La guerra, el fin del mundo y una historia de amor son algunos de los temas narrados a través de la mirada futurística y fantástica de Gareth Edwards.
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Realizada con bajo presupuesto y actores en su mayoría no profesionales, Monsters Infected Zone (2010) es obra de un director británico, Gareth Edwards (Nuneaton, 1975), quien probablemente filmó en América central y del norte en zonas aledañas a la costa recientemente arrasadas por alguno de los numerosos huracanes que, año con año, azotan estas partes del globo. El proyecto, por otra parte llevado a cabo casi como un uso creativo de unas merecidas vacaciones por el Caribe, cuenta con las actuaciones de Whitney Able y Scoot McNairy, la hija de un poderoso propietario de un medio masivo y un reportero gráfico que arriesga el pellejo por captar tomas únicas de las misteriosas creaturas. Cercana por el escenario de devastación y desesperanza a Apocalypse Now (Francis Ford Coppola, 1979) y teniendo como antecedente inmediato, de la propia inventiva de Edwards, End Day (2005) y Perfect Disaster (2002), ambas producciones para televisión, la primera un telefilme y la segunda un documental, este joven realizador decidió apostarlo todo en un mediometraje de distribución internacional. La historia, la fotografía y los efectos especiales son creación propia. Los temas futurísticos y las bestias fantásticas son también suyos.
El lanzamiento de una sonda espacial a Europa, una de las lunas de Júpiter, bajo cuya delgada atmósfera yace un océano de agua congelado, de características muy similares a las que prevalecen en la Tierra, es el pretexto ideal para una supuesta contaminación con material biológico extraterrestre cuando, en su regreso a la base, la nave se estrella en cierto punto del territorio mexicano. Desde ese aciago día, ubicado en un futuro no muy distante, digamos una docena de años a partir de la época actual, comienza para México un verdadero Armagedón con misiles y armas químicas. La cinta comienza precisamente durante uno de los ataques donde resulta vulnerada la heredera de un acaudalado tycoon de los medios. Es obvio que las criaturas comienzan a migrar y desplazarse hacia regiones más hacia el sur y hacia el norte. La frontera estadounidense, no obstante, está protegida con un muro, emulación de la Gran Muralla china, el cual se cataloga ya como una de las maravillas del mundo, al menos ésa es la versión oficial que les han vendido a los estadounidenses. Una escena inverosímil y exótica, como todo este filme, es cuando los protagonistas trepan a una pirámide prehispánica desde la cual se ve el muro (de no ser El Tajín en Veracruz, aunque de ahí difícilmente se podría columbrar una estructura ubicaba en la frontera por más portentosa que fuese, debido a la curvatura terrestre).
La cinta comienza en un escenario de catástrofe, con aviones caza surcando los aires y grandes pancartas condenando el alto número de las víctimas y la urgencia de detener los bombardeos, cualquier parecido con el Medio Oriente y la destrucción que ha sembrado la industria bélica internacional es pura coincidencia. Andrew Kaulder, fotógrafo de profesión, que actúa casi como corresponsal de guerra, es comisionado por el dueño del periódico donde labora para conducir a su hija sana y salva de regreso a suelo estadounidense. Samantha Wynden es una joven rubia, de pelo corto, con una cicatriz que le marca la mejilla, comprometida para casarse pronto, que se lastimó la muñeca durante uno de los ataques aéreos. La cinta arranca en un lugar de Centroamérica, a juzgar por los viejos buses escolares americanos donde se traslada la gente, que bien podría ser Guatemala. Para llegar a Estados Unidos es necesario atravesar México, cuyo territorio se halla dividido entre una zona segura y una zona infectada (de aquí el subtítulo de la cinta), prácticamente tres cuarta partes del territorio, midiendo desde el centro hasta el norte, donde se encuentra la amurallada frontera estadounidense.
La cinta comienza en un escenario de catástrofe, con aviones caza surcando los aires y grandes pancartas condenando el alto número de las víctimas y la urgencia de detener los bombardeos, cualquier parecido con el Medio Oriente y la destrucción que ha sembrado la industria bélica internacional es pura coincidencia.
Curiosos e inquietantes resultan los paralelismos con escenarios históricos previsibles en un futuro inmediato: la militarización del territorio ocupado, que a diario sobrevuelan modernas aeronaves extranjeras, la idea misma de contaminación biológica, la impresionante muralla, más parecida a la imponente cortina de una presa colosal. No precisamente alienígenas pero sí microorganismos nocivos, o componentes de ellos, se suponen fueron la causa de la pandemia de influenza, cuyo foco de infección se ubicó justo en el sur de México. En realidad, el país queda retratado con colores bastante crudos y deprimentes, un territorio gobernado de facto por grupos armados, cuyas estructuras de concreto en las grandes urbes han sufrido los embates de un desastre. Con todo, Gareth Edwards se detiene en rasgos de solidaridad humana fundamental en la población nativa. Los fuereños son hospedados en forma gratuita por la gente. Ella habla un español envidiable, en contraste con él.
La historia de Monsters, con un toque de posmodernismo o de kitsch, que curiosamente recuerda el cine mexicano de El Santo, corresponde a aquélla de un amor absurdo, casi imposible, entre personajes que no podían ser más distintos: una rica heredera quien, sin embargo, se muestra natural y con pocas pretensiones, y un hombre que vive al día, un esmirriado aventurero, rubio cenizo de Dallas. El compromiso de matrimonio por parte de ella, un pequeño hijo de él, el hecho de que ella lo sorprenda con una prostituta en la cama, vuelven más interesante el desenlace, donde en una escena que no podía antojarse más nostálgicamente love and peace dos de los legendarios monstruos se aparean hasta con lucecitas de colores. Las criaturas son de naturaleza anfibia, pasan una parte de su ciclo vital en tierra y otra en agua, su forma es muy peculiar pero claramente reconocible. Se trata de pulpos gigantes con patas de langosta, aproximadamente de doscientos metros de largo, cuando alcanzan la madurez. Sus cuerpos, a guisa de los extrañas creaturas que habitan los abismos oceánicos, son luminiscentes, crean su propia luz biológica, de tono entre rojizo y anaranjado.
Un acierto que las creaturas se muestren, en su impresionante magnitud, sólo al final de la cinta. Las fumigaciones con armas químicas y las máscaras antigás se justifican mostrando a los monstruos en estado larvario prendidos de la corteza de los árboles. En determinado momento de la cinta el espectador comienza a sentir que son otra más de las invenciones con que se justifican los grandes dispendios militares. O bien otro espectador, algo más malicioso, podría pensar que fueron diseminados a propósito y estratégicamente en México, para llegar burlando cualquier barrera, natural o construida por el hombre, hasta Norteamérica (tal como algunos opinan que sucedió con la influenza). La cinta concluye en un lugar en la costa del Golfo pero del lado de Tejas, que bien podría ser Galveston, Corpus Christi o Brownsville, una zona evacuada ante el arribo de las creaturas. Es en pleno territorio estadounidense donde se los avista con toda claridad y a plena luz del día, incluso hacen el amor. El tema romántico introduce el desenlace. Samantha abandona una vida de comodidades y garantías, incluso su promisorio compromiso, y decide seguirlo a Andrew. Curiosa metáfora de una realidad, en tantos puntos, no tan lejana (el muro, la inminente militarización extranjera, la segregación para contener algún mal infeccioso). Cabría preguntarse quiénes son, en realidad, los monstruos: ¿Las enormes creaturas que sólo se vuelven locas cuando sienten los aviones que vienen a aniquilarlas o más bien algunos humanos empujados por el afán de comercio y la sed de poder? ®