En Brasil se dice que el año sólo empieza de hecho después del carnaval. Tal vez de ahí que las letras de muchas de las marchinhas, las viejas canciones de carnaval, se constituyan como una suerte de crónica de los acontecimientos importantes del año desde el humor y el non sense.
Tenía unos diez años cuando un artículo sobre futurología, que entonces (eran los setenta) estaba de moda y que ahora muchos, no sin razón, localizan entra la adivinación y la ciencia ficción, me llamó la atención sobre el problema del tiempo. No como concepto, sino como sensación. Era febrero y sentí que, aunque todos los veranos hasta entonces se habían parecido —un columpio de cuerda en un árbol en el patio de la casa de mis abuelos, las voces de los adultos en torno a la parrilla, la colección de revistas Seleções de Readers Digest que mi abuelo guardaba junto a sus herramientas y por eso olía a una mezcla de metal y aceite de motor—, aquel verano se iba para no volver. Pronto vendrían el carnaval y después las lluvias, las clases y los nuevos cuadernos con sus tapas relucientes de papel encerado y páginas en blanco exigiendo una escritura nueva, que yo anhelaba limpia de las manchas y tachaduras del año anterior.
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En Brasil se dice que el año sólo empieza de hecho después del carnaval. Tal vez de ahí que las letras de muchas de las marchinhas, las viejas canciones de carnaval, se constituyan como una suerte de crónica de los acontecimientos importantes del año desde el humor y el non sense.
Quien inició esa tradición, que ha perdurado a través del siglo XX, fue la compositora y pianista Chiquinha Gonzaga (Río de Janeiro 1847-1935). Chiquinha, que murió en febrero, compuso la primera marchinha, intitulada “O abre alas”. Hizo mucho más: inauguró, al mezclar las influencias europeas —Chopin, la polca, la valsa— con los ritmos y bailes africanos —como el lundu y la umbigada—, lo que se conoce como música popular brasileña. Chiquinha compuso cientos de canciones para teatro, carnaval, baile y animó un nuevo ambiente cultural y musical que se extendió de Río hacia todo el país.
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Frederick Chopin (Varsovia 1810-París 1849) jamás habría imaginado la importancia que tendría en la música popular brasileña debido a las manos y el talento de una mujer. Chopin, que nació en febrero, dedicó gran parte de su vida, como Chiquinha Gonzaga, a la enseñanza. Ambos lo hicieron para sobrevivir.
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Lucrezia Floriani, la última novela de George Sand, quien vivió unos años con Chopin, trata del amor entre una mujer madura, Lucrecia, y Karol, un adolescente. Ella y el compositor aparecen claramente descritos en los protagonistas.
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A sus 53 años Chiquinha Gonzaga conoció a João Batista Fernandes Lage, un talentoso aprendiz de músico de diecisiete. Se enamoraron y vivieron juntos hasta la muerte de ella.
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Como Chopin, Julio Cortázar (Bélgica 1914-París 1984), que murió en febrero, vivió en París. Esto en los setenta del siglo XX, mientras yo me columpiaba en el árbol de la casa de mis abuelos, un cinamomo (Melia azedarach), sin saber que años después iba a leer su cuento “Lejana” en que algo transcurre “entre un Chopin y otro Chopin”. Y menos aún que algún día descubriría, con cierta lástima, mis mismas críticas al argentino.
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Chiquinha Gonzaga tampoco habrá podido imaginar los desdoblamientos del género que creó. En los noventa, otro Chico, Chico Science (Pernambuco 1966-1997), fusionó los ritmos populares del noreste brasileño, principalmente el maracatu, con el rock y el hip hop. El resultado fue el manguebeat, una suerte de afrofuturismo pernambucano. Chico, que murió en febrero, dejó con su banda Nação Zumbi dos discos buenísimos. Aquí el primero, Da lama ao caos.
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Marzo ya llegó. Febrero es un texto concluido que, sin embargo, dejó algo tras de sí, algo que alimenta la esperanza de corregirse. Febrero, como la escritura, me roba unos días en los cuales seguramente habría más playa, más carnaval, más verano. Desde marzo veo los errores del cuaderno anterior, y es inevitable que vuelva a manchar y a tachar el siguiente.
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La canción “Meio de campo”, de Gilberto Gil, fue uno de los éxitos musicales de 1973-1974. Esa canción habla del futbol y de la vida misma.
Estimado amigo Alfonsinho
Yo sigo aquí
perfeccionando lo imperfecto,
dando largas, arreglándomelas como puedo,
despreciando a la perfección,
porque la perfección es una meta
defendida por el golero que juega en la Selección.
Y yo no soy Pelé ni nadie,
y por esto no tengo un centavo.
Hacer un gol en ese partido no es fácil, hermano.
