mi gran maestro fue Mario Santoscoy, que era el jefe de información”, hace una pausa, recuerda y sigue: “No te daba consejos. Te corregía todos los días con una gran paciencia: esto no se escribe así y esto no se escribe así. Mi madre que tenía una maestría en filología románica, licenciada en filosofía y letras, me decía: ¿No te da pena escribir como escribes?, y ni modo, aprendiendo, así se hace uno”, narra el periodista. Además de don Mario, López–Dóriga se reconoce como alumno de Alberto Peniche Blanco, Ramón Cosío, Jacobo Zabludowsky, don José Pagés y Francisco Martínez de la Vega. Sobre los dos últimos el periodista recuerda que “hablaba muy seguido con ellos y eran muy generosos conmigo”.
Renuente, accede a hablar sobre la redacción de El Heraldo: “Era un periodismo joven y diferente. De grandes fotos, por ejemplo: el 68; todo lo que El Heraldo no decía en sus reportajes —porque lo que se hizo fue concentrar (nosotros éramos reporteros y aportábamos nuestra información y ahí se redactaba la información), y lo que no decían las crónicas lo decían las fotos, eran planas enteras con fotos que decían todo”.
Orgulloso de sus inicios, con un dejo de añoranza, cuenta: “En la redacción, o más bien El Heraldo tenía una de las mejores secciones culturales, que dirigía Luis Spota. Estaban todos los jóvenes novelistas que iban a ser grandes”.
“Me dieron la planta de El Heraldo el 3 de octubre de 1968”, dice. Una sola columna, escrita el 3 de octubre de 2003, da cuenta de los hechos; narra que siendo un joven se quedó dormido sobre su máquina de escribir y ahí lo sorprendió don Gabriel Alarcón. El día que Joaquín escribió esa única columna donde habla de que sí hubo un ataque de las fuerzas armadas en contra de estudiantes —35 años después—, ese día, dejó de existir El Heraldo de México.
4. “A Televisa me trae Jacobo Zabludowsky”, reconoce sin titubeos. En 1970 el joven Joaquín iba a cubrir la Asamblea Anual del Banco Mundial y del Fondo Monetario Internacional en Copenhague. Jacobo lo ve en un Sanborns y le informa que pronto comenzará un noticiero: “¿Me mandas información?, y yo le dije que sí. Lo consulté con Gabriel Alarcón y viendo que no tenía ningún problema hice simultáneamente mi carrera en El Heraldo y en 24 Horas”, narra el periodista.
De aquellos años, el Teacher aclara: “Jacobo Zabludowsky inventó a los reporteros de televisión, antes del noticiero de Jacobo —que fue idea de Emilio Azcárraga Milmo y que luego la implementó Miguel Alemán, siendo el gran operador Jacobo— los noticieros eran de los periódicos. El de canal 2 era de Excélsior y el del canal 4 de Novedades. Todavía en el 68 quien informó todo en televisión fue el noticiero Excélsior con Ignacio Martínez Carpinteiro”.
Discípulo de Zabludowsky, López–Dóriga explica cómo aprendió el oficio: “A Jacobo le aprendí a trabajar todos los días, a trabajar incansablemente. Le aprendí que en el periodismo no hay inspiración sino hay transpiración. Es un ejercicio de trabajar incansablemente. Con Jacobo no había navidad ni año nuevo, ni día de las madres. Todos los días trabajo, como hasta la fecha”.
Enfático, puntualiza: “Jacobo fue quien nos abrió la televisión a los reporteros, los noticieros eran de locutores que leían los textos que preparaban en los diarios, no había más. Jacobo nos abrió a los reporteros —todos de periódicos— el espacio de la televisión. No teníamos que tener buena voz ni presencia de galán. Éramos reporteros, no locutores que eran los grandes personajes de la radio. No puedes entender a la radio sin esos grandes locutores que luego pasaron a la televisión”.
