EL SINARQUISMO

La cruzada mexicana que no fue

La Unión Nacional Sinarquista (UNS), de raigambre católica y campesina, nace a la luz en 1937, justo cuando la Procuraduría General de la República tenía informes sobre la introducción de propaganda fascista y grupos subversivos en el país.

México y el mundo empezaban a tomar un nuevo rostro durante ese lapso. Ese mismo año el eje Berlín-Tokio-Roma acuerda reforzar sus posiciones con la Segunda Guerra Mundial adivinándose en el horizonte; se da el alzamiento de Saturnino Cedillo en el estado de San Luis Potosí y se descubre un complot para asesinar al presidente Lázaro Cárdenas, cuyos implicados eran Karl Petersen, cónsul honorario alemán en Puebla, y L. Yuzinraza, agente secreto japonés en la misma ciudad. Debido a tales circunstancias el movimiento sinarquista estuvo relacionado, desde sus inicios, con el fascismo, con el nacionalsocialismo alemán y el franquismo como aderezo ideológico. No es casualidad que Malcolm Lowry los pinte como los asesinos del Cónsul en Bajo el volcán.

Pese a que en los documentos oficiales de la UNS se define al “sinarquismo” como “gobierno, con autoridad, con orden”, contrario a la anarquía, y cuyos orígenes se remontan a 1914 cuando Tomás Rosales, “teogonista”, presentó sus ideas sobre la “Sinarquía” en la Sociedad de Geografía y de Estadística y en la Convención de Aguascalientes, el Frente Revolucionario Antisinarquista —gestado en el Congreso de la Unión— le endosaba un origen oscuro:

UNS es una palabra alemana que significa nosotros y es divisa política especial de un grupo de choque nazi. Esa misma palabra acompañada de otras dos, figuraba también en la divisa militar del partido del Kaiser Guillermo II durante la primera guerra mundial. La divisa era “Got Mitt Uns” y quiere decir: “Dios está con nosotros”. Esta frase la llevaban en la hebilla del cinturón todos los soldados alemanes que invadieron a Francia en 1914. La usaban también todos los espías alemanes.

Hellmuth Oskar Shreiter, alemán, ingeniero, militar, políglota, profesor de idiomas en el Colegio del Estado de León, habría sido la pieza clave para fermentar la ideología nacionalsocialista alemana en el pueblo mexicano. Según las mismas investigaciones del Frente Antisinarquista, el alemán, junto a sus discípulos —los hermanos Trueba Olivares, Torres Bueno, Manuel Zermeño, José Antonio Urquiza Jr., todos líderes sinarquistas— planearon el nacimiento de una organización nueva y “atractiva” para el pueblo mexicano. Y se añadía:

Los sinarquistas afirman que no existe en México un movimiento más sinceramente antinazi que el Sinarquismo. Esta antipatía que dicen sentir por el nazismo es tal vez la que los llevó a copiar sus métodos, sus banderas, su uniforme con una expresiva falta de originalidad; la bandera roja de los sinarquistas lleva en el centro un círculo y dentro de él, en verde, el mapa de México (en lugar de la swástica). El uniforme se compone de pantalones y camisola verde olivo, corbata del mismo género y en la manga izquierda, el brazalete a lo nazi con la insignia sinarquista. El saludo es una variedad del de los nazis con la diferencia de que el brazo derecho extendido, se quiebra a la izquierda oblicuamente.

La UNS no niega la participación de Hellmuth Oskar Shreiter en el movimiento, pero la limita sobremanera. Siguiendo la misma tónica y siendo dirigente sinarquista en 1941, Salvador Abascal deslinda a la UNS de cualquier nexo con el nazismo o el fascismo, basándose en sus principios nacionales para evadir cualquier similitud con movimientos extranjeros:

No puede ser nuestro modelo el nazismo, revolución específicamente alemana, hija legítima de la revolución protestante de Lutero. Ni el fascismo, que es, como el nazismo, deificación de una raza y de un gobierno; soberbia que ha de ser castigada con el aniquilamiento de Mussolini y de Hitler. No hay soberbia que Dios no humille.

Pese a tajantes declaraciones no puede deslindarse al movimiento tan fácilmente de la identificación con aquellas ideologías que destacaban en el escenario mundial. Franco, en primer lugar, con quien se tiene una correspondencia religiosa trascendental desde la perspectiva de la UNS:

En cuanto a Franco, es otra cosa; siempre he considerado yo que la salvación de México está en reafirmar su espíritu católico, su tradición católica, y como ésta la recibimos de España, nuestras ligas con España deben de estrecharse con el espíritu hispanista. Y como Franco fue quien restauró la hispanidad en España […] con España tenemos relaciones de tipo ideológico, místico.