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El cinamomo (Melia azedarach), también llamado árbol del paraíso, es nativo de Asia. Se difundió por casi todo el mundo a mediados del siglo XIX, convirtiéndose en algunos lugares en una especie invasora que desplazó a otras autóctonas. Se cultiva para decoración y sombra, sobre todo por su frondosa copa.
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Pese a su importancia para la ciencia contemporánea, el físico brasileño Cesar Lattes (Curitiba 1924-Campinas 2005) nunca ganó el Nobel. Lattes, que nació en marzo, podría haber sido reconocido por el descubrimiento del pion, ya que el artículo que lo describe originalmente lo escribieron él, como primer autor, Giuseppe Occhialini y Cecil Frank Powell. Fue a ese último, sin embargo, el más renombrado del equipo, a quien le dieron el premio, en 1950.
La segunda oportunidad fue en 1948, en la Universidad de California. Juntamente con Eugene Garden, Lattes detectó el pion artificial. En este entonces Garden, por haber trabajado en la bomba atómica durante la Segunda Guerra, padecía de beriliosis, enfermedad fatal producida por el berilio que quita la elasticidad de los pulmones. Se murió un año después y, según Lattes, “no se le da el Nobel a un muerto”.
En 2011, años después de esa declaración y de la muerte del brasileño, se concedió el Nobel de Medicina a Ralph Steinman, científico canadiense muerto tres días antes del anuncio del galardón.
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Aunque su teoría de la relatividad general, presentada en 1921, cambió los conceptos de espacio, tiempo, materia y gravedad, Albert Einstein (Alemania 1879-Estados Unidos 1955) no recibió el Nobel por ello. Fue galardonado en el mismo 1921, según el Comité Nobel para la Física de la Academia Real de Ciencias de Suecia, “For his services to Theoretical Physics, and especially for his discovery of the law of the photoelectric effect”.
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Einstein, que nació en marzo, fue un violinista dedicado, aunque no brillante. “Si no fuera físico”, dijo, “probablemente sería músico. A menudo pienso en música. Sueño despierto con música. Veo mi vida en términos musicales… De la música derivo mi mayor alegría en la vida”.
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En “Un tapiz que se dispara en muchas direcciones”, recogido en Viento ligero en Parma (Barcelona: Sexto Piso, 2008), Enrique Vila-Matas (Barcelona 1948), que nació en marzo, expone un problema interesante tomando como motivo su Bartleby y compañía: “Descubrí que el libro no se había acabado al acabarlo yo, sino que quedaba en manos de los lectores; en el momento de escribir esto, los lectores se dedican a completarlo, a enviarme mensajes telefónicos o cartas con nuevos bartlebys. Veo al libro como el cuento de nunca acabar, el libro de la creación inagotable, el nuevo libro de arena… De pronto sentí que la búsqueda de bartlebys daba sentido a mi vida. Me hago lector de mí mismo y descubro bartlebys en mí”.
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Einstein creía, al parecer, en aquel principio elaborado en el siglo XVII en los albores de la ciencia moderna y de la misma Modernidad: la existencia de un sujeto absoluto, en el caso el matemático, que podría conocer todos los puntos de vista posibles de un universo estático configurado como el gran libro abierto que Galileo y Descartes imaginaban ser la naturaleza.
Esa idea todavía se mantiene, sobretodo como modelo para la idea de autor que usualmente se maneja en la literatura.
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La literatura —como la música o la ciencia— es una obra colectiva que se va trabajando y transformando a lo largo del tiempo de una manera que no coincide con una evolución lineal y progresiva. Los nuevos lenguajes y códigos atraviesan los antiguos, aportan nuevas claves. Una de las más interesantes entre éstas apunta hacia otros sentidos para las ideas de autor, sujeto, narrador, creador.
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La realidad objetiva, la realidad misma, es la resultante de la superposición de todas las voluntades: animales, vegetales, minerales y objetos manufacturados. Todo tiene alma. Incluso ese cerillo que acabo de encender. Vamos a hablar del universo: cada ser es un universo. Se dice que existen infinitos universos. Yo no puedo concebir el concepto de infinito. ¿Así, del origen de cuál de ellos vamos a hablar? —Cesar Lattes. ®
Israel
Hola María, el árbol que sale en la foto del Cinamomo de Porto Alegre es en realidad una Jacaranda.
En la web de donde has tomado la imagen (http://portoimagem.wordpress.com/2012/09/30/arvores-em-porto-alegre/) el texto que habla del cinamomo se refiere a la imagen de abajo, el árbol de hojas verdes y amarillas, ése si es un CInamomo.
Saludos
Maria
Gracias Edén! abrazo
Edén
Error en la fecha de muerte de Julio Cortázar.