A propósito de la reciente censura en Facebook de un cartón de Jis, el autor rescata de sus archivos esta entrevista y semblanza de tres de los mejores humoristas del México contemporáneo, forjadores de un humor grosero y agresivo que en sus inicios también fue duramente criticado por propios y extraños.
I. La entrevista
Estudiamos Ciencias de la comunicación en el Instituto Tecnológico y de Estudios Superiores de Occidente (ITESO), en Guadalajara. En medio del desguangue que era la carrera teníamos ganas de hacer algo. Falcón propuso que hiciéramos una revista, que se llamó unonesninguno y que nomás llegó a dos números y circuló solamente ahí. Luego hicimos el Galimatías, con diez páginas y quinientos ejemplares; pensábamos que, como éramos puros de Guadalajara, la revista no iba a pegar, que teníamos que tener a gente del D.F. Pero la revista jaló y llegamos hasta el número 11, con dos mil ejemplares, en un lapso de tres años, más o menos.Teníamos muchas ganas de publicar en La Jornada, porque llega a todo el país, y pensábamos que nos iban a llover miles de ofertas. Empezamos a hacerlo y nos dimos cuenta de que algunas cosas no podían publicarse, o que a veces llegaban cartas protestando porque algunos cartones eran muy “ofensivos”; pero por esos mismos cartones mucha gente nos felicitaba. En Galimatías sí publicábamos todo lo que queríamos. La gente siente que cosas como ésas casi no se publican, y que hace falta publicarlas, llegar a lo más hondo, a lo más fuerte; a cosas que no se tocan por miedo o porque a otros no se les había ocurrido.
Luego nos dieron una sección en El Occidental, a la que llamamos “Monobloc”, que no era temático, como en La Jornada, sino más bien cartones o historietas de cada uno, por separado.
La gente, en Guadalajara, interpretaba, o quizá todavía, lo que hacemos como gritos de adolescentes. Ocurría lo que siempre pasa cuando alguien tiene destellos de locura, ¿no? Todo mundo se pone paternal, un poco por encima del que está haciendo las gracias: “Ay sí, qué niños se ven, hablando de la sexualidad como si nadie supiera qué cosa es.” Pero nos dimos cuenta de que eso es realmente una afrenta para la gente, y aunque nos acusen de provocadores —hasta Monsiváis llegó a decirnos “los provos”— no ha sido nuestra intención. Es como la fábula del emperador que pasea encuerado: no es un provocador aquel que lo señala, simplemente al mono se le ve la bichilina y punto. Desgraciadamente esa crítica paternalista tuvo eco, en el sentido de que éramos adolescentes “tardíos”. Hubo gente que llegó a decirnos: “Oigan, yo los podría psicoanalizar a través de sus cartones”, como si ya vinieran de vuelta.
El humor político tiene muchas variantes. Hay gente que hace cartón político que nos gusta mucho: Naranjo, Magú, Helioflores. Nosotros no hacemos cartón político porque no es eso lo que queremos hacer. El humor tiene mucho que ver con lo político; podemos hacer humor sexual o hablar de cualquier cosa; nuestro humor, más que nada, es una crítica de los valores de la clase media, que es la que cree en más estupideces y la que crea más tabúes.
Hay ciertos intelectuales que creen que si el cartón no tiene una función social inmediata, como el cartón político de arenga, ligado a la coyuntura política, a la noticia del momento, no sirve, es absurdo. Pero México es como esos calcetines a los que uno les puede dar la vuelta para se vean de otra tonalidad; la crisis demostró que cabemos todos, que puede haber de todas las gamas; se trata de explorar la diversidad, de ver lo multifacético de la situación y no de jalar todos por el mismo camino. Algunos caricaturistas nos han dicho que nuestros cartones son un lugar común y que estamos en el error porque no le entramos de lleno al cartón político. Ya dijimos que la vida cotidiana está llena de actos políticos, y cualquiera que haya vivido más o menos intensamente sabe que hay que pelearse en todos los niveles. No es posible que el cartón antigobiernista y antiburgués se proclame como el único cartón político; eso es reducir la realidad de manera tal que deja de lado a mucha gente. Nosotros hemos pensado en sacar por delante el humor, tomar las cosas como vienen sin buscar ninguna bandera y tratar de irnos renovando, buscando caminos, pero sin proclamar nada. Alguien nos dijo: “No, pos ustedes hacen cómics porno”. Quizá caímos ahí nada más por ir buscando caminos.
