En medicina existe algo llamado síndrome de Stendhal, que no es más que la alteración de los sentidos a raíz de la exposición a una obra de arte extremadamente bella.
En el invierno de 1830, a trescientas leguas de París, Henri Beyle (Grenoble, 1783–1842), mejor conocido como Stendhal, escribió en poco más de dos meses una novela que otras grandes plumas han descrito como la más bella del mundo. Según sus palabras, que aparecen en forma de advertencia al comenzar el libro, la novela fue publicada sin cambiar ni una tilde del manuscrito original, lo cual la vuelve aún más espectacular.
La novela trata sobre las aventuras de Fabricio del Dongo, el hijo de un noble ultraconservador, que a edad temprana huye de su castillo para alistarse en el ejército francés. Esta decisión es respaldada por su tía política, la condesa Gina Pietranera, quien siente un especial afecto por nuestro héroe. Ávido de aventura y lleno de un patriotismo directamente proporcional a la ingenuidad de su juventud, Fabricio sale a caballo con rumbo a París para encontrarse con el ejército de Napoleón.
Ávido de aventura y lleno de un patriotismo directamente proporcional a la ingenuidad de su juventud, Fabricio sale a caballo con rumbo a París para encontrarse con el ejército de Napoleón.
Después de poco más de un mes de un viaje atropellado, logra encontrar un batallón en el cual combatir. Aquí es donde llega uno de los momentos más memorables de la novela, ya que Fabricio llega la víspera de la batalla de Waterloo, observa los preparativos de ésta, conoce a quienes comandan la batalla e incluso ve pasar a Napoleón, su gran héroe, sin llegar a reconocerlo. Al comenzar la confrontación, sin plena conciencia, participa en el combate —o al menos eso intenta— de uno de los acontecimientos más importantes de la historia. Después de una caótica serie de escenas nuestro héroe logra escapar del campo de batalla. Confundido, no está seguro de si en verdad llegó a Waterloo.
No es casualidad que La cartuja de Parma (Alianza Editorial, 2015) viera la luz justo en la decadencia del romanticismo, ya que incluso podría considerarse precursora del realismo. Esto queda sentado desde que el autor deja en claro que este relato no es más que una cosa surgida de una conversación, de la historia de la duquesa Sanseverina contada en la casa de un viejo amigo. Gracias a ello los lectores podemos confabular junto con el autor, ya que el tono del narrador–personaje es el de una charla casual, ahorrándonos momentos largos que poco aportan a la historia, incluso olvidando algunos otros.
Stendhal muestra a sus personajes psicológicamente más completos, con todas esas dudas que los hacen avanzar o retroceder en su desarrollo, las contradicciones y los secretos que se convierten en humanos con defectos, una forma que, hasta ese momento, poco se había profundizado en la literatura francesa. Otra cosa que debe destacarse es la importancia de las mujeres en la vida de Fabricio, desde su tía Gina hasta su romance con Clelia, pasando por la cantinera y la esposa del carcelero. Todas y cada una dirigen la vida del protagonista hacia un punto decisivo.
En medicina existe algo llamado síndrome de Stendhal, que no es más que la alteración de los sentidos a raíz de la exposición a una —o varias— obra de arte extremadamente bella. Así que, estimado lector, recomiendo vaya con cuidado cuando inicie la lectura de esta novela. ®