Del fascismo sentirán admiración hasta el punto de imitarlo, debido a:

el espíritu y férrea voluntad de aquellos pueblos que lograron elevar a sus países de la postración más ignominiosa a un plano de progreso material y poderío bélico asombroso. Las meras exterioridades, como el saludo, la disciplina y todo lo bueno que había en el espíritu de aquellos pueblos, como la mística nacional, fue lo que impresionó a muchos de nosotros y nos encontró dispuestos a la imitación.

Si bien es cierto que el sinarquismo era fascista en sus márgenes, internamente seguía un ideario nacional-populista y católico, según Jean Meyer. Los miembros de la Unión Nacional Sinarquista asumían el papel de redentores del país con el catolicismo como bandera y acción. Eran los nuevos cruzados en lucha contra los males que aquejaban al mundo, pero principalmente a México: en primer lugar el comunismo, sin dejar de lado la amenaza colonialista estadounidense, el liberalismo y cualquier manifestación ajena a lo “mexicano”. Meyer lo define de esta manera:

La UNS es idealista, populista, anticapitalista, antiburguesa, como los movimientos homólogos de la Hungría y la Rumanía de los años 30, de Turquía y de los países árabes en los 50 y 60. La Legión del Arcángel San Miguel, de Codreanu, combina cristianismo social, agrarismo y tradicionales, con el odio a los “alógenos” demócratas, comunistas y judíos. El juramento de legionario dice así: “Queremos llevar una vidas dura y severa, que excluya todo lujo y todo libertinaje. Queremos reprimir toda tentativa de explotación del hombre por el hombre. Queremos sacrificarnos siempre por la patria”. La UNS puede también ser comparada a los partidos agrarios de la Europa del Este de 1919 a 1949, al Integralismo brasileño, al salazarismo, al Uomo Qualunque italiano de 1944–1946 y al peronismo argentino.

De origen místico y conservador, el sinarquismo buscaba el establecimiento de un México bajo las directrices del catolicismo donde Estado e Iglesia volvieran a establecer lazos comunicantes, mostrando una nostalgia por la Edad Media. El “orden” como piedra de toque. Esta visión no fue desatendida por grandes sectores de la sociedad y logró seducir por igual a campesinos que a obreros y población urbana en todo el territorio nacional y el sur de Estados Unidos, pues la UNS es el primer organismo en el país que arropa a los migrantes mexicanos al sur estadounidense. Intelectuales como Guiza y Acevedo, Antonio Caso y José Vasconcelos también saludan al movimiento. No es extraña la respuesta ante la UNS. Gran parte de la sociedad estaba descontenta con los gobiernos emanados de la Revolución que no habían cumplido con las consignas de la lucha armada y sólo veían a una nueva clase política pugnando por intereses personales antes que por el desarrollo nacional. El mismo reparto agrario, llevado a cabo por Cárdenas, no satisface las demandas de la población e incluso llega a generar ámpula en diversas zonas del país. Con el fin de lograr sus propósitos agrarios el gobierno crea los grupos “reservistas”, células de campesinos armados cuyas balas dejaron muerto a más de un sinarquista. Es así como la UNS va tomando cada vez más fuerza hasta constituir un verdadero peligro para los gobernantes que nunca pudieron entenderlo completamente.

En una manera hasta entonces novedosa de fuerza el sinarquismo rechaza el poder y pugna, como parte esencial de su programa, por la libertad religiosa, coartada por esos años; posteriormente acometería el problema social, debido a las enormes desigualdades en el país, y finalmente pretendía injerir en el aspecto político. Sin embargo, siempre existió un amago de golpe de Estado por parte de un sector del movimiento, el liderado por Salvador Abascal, al que nunca se llegó.

Nazi

Dos batallas fueron imprescindibles para el movimiento. La primera se libró en el Tabasco garridista en 1938. Con un halo de ateísmo iniciado precisamente por Tomás Garrido Canabal —“Enemigo de dios y del alcohol”—, quien derrumbó iglesias, sometió al silencio a la religión y exigió que los ministros de culto fueran casados y educados en escuelas públicas para poder oficializar misas, en Tabasco sólo había un solo cura. Graham Green retrata a la perfecciónn este panorama en El poder y la gloria. Después de haber llegado a la entidad, Abascal organiza a los campesinos, llegan a Villahermosa sin previo aviso y una mañana la plaza principal está tapizada de católicos. La consigna: Libertad religiosa. Luego de mantener el paro por varios días se desata la represión. Cuatro muertos. Abascal sale de Tabasco, pero alcanzan el cometido. Se relajan las normas para permitir la libre práctica religiosa. La manera en que accionaron en Tabasco los sinarquistas la repetirán en gran parte del país, subrayando su poderío incluso frente a las propias autoridades federales. De un momento a otro, una ciudad podía ser tomada por el movimiento. El gobierno palidecía ante la marea, principalmente compuesta por campesinos, que llegaba a tren, caminado, a caballo, con el fin de participar en las manifestaciones de la UNS.

