Enrique Oroz (1965) es un pintor dandy, lujurioso y dado a la bebida con alegría norteña, llegó a Guadalajara a los tres años de edad desde Ciudad Obregón, Sonora.
Conversador agudo e irónico y de ácido sentido del humor, transplanta sus inquietudes, traumas y obsesiones al terreno de la plástica con una obra seria y madura, filosa y certera, con atmósferas que remiten al esperpento de Goya (un autorretrato merendándose a una dama cual Neptuno a sus hijos da fe de ello) combinado con un Warhol de bajo presupuesto (tapatío y semialcoholizado de cerveza Estrella) y guiños a los aspavientos neoexpresionistas de Pollock. No en vano Oroz cuenta que le resulta más atractivo pintar un pequeño “Pollock” en el espacio del rostro que hacer un ejercicio de proporciones, como en el cuadro “Bob el de la lengua encendida”, parte de una serie de antirretratos y homenajes (al igual que “The Dead and the Glory” a The Clash) en los que el arrojo de pintura sobre el rostro revela más del personaje que su conformación anatómica.
Enrique Oroz comenzó a pintar óleos a principios de los ochenta con la complicidad de un amigo que tenía un taller de pintura comercial. A partir de ahí empezó a hacer travesuras con pincel, a beber cerveza y pasarse muchas tardes en el Hospicio Cabañas estudiando la obra de Clemente Orozco.
Quizá por eso las temáticas que trata Enrique Oroz en sus pinturas se engloban en los Grandes Temas de la pintura clásica: muerte, alcohol, sexo y religión.
De formación cristiana, cuando de pequeño Enrique era obligado a ir a misa veía la ingenuidad de la iconografía católica en estado puro, y a medida que pasó el tiempo esas visiones se enviciaron, se contaminaron de vida real y, dice, “Empecé a incorporar elementos como botellas de alcohol, e incluso el sexo. Si te fijas cada botella es un culito, y cada culito representa un amor: ¡Cada botella es un amor!”
En la actualidad, el trabajo de Oroz está más centrado en temas religiosos que el artista pervierte, “alcoholizándolos”, para, más que “darle un nuevo sentido, darles una ruta distinta”. Si la pintura religiosa cumple una función específica, y podríamos decir que esa función está agotada, dice el pintor, “lo que hago es reinventar ese tipo de pintura a partir de la historia y del presente, incursionando en un mundo pictórico agotado y generando un nuevo lenguaje. En definitiva lo que hago es tratar de crear una pintura posible, en constante diálogo con la realidad, y de paso sacudir el polvo del espectador en una ciudad como Guadalajara, donde se acostumbra a observar el arte, la pintura, de manera en exceso pasiva”.
Obesionado con el sexo y las relaciones con el otro género, las mujeres que pinta Oroz están en erotización permanente, son altamente eróticas y un poco desquiciadas. Evidentemente sufren los estragos de los excesos de sexo y alcohol. El hecho de bifurcar los rostros, de mostrarlos en sus poses más carnales es con el afán de rehuir los cánones de la belleza clásica para plasmar una belleza de lo erótico y sensual. Dice Oroz que los elementos cotidianos combinados con la carne generan “poesía”, como en la pintura “Dulce de la Rosa”, una poesía un tanto salvaje y descarnada, donde el simbolismo de la vulva y los pétalos de la rosa es en todo caso revelador de las obsesiones y estigmas del pintor.
Ella, ella, ella… mía, mía, mía…. Oroz juega en sus cuadros rebosantes de botellas de cerveza con los nombres de diferentes marcas (Estr-ella, Bohe-mia…) para construir sus mantras babeantes de deseo y perversión por el sexo. Describe el cuadro de “La cabeza y su ejército” con base en la conjunción de dos conceptos, la cabeza y la cerveza Indio, y me dice: “La cabeza de Tláloc se convierte en una alegoría que contiene su ejército de indios etílicos”. Luego suelta: “Mi pintura apesta a mí, es autobiográfica y los elementos que uso los tomo de mis sueños o de la vida real, mi universo está poblado de envases de cerveza, en mi taller, en casa de mis compas, de mis carnales…. siempre cheleando”.
Enrique Oroz ha expuesto en Macondo, centro cultural chicano en Los Ángeles; en la Galería Ajolote, de Guadalajara, y en la sala José María Velasco en el barrio de Tepito, D.F. Actualmente se encuentra preparando un proyecto de exposición de pintura de temas religiosos en un ex convento de la Ciudad de México y trabajando una nueva edición de serigrafía en el taller de Ediciones Axolotl, en Zapopan.
Cuando le pregunto que ónda con la pieza titulada “Fluxus” replica: “Fluxus es como dios, no existe pero todo el mundo habla de él”. ®