La cámara de Carlos Sánchez se adentra en una cárcel para retratar a los presos como rara vez nos los presentan: alegres: riendo, cantando, bailando.
Una fotografía es como uno de esos hoyos negros espaciales de los que hablan los científicos: puede llegar a contener infinitos. Basta asomarse a una fotografía para que la vista se pierda en su fondo; basta, también, asomarse a una para que la vista se retrotraiga y se pierda en el interior mismo de aquel que mira. Por ello una fotografía siempre tendrá dos filos, y si esos filos no nos cortan es que la mirada del autor no encuadró con la nuestra.
Pero ¿hacia dónde escapa la vista en esta serie de fotografías? En su mayoría los espacios son claustrofóbicos, se abalanzan sobre el que mira, buscan contenerlo; también son escasos de luz. El autor no la pone fácil. No el espacio, no los hombres que fotografía sino los barrotes, las rejas, parecen ser los protagonistas. Incluso las sombras no se extienden libres por pisos y paredes, están cortadas, barrotes negros que detienen al que mira, que lo dejan impaciente. El espectador es la presa, es quien se halla sujeto a la imagen. El autor lo consiguió.
Y si alguna mirada se nota incómoda, es por el objeto intruso que se les echa encima. Recordemos: es probable que la última cámara que afrontaron haya sido la del periodista que los sacó en la roja.
Vea el cielo azul de la fotografía más libre de la serie, está cortado por las rejas. El pájaro está en el alambre, no le alcanzó el aire para ser retratado. Vea el otro cielo azul retratado desde una ventana, también está invalidado por una malla. La mirada está sujeta. La mirada, forzosamente, tiene que irse hacia dentro del que mira: hay que tragarnos la mirada. En las imágenes no tiene a dónde ir. ¿O sí?
Veamos a los retratados. Concentrémonos. El espacio podrá ser claustrofóbico, anunciar un corredor oscuro y grosero, pero las personas que están presas en la foto son espontáneas, naturales, aunque una, dos o tres rejas se interpongan de frente o por detrás; están escapando en la fotografía, se están yendo, se están quedando con nosotros. Tanta naturalidad en una carraca, ¿por qué? Porque aquí ya no tienen nada que ocultar: aquí los presos son lo que son sin máscara. Y si alguna mirada se nota incómoda, es por el objeto intruso que se les echa encima. Recordemos: es probable que la última cámara que afrontaron haya sido la del periodista que los sacó en la roja.
Siga el humo del cigarro en la fotografía, complete el estribillo de la canción que cantan, baile con el que baila, déjese ir entre todos los presos que se le vienen encima porque ya les urge el patio. Hay movimiento aunque no lo parezca. Entre las rejas también corre el viento.
Las fotografías se quedan en el aire, batallan su espacio pero descubren su verdadera condición: son capaces de reflejar, de transportarnos. Las rejas quieren obstruirnos la mirada, pero ya aprendemos a mirar entre ellas, eso sí es probable que sea el deseo del autor: que miremos entre rejas. ®
ibone
Excelente…