Foro Sol, Ciudad de México.— Eddie Vedder sale al escenario con los X, trae una máscara del Santo y cuando se la quita arranca la primera tanda del griterío que se prolongará por casi tres horas. Luego simplemente se va y los X también.
Doblar y desdoblar, doblar y desdoblar. El papel se retrae en las manos como el ánimo que en ocasiones así parece alojarse por fuerza en el estómago, retorciendo la víscera donde el rigor aprieta porque no hay mucho que amortigüe adentro: un medio litro de cerveza, un probable amasijo de galletas del desayuno, y quizá el humo danzante de cigarros concentrado.
Son nervios idiotas, como casi todos los nervios, porque aunque sea una hoja de papel bond impresa tiene clarito el código de barras que permite el acceso al Foro Sol, es la invitación —comprada a la fiesta de los veinte años, fiesta larga que viene desde Sudamérica hasta el Distrito Federal… Pero como que se hace tarde, son como veinte minutos nomás para llegar a la entrada.
Son como el número de mentadas de madre en la mañana temprano en el aeropuerto de Mérida, porque hubo una confusión con el boleto de avión y casi se pierde, porque el vuelo no sale, porque se atrasó, porque no sé qué tantas chingaderas y permisos para salir en viaje de loco a un concierto. Porque por primera vez llego prácticamente solo, sin la tradicional IKISSA Band, que este año ha sido asolada por las deudas, el desempleo y la enfermedad. ¡Pero es Pearl Jam!
Carlitos Juárez hacía el paro unas dos horas antes con la logística en el D.F., igual con la conversación mientras le veíamos las tetas a la Diana Cazadora para luego ir por las primeras chelas antes de tomar rumbo al Foro Sol. Ahora sólo queda cruzar el puente peatonal y entrar. Buscar el acceso para general A, el privilegio de mil 200 pesos por estar hasta adelante. En el aire suena “Johnny hit and run Pauline”.
Esa rola es de los X. ¿Quién carajo toca un cover de los X?, pregunto abiertamente. Mi terquedad en no leer una sola reseña de los conciertos que la banda de Seattle viene realizando desde el cono sur en la gira por los veinte años se recompensa con la sorpresa en el escenario: John Doe y Exene Cervenka se mueven casi como a finales de los setenta, litros de químicos legales e ilegales después todavía tienen energía suficiente para provocarme la primera conmoción.
Busco al megafán de Bernardo entre la multitud, como niño perdido en feria. Compro una chela mientras espero y la apuro para que el inicio del recital no me sorprenda. El cigarro es el 19, pinche cábala, sólo queda el número veinte y demasiadas opciones para acompañarlo con una rola especial.
Sí, unos veinte minutos después estamos casi hasta adelante. Bernardo es un frijol saltarín que me supera en emoción. A él le regalaron el boleto. Sonríe como el Guasón, porque el ansia no le permite retraer los labios.
El sonido confirma lo que aseguro siempre que me preguntan: Pearl Jam está llamado a ser la banda de rock and roll más consistente y coherente de la escena musical contemporánea. Dos décadas sin alteraciones de estilo, sin más caídas que las que asolaron los proyectos anteriores de Gossard y Ament.
Eddie Vedder sale al escenario con los X, trae una máscara del Santo y cuando se la quita arranca la primera tanda del griterío que se prolongará por casi tres horas. Luego simplemente se va y los X también. El preludio carcome en medio del sonido de un piano hasta que las luces se atenúan para que al fondo del escenario se vean las enormes letras en leds: PJ.
“Hola México… Oooh/ oooh/ …I see the world/ feel the chill… which way to go…” Pearl Jam inicia como lo ha hecho a lo largo de la gira. Llevo días escuchando “Release” en el coche deslizándose desde el álbum doble del soundtrack de PJ20, el documental del maestrazo Cameron Crowe sobre la banda fundada por Stone Gossard y Jeff Ament, y me acuerdo de que mañana tengo que ver a mi padre después de casi un año de no abrazarlo, para decirle que estoy bien aunque tenga muchos pedos en la cabeza.
Pearl Jam se apropia del escenario y el festejo comienza. La masa de jammers en la que me hundo conduce mi cuerpo, yo simplemente monto la ola a donde me lleve. ¡Release me!, grito al cielo inundado de nubes y humo concentrado por décadas.
