Para Mbembe Black Panther es uno de esos tecnocuentos que nos sirven para imaginar una alternativa a nuestro tiempo, y su gran aporte es la inclusión en la escena contemporánea del “signo africano”
Black Panther (Marvel 2018) desbancó a Titanic (Fox 1997) como la película más taquillera de la historia hollywoodense, con una recaudación de 1,185 millones de dólares —título que perdería tan sólo un par de meses después con Los Vengadores Guerra Infinita. Evidentemente se trata de una superproducción de cine de acción y superhéroes que tiene ya un público asegurado, pero Black Panther es más que eso. Michel Obama la recomendó diciendo que finalmente los jóvenes negros podrían ver superhéroes que se ven como ellos. La exprimera dama dio en el clavo de la importancia de Black Panther: es una mirada al hecho de ser negro en la que el protagonista no es un gángster, un matón, un chico atrapado en un barrio o un empresario racializado o culturalmente blanqueado para su mejor consumo. Es la posibilidad no sólo de verse negro desde otro lugar sino un tecnocuento hecho por un afroamericano que narra cómo se ve una África poderosa y descolonizada, que rescata no al mundo sino a la diáspora negra pauperizada y controlada para mantenerla como subclase. En ese sentido es el producto cultural más acabado de la filosofía del Nacionalismo Negro y una poderosa plataforma cultural para los movimientos políticos como #BlackLivesMatter.
Nacionalismo político y cultural negro
El nacionalismo negro fue un movimiento surgido en el siglo XIX en Estados Unidos después de la Guerra Civil, en el que su fundador, el abolicionista Martin Delany, proponía que la comunidad afroamericana era una sola, el pueblo negro que incluía lo mismo África que a la diáspora. Algunos, muy pocos, regresaron a África —Liberia fue fundada por exesclavos y sus descendientes—, pero quienes optaron por quedarse se organizaron para debatir, demandar y defender su autodeterminación, y dentro de ese movimiento intelectual, que se fue radicalizando y fragmentando, hubo quienes demandaban una vía armada para escindirse, pero también quienes apostaban por otras formas de alcanzar la autodeterminación, como la democrática e incluso la cultural: los músicos Nina Simone, James Brown y Marvin Gaye fueron de los primeros en incluir explícitamente motivos de nacionalismo negro en sus letras.
En 1969 Ernie Mkalimoto, de la Liga de Trabajadores Negros Revolucionarios de Detroit, explicó el papel de la cultura en el nacionalismo negro y los diferentes grupos políticos derivados de las diversas posturas del espectro de este pensamiento. Aunque había quienes se decantaban por medidas radicales e incluso violentas para perseguir el ideal comunitario del movimiento de que “lo que le ocurre a una persona negra, al final afecta a toda la gente negra” (como Malcolm X y otros grupos del Black Power), hubo también un numeroso grupo de líderes políticos que de inmediato identificaron la producción cultural de la comunidad negra como una forma de lucha, y ése es el caso de Mkalimoto, quien expresó:
Aunque la pistola es sin duda el arma primaria en cualquier lucha revolucionaria, debemos recordarnos a nosotros mismos con frecuencia que no es la única forma de lucha, ni tampoco es de ninguna manera la única forma necesaria. Los poetas, actores, escritores y artistas negros, así como los cuadros políticos y militares, deben unir fuerzas con las masas de nuestra gente…
En los años setenta, después de los asesinatos de Martin Luther King y Malcolm X, y como reacción a ello, se dieron por lo menos dos movimientos culturales negros: el pop Blaxploitation y el más “educado” Movimiento de Artes Negras. El primero consistía en películas escritas, dirigidas y producidas por afroamericanos para audiencias negras, en las que se contaban historias de horror, misterio, detectives y eróticas pero con una mirada negra; este género se oponía a la mirada blanca del negro en el cine hegemónico que lo infantilizaba y ridiculizaba, presentando personajes afroamericanos lo mismo fuertes y empoderados que estereotipados en el criminal y el gángster. Hay opiniones encontradas acerca de si el género fue bueno o malo para la identidad negra afroamericana, pero definitivamente fue un parteaguas. El otro movimiento, el de las Artes Negras, está representado por el jazzista John Coltrane y la escritora Toni Morrison, que son posiblemente sus mejores exponentes.
Ya en los años ochenta y noventa la producción cultural negra había entrado al mainstream de la industria cultural de Estados Unidos con músicos como Michael Jackson, Prince, Whitney Houston, y actores como Whoopie Woldberg y Denzel Washington. En este momento, cuando la cultura negra ya se había consolidado dentro del mainstream de forma irreversible, el filósofo y crítico cultural Cornel West dijo que
siguiendo el modelo de la tradición de la diáspora negra de música, atletismo y retórica, los trabajadores culturales negros deben constituir y sostener redes discursivas e institucionales que deconstruyan estrategias negras de la modernidad temprana para la formación de identidad, desmitificación de relaciones de poder que imponen relaciones que incorporan prejuicios de clase, patriarcales y homofóbicas, y construyan respuestas multivalentes y multidimensionales que articulen la complejidad y la diversidad de las prácticas en el mundo moderno y posmoderno.
