Barcelona está acostumbrada a los hooligans deportivos, los turistas de vandalismo, el graffiti artístico y las protestas antisistema. Sobre todo, tras el levantamiento del movimiento 15M del año pasado. Pero la quema de una franquicia multinacional era algo que no se veía desde hace unos casi diez años.
Por la calle se oía a la gente decir que la huelga de este 29 de marzo iba a estar fuerte. Nadie hablaba directamente de enfrentamientos, pero el adjetivo “fuerte” parecía decir que todas las intuiciones apuntaban a ello.
Miles de personas se aglomeraban a las cinco de la tarde en el cruce entre Avenida Diagonal y Paseo de Gracia. El obelisco se levantaba entre un tapiz de colores donde predominaban el rojo y el negro. Una gran comitiva bajó por la calle Pau Claris, tras anunciar la marcha a base de petardos y consignas. Había niños, hombres y mujeres de todas las edades. Los había de diversas nacionalidades, aunque en su mayoría se trataba de catalanes. Alguno que otro turista se unía a la marcha para un poco de turismo de revolución. Es lo que tiene una ciudad como Barcelona, de todo se puede hacer una fotografía.
La marcha, que no la huelga, terminó en enfrentamiento. Nada de sorpresas. Balas de goma, gases lacrimógenos, palos. Tampoco asombraron las declaraciones del señor Puig, ministro del Interior catalán y jefe máximo de la Policía: “Tenemos informaciones de que hay personas que quieren usar esta huelga para atentar contra nuestra democracia y sabemos de algunos sindicatos que han acumulado material incendiario para barricadas”. Como fue igual de normal que hubiese detenidos, apaleados y mucha rabia. Lo que ha sorprendido, quizá, es el nivel al que ha llegado la batalla campal.
Barcelona está acostumbrada a los hooligans deportivos, los turistas de vandalismo, el graffiti artístico y las protestas antisistema. Sobre todo, