El Siglo del Ambiente

Para enfriar el debate sobre el calentamiento global

¿Cómo podemos encontrar las articulaciones entre la racionalidad en el corto y mediano plazo que impone la economía y los principios de largo plazo de la ecología? ¿Podemos desarrollar una economía del ambiente que reúna las aportaciones de estas disciplinas?

Recuerdo que en el invierno de 2009 —después de varios años con poco frío en Guadalajara— varios comentaron que las relativamente altas temperaturas invernales en la ciudad eran consecuencia directa del calentamiento global. En enero de 2010 volvió a sentirse frío y el discurso cambió: ahora lo que provoca el calentamiento global son temperaturas extremas; unos años se sentirá mucho frío y en otros años los termómetros marcarán cifras más altas.

Esta relación de causa-efecto directo entre el calentamiento global y la temperatura que sentimos no considera las variaciones causadas por fenómenos oceánicos como El Niño y otros que no son provocados por las acciones del ser humano. Stephen Jay Gould, el divulgador de la ciencia fallecido en 2002, escribió un libro titulado La falsa medida del hombre para explicar que la escala humana suele ser poco útil o incluso contraproducente cuando se trata de medir o analizar a la naturaleza.

Gould, como paleontólogo, sabía que los ciclos de la tierra se registran en miles de años y que las variaciones percibidas por los seres humanos eran insignificantes en esos procesos. Lo anterior no implica que los seres humanos no estamos afectando el medio, sino que hay que analizar con métodos e instrumentos que vayan mucho más allá de lo que podemos sentir para tomar las decisiones más pertinentes y no dejarnos llevar por interpretaciones más bien emocionales.

Una de las mayores autoridades en este tema es Björn Lomborg, estadístico danés y autor de El ecologista escéptico (2001), un provocador libro que desató la mayor polémica sobre el tema ecológico en los últimos años, en particular en países desarrollados. Lomborg —antiguo activista de Greenpeace— arremetió duramente en contra de los ecologistas, tomando como base muchas estadísticas de organismos internacionales. En ese libro sostiene que los ecologistas repiten sin cesar “una letanía basada en cuatro miedos ambientales”:

a) Los recursos naturales se están acabando

b) La población sigue aumentando y cada vez hay menos comida

c) Muchas especies se están extinguiendo; los bosques han desaparecido y las reservas de peces se están terminando

d) El aire y el agua del planeta están cada vez más contaminados

Gould, como paleontólogo, sabía que los ciclos de la tierra se registran en miles de años y que las variaciones percibidas por los seres humanos eran insignificantes en esos procesos. Lo anterior no implica que los seres humanos no estamos afectando el medio, sino que hay que analizar con métodos e instrumentos que vayan mucho más allá de lo que podemos sentir para tomar las decisiones más pertinentes y no dejarnos llevar por interpretaciones más bien emocionales.

El problema con esa letanía, escribió Lomborg, es que no hay evidencia que la sustente, y argumenta su ofensiva: Primero, la energía y otros recursos naturales son cada vez más abundantes; segundo, ahora se producen más alimentos per cápita que en cualquier otra época en la historia de la humanidad; tercero, aunque muchas especies ya se extinguieron realmente, sólo 0.7 por ciento se espera que desaparezca en los próximos cincuenta años y no 25 o 50 por ciento como se ha dicho, y finalmente, muchas tendencias de la contaminación ambiental se han exagerado porque no se ha considerado que corresponden a etapas iniciales en el proceso de industrialización. Por lo tanto, concluye Lomborg, la mejor respuesta a esas tendencias es acelerar los procesos y no restringirlos, como proponen los ecologistas. En vez de regresar a la época de los “felices” años de la pre-revolución industrial, Lomborg propone que se promueva a las economías más atrasadas, en las que hay muchos procesos de consumo de energía ineficientes, para que se desarrollen en términos tecnológicos y puedan superar rápidamente esa etapa de dispendio energético. El estadístico danés no duda de que exista un límite en los recursos naturales realmente existentes en la Tierra, pero dice que ese límite es mucho mayor que el que los ecologistas han hecho creer al mundo.