Su mentor, Jacobo, recuerda que el joven Joaquín tenía dos características fundamentales: estilo para redactar y tenacidad.6
Se sonríe y narra una anécdota con su maestro: “Cuando muere Agustín Lara, yo le avisé a Jacobo y nos fuimos juntos al Hospital Inglés donde llevaba semanas agonizando el compositor. Yo había hecho una nota porque Jacobo me dijo una noche: ‘Vete al hospital inglés mañana, vete a las 4 am porque van a ingresar a Agustín Lara’. Estaba ahí desde las 4 am y de repente llega Agustín Lara acompañado de Malita Gómez Cepeda, que era la secretaria de don Emilio Azcárraga Vidaurreta. Tardó semanas en morir, y cuando lo hace yo estaba en El Heraldo y le avisé a Jacobo. Me dijo que nos veíamos en el Hospital Inglés e hicimos el recorrido del transporte del hospital a Gayosso. Entonces, ya para el lunes Jacobo me dice ‘Pues échate la crónica’, y la hago. Salíamos de la oficina de Jacobo para el noticiero de las 11 pm y Jacobo me dice: ‘Vas a ver cómo mañana no va a faltar un cursi que empiece su nota diciendo: ya se apagó el farolito’. Me detuve al momento y le dije ahorita lo alcanzo. ‘¿A donde vas?’, me preguntó. A ver una cosa, respondí, y corregí mi nota que empezaba: Ayer se apagó el farolito”.
Salíamos de la oficina de Jacobo para el noticiero de las 11 pm y Jacobo me dice: ‘Vas a ver cómo mañana no va a faltar un cursi que empiece su nota diciendo: ya se apagó el farolito’. Me detuve al momento y le dije ahorita lo alcanzo. ‘¿A donde vas?’, me preguntó. A ver una cosa, respondí, y corregí mi nota que empezaba: Ayer se apagó el farolito”.
De 1970 a 1978 el joven López–Dóriga se curtió. Llegó a ser jefe de información. A tener un noticiario de quince minutos a las 12:15 de la noche y a cubrir las ausencias de Jacobo. En 1977 comenzó a colaborar en Siempre! y en Novedades como columnista político. El periodista seguía una carrera meteórica. Un viejo colega de la época, Raúl Sánchez Carrillo, lo recuerda como un excelente reportero, y también como un galán noviero y amante de la velocidad: “Fue un gran motociclista como yo; por los años de 1979 a 1981, más o menos, nos íbamos a Acapulco, a Cuernavaca, él en su Honda 1300 y yo en una Kawasaki 900. Al Teacher, como le decían, y a la Muñeca, como me dicen, nos conocían como galanes por eso”.7
Pero no todos sus colegas son generosos con el periodista ni tienen tan gratos recuerdos con él, sus compañeros de la fuente del Departamento del Distrito Federal en la época de Hank González lo describen como alguien “muy prepotente”, “pesado, siempre con guaruras”, “se le abrían las puertas de todos lados debido a que era consentido”, “un periodista al que había que respetarlo y sus parrandas y atropellos eran bastante conocidos”. Otros aseguran haberlo visto apostando millones de pesos en la Feria de San Marcos y perderlos, “total, los pagaba Rodolfo Landeros” y algunos hacen hincapié en sus adicciones.
No todos sus colegas son generosos con el periodista ni tienen tan gratos recuerdos con él, sus compañeros de la fuente del Departamento del Distrito Federal en la época de Hank González lo describen como alguien “muy prepotente”, “pesado, siempre con guaruras”, “se le abrían las puertas de todos lados debido a que era consentido”.
Para entonces sus compañeros de la fuente de Presidencia hablaban de la “cercanía” del periodista con el entonces presidente José López Portillo. En el libro Prensa vendida, de Rafael Rodríguez Castañeda, se puede leer: “El 7 de junio de 1977, en la entrega de los Premios Nacionales de periodismo, el Presidente convocó a los galardonados a Los Pinos, acudieron a recibir el diploma, presea y un cheque de 50,000 pesos, entre otros Joaquín López Dóriga de Televisa, por entrevista, Carlos Monsiváis de Siempre! por crónica”.8
En noviembre de 1978 es designado director general de noticiarios y eventos especiales en Canal 13, por invitación del caricaturista Abel Quezada, efímero director del Canal por sólo unas horas.
5. Canal 13 cambió su estatus jurídico en 1977 para ser rectorizado por la Secretaría de Gobernación; para este propósito, entre otros, fue creada la Dirección de Radio, Televisión y Cinematografía (RTC) y se designó como su titular a Margarita López Portillo, hermana del presidente.
La rectoría de Margarita sobre Canal 13 fue caótica y se caracterizó por una inestabilidad política, administrativa y financiera. Innumerables cambios de director: diecinueve; Abel Quezada sólo duró en su puesto unas horas del día 1º de diciembre de 1976. Nulos mecanismos de control administrativo y de producción, dispendio y una alta nómina de empleados free lance constituyeron parte de este panorama.