El humor infantil es uno de los que más nos llega. Nosotros pasamos muchas horas de nuestra infancia viendo caricaturas en la tele, crecimos bajo la influencia viendo caricaturas en la tele, crecimos bajo influencia de las caricaturas de la Warner Brothers, y eso se refleja en nuestros trabajos. Quizá por eso nuestro humor es distinto al de los cartonistas políticos. Pero tampoco se trata de ser excluyentes, hay lugar para todos. Es como el diluvio y el arca de Noé; Noé no pudo excluir a las tarántulas y las tuvo que juntar con las palomas. Porque así es, no se puede decir: “¿Saben? Ustedes bájense y a nadar, maestros”, porque te pueden responder: “¿Ah, sí, y por qué no se bajan ustedes?” Tenemos que evitar climas de tribunal. En cualquier sección de la vida cotidiana y social erigirse en juez es empezar a crear la posibilidad de campos de exterminio; si en la vida política empiezas a decir quiénes son de izquierda y quiénes no lo son vas acabar eliminando gente; si en la vida sexual empiezas a decir por dónde se debe coger vas a eliminar gente, o si empiezas a decir quién toca rock y quién no, igual. Eso pasa si se erigen en un tribunal. Preferiríamos pecar de exceso que pecar de censura, de represión. Hay muchos caminos, muchos colores, hay hoyos para todo el mundo.
Nosotros no somos voceros de nadie, más que de nosotros mismos; es un error creer que uno, por estar elaborando estas críticas, encarna una especie de portavoz de los desposeídos. Eso es una ideología de los años sesenta y setenta: si uno tiene acceso a los medios eres la voz de quienes no la tienen. Y uno empieza a pensarse como la vanguardia y como el que puede decir las cosas al tú por tú con el presidente; ahí empieza a viciarse la cosa. Hay que estar en constante movimiento, como en el futbol, atacando aquí, ora allá, pero sin coagularnos en actitudes autoritarias, porque se empieza a reproducir otra vez la ideología que uno ataca.
La ventaja del humor es que viene a ser como cuando corres el velo. A nosotros nos gusta mucho el ejemplo de una situación humorística que se da mucho en las familias tapatías, cuando la hija se embaraza; tiene que casarse, corren las tías y las hermanas y lo único que pasó fue que se la metieron, ¿verdad? Tiene que venir el cura y casarla antes de que aquello se note. Es una situación de humor tan rica como un discurso priista, pero aquí lo padre es toda la voluntad social de transformar la situación en otra cosa, y de que el cura se preste a cubrir a la novia con aires de virginidad cuando la verdad es que está cogidísima y embarazadísima. La vida cotidiana está llena de cosas como ésa. Cuando, por ejemplo, te detiene un cuico y te dice: “Oiga, pues vamos a tener que llevarnos su coche”, y le sacas un billete y le contestas: “Hombre, pues que le vaya muy bien, y feliz día”. Por otra parte, aún se sigue pensando en México como un país menor de edad. Es la cultura de la familia; el padre es el gobierno, la esposa es la burguesía y los hijos somos todos, y nos tratan como tontos, como hijos mongoles. La cultura de los grandes medios es una cultura para familias, por esos hay que cribar todo: desde la abuela hasta el niño chiquito. Si se piensa que cada vez hay más divorcios y más gente que quiere vivir sin casarse y sin tener hijos, que cada vez se trata de hacer la cosa más alivianada y menos porfiriana, habría que pensar que ya no hay que andarse cuidando tanto. La cultura de familias es el gran enemigo a vencer.
La ventaja del humor es que viene a ser como cuando corres el velo. A nosotros nos gusta mucho el ejemplo de una situación humorística que se da mucho en las familias tapatías, cuando la hija se embaraza; tiene que casarse, corren las tías y las hermanas y lo único que pasó fue que se la metieron, ¿verdad?
Tuvimos un programa de radio que se llamaba Gárgaras. Empezamos en la XEJB, que es del Estado, pero ahí nos dijeron que eso no era cultura, así que nos salimos y nos fuimos a Radio Universidad de Guadalajara. Fue un programa semanal de media hora. El error fue que empezamos a repetirnos, nos dimos cuenta de que aquello no era como la caricatura, de que para hacer humor en radio hacía falta un mínimo guión, y eso lo descubrimos a la mitad. Improvisábamos casi todo y al rato se nos fue haciendo muy pesado. Y preferimos hacernos el harakiri: Maestros, o le pegamos aquí o le pegamos a los monos. Teníamos muchas ganas de seguirle, pero no nos pagaban nada, así que a los 25 programas nos empezamos a hartar. Pero fue un reto muy padre tener un micrófono enfrente y no saber quiénes están del otro lado; era como una voz en off.
