Tenía unas ganas enormes de ir por una cerveza fría; me contuve, me senté por un momento bajo el árbol, el único árbol que había en ese bendito lugar.
Sudaba y casi podía oler ese aroma agridulce que emanaba de mis axilas.
El sudor escurría por mi rostro y sentí que empezaba a faltarme el aire.
—Una cerveza, carajo —pensé vagamente antes de perder la conciencia momentáneamente.
Los árboles aparecieron en mi mente, ese hermoso lugar que posiblemente ya sólo exista en mi cabeza. Otra gota de sudor me regresó de pronto a la realidad.
—Éste es el último árbol del mundo —dije en voz baja, como si alguien a mi alrededor pudiera escucharme y yo quisiera guardar el secreto.
—Por qué no planté un árbol cuando mi padre me dijo, tal vez no estaría ahora aquí esperando una limosna de oxígeno de este cabrón.
El bosque otra vez, los fresnos, los abedules, la sombra absoluta y arropadora, y el oxígeno, el oxígeno como oferta de supermercado. ®