El académico Alejandro Olmos explica en el libro Apuntes para una historia de la televisión mexicana: “A Margarita López Portillo se le responsabiliza de que gran parte de las decisiones que involucran al canal se tomaran sin tener un conocimiento claro y profundo de la televisión. Eran decisiones verticales, arbitrarias, que inevitablemente terminaban por chocar con la realidad”.9
“Los problemas se agudizaron luego de que en enero de 1978 la Secretaría de Hacienda finiquitó el fideicomiso para la operación del canal creado ex profeso al momento de ser adquirido por el Gobierno Federal a través de Somex”, dice Fernando Mejía Barquera.10 Esto en la práctica permitió a la Secretaría de Gobernación y a Margarita López Portillo nombrar directamente a los funcionarios del canal, de lo cual estaba impedida hasta ese momento. En noviembre de 1978 se optó por reorganizar la dirección del canal, con la finalidad de que la información generada por el gobierno —en el contexto de la Reforma política— se difundiera de la mejor manera posible entre la opinión pública. Se decidió contratar a uno de los periodistas con más trayectoria dentro de Televisa: López Dóriga. El 20 del diciembre de 1978 comenzó a transmitirse el noticiero Siete días.
Alejandro Olmos narra: “La gestión de López Dóriga fue de claroscuros. Paralelamente al manejo, en ocasiones, bastante oficialista de la información, se desplegó una muy profesional cobertura de acontecimientos internacionales como la caída en 1979 de Anastasio Somoza en Nicaragua, lo que provocó que en determinadas coyunturas se incrementara su rating”.11
El noticiario Siete días llegó a considerarse una seria competencia de 24 Horas. Con frecuencia su noticiero ganaba las noticias de ocho columnas. Sus programas de comentarios alcanzaron cierta respetabilidad con la participación de algunos intelectuales y escritores como Carlos Fuentes, Ricardo Garibay, Jaime Sabines, Elena Poniatowska, Renato Leduc, Guillermo Jordán, Cristina Pacheco, Jorge Ibargüengoitia y Emilio Carballido. Siete días peleaba las noticias a Zabludowsky: “No pocas veces se habló de que ello era producto de su cercanía personal con el entonces presidente José López Portillo”.12 Amistad que nunca desmintió: “Tengo tan pocos amigos que prefiero perder una nota que perder un amigo”.13
El periodista Rafael Rodríguez Castañeda escribe: “En 1981 López Dóriga repitió y recibió de las manos de José López Portillo el premio nacional de periodismo en el género de noticia y por su programa Siete días que venía con su diploma, su presea y un cheque de 150,000 pesos. Director de noticias de Canal 13, López Dóriga aprovechaba su conocida relación amistosa con el presidente López Portillo para manejar en forma autónoma, a su capricho, el área a su cargo”.14
La administración de López–Dóriga terminaría en septiembre de 1981 en medio de una ola de ataques y denuncias de dispendio y prepotencia. El director de Comunicación Social de la presidencia, Luis Javier Solana, le informó de su cese, ordenado por “romper el orden institucional, al desobedecer órdenes precisas del Consejo de Administración y causar graves daños técnicos y económicos a la corporación”.15
El director de Comunicación Social de la presidencia, Luis Javier Solana, le informó de su cese, ordenado por “romper el orden institucional, al desobedecer órdenes precisas del Consejo de Administración y causar graves daños técnicos y económicos a la corporación”.
Ese principal acto de desacato tuvo que ver con su negativa a reinstalar —pese a que así lo había decidido Margarita López Portillo— al exgerente de eventos deportivos, José Ramón Fernández, que en la víspera había sido sustituido por Jorge Berry.
En una entrevista para la revista Líderes el periodista recuerda: “El sábado 5 de septiembre de 1981 me corrieron de Canal 13 en condiciones muy lamentables, con acusaciones, con cercos de la entonces Federal de Seguridad por no participar en el proyecto político de sucesión que encabezaba Margarita López Portillo, ellos lo disfrazaron de muchos modos, pero finalmente ese fue el punto”.16 López Dóriga se negó a favorecer en su espacio informativo al tapado Javier García Paniagua, como se lo pedía Margarita López Portillo.
Después de siete auditorías y un desestimiento de demanda por parte del socio principal de TV Azteca, Ricardo Salinas Pliego, el asunto fue olvidado.
No todo fue fácil, un problema circulatorio en una pierna debido a la combinación de su alergia a la nicotina y su adicción al cigarrillo se agravó. Hacía siete meses había perdido dos dedos del pie izquierdo, y con esta crisis volvió a la silla de ruedas.