Hay una anécdota buenísima: Una vez estaba un grupo de música folclórica, de los que protestaban por todo, hasta por las guitarras, tocando en una peña, y el cantante, un gordo inmenso con su poncho y su sombrero, gritaba a todo lo que daba: “¡Hay que luchar por la libertad, hay que luchar por la democracia, hay que luchar por los oprimidos!”, y de pronto alguien del público le gritó: “¡Hay que cagar!”, y el gordo pos se sacó de onda. Esa voz de “hay que cagar” es un poco lo que nos pasó en radio, estábamos como a escondidas, no veíamos quién estaba del otro lado pero, si le echábamos un chiflidazo, a lo mejor se cimbraba; eso era lo que nos azuzaba todo el tiempo. Una vez, por ejemplo, cuando explotó el Challenger, dijimos: “Se acaba de oír un ruido en la azotea, acaba de caer el Challenger con el negro que iba manejando”, ése era el tipo de humor que manejábamos, que a mucha gente le gustaba pero a mucha no. Lo que nos jodía era el contexto, era como llegar a un funeral a tocar el trombón. En Radio UdeG casi todo era música clásica, y nosotros salíamos con esto… era un exabrupto.
En Gárgaras hacíamos anuncios entrevistas, reportajes, radionovelas, etcétera, y los que tenían sus programas serios, solemnes, nos criticaban mucho. Una vez, al acabar el programa, dijimos: “¿Les gustó el programa? Porque si no les gustó, ni modo, nosotros estamos acá de este lado del micrófono y se aguantan”. Y nos empezaron a acusar de que hacíamos comunicación vertical, que eso no era alternativo, que qué estábamos haciendo… Y nuestra respuesta era: “Bueno, ustedes hacen cosas peores, dicen puras estupideces, no dicen la neta”. Siempre nos han acusado de ser adolescentes retardados, pero esa misma gente nos oía siempre, así que pensábamos que funcionaba…
Y volvimos a los monos. Una vez hicimos puros cartones con el tema de la mierda; lo hicimos en el momento de las elecciones y hubo un monton de críticas, que cómo cuando el país está votando ustedes hablan de mierda. Precisamente. Hemos tratado temas como caca, mocos, pitos, piojos, puchas, pero cada vez son más esporádicos, no los han censurado mucho. También hacemos muchas caricaturas con temas como zapatos, teléfonos, objetos de la vida cotidiana, besos, playas, incesto, el amor, y son cosas que tienen muchos significados. Como cuando te le quedas viendo a un escusado y te preguntas: Puta madre, ¿a quién se le habrá ocurrido esta chingadera? De todas estas cosas sale el humor. Como el borrachito que se mete a un velorio a chupar de gorra y empieza a llorar para no verse tan mal: “Ay, Camilo, por qué te moriste, Camilo”, y voltea uno de la familia y le dice: “Éjele, usted ni lo conocía”, y el borrachito contesta: “Ay sí, se creen mucho con su pinche muerto”. Hay un montón de significados tremendos: por qué se murió, por qué rezarle… Ahí hay cosas muy gruesas a un paso de volverse cómicas.
Hay un cartón muy bueno de Sam Gross, del National Lampoon, en el que se ve una junta de ejecutivos de traje y corbata, discutiendo alrededor de una mesa, muy seria, y al fondo se distingue un payaso. Entonces, el que tiene el micrófono se levanta y dice: “Y ahora vamos a escuchar la opinión disidente”, y se lo pasa al payaso. A veces los moneros somos como ese payaso…
[1987]
II. Jis y Trino, la despedida del Santos
En mayo de 1983 vio la luz en la mochísima Guadalajara una de las más extraordinarias revistas que yo haya visto jamás: Galimatías, la cual perduró tres años y once números de antología. Con forros en cartulina minagrís a dos tintas e interiores en papel barato, esa revista de apenas ocho páginas contenía un torrente del humor más agresivo, desparpajado y fresco —y sin duda grouchomarxista— que no se veía en este país desde los lejanos tiempos de la primera época de La Garrapata, la cual sin embargo aún exhalaba un tufillo ligeramente comunistoide, es decir, marxista a secas. Paco Navarrete, Betini, Jis, Falcón, Reynals, Esegé, Toño Márquez, Che, Rizo, Jabaz y Trino (una plantilla de colaboradores a la que después se sumarían los talentos de Enrique Blanc, Óscar Ortiz, Guatemuz, Momoso y el desaparecido cantante de El Personal, Julio Haro) firmaban historietas, cartones, rollos, pitorreos y ocurrencias delirantes y geniales que atentaban no solamente contra las tradicionales buenas costumbres de la nación tapatía, sino de la mismísima clase media ilustrada y sus escarceos con la cultura políticamente correcta (y no hay que olvidar que el resto del país estaba exactamente en las mismas).
