“Pobrecito… pobre el Cebolla, no pudo más, se degolló por miedo…” Ese es sólo un verso de “Pabellón séptimo (relato de Horacio)” que describe con dureza la vida en la cárcel y es una de las mejores canciones de El tesoro de los inocentes (bingo fuel), el CD que dio origen en 2004 a la historia del Indio Solari como solista.
Se habían terminado los años en que fuera el emblemático cantante de los míticos Redonditos de Ricota y comenzaba a construir historia personal como artista. En su favor habría que decir que esa canción, como otras del trabajo, no parece que hubiera podido formar parte de un disco de los Redonditos. Esa valentía se agradece. Eso no ha impedido que Solari escuche de manera permanente el cántico eterno del público rogando que “se vuelvan a juntar”.
Alguna vez Los Ratones Paranoicos intentaron convertirse en el grupo que convocara a un público que resultara antagónico al de los Redonditos. Escribieron la canción “Ya morí”, que en uno de los pasajes de su letra dice “que yo soy un héroe, que toda la gente se crea que tomo sólo vino del peor, que soy un bolchevique, que no me importa el dinero y que me gusta mucho el rock and roll”, y en otro pasaje añadía: “no traten de encontrarme, no salgo ya a ninguna parte, me gusta caminar por mi mansión”. Éste era un mensaje directo al Indio Solari, tratando de exponer las contradicciones del cantante. Se sabe que Solari habita de manera muy ermitaña una mansión en Parque Leloir, pero también es cierto que no es una doble vida oculta y que desde ese magnetismo fue construyendo una vida en permanente experimentación artística. En su favor habría que decir que cuando los Redondos se volvieron un fenómeno de masas su vida ya no pudo ser normal. Los Ratones, en tanto, sólo fueron la mejor caricatura latinoamericana de los Rolling Stones, basta con ver la fotografía de portada del disco Fieras lunáticas para entender el esfuerzo que ponían en ello.
La mayor dificultad que encontraron Los Redonditos de Ricota en la expresión de su arte se produjo tras el enorme salto de popularidad que sobrevino después del disco La mosca y la sopa. Siempre se decía que donde tocaran iban a llenar. Se volvieron una banda de estadios y casi al mismo tiempo se produjo una de las más emblemáticas muertes del rock, la de Walter Bulacio. Un fanático ricotero que perdió la vida luego de ser detenido en las afueras de un recital de “su banda”. “Arde Buenos Aires”, de los Fabulosos Cadillacs, es una de las canciones que hablan del acontecimiento. Al público ricotero se lo bautizó “las bandas” y fue mutando en un fenómeno colectivo incluso incómodo para los músicos. Sus recitales generaban la expectativa de las cadenas de noticias porque eran promesa de disturbios. Hubo un alcalde que no los dejó actuar en su ciudad y eso motivó una de las pocas conferencias de prensa del grupo, muy poco habituado a hablar frente a las cámaras. En uno de los últimos recitales en el estadio de River Plate se tuvo que detener el concierto porque un fanático muy alterado comenzó a lastimar con cuchillos a quienes lo rodeaban. Una lectora de la revista Rolling Stone argentina describió la manera en que fanáticos armados con navajas despojaban de los tickets a otros seguidores, y cerraba su carta diciendo: “vamos las bandas, sí vamos, pero nos estamos cansando”. De a poco los propios fanáticos del grupo apresuraban el fin de su existencia.
Si bien Skay Beilinson, el guitarrista “redondo”, comenzó una saludable carrera como solista, hay que decir que fue el Indio Solari quien se quedó con la masividad que acompañó los últimos tiempos del grupo. Cuando El tesoro de los inocentes se presentó en La Plata el sismógrafo de la ciudad registró el movimiento de la tierra en el instante exacto en que en el estadio Solari entonó “Ji, ji,ji” el clásico con que los Redondos cerraban sus conciertos.
El misticismo que siempre rodeó al grupo se vio seriamente lesionado en los últimos meses, cuando a través de los medios de comunicación el cantante y guitarrista, junto a su esposa y mítica manager del grupo la Negra Poli, se cruzaron en una disputa muy poco romántica. Desnudaron las razones de la disolución del grupo que lejos de toda metáfora rockera sólo tiene al dinero como protagonista. Por unas grabaciones de recitales que podrían convertirse en un disco en directo, de las que el cantante no tiene ninguna copia.
El periodista y escritor Enrique Symns, quien interpretaba monólogos previos a los shows de los Redonditos en sus primeros años, y quien inspiró “Mi héroe del whisky”, en el capítulo “Los ojos ciegos bien abiertos” de su libro El señor de los venenos describe con dolor al Indio:
Habíamos desarrollado una amistad cocainómana y febril […] llegaba al nervio vivo del dolor, y esa obsesión de autodentista era lo más enternecedor que tenía […] El Indio, con una capacidad admirable para escribir las letras del rock más bellas en la historia del género en Sudamérica, en su vida privada era un reducidor implacable de la experiencia; llevaba una vida cotidiana tan domesticada que resultaba casi imposible moverlo de su vida hogareña […] Se encerró, como Macri* o cualquier otro magnate, en el Parque Leloir, apartándose del mundo que impregna sus canciones, tan lejos de su poética […] Sus miserias personales, su incapacidad de ensuciarse con la roña de la calle, jamás consiguieron borrar el efecto sedante que me producía su sonrisa irónica, su mirada permanentemente llorosa que transparentaba una desolación tan lacerante como asumida.
Mexico tiene lugar en su lírica en la canción “To beef or not to beef”; la canción reza: “Mi vida aquí no daba más, me fui en un trip to Gringolandia”, y agrega “Narcocorridos de Ciudad Juárez, tonto de mí que ahí silbé La cucaracha”. Con oscura melancolía la canción se cierra: “Y por todo el puto ruido, ese del futuro allí… también (leen el evangelio según Hitler a la hora de almorzar) y yo allí, pensando en vos siempre…”.
Ese libro negro, incómodo para ubicar en las bateas de las tiendas de discos, sacudió el mercado del rock argentino. Es un gran disco que disfrutan mucho quienes no viven reclamando por la reunión de la antigua banda del cantante. Esa persona misteriosa y cargada de las mismas contradicciones que todos tenemos desarrolla su voz y su lírica con elegancia y algo en sus palabras suena a valentía y abatimiento al mismo tiempo. En la canción que da nombre al trabajo, siguiendo la intensa línea de guitarra eléctrica, el Indio repite como una letanía: “Si no hay amor, que no haya nada entonces, alma mía”; uno no puede negarse a la sabiduría de ese acto de arrojo. ®