Otra versión sobre esos hechos la narra el periodista José Ramón Fernández: “La época del gobierno de López Portillo fue de demasiado golpeteo con cambios de director todo el tiempo. Cuando fue director Pedro Ferriz padre (y también trabajaba aquí Ferriz hijo), quisieron correrme y me corrieron. Recibí un comunicado en el que me despedían. Tomé mis cosas y me salí del canal. Julio Scherer, entonces director de Proceso, me buscó y me hizo una entrevista fuerte. Luego de la publicación me buscaron de RTC, alguien me dijo que la señora Margarita López Portillo no me conocía y no me había despedido, y que me regresara a trabajar a Canal 13. Me dijo que la señora Margarita no había firmado ese memorándum. Al mes regresé a Canal 13 y continué con mi trabajo en Deportes. En la entrevista explicó que López–Dóriga y Ferriz chico habían hecho intrigas contra mí para meter a Jorge Berry. Que era su oportunidad para quedarse con todo. Al mes salió de Canal 13 el actual hombre omnipotente de las noticias, que acabo de ver en Acapulco en un yate precioso que decía Pemex”.17
6. “No me gusta que me digan periodista, sino reportero, como todos los reporteros diariamente salgo a la calle y reporteo brutalmente”,18 le dijo López Dóriga a la periodista Elvira García. Y de periodismo le gusta hablar un poco.
Para él no hay que elegir en cuanto a si el periodismo es un oficio o una profesión: “Es un oficio en el que hay que ser muy profesional”, asegura, y continúa: “Yo no tengo definición de lo que es el periodismo mexicano, cada quien ejerce el periodismo como quiere, no hay una regla”. Señala, dando golpes con el dedo índice sobre su escritorio: “Yo ejerzo el periodismo y me voy a los hechos, por eso digo que a mí me han demandado pero jamás me han desmentido. La regla que aprendí es que una información la tienes que confirmar y confirmar y confirmar, y una vez que la tienes confirmada, hay que confirmarla otra vez. Con el tema de las redes se antepone la velocidad a la información, en lo que yo nunca voy a caer”.
Se acomoda en su silla, no está a gusto, se vuelve acomodar. Se le dan ejemplos de periodistas que ejercen el columnismo con poca seriedad; se le pide su opinión sobre el exceso de opinión que sufre la prensa mexicana; diarios como Excélsior, por ejemplo, llegan a tener ochenta columnas al día, y así varios grandes diarios, más los de provincia. Se vuelve a acomodar en su sillón y dice: “Pues cada quien su vida y sus diarios y sus medios, sí, pienso que no sobra, mientras más opinión mejor, más pluralidad y la gente elige”. Se insiste sobre el género al que todo periodista aspira: la columna. El reportero inquiere: “La columna no es el género sucio del periodismo. Puede ser y no puede ser, depende de cómo se use. Yo escribo la columna y adiós, es como todo, cualquier instrumento. Un bisturí puede salvar una vida o matar una persona. No creo en esas generalizaciones, un género sucio puede ser lo que sea, depende cómo lo uses”.
Abunda: “La columna es un trabajo de todos los días, hay que reportear, esto es un trabajo de transpiración, no de inspiración. Hay que buscar la nota, corretearla, confirmarla y reconfirmarla. Aquí no es de decir, ‘Híjoles, hoy no estoy inspirado’ y ya no hago columna, ah chingá, es de disciplina, de trabajo, de esfuerzo”.
No le gusta hablar de periodismo mexicano, no le gusta platicar sobre deontología, sobre las reglas. No se aventura a dar un concepto sobre lo que él considera que es periodismo, nada. “Hay tantas clases de periodismo como periodistas hay, como medios hay, pero además ante el abanico que hay la gente elige. Yo soy un trabajador del periodismo, de la información, soy un reportero. Yo hago un periodismo estrictamente informativo. Alguna vez alguien me decía: ‘No, es que nosotros tenemos que formar y crear opinión’. Y no. Yo no. No soy un formador, soy un informador. Mi tarea es informar. Ese cuento de los líderes de opinión que alguien se inventó, no, jamás, yo nunca he conocido a un líder de opinión. Lo mío es informar, no crear criterios, menos opinión pública, no educar, sólo informar, soy un reportero”.
No soy un formador, soy un informador. Mi tarea es informar. Ese cuento de los líderes de opinión que alguien se inventó, no, jamás, yo nunca he conocido a un líder de opinión. Lo mío es informar, no crear criterios, menos opinión pública, no educar, sólo informar, soy un reportero”.
