Para dar sentido a este artículo, mi estimado lector, conviene que antes de proseguir se haga la siguiente pregunta: ¿Cómo es su relación con el dinero? ¿Es sencilla o, por el contrario, tormentosa?
Es posible que para la mayoría de los latinoamericanos la respuesta sea “Mi relación con el dinero es ambivalente”. Puede que expliquen “Lo quiero, incluso lo busco, pero es muy difícil conseguirlo”. Otros más conscientes de su propia ambivalencia podrían plantear “Siento culpa cuando tengo dinero de sobra”. A veces esta lucidez no es evidente, y entonces el dinero se vive como un placer culpable; predicamos un socialismo ramplón, por ejemplo, a la vez que nos hacemos de los lujos más obscenos.
Estos escenarios no son casuales, se vinculan estrechamente con el cristianismo católico. Además, sólo pueden percibirse cuando se ponen en la perspectiva de, digamos, el protestantismo y su ética. Los profundamente interesados en este tema pueden ir al clásico de la sociología La ética protestante y el espíritu del capitalismo, escrito por Max Weber. Acá, por supuesto, sólo tomo algunas ideas que permiten entender esta arista cultural del conflicto de Latinoamérica con la riqueza económica.
La historia se desata con la controversia de las indulgencias (1516-1517). Martín Lutero señala la corrupción de la Iglesia católica, la cual vendía estos “perdones totales o parciales” a los creyentes, para ellos o sus parientes muertos cuyas almas permanecían en el purgatorio. Esto que a nosotros nos parece insólito era la realidad de la Edad Media, donde el lujo de la Iglesia de Roma contrastaba con la pobreza de los feligreses.
Lutero se caracterizó por argumentar cómo la Iglesia había perdido su rumbo espiritual para convertirse en la institución que todos conocemos. El punto crucial está en su teología de la gracia, la cual cuestiona por completo el poder de los sacerdotes sobre los laicos. Dice Lutero que la salvación es un regalo exclusivo de Dios, no un papel que puedan vender los curas. Con ésta y otras perlas, ya sabemos lo que pasó. Una nueva tradición, libre de la dominación de los sacerdotes se creó y con ello, una nueva visión de la espiritualidad. Por supuesto, esto trajo como consecuencia un nuevo entendimiento de la vida terrenal.
Por el otro lado, los católicos son entrenados alrededor de la idea de que más fácilmente pasa un camello por el ojo de una aguja que un rico por la puerta que da al cielo.
Mientras que para la mayoría de los católicos el Vaticano sigue funcionando como un dispensador de opresión y miedo (con creencias acomodaticias a sus intereses, valga destacar), los protestantes desarrollaron un nuevo modelo económico, el capitalismo. Esto es lo que Weber analiza en el texto antes aludido unos párrafos atrás. ¿Por qué los protestantes hacen y acumulan dinero? Porque a fin de cuentas, la expresión de la gracia de Dios es a través de la vida material. Así pueden entenderse ciertos hechos que lucen como descabellados para los católicos, como las fortunas de los telepredicadores estadounidenses o los grifos de oro en las mansiones, entre otros “excesos”. Por el otro lado, los católicos son entrenados alrededor de la idea de que más fácilmente pasa un camello por el ojo de una aguja que un rico por la puerta que da al cielo. Definitivamente, ésta no es una creencia que sostendría un protestante. Ellos no van a esperar a un más allá para vivir en la gracia de Dios; la viven aquí y ahora. Para eso trabajan y acumulan; para demostrar(se) que están en Su gracia.
Dicho esto, se comprende que parte del problema económico de Latinoamérica deriva directamente de la presencia de la Iglesia católica. Vemos con recelo la acumulación de fortuna pues, en última instancia, poseer dinero choca con un valor asociado a la pobreza, valor inoculado y sostenido por esa Iglesia. Pero, atención, no es cierto que queramos ser pobres. La cosa es, más bien, que nos da miedo ser ricos, tanto como nos atemoriza el infierno. Lo demás es sólo cuestión de centrarse en los déficits y perder oportunidades. Desesperanza aprendida, le llaman los psicólogos a este fenómeno.
El cuadro completo pasa por analizar cómo el Opus Dei resolvió este dilema. El grueso de los católicos se siente mejor siendo pobres. Sin embargo, hay una extraña vinculación entre bienes materiales y Opus Dei. Dejo esta inquietud para un próximo artículo.
Por ahora concluyo con que es cierto, el dinero crea desigualdades materiales, pero ésta es sólo la mitad de la historia. La otra parte es que el dinero también provee seguridad, placeres y, si es bien usado, mucho bienestar. Imagínese por un momento que usted resuelve su conflicto con el dinero, que ya no es su objeto (inalcanzable) del deseo, sino una realidad práctica necesaria y muy concreta. No lo piense mucho, porque terminará recobrando el poder que la Iglesia católica nos ha secuestrado, a usted como individuo y a Latinoamérica como región desde que vino, como la peste, en las carabelas de Colón. ®