Mientras los músicos de Tool ‒probablemente los más huevones en la historia de la música‒ permanecen dormidos en sus laureles con sus cuatro elepés en veinte años, Deftones ha asaltado el panorama del rock alternativo con una obra que, entre otras cosas, deja en quien la escucha la certeza de que ahora mismo no hay nada ahí afuera que la supere.
Si he de reducir la obra de Deftones a unas cuantas palabras lo haré así: paisajes, entrañas, rabia, amor, melancolía. No son todas, pero ayudan a entender la progresión artística de la banda de Sacramento, California, a través de los siete álbumes de larga duración que tienen en su haber. Si en algo se relacionan estas palabras es en la probable contradicción de las imágenes que evocan. Así, caigo en la cuenta de lo útil que resulta este ejercicio semántico para describir a Deftones, y, sobre todo, para abordar su recién estrenada producción: Koi No Yokan.
Sigo con las palabras. La belleza de los paisajes en la música de Deftones trasciende el plano de la mera sonoridad. A través de una combinación sónica (en el marco musical) y lírica (en el marco de la poética), la ejecución asalta con ferocidad el territorio de lo visual. Ese doble potencial que existe en aquello que percibimos —la “imagen acústica” de la que habla Ferdinand de Saussure, si he de insistir con mi engorroso ejercicio lingüístico— funciona no sólo para identificar lo que estamos escuchando, sino también para incorporarlo y otorgarle así nuestra personalísima interpretación. Es decir, entregar nuestras emociones a la expresión artística en cuestión. El momento en el que, en el caso que nos atañe, la música simplemente nos conmueve y nos arrastra.
La frase Koi No Yokan se traduce del japonés como “presagio de amor”. En otras palabras, el desencadenamiento emocional que está por suceder entre los que se avistan y se gustan por primera vez. El título anuncia un punto de partida y el tono se confirma en cada una de las once piezas que componen el plato. Las postales conforman un vaivén entre la sutileza y la furia. Esto no es ninguna novedad en la música de Deftones, aunque esta vez la particularidad radica en la imponente destreza con la que los cinco músicos logran que el tránsito casi hipnótico de un puñado de calmados acordes a dos cuerdas y un sintetizador titubeante se convierta súbitamente en una densa secuencia de riffs y malabares vocales. Chino Moreno, convertido quizá en el mejor vocalista de alt-rock de la actualidad, utiliza la segunda persona en su discurso desatando en quien le escucha una inevitable sensación de cautiverio. A lo anterior se suma que la palabra “inside” se repite constantemente en sus composiciones. Los paisajes no están afuera, sino en el interior. La consigna es mostrarlos, desentrañarlos, hacerlos visibles aunque, para tal fin, haya incluso que “quitarse la piel” para “mostrar la textura” de “todo lo que hay adentro”.
La virtud esencial en la música de Deftones radica en la manera en la que logran la convivencia de los opuestos. El matrimonio entre la agresividad metálica y las cadencias pop, por supuesto, no es un nuevo descubrimiento. La década de los noventa vio surgir un híbrido musical llamado nü metal, que consistía en combinar segmentos de tempos acelerados para posteriormente recaer en estribillos melodiosos. El subgénero tenía sus raíces en bandas como Faith No More, Red Hot Chili Peppers, Nine Inch Nails, Primus, Helmet, Tool, entre otras. Estas bandas habían creado variados abanicos melódicos que se movían simultáneamente entre géneros musicales aparentemente disímiles entre sí, como el hip hop, el thrash metal, el punk y el pop. Fue quizá a partir de la extenuante exhibición del sencillo “Blind” de la banda californiana Korn en MTV cuando, en 1994, en plena época postgrunge, el nuevo género se consolidó trayendo consigo una nueva generación de bandas como Linkin Park, Papa Roach, Disturbed, Limp Bizkit, Incubus y algunos más. Deftones se desprende también de este conjunto, aunque es debido quizá a la agresividad musical de sus dos primeros trabajos, Adrenaline (1995) y Around The Fur (1997) que la banda, en comparación con las antes mencionadas, se mantuvo durante aquellos años en un escalafón relativamente subterráneo.
Si he de reducir la obra de Deftones a unas cuantas palabras lo haré así: paisajes, entrañas, rabia, amor, melancolía. No son todas, pero ayudan a entender la progresión artística de la banda de Sacramento, California, a través de los siete álbumes de larga duración que tienen en su haber.
El salto de calidad definitivo para Deftones sucedería en el 2000 con la llegada del extraordinario White Pony. Con ello el quinteto californiano alcanzaría su punto climático. Vendrían después tres producciones: Deftones (2003), Saturday Night Wrist (2006) y Diamond Eyes (2010). Este último sería el primer disco sin el bajista original Chi Cheng, luego de que éste sufriera un terrible accidente automovilístico que lo ha mantenido en coma hasta la fecha. Tanto en Diamond Eyes como en Koi No Yokan un aire melancólico enturbia el ambiente. Este duelo que implica haber perdido no sólo a un componente indispensable ‒el bajo es la columna vertebral en la música de Deftones‒, sino también a un amigo, se materializa en el último track del disco. La impronta del título es elocuente: “What Happened To You?”.
He dejado para el final el par de palabras que me parece importante destacar no sólo para allegar aún más al lector a la obra de Deftones en general, sino muy en particular para introducirlo definitivamente en Koi No Yokan. Si bien, como ya he dicho, la fórmula que combina la agresividad con la calma no es nueva en el rock alternativo, no encuentro una banda que recientemente lo haya hecho con el arte de Deftones. Amor y rabia son sus conceptos seminales, el punto de partida desde el cual se desenvuelve una catarata de emociones que no deja otra opción en el que escucha que la de caer de rodillas con la piel contraída. Ejemplo de ello es la violencia retumbante de la abridora “Swerve City” en la que el manto vocal de Moreno es no menos extensivo que envolvente. La música de Deftones desarma. Así, el que está preparado para rendirse debe continuar el viaje hasta perderse en el laberinto de la onírica “Rosemary”: “Our minds bend / And our fingers fold / Entwined, we dream / I know”.
El amor, tal como avisa el título, tiene un lugar primordial en este trabajo. El segundo número, “Romantic Dreams”, deja ver ese binomio ineludible entre el amor y el furor. “I’m hipnotized by your name / I wish this night would never end” emana de la garganta de Moreno, mientras los riffs de Stephen Carpenter llenan de golpes los posibles espacios vacíos. De esta forma, los de Deftones vuelven a su razón de ser: la probable descripción del sentimiento amoroso como un páramo oculto donde una especie de rabia momentánea se transforma en ternura.
Al escribir esto mi ejercicio sigue siendo puramente literario. En contraste, los de Deftones en Koi No Yokan han logrado hacer no sólo de las palabras, sino también de la música, un amoroso puñetazo de pura poesía. ®
pus en ojos
Efraín que tal, despues de leér tu descripción sobre KOI NO YOCAN, medi a la tarea de escuchar el cd, no gusto definitivamente de esas tendencias, sin embargo la construcción del disco me parece elegante y muy limpia, me queda claro la madurez del grupo, no creo que sea algo tierno como lo expresas, pienso más bien el el proceso de melancolia y la lucha que se vive con ella, pienso en espacios amplios, solidos y frios.