Entonces se le pregunta por el método López–Dóriga para enseñar a informar y sólo informar, y si se ha perdido la escuela que existía en las redacciones, justo como él aprendió. “No se pierde la escuela en las redacciones. Yo lo hago todos los días. Yo no hago escuela, no soy tan arrogante. Lo que yo hago es tratar de que la nota quede lo mejor posible. Alguna vez alguien se molestó y yo le dije ‘Mira, ni te molestes, sí, por qué si a ti te molesta que yo te corrija, más me podría molestar a mí estarte corrigiendo la nota cuatro veces’. A mí una vez Mario Santoscoy me hizo hacer una nota siete veces. Esto es un oficio”.
Periodista de silencios, periodista que no contesta, periodista que no quiere hablar de periodistas, baja la guardia y accede: ¿Usted cree que Julio Scherer es el periodista más importante de la segunda mitad del siglo XX en México?, le pregunto. Un silencio largo, mira al que pregunta, sus ojos encendidos: “Sí, claro que sí, y antes de él fue José Pagés; son grandes personajes del periodismo sin los cuales, sin uno y el otro no se podría entender el periodismo de hoy”, responde. Otro silencio largo, sigue: “José Pagés en su tiempo y Julio Scherer en el suyo abrieron un periodismo que no existía. El de la libertad de expresión”.
Amigo de don Manuel Buendía, con su voz en el recuerdo y con silencios largos, el reportero recuerda: “Claro que conocí a Manuel Buendía, muy bien. El día que lo matan, yo tenía mi oficina en la calle de Marsella, a cuatro cuadras de la de Manuel en Insurgentes. Cuando yo llegué a Insurgentes todavía estaba el cadáver de Manuel en la banqueta. Nos habíamos visto días antes. Habíamos comido en El Rincón Gaucho de Wolf Ruvinskis. Lo vi a Manuel, ahí en el suelo, y no me lo creía, son cosas que no te las puedes creer. No lo quise ver muerto. Escribí, por supuesto. Había salido de su oficina, iba al estacionamiento y lo mataron por la espalda. Manuel Buendía era lo que muchos queríamos ser, el gran periodista, el gran reportero, el gran columnista, el gran personaje”.
Se acomoda bien en su sillón y recuerda a uno de sus maestros: “Escribí en Siempre! José Pagés Llergo era un hombre extraordinario; cuando hablan del Quijote como su símbolo, yo creo que el Quijote se quedaba corto. Con las historias y sobretodo con la generosidad. Don José se adelantó a su tiempo. Convirtió la revista Siempre! en una trinchera de los que no tenían trinchera. Una vez un colaborador le dijo: ‘Maestro, voy a hacer un periódico’. ‘¿Y por qué va a hacer un periódico?’, pregunta Pagés. ‘Es que ya compré una rotativa’ le responde. ‘¡Ah chinga!, entonces ¿si usted tuviera un cañón haría una guerra?”
El reportero está relajado. Se le pide otra estampa: “Traté poco a Granados Chapa, pero lo conocí por mi relación con Manuel Buendía. Él también es de esos grandes personajes del periodismo, sobre todo porque él nunca transigió con el poder; sale de Excélsior y sigue a Julio. Su historia”.
Una estampa más: “Coincidí con Carlos Denegri en la cobertura del lanzamiento del Apolo 12. Yo estaba con mi máquina portátil y llegó Carlos Denegri con un reportero, un fotógrafo, con una secretaria, con un traductor y con un operador suyo de telex. Impresionante, Carlos Denegri. No, no tuve mayor trato con él, sólo lo vi esa vez. Nunca me saludó. Una vez le dije ‘Oiga, le hablaron por teléfono y contesté’, y me dice ‘¿Y usted por qué toma mis llamadas?’ ‘Pues llamaron a mi teléfono’, le respondí, y se dio la vuelta y se fue. Fuera de eso no tengo una imagen de él. En mi niñez lo recuerdo en un programa que tenía en el canal 2 y terminaba siempre diciendo ‘Dios mediante’, fuera de eso, nada”.
La mayoría de los periodistas se sienten incómodos al hablar sobre Carlos Denegri, el periodista que era talentoso con la letras, con olfato, que sabía dónde estaba la noticia, pero que al mismo tiempo era parrandero, drogadicto, mujeriego, golpeador, prepotente; no se medía para usar su poder y usar a los hombres del poder a su antojo y capricho; los periodistas no se quieren ver reflejados en ese espejo, que de alguna forma también lo es de la prensa mexicana.