La elección de Barack Obama como presidente catapultó esta tendencia ya no sólo en la presencia de actores y artistas negros en el mainstream de la industria cultural estadounidense y mundial, sino en los temas y producción de los bienes mismos, gracias y a través de plataformas digitales como Netflix y Amazon, y el ascenso a posiciones de poder económico de algunos de sus miembros, como Oprah Winfrey, quien se dedica a la producción de películas y series sobre temas negros y estelarizados por negros. Durante el gobierno de Obama (2009–2017) se produjo en el mainstream de Hollywood un número inédito de películas que trataron críticamente los temas del esclavismo y la segregación (Doce años esclavo, Django, The Help, Selma, El Mayordomo, Figuras ocultas, Fences), y el racismo y problemas que enfrentan las comunidades afroamericanas (Estación Fruitvale, El matrimonio Loving y Luz de Luna). También plataformas como Netflix han producido y comprado diversas series que dramatizan, en historias de amor o históricas, diversos temas que tienen que ver con el racismo actual (Queen Sugar), la historia de la cultura negra contemporánea (Get down) o con la experiencia de mujeres negras dentro de una comunidad que las discrimina (How to get away with murder, She’s gotta have it, la misma Queen Sugar). Asimismo, a partir de la toma del poder por Donald Trump se han estrenado programas y documentales en Netflix que destacan los temas de preocupación del #BlackLivesMatter (Strong Island, Roxanne Roxanne, Blacklighting, Luke Cage, Seven Seconds, Dear White People, Enmienda 13, Time: The Kalief Browder Story). Como se ve y como predijo West en los noventa, “los trabajadores culturales negros” se han afanado en la tarea, en particular gente como Oprah Winfrey, quien produce las series televisivas Queen Sugar y Blacklighting(DC Comics–Netflix 2018) y la película Selma.
Black Panther como tecnocuento de la Nación Negra
Me parece que como Oprah, Ryan Coogler, el director de Black Panther vio en la cultura pop, en particular en el resurgimiento o rescate del superhéroe negro, una estrategia cultural y discursiva para cambiar las narrativas hegemónicas de la comunidad y la masculinidad negras, y abonar a una mirada pacífica, interseccional y horizontal del movimiento político negro retratado fundamentalmente en #BlackLivesMatter. Black Panther es parte de un reciente grupo de películas y series de TV como Blacklighting, Luke Cage (Marvel, 2016) que constituyen una red discursiva que deconstruye cosas como la introyección que han hecho algunos hombres de la comunidad —posiblemente los más precarizados— de la criminalidad y el gangsterismo como parte importante de la masculinidad retratada en la iconografía y la cultura afroamericana.
Originalmente Black Panther fue un superhéroe surgido en los cómics en los sesenta, durante los años álgidos de polarización del movimiento del nacionalismo negro, es decir, la disputa entre los proyectos del black power y los derechos civiles representados por Malcolm X y Martin Luther King. Black Panther apareció como parte de los Cuatro Fantásticos en 1966, y recientemente incorporado en las películas Capitán América (2016) y Los Vengadores (2018). Su narrativa retrata fielmente esta polarización política y una imagen idílica de la Nación Negra, lo que Liberia no pudo ser como esfuerzo colonizador de los esclavos liberados después de la Guerra Civil. Black Panther narra la historia de cómo T’Challa, el hijo del rey de Wakanda, asume el poder tras su muerte. Wakanda es un país africano ficticio, uno que logró esconderse de los colonizadores que secuestraron a miles de personas en el resto del continente para volverlos esclavos en tierras lejanas. Wakanda logró pasar inadvertida gracias a sus adelantos tecnológicos que son posibles por la extracción y el uso sabio del mineral vibranium, con el que logran adelantos médicos, militares —sólo para defensa— y de comunicación que exceden a cualquier país occidental. T’Challa logra ganar la batalla a quienes le disputaban el trono y se hace un rey legítimo, apoyado en lo militar por la generala Okoye y su hermana Shuri, quien se encarga de su política tecnológica, fundamental en Wakanda. Cuenta también con la asesoría política de su madre Ramonda, y su infiltrada en el África caótica, Nakia. Fuera de T’Challa, el resto de las figuras políticas y militares son mujeres, todas ellas asertivas, fuertes, brillantes y valientes, de quienes se deja asesorar y dirigir sin los titubeos de género que regularmente vemos en los héroes occidentalizados.
