En México ocurrió una paradoja ideológica que en los últimos cuatro años le otorgó a Trump una aureola progre, como de aliado del pueblo, una leyenda que transfiguró su investidura de republicano comprometido con el neoliberalismo en un caudillo liberal, en un rebelde antisistema.
Miércoles 20 de enero. Se acabó, se extinguió Trump, y en cualquier foro de portal hispano sobre del tema es común tropezarse con el luto de aquellos usuarios más afines al bando de la derecha, tanto como el regocijo de quienes ocupan sitio del centro hacia la izquierda… excepto en México.
En México ha ocurrido un fenómeno muy raro, una paradoja ideológica que en los últimos cuatro años le otorgó a Trump una aureola progre, como de aliado del pueblo, una leyenda que transfiguró su investidura de republicano comprometido con el (llamado) neoliberalismo —opuesto a las dádivas socialistas de Obama, aderezado con encantos misóginos y de supremacismo blanco— en un caudillo liberal, en un rebelde antisistema.
Tal giro ideológico comenzó cuando el (pretendido) líder de la izquierda mexicana, Andrés Manuel López Obrador, se declaró aliado y virtual mayordomo político del presidente estadounidense. Ésa fue una vuelta de timón que tomó a todos por sorpresa, pues durante años y en campaña López Obrador desempeñó el papel del gallito de pelea, prometiendo con pasión que al llegar a la presidencia iba a poner a Donald Trump “en su sitio”, incluso escribió —o publicó en su nombre, eso jamás lo sabremos— el beligerante libro ¡Oye, Trump! (Planeta, 2017), para enardecer el latente espíritu antiimperialista de esa masa progre, izquierdosa o simpatizante del castrochavismo, tanto como para conquistar al connacional promedio que no le tuviese especial simpatía al antimexicano Trump. La publicación y los discursos pendencieros de campaña resultaban muy convenientes para congraciarse con cualquiera de ellos en los próximos comicios de 2018.
López Obrador desempeñó el papel del gallito de pelea, prometiendo con pasión que al llegar a la presidencia iba a poner a Donald Trump “en su sitio”, incluso escribió —o publicó en su nombre, eso jamás lo sabremos— el beligerante libro ¡Oye, Trump!, para enardecer el latente espíritu antiimperialista de esa masa progre, izquierdosa o simpatizante del castrochavismo
Luego, al asumir el cargo, todo cambió, y con el nuevo romance entre ambos gobiernos la retórica encendida contra la construcción del muro, contra la vejación a la nación mexicana, cayó en el olvido. Como Trump también era un populista que decía a sus votantes lo que querían escuchar, además de despotricar en contra de los emigrantes, garantizó que el mentado muro —piedra angular de su propaganda electoral— sería costeado por México, una patraña que no tenía manera de concretar en la práctica y que, tal y como se suponía, al final del cuento los mexicanos no pagaron un solo ladrillo. Pero tampoco hizo falta porque, gracias al desconcertante nuevo servilismo del presidente, el ejecutivo mexicano envió 27 mil soldados a cuidar la frontera que tanto preocupaba al POTUS. Del mismo modo, los seguidores de AMLO se volvieron, de la noche a la mañana, trumpistas acérrimos, justificadores incondicionales de pésimas decisiones diplomáticas, como la aceptación del leonino T–MEC.
Durante las elecciones del pasado noviembre en los Estados Unidos esa misma izquierda mexicana echó porras inauditas al candidato republicano. Mientras el resto de la centro–derecha y derecha hispana aborrecía al (presunto socialista) candidato demócrata, en México era la izquierda, los llamados “chairos”, los que repudiaban a Joe Biden, acusándolo de pederasta con la misma crispación en línea de las turbas que luego invadieron el capitolio. Siguiendo la lógica de las mañaneras, se indignaron en masa con la (presunta) censura de las redes sociales a las cuentas de Trump y compartieron los mitos de la (supuesta) conspiración para cambiar el resultado de las elecciones y el (hipotético) complot tras bambalinas de las grandes empresas, encaminado a derrocar al presidente aliado, al insumiso, subversivo, heroico Donald Trump.
Tal nicho mexicano de trumpistas de izquierda, enojado y resentido como los cubanos y activistas más republicanos de Miami, este 20 de enero parece dejarnos la ejemplar moraleja de que los extremos no sólo se tocan, sino que se acarician y terminan haciendo el amor en un caldo ideológico de ingredientes análogos, tradicionales, como la receta de una misma abuelita en común. ®