8. Las autoridades de Canal 13 volvieron a contratarlo en febrero de 1985 como director de noticias del Instituto Mexicano de Televisión, Imevisión, puesto en el que duró exactamente un año. Cuatro años antes, en 1981 funda y dirige la revista Respuesta y el programa radiofónico Respuestas. En 1987 regresa a El Heraldo como columnista.
Distintos colegas hablan de historias de López–Dóriga en sus años como reportero de la fuente de Presidencia. Historias reales y fantásticas. Todas coinciden en su cercanía con los presidentes de México. El reportero responde sobre su amistad con don José López Portillo, pero pronto regresa a sus silencios y evasiones.
Distintos colegas hablan de historias de López–Dóriga en sus años como reportero de la fuente de Presidencia. Historias reales y fantásticas. Todas coinciden en su cercanía con los presidentes de México. El reportero responde sobre su amistad con don José López Portillo, pero pronto regresa a sus silencios y evasiones: “Yo conocí a José López Portillo cuando él era subsecretario de Patrimonio Nacional con el maestro Flores de la Peña —de quien yo sí era muy amigo—, y era director de la Facultad de Economía. López Portillo era muy amigo de Echeverría y ahí lo empecé a tratar, y yo cubría la fuente financiera y era el más joven de todos los reporteros. Una vez Ortiz Mena fue secretario de Hacienda y yo a los 21 era reportero de El Heraldo, y Ortiz Mena me dice ‘Oiga, joven, ¿usted que hace en esta conferencia de prensa?’ Yo vengo de El Heraldo de México, le respondí”.
Un largo silencio. El reportero aclara: “Los presidentes no tienen amigos. Tienen un compromiso, un deber, una misión. Quien se considere amigo de un presidente está equivocado. Como Scherer, que se creyó amigo de Echeverría”, aclara: “A ver, los presidentes no tienen amigos, o no deben tener amigos o dicho de otro modo o la suma de todo, nadie puede creer y sobre todo los periodistas que es amigo del presidente”.
En el libro Los Presidentes Julio Scherer narra:
Las exclusivas de Miguel de la Madrid han sido para Enrique Loubet, Joaquín López Dóriga, Regino Díaz Redondo en dos ocasiones y Guillermo Ochoa y Ángel Trinidad Ferreira. No hay interrupción en esos coloquios, alguna discrepancia, algún momento de tensión, los diálogos son tersos, fluidos, agua que corre sobre un lecho de arena.
Consta en las entrevistas exclusivas que el licenciado De la Madrid es equilibrado, sin titubeos, certero, hecho para el trabajo y el reposo en su momento, unidas las cualidades personales a las dotes de mando. Al presidente no se le pregunta acerca de la íntima responsabilidad que compartió con el licenciado José López Portillo en el sexenio pasado, por ejemplo. Tampoco se le pregunta por José López Portillo, antagonista de su existencia.19
En el sexenio de Carlos Salinas, López–Dóriga cubría la fuente de Presidencia. Sus colegas de la fuente narran: “Joaquín era sumamente talentoso para la crónica, era distante con nosotros, siempre había alguien entrajado cerca de él”; otro: “Él ya tenía mucha experiencia en cubrir giras presidenciales, nos llevaba de calle a todos”; otro más: “En las giras fuera de México del presidente, ese periodista y Fidel Samaniego eran los consentidos. El equipo de logística de Presidencia le asignaba a una persona que le cuidara sus cosas y las llevara a la habitación del hotel”. Uno más: “Joaquín siempre tuvo un asiento aparte de los demás reporteros en el avión presidencial”. Y otro: “Les daban habitaciones de primera, incluso en el mismo hotel donde se hospedaba el presidente, y tenían una camioneta especial con chofer”. Uno final: “El presidente los llevaba en su mismo vehículo para platicarles detalles que le interesaba sacar. A cambio les facilitaba las entrevistas con los secretarios de Estado”.
