“Ellas no bailan solas” retrata a quinceañeras de familias originarias de los estados de Oaxaca, Guerrero y Michoacán, los estados que expulsaron más migrantes en los años ochenta y noventa del siglo XX.
Durante los últimos doce años he fotografiado a más de doscientas quinceañeras en todo el condado de San Diego. El conjunto de fotografías “Ellas no bailan solas” trata de las fiestas de quince años de las hijas de mexicanos inmigrantes que residen en esa ciudad de California.
Se trata de celebraciones en las que se transmiten valores, sentimientos, deseos y fantasías relacionados con el cuerpo, el género y el prestigio.
El ritual de esta fiesta fuera de México resiste la tragedia de lo cotidiano, de las deportaciones y las familias disfuncionales.
La sociedad mexicana en Estados Unidos no solamente son cifras. Esta serie muestra la diversidad, la exclusión y la desigualdad, pero también la lealtad, la solidaridad y el amor.
La convocatoria para festejar unos quince años puede reunir a una comunidad entera —alrededor de trescientas personas— en una casa o en un salón; los preparativos cuestan más de 15 mil dólares, que se pagan con la cooperación de parientes, amigos y padrinos.
Cuando quieren ahorrarse el pago del salón hacen la fiesta en casa, pero deben terminarla temprano pues en el norte de San Diego los vecinos no tienen ninguna tolerancia para el ruido. A las 8:30 de la noche llega la policía y les da un aviso para que le bajen a la música, y si no habrá una multa.
El baile es el perfomance principal cuando se filma y fotografía a una quinceañera, es el momento donde la pulsión escópica se vuelve el clímax de la fiesta. Es en el baile donde el deseo de mirar y ser mirado los hace olvidarse de la realidad.
Todos sabemos que la dinámica de la familia se relaja cuando el baile empieza. Por eso, cuando me contratan siempre he pensado que soy como la prima o la vecina que tiene permiso para registrar su fiesta y danzo también con ellas mientras grabo la celebración durante todo el día. ®