A poco más de veinte años de distancia, estoy plenamente convencido de que los once números de Galimatías deben ser publicados masivamente por el siguiente gobierno de este país en una colección que alcance a todos los morros de secundaria: no hay mejor opción para inocularlos contra la estulticia arrasadora de La Academia y otros productos de la tele nacional que las edificantes aventuras de Gay Lussac (“el terror de los bugas proclives”), la Sopa de Lepras o los monos chaqueteros de manos peludas y bien ejercitadas en las cuestiones del autoerotismo.Del corazón de la límpida provincia tres de los moneros de Galimatías saltaron a la gran capital: Jis, Trino y Falcón. Tuve el indiscutible honor de ser el primero en publicarlos en esa ciudad en las páginas de la revista La Regla Rota, que dirigía en ese entonces (1984) con Mongo [Sánchez Lira].
De ahí brincaron a La Jornada y poco después a la fama. Hoy Jis y Trino son ricos y famosos y publican donde quieran y cobran casi como Paris Hilton y hay colas kilométricas para conseguir su firma en los numerosos libros que han publicado en editoriales prestigiosas de este país y algunas del extranjero.
Pero no todo fue tan fácil: en un país eminentemente conservador, en el que sus lumbreras intelectuales también lo saben ser muchas veces, Jis y Trino sufrieron alguna vez la censura y recibieron sendas reconvenciones públicas de Carlos Monsiváis (quien los acusó de provocadores), de mi estimado Luis González de Alba (hay temas con los que no se puede bromear: el nazismo y el Holocausto, por ejemplo) y de los cuadradotes y todopoderosos Magú y El Fisgón, quienes los tacharon de pequeburgueses y diversionistas ideológicos… Vaya, hubo incluso recriminaciones absurdas: “Dinero, maldito dinero”, se condolió el pobre Víctor Roura desde la sección cultural de El Financiero al ver que Trino se escapaba a las páginas de otro diario que le ofrecía un sueldo
decoroso. Pero también hubo reconocimientos, admiración y celebración. Entrevistas, programas de radio y tele, chamba, libros, revistas…
No puedo negar que, años más tarde, me sorprendió ver un libro de Jis y Trino prologado por Juan Villoro: aún dudo que esta joven promesa de la literatura entienda a fondo el humor pacheco-existencialista de Jis o la finísima escatología del Rey Chiquito, como también sentí raro al verlos en la presentación de algún volumen del Santos y la Tetona en el bar coyoacanense de Jesusa, la tenaz defensora de todas las causas de la izquierda clasemediera y exquisita —la misma que a veces se escandalizaba ante el tratamiento que le daban Jis y Trino a temas como el sexo, la pornografía, la mierda, la vida… Tampoco estoy muy convencido de que Andrés Bustamante —el Güiri Güiri— sea el patiño perfecto para estos dos grandes insolentes del humor. Pero ni modo, es el precio que hay que pagar, y además cada quien escoge a sus compañeros de viaje por las razones más diversas.Hace muchos años, en una entrevista que le hice a Trino, me contó lo siguiente: “Hay un cartón muy bueno de Sam Gross, del National Lampoon, en el que se ve una junta de ejecutivos de traje y corbata, discutiendo alrededor de una mesa, muy serios, y al fondo se distingue un payaso. Entonces, el que tiene el micrófono se levanta y dice: Y ahora vamos a escuchar la opinión disidente, y se lo pasa al payaso. A veces los moneros somos como ese payaso…”.
Aún sigo pensando que Jis y Trino, revueltos o separados, y con ellos muchos de los que levantaron proyectos como Galimatías y La Mamá del Abulón, los programas de radio Gárgaras y El Festín de los Marranos y los doblajes de anuncios, telenovelas mexicanas y series gringas como Batman y otras de los años cincuenta, siguen siendo los humoristas más originales y demoledores del escabroso nuevo siglo de un país en ruinas. ®
[2005]
[2005]
Artículos publicados en Sensacional de contracultura, Ediciones Sin Nombre, 2009.