En el libro La Herencia, de Jorge Castañeda, se lee también sobre esta cercanía:
Salinas tenía que felicitarse a sí mismo: Camacho había perdido su última oportunidad para saltarse las trancas. A partir de ese preciso instante, al iniciar Salinas su gira por el Pacífico, se dedica a la otra vertiente de la doble tarea en curso: contentar a Colosio y acabar de izar la capucha. En una cena en Ciudad Obregón con don Luis Colosio, padre de Donaldo, en donde estuvieron José Carreño Carlón y Manlio Fabio Beltrones, Salinas había recurrido a dos nuevos guiños: referirse a Sonora en su discurso como una tierra de triunfadores y aconsejarle a dos periodistas incluidos en la gira y especialmente allegados al mandatario, Fidel Samaniego y Joaquín López Dóriga, tratar bien a Colosio: “Les conviene”.20
Jorge Fernández Menéndez escribe en la contraportada del libro Crónicas del poder, escrito por Joaquín López Dóriga: “Ese periodismo fino y riguroso, pasional e irónico, culto y mordaz, de Joaquín López Dóriga, un maestro en contar historias, en lograr que el lector literalmente vea en sus crónicas lo que está sucediendo, la historia que el periodista cuenta”. El libro contiene las crónicas que el reportero realizó durante el sexenio de Salinas de Gortari. En la presentación el periodista escribe: “Seguir a todas partes a un Presidente de México como Carlos Salinas con su personal estilo de gobernar y de hacer las cosas. De él, lo que más he admirado es su capacidad de sobreponerse, de ajustar la historia a su tiempo y de resurgir todas y cada una de las veces que le quisieron sepultar. En lo personal, aún no puedo comprender esa fuerza para separar, desde las profundidades del dolor, los deberes de un hombre de Estado, de su duelo, de sus duelos… Es un hombre que me asombra todos los días”.
Se le pregunta sobre el estilo de don Julio de reportear, de descubrir y descubrirse en sus libros. Silencio. Se acomoda en su sillón y habla: “Julio Scherer es un gran personaje. Yo creo que lo que Scherer retrata en sus libros es una cosa: el trato personal que pudiera tener con los políticos y otra es la información que poseía”, y regresa al tema: “Los periodistas no somos amigos de poderosos. Los amigos del poder, ellos no te consideran sus amigos. Yo he tratado a todos los presidentes de México. Yo saludaría a Carlos Salinas si es que él me saluda. En alguna ocasión en una boda nos saludamos”.
“Seguir a todas partes a un Presidente de México como Carlos Salinas con su personal estilo de gobernar y de hacer las cosas. De él, lo que más he admirado es su capacidad de sobreponerse, de ajustar la historia a su tiempo y de resurgir todas y cada una de las veces que le quisieron sepultar.»
9. “Nunca hay que perder la capacidad de asombro, de indignación, y a veces, hasta de enojo”, recomienda el reportero. Explica sobre su sobreexposición: “Yo estoy sujeto a escrutinio publico todos los días, todas las noches, todas las mañanas, a quien me quiera leer, todo el día al que me quiera escuchar en la radio y todas las noches a quien me quiera ver en la televisión. No es que uno quiera o no, uno está y punto. Además a un escrutinio implacable”.
Estuvo en MVS radio con un programa de entrevistas. De ahí se fue a la estación Radio Fórmula, propiedad del empresario Rogerio Azcárraga, a hacer un noticiario radial todos los días. En diciembre de 1997, a invitación de Bernardo Gómez y Emilio Azcárraga Jean, regresa a Televisa. Félix Cortés Camarillo le llevó la invitación, que consistía en hacer un programa periodístico semanal de entrevistas y reportajes que llevó el nombre Chapultepec 18. “No hubo condiciones de regreso, tuve una conversación breve pero muy clara con Bernardo Gómez. Prácticamente creo que sólo nos vimos a los ojos y estuvimos de acuerdo”. Luego vino una plática con Emilio: “Nuestro pacto es de un apretón de manos y nuestro contrato es de mirarnos a los ojos. No hay ningún papel”.21 Nuevamente su ascenso fue meteórico. Al año era conductor del espacio de noticias matutino Primero Noticias y en poco tiempo relevó en la conducción al periodista Guillermo Ortega, quien daba las noticias en el noticiario estelar de la empresa. El reportero rememora: “El único que no quería ir al noticiero de la noche era yo. Yo era feliz por la mañana”.
De aquellos años el periodista explica la ruptura en Televisa: “La transición en Televisa a la llegada de Azcárraga Jean fue como una familia que se separa. Esto era una familia y se separa. Yo estoy aquí y todos los que trabajamos aquí estamos más tiempo aquí que con nuestras familias. Me sentí muy triste cuando se fue Jacobo, yo lo repito, no hubiera sido reportero de televisión sin la generosidad de Jacobo, él fue quien me invitó en esa primera etapa, ya en la segunda etapa me invitaron Emilio Azcárraga Jean y Bernardo Gómez veinte años después”.