Una anécdota de lo más trascendente en términos del proyecto del nacionalismo negro y el rumbo de #BlackLivesMatter es la muerte del tío de T’Challa, de la cual se enterará de forma tardía y cambiará su visión sobre el papel histórico de Wakanda: el tío de T’Challa es enviado a Estados Unidos a observar cómo viven los afroamericanos, y allí tiene un hijo. Como los demás miembros de la comunidad el tío vive en medio de la miseria en un mundo dominado por la droga, las pandillas y la delincuencia. El tío traiciona su papel de observador y pretende involucrarse, más orillado por su amor de padre que por mala voluntad, y es asesinado por su hermano, el rey, ante la mirada pasiva del asesor de éste, a quien el tío cree hasta entonces su amigo. Ambos, el rey y el asesor deciden dejar en Estados Unidos al pequeño Erik Killmonger, quien eventualmente conoce su origen real y crece con odio y ganas de vengar a su padre, peleando por el trono. Así hace Erik: le pelea el trono a T’Challa y no sólo le gana sino que lo mata legítimamente en el duelo y se convierte en rey, pero uno muy vengativo y autoritario con afanes beligerantes y con la disposición de enfrentarse a los blancos de Estados Unidos y liberar, con violencia, a la comunidad afroamericana.
La narrativa de la Nación Negra de que lo que afecta a uno afecta a todos, y que para salvar a uno hay que salvarlos a todos recorre esta confrontación entre primos, pero enfatiza la idea de que la salida violenta genera solamente más violencia y dolor. Black Panther entiende el mensaje mas opta por la estrategia solidaria pero pacífica, y decide abrir Wakanda a la Nación Negra de la diáspora afroamericana, creando centros comunitarios en barrios negros, desviando la atención de los chicos de las actividades criminales y usando su poder tecnológico para ganar su simpatía. La escena final es representativa del mensaje de lo que constituye hoy la Nación Negra en su imaginario cultural: la cultura para salvar a la comunidad negra de la vigilancia policiaca y encarcelación masiva.
Aun con sus limitaciones en términos de género —no vemos aún una mujer negra superheroína, aunque las mujeres retratadas en estas películas son muy poderosas, fuertes, brillantes y hermosas sin ser necesariamente erotizadas— la importancia de series y películas sobre superhéroes negros, y sobre todo Black Panther, es relevante porque constituyen tecnocuentos que pueden proyectar una realidad de Nación Negra que fortalece la identidad colectiva de los negros norteamericanos y construye la idea de la nación en la que les gustaría convertirse y las estrategias para lograrlo. El cómo lo describe el filósofo camerunés Achille Mbembe, quien acuñó el concepto de necropolítica, el tecnocuento es el formato narrativo que va de la mano con movimientos fundamentalmente digitales como #BlackLivesMatter. Dice Mbembe en su crítica de Black Panther que tecnocuentos son las
mega–leyendas de aspecto cósmico y planetario, formato en imágenes y diseñadas en escenas gigantescas. Su trabajo es recrear lo maravilloso y reencontrar el universo en estos tiempos insensibles. La producción de tecnocuentos, o incluso de cuentos con aspecto cósmico, requiere la movilización de las tecnologías más sofisticadas, las tecnologías de la guerra y la velocidad, la imagen y el virtual, el sonido y la luz. En esos tiempos post–heroicos, se trata de cuentos que visten a los supuestos héroes de la ropa de la fe en el ser humano y les encargan lo que antes era tarea de todos los seres humanos: producirlos a ellos. De hecho, parece que hoy delegamos sobre la imaginación la responsabilidad de descifrar el enigma en el que se convirtió la propia historia. La sustancia de la historia, a su vez, se convierte en un conflicto maniqueo entre el bien y el mal. Los seres humanos, como tales, a pesar de estar presentes en la escena de esta historia, al final de cuentas sólo tienen papel de extras. Al final, el protagonismo de la historia es de la propia tecnología, el tema por excelencia, fisurado y dividido, pero siempre conquistador cuya gloriosa vuelta celebra el cine.
Para Mbembe Black Panther es uno de esos tecnocuentos que nos sirven para imaginar una alternativa a nuestro tiempo, y su gran aporte es la inclusión en la escena contemporánea del “signo africano” dándole un giro espectacular: una África épica y espléndida, próspera a través de su manejo de la tecnología, con relaciones de género igualitarias, con formas de hacer política justas y tradicionales. Mientras que Mbembe coloca esta película en el imaginario africano diciendo que evoca el afro–futurismo y el sueño diaspórico de la Nación negra, en el contexto afroamericano actual de #BlackLivesMattwer Black Panther tiene la misión, como tecnocuento, de trabajar discursivamente la disyuntiva de estrategia política de luchar por la “humanidad” de los negros. El superhéroe negro es la proyección tecnologizada —como buen tecnocuento— de otra forma de verse en un cuerpo negro, o hecho negro, y de enfrentar los problemas de la sociedad de control y la sujeción de los cuerpos racializados para la reproducción del status quo. ®