La segunda batalla fue totalmente utópica. En 1942 Salvador Abascal emprende la colonización de Baja California. Familias sinarquistas llegan a una región mortecina, con suelo árido, falta de agua y sin ayuda de la propia UNS que abandona el proyecto. Paradójicamente los colonizadores reciben apoyo de sus enemigos políticos: Lázaro Cárdenas y el entonces gobernador del estado Francisco Mújica, con tendencia comunista. Para 1944 el sueño se ha desmoronado. Robos, enfermedad y desilusión calan en los sinarquistas. Abascal regresa a la Ciudad de México y rompe con el movimiento, como presagio de la caída del sinarquismo.

El germen del problema de la propia UNS se halla en sus orígenes que pueden rastrearse desde 1925, cuando se erige la Liga Nacional de Defensa de la Libertad Religiosa, la cual buscaba básicamente arribar al poder mediante la revuelta cristera. Esta agrupación se disuelve entre 1930 y 1938, pero durante ese lapso no cesa su actividad en diversas partes del país.

Una de las razones por las cuales se apoya a Salvador Abascal en el sueño de colonización era precisamente el coqueteo que Santa Cruz mantenía con el gobierno federal y Estados Unidos en el contexto de la Segunda Guerra Mundial.

Con la sombra de Plutarco Elías Calles tras la silla presidencial hasta 1934 y como una manera de realizar su labor con una mayor libertad, la organización se guarece imitando el andamiaje de las sociedades secretas, como la masonería, y a las células del partido comunista, cuya definición son “legiones”. Estas legiones también se conocen como “La Base” u Organización, Cooperación, Acción (OCA) que estuvo formada por once secciones: 1) patrones, dirigida por Antonio Santa Cruz; 2) Obreros; 3 y 4) no existieron nunca; 5) enlace; 6) propaganda; 7, 8, 9 y 10) fueron fantasmas; 11) Unión Nacional Sinarquista (UNS). Cuando nace oficialmente el movimiento sinarquista —el 23 de mayo de 1937, en la ciudad de León, en una vivienda ubicada en la simbólica calle de Libertad— se establecen dos mandos. El primero era el visible, el líder de la UNS; el segundo, un organismo a la sombra y verdadero dirigente del movimiento: La Base, comandada por Santa Cruz.

Una de las razones por las cuales se apoya a Salvador Abascal en el sueño de colonización era precisamente el coqueteo que Santa Cruz mantenía con el gobierno federal y Estados Unidos en el contexto de la Segunda Guerra Mundial. Existieron voces que denunciaban que los sinarquistas buscaban en realidad la construcción de una base área para las tropas japonesas en Baja California, pero el proyecto tan sólo sirvió para diluir el brazo más radical de la UNS comandado por Abascal, cuya fuerza, infiltración social e ideología eran vistos con recelo tanto por el gobierno mexicano como por los organismos de inteligencia estadounidense.

Ellos pretendían la salvación del país y para esa salvación no hacía falta el andamiaje administrativo y político propicio de la “redención”, del establecimiento de un Estado acorde con lo que exigía el momento histórico.

Luego de la segunda mitad de los años cuarenta el sinarquismo sigue la línea cívico-política, encabezada por Manuel Torres Bueno y Juan Ignacio Padilla, teniendo como perspectiva la injerencia en las tomas de las decisiones oficiales desde el poder. Plantearon la necesidad de formar un partido político; propósito que se llevó acabo con Fuerza Popular, en 1946, y el Partido Demócrata Mexicano (PDM), registrado legalmente en 1979 y perdiendo el registro temporalmente en 1994 cuando se presentó como Unión Nacional Opositora (UNO), y perdiendo finalmente el registro luego de las elecciones en 1997. En la década de los noventa muchos simpatizantes del sinarquismo se adhieren a las filas del Partido Acción Nacional.

La pretendida Cruzada Sinarquista, que llegó a ser el movimiento social más importante de Latinoamérica en los años cuarenta del siglo XX, carecía de la exposición de políticas públicas ad hoc a los nuevos tiempos vividos en México y en el mundo, pero posiblemente esas justificaciones estaban de más para los propios miembros de la UNS. Ellos pretendían la salvación del país y para esa salvación no hacía falta el andamiaje administrativo y político propicio de la “redención”, del establecimiento de un Estado acorde con lo que exigía el momento histórico. Era simplemente un acto de fe. Reconocerse sinarquista no se trataba de ser miembro de algún partido político. El ingreso a la UNS, a la cofradía que en ese momento estaba ofreciendo las respuestas negadas por el régimen revolucionario, era un renacimiento, un verdadero cambio en la manera de percibir la realidad. Como lo dice el propio Meyer: “Se entraba, pues, en la Unión como en la religión: el que lo hace se convertía en un hombre nuevo, se moviliza como soldado, se pone en marcha. La vida adquiría un sentido”. ®

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Publicado en: Destacados, Enero 2011, La derecha

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