El sonido confirma lo que aseguro siempre que me preguntan: Pearl Jam está llamado a ser la banda de rock and roll más consistente y coherente de la escena musical contemporánea. Dos décadas sin alteraciones de estilo, sin más caídas que las que asolaron los proyectos anteriores de Gossard y Ament. En el escenario del Foro Sol están los resabios de Green River, queda la huella de Mark Arm y Steve Turner, queda el ánima latente de Andy Wood y Mother Love Bone. La última salida fue la banda de la mermelada de la abuela Pearl. “Last Exit” retumba hasta las últimas gradas, allá arriba, lejos, donde estuve la primera vez en el autódromo allá por 1999.
“Severed hand” se me pierde en la memoria y me enredo en la letra. “Corduroy” es la textura de la voz de Vedder y luego llega el momento de patear el piso para impulsar el salto. Aquellos dados a volar ¡alto!, ¡abierto! armamos el mosh rebotando los cuerpos y dejando a un lado el frío. Bajo la chamarra que lleva casi una decena de conciertos acompañándome el sudor comienza a escurrir y la garganta comienza a resentir el esfuerzo.
“Brain of J.”, “Elderly woman behind the counter in a small town” ocupan el cuadro que marca Matt Cameron. Cuando pienso en el retorno de Soundgarden a los escenarios me puede la idea de que Chriss Cornell se lo lleve. Habrá que tener fe en que se quede. “Faithfull” nos tranquiliza, el primer arranque de adrenalina se diluye en un descanso. Esto apenas comienza y ya siento en el cuerpo los estragos de estar despierto desde las cinco de la mañana. La sensación se apaga con el empujón que recibo cuando comienza “Evenflow”, y vamos de nuevo.
Alguien grita por cervezas entre una canción y otra. La sed es mayor que los 80 pesos que cuesta un vaso miserable porque no deja más opciones. Es eso o aguantar, o una Coca-Cola de 50, y para colmo, Zero. Ni porque el “Chicharito” la tome puede valer tanto. Alguien pregunta por un vendedor de elotes en tono de broma y cuando digo que había esquites un güey atrás me señala y le dice a su acompañante que soy testigo de que sí anduvo un vendedor de granos de maíz entre el gentío: “Ándale pendejo, pa que veas que no miento”. Las charlas trascendentes se pierden cuando las primeras lágrimas amenazan con nublarme la mirada.
Vedder recuerda a Chriss McCandles, aquel que dejó el pinche mundo materialista, ese que permite que Ocesa y Ticketmaster nos desfalquen por estar cerca del escenario, y murió congelado en un lugar de Alaska. Dedica “Setting Forth” a su memoria mientras la mía se retuerce en recuerdos de recorridos por la Patagonia con alguien que no volverá a caminar las montañas nevadas conmigo y me pongo a llorar como un crío sin consuelo. No dedicarás canciones a nadie ni te tomarás en serio los soundtracks de la vida, son mandamientos que si existieran también terminaría por no cumplir.
“Unthougth known”, del Backspacer, me devuelve la sonrisa que se vuelve carcajada entre los comentarios extrañados de la raza ahí adelante cuando Pearl Jam comienza a tocar “Red Mosquito”. La letra es como una broma, pero la rola cumple cabalmente.
Las canciones himno siempre son de fiar. Llegan en los momentos justos y así “Daughter” permite el primer puente largo al medio de una. Vedder deja el escenario mientras un par de chavas le gritan el clásico “¡Eddie te amoooo”! y pendejamente dejan de mirar al centro del escenario donde el sonido que gestó Pearl Jam es el primer regalo que los cumpleañeros le dan a los llegados a la fiesta. Gossard y Ament cruzan solos de bajo y guitarra a placer. Lo harán otras tres veces más y las chavas responderán igual. Son fans del “guapo”, no de Pearl Jam. Radical.
“Of the Earth”, “Nothingman”, “Better Man”, luego “Porch”. Van 17 canciones y de la “fila” casi diez, si es que entre el amasijo de fanáticos que se medio ordena al frente del escenario se pueden establecer líneas, ya nos movimos hasta lo que podría calcular como la siete. La banda deja el escenario por unos minutos y como soy el güey que no leyó reseñas previas y no tengo idea de la hora, comienzo a creer que el fiestón está por terminar.