Para el periodista, “Televisa ha tenido la virtud e inteligencia de transformarse como se ha transformado el país, me refiero en esta etapa. Es un país diferente, es una Televisa diferente”. Durante quince años Joaquín López–Dóriga ha dado las noticias todas las noches. Se le pide un par de estampas, una descripción sobre dos personajes tan disímbolos e iguales. Déme una estampa de Emilio Azcárraga Milmo, una estampa que le mueva los sentimientos, los afectos, se le pide. Silencios. Mira de nuevo al que pregunta. Piensa mucho, responde: “Te la debo. Te la debo que me mueva los sentimientos. Para buscarla”. Déme una estampa de Emilio Azcárraga Jean: “Más que estampa es una conducta de respeto y afecto mutuo”.
Todos los días se levanta a las 6 am y termina pasada la media noche. “Ni modo que escriba libros de 2 a 5 de la mañana”, responde cuando se le dice que nos debe muchos libros. Se le pregunta sobre el conflicto de ser poderoso y tener mucho dinero y el ser un “simple reportero”. El periodista explica: “En el periodismo te haces millonario, pero yo tanto en la radio como en Televisa tengo condiciones excepcionales de trabajo”, dice el periodista, que vive en la zona exclusiva de las Torres de Polanco, donde los departamentos cuestan un millón y medio de dólares, o más.
La entrevista está por concluir. El periodista reflexiona sobre sí mismo: “Yo quiero ser un periodista hasta el ultimo día de mi vida, no aspiro a ser un gran periodista, no trabajo para obtener un premio o reconocimientos. Mi mayor reconocimiento es trabajar todos los días. No soy un periodista poderoso, no los hay, la poderosa es la información. A mí me niegan llamadas”, aclara. Por si al entrevistador no le ha quedado claro, repite: “Yo no soy un periodista poderoso”.
Un silencio largo, el reportero piensa y concluye: “Trabajo desde la mañana hasta la noche, cuando me despierto lo primero que hago es pensar en qué voy a escribir en la columna; mi mujer se enoja conmigo porque yo digo que me despierto pensando en periodismo, y me voy a dormir pensando en periodismo y cuando sueño, sueño en periodismo”, un silencio más. “Mi familia es la principal damnificada, me dicen, Oye, qué sacrificio el que haces y trabajar todo el día, y yo contesto, ‘Para mí no es ningún sacrificio’. Sacrificio es para mi familia, es la principal damnificada y además es también un acto de egoísmo de uno hacia ellos. Para mí lo más importante es mi familia y mira qué paradoja, no le dedico tiempo a mi familia”. ®
Notas
1 Entrevista con la revista Líderes Mexicanos, tomo 73.
2 Entrevista de Verónica Díaz en la revista Contralínea.
3 Jacinto Rodríguez Munguía, La otra guerra secreta, pp. 109, 110 y 111.
4 “A 44 años de los hechos, queda la memoria”, Miguel Reyes Razo, 3 octubre de 2012.
5 Entrevista revista Líderes Mexicanos, tomo 73
6 Entrevista de Verónica Díaz en la revista Contralínea.
7 Ibidem.
8 Rafael Rodríguez Castañeda, Prensa vendida.
9 Alejandro Olmos, Apuntes para una historia de la televisión mexicana. Del Canal 13 a TV Azteca.
10 Fernando Mejía Barquera, La industria de la radio y la televisión y la política de Estado mexicano 1920–1994.
11 Alejandro Olmos, Apuntes para una historia…
12 Fernando Mejía Barquera, La industria de la radio…
13 “Detrás de la máquina me siento Superman”. Entrevista con Guadalupe Reyes y Katia D’ Artigues.
14 Rafael Rodríguez Castañeda, Prensa vendida…
15 Raúl Trejo Delarbre, columna Medios, La Jornada Semanal, núm. 74.
16 Entrevista con la revista Líderes Mexicanos.
17 Entrevista de José Antonio Fernández a José Ramón Fernández, Canal 100.
18 Elvira García, “Ahora dicen de él cosas teribles, yo los vi tirárseles a los pies y llenarle la frente de incienso”, Crónica, 20 de agosto de 1996.
19 Julio Scherer García, Los Presidentes.
20 Jorge G. Castañeda, La Herencia.
21 Entrevista con la revista Líderes Mexicanos.