La provocación de Lomborg tuvo muchas respuestas de las organizaciones defensoras del medio. Varios de los especialistas de temas ambientales más conocidos en la academia (Wilson, Schneider, Myers) fueron congregados por la revista ecologista Grist en un dossier1 dedicado a desarmar y criticar tema por tema (extinción de las especies, clima, crecimiento de la población, deforestación, etc.) el contenido del libro del exactivista de Greenpeace convertido ahora en su crítico más célebre.

Varios años después de la polémica, Lomborg vuelve a la carga y publica en 2007 un libro titulado Cool It y que fue traducido por Espasa como En frío. La guía del ecologista escéptico para el cambio climático, que muchos leyeron como una respuesta del danés a la amplia campaña mediática de Al Gore con La verdad incómoda. Incluso se hizo un documental del libro; los interesados pueden consultar el tráiler.

Lomborg no niega que exista el calentamiento global, pero matiza su afirmación con cuatro argumentos:

1. El calentamiento global es real y producto del ser humano. Va a provocar un fuerte impacto en los seres humanos y en el medio a finales del siglo. 2. Las afirmaciones acerca de sus fuertes, siniestras e inmediatas consecuencias han sido, con frecuencia, exageradas. 3. Necesitamos soluciones que sean simples, inteligentes y más eficientes en contra del calentamiento global más que esfuerzos exagerados y bien intencionados. 4. Otros temas como el hambre, la pobreza y la enfermedad son más importantes en la actualidad que el calentamiento global, por lo que tenemos que redefinir nuestras prioridades globales.

Ya sea que seamos crédulos seguidores de Greenpeace o escépticos lectores de Lomborg, el tema del calentamiento global está presente y hay que conocerlo con datos y bases firmes para atenderlo. En septiembre de 2009 un grupo de 28 científicos expertos en temas ambientales e internacionalmente reconocidos publicaron un texto en la revista Nature2en el que proponen el concepto de “límites planetarios” (planetary boundaries) para referirse a las fronteras globales y biofísicas de la contaminación producida por el ser humano de acuerdo con la comprensión que hoy se tiene sobre cómo funciona el sistema de la tierra. Para evaluar a la tierra como un sitio seguro, en términos ambientales, estos científicos propusieron nueve variables: el cambio climático, la pérdida en la biodiversidad, los ciclos del nitrógeno y el fósforo, el ozono en la estratósfera, la acidificación de los océanos, el uso de agua potable, el cambio de uso de la tierra, la carga de aerosol en la atmósfera y la polución química. Para cada una de estas variables establecieron parámetros de medición, la situación actual y los límites sugeridos.


De la situación actual de estas nueve variables planetarias se derivan las acciones y medidas a tomar para que puedan tener un efecto real y decisivo en el ambiente global. La pérdida de la biodiversidad, medida como el número de especies extintas y el nitrógeno removido de la atmósfera por las actividades humanas son las variables que muestran la necesidad de acciones más urgentes.

Este siglo XXI tiene que estar dedicado al cuidado y preservación del medio. Los ambientalistas y sus adversarios coinciden en un tema central: los recursos de la Tierra son limitados y es necesario establecer criterios racionales para su uso y conservación.

El científico Edward O. Wilson escribió:

Hemos entrado en el Siglo del Ambiente, en el que el futuro inmediato se concibe adecuadamente como un atolladero. La ciencia y la tecnología, combinadas con una falta de conocimiento de nuestra propia naturaleza y con una testarudez paleolítica, nos han conducido a donde hoy nos encontramos. Ahora bien, la ciencia y la tecnología, combinadas con la prudencia y la valentía moral, ha de acompañarnos a través del atolladero y permitirnos que salgamos de él.3

Si ampliamos la relación entre los seres humanos y el medio, a consideraciones de carácter más general entre lo artificial y lo natural, nos podremos formular las siguientes preguntas para avanzar en la comprensión de este complejo fenómeno: ¿Cuánta biodiversidad necesitamos en la Tierra y cómo la podemos medir de manera satisfactoria? ¿Cómo podemos encontrar el término medio o, por lo menos, posturas razonablemente intermedias, entre el desarrollo de la modificación genética de plantas y animales y las necesidades de alimentación de siete mil millones de personas en el planeta? El uso de reactores nucleares para generar electricidad puede disminuir las emisiones tóxicas que contribuyen al efecto de invernadero en la Tierra, aunque se incrementa el riesgo de accidentes nucleares4 y también producen otras formas de contaminación. ¿Cuánta energía nuclear necesitamos los humanos para satisfacer nuestras necesidades actuales y futuras? ¿Vamos a prohibir el uso de reactores nucleares para generar energía por el riesgo de accidentes? En este caso, y para ser congruentes, ¿tendríamos que prohibir el uso de aviones y automóviles por sus efectos secundarios en la contaminación ambiental y el elevado número de muertes causadas por accidentes? La energía solar es muy atractiva por su enorme potencial y sus mínimos efectos ambientales, pero sus costos son muy elevados hoy por hoy.5 ¿Cómo podemos encontrar las articulaciones entre la racionalidad en el corto y mediano plazo que impone la economía y los principios de largo plazo de la ecología? ¿Podemos desarrollar una economía del ambiente que reúna las aportaciones de estas disciplinas?

Los desarrollos más recientes de las investigaciones en biología hacen pensar que en un futuro cercano los tratamientos genéticos para prevenir y curar enfermedades pueden estar muy próximos, ¿qué principios éticos y normas jurídicas tendrían que guiar estas decisiones? Por otra parte, quienes se oponen a la clonación humana argumentan que los seres humanos no deberían usurpar el papel de Dios en la creación; pero esa objeción ¿no también aplica a toda la agricultura y ganadería en términos convencionales o más concretamente a la biotecnología y la experimentación con ganado? ¿Es la línea divisoria entre lo natural y lo artificial una división construida por los seres humanos, y por lo tanto tan “artificial” como cualquiera otra?

Por otra parte, la química y la biología ya perdieron la inocencia de sus primeros años y cada vez más las decisiones “científicas” que se tomen en estas disciplinas y, sobre todo sus resultados y aportaciones, tienen que ser analizadas a la luz de consideraciones éticas, económicas y sociales. Si algo se puede aprender del debate entre Lomborg y los ecologistas es que todas las decisiones que se tomen, o se dejen de tomar, en este campo, tienen implicaciones de corto, mediano y largo plazo para los seres humanos y en general para la vida en la Tierra. No existe un camino seguro y sin contraindicaciones en las decisiones sobre el medio. No hay recetas infalibles, sólo decisiones, no exentas de riesgo, pero que pueden ser informadas, inteligentes y negociadas sin apasionamientos. Tenemos que informarnos en las decisiones ambientales y el uso y los límites del conocimiento científico y tecnológico. Todos los seres vivos estamos involucrados —lo queramos o no— en las decisiones ambientales de este nuevo siglo. ®

Notas
1 Véase.

2 Véase.

3 Wilson, Edward O., El futuro de la vida, Barcelona: Galaxia Gutenberg, 2002, pp. 54-55.

4 Tenemos muy reciente el caso Fukushima.

5 También tenemos muy reciente, aunque muy poco difundido, el caso de la quiebra de Solyndra en 2011. Esta empresa —considerada el buque insignia de la energía solar— tuvo que cerrar a pesar de haber recibido apoyos del gobierno estadounidense por más de 500 millones de dólares.

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Publicado en: Abril 2012, Destacados, ¿Nos estamos acabando el mundo?

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