Pero viene el encore o mejor dicho el segundo acto. El frontman-surfer que baila como hippie trasnochado después de dos días de excesos se planta con un papel en la mano. Lee unos nombres y dedica la canción siguiente a dos parejas del staff de Pearl Jam. Una de recién casados y otra que está por amarrarse. Sólo con la guitarra acústica comienza a decir que entiende que toda vida tiene que terminar, que cuando nos sentamos solos sabemos que habremos de irnos. Y en el momento bien que lo sé. Aquí en el D.F. falleció Felipe Castilla, “Pilín”, el Jeff Ament-wannabe de grupo de grunge yucateco malogrado. Va pa’ él: “Just Breathe”.
La nostalgia se disipa a fuerza del slam que comienza mientras suena “Do the evolution” y luego llega la corta-venas: “Black”. El público cambia el nuevo modelo de encender las pantallas de los celulares y retoma los encendedores con la flama al viento. Son como 49 mil cabrones cantando con la voz quebrada. El que no lleve en sus alforjas una historia romántica con final triste que se vaya y el tarugo que se la está cantando a su chava en medio de la masa de jammers deja ver que nomás se la aprendió de memoria pero no entiende un carajo.
La nostalgia se disipa a fuerza del slam que comienza mientras suena “Do the evolution” y luego llega la corta-venas: “Black”. El público cambia el nuevo modelo de encender las pantallas de los celulares y retoma los encendedores con la flama al viento.
“Spin the black circle” y su interpretación en el escenario no es para patriotas olvidados del Bicentenario, ni para detractores de las corridas de toros: Vedder torea a Mike McCready con una bandera de México arrugada y maltrecha que alguno de esos nacionalistas de concierto regaló creyendo que la van a guardar por siempre para acordarse de esta noche.
La banda se calienta en medio del slam y ya estamos en lo que se podría decir es como la cuarta fila. Las ventajas de saber moverse en el moshpit. “The Fixer” es la clásica canción alegre rocanrolerita que pega bien para “single” de chart, pero no alcanzará el nivel de la que le sigue: Ament es iluminado mientras le da a los acordes de “Jeremy” y los noventa regresan de madrazo entre la multitud. Por algo superaron a Nirvana y sus devaneos infructuosos con el mainstream.
Van casi dos horas. Pero ¿por qué irse a casa? Ya lo había dicho Vedder antes: “Esta noche no estamos solos”. Cierre del segundo acto. Pearl Jam cierra la gira en México, pero el recital no termina aún.
Segundo encore: “Olé” que francamente me da hueva y luego la imagen de mi madre cantando por la casa el cover sesentero llega a mi cabeza. Veo una chaparrita que llevaba todo el concierto aguantando los mandarriazos del slam y que cierra los ojos mientras canta “Last kiss”. Me admiraba su tesón y tozudez para soportar los empujones, pero verla con sus bracitos al pecho agarrando su bufanda bordada mientras canta para ella misma me da risa.
“Leash” llega franca para abrirle paso al verdadero himno de Pearl Jam: “Alive” sacude el Foro Sol y agradezco que Vedder no aproveche el mensaje estribillo de still alive para soltarse algún discurso sobre la situación de violencia en México. Vinieron a tocar, no a tirar choros solidarios.
Las luces se encienden en todo el Foro y los X salen al escenario con panderetas en mano. El sonido del llamado padre del grunge, el “caballo loco” inunda el espacio. De pronto algo comienza a volar: como si fuera un show programado la raza comienza a lanzar vasos de cerveza al aire. Nadie sabe quién comenzó o en qué parte del sitio. Trazan parábolas por los aires como aves amarillas, son cientos. No, miles. Una coreografía de cartones amarillos encerados y húmedos al compás de “Rockin in the Free World”. Parece el acto final de un festival. El clásico cierre en tributo a alguien, pero tampoco es el final.
Serán “Indifference” y “Yellow ledbetter” las del estribo. El reloj rebasa la media noche. El día siguiente comienza y el concierto de Pearl Jam termina. La gira cierra y la fiesta se da por concluida. El cliché lírico es inevitable: “Que veinte años no es nada”.
Nomás faltó “Nothing as it seems”, pero cada peso gastado en el viaje, cada empellón entre los jammers, cada nervio alterado, cada vibrato de la tinitus provocada por otro cacho de tímpano reventado son bien recibidos.
Por cierto, Vedder y Gossard traían camisas a cuadros. Yo me cubría con una chamarra color verde militar deslavada que apenas se parece a la clásica que usaba el frontman de Pearl Jam en los noventa, pero que cuando compré me hizo la idea. Ya puedo colgarle otra medalla. Sí, cuando escuché a Pearl Jam por primera vez era un flaco greñudo que estaba por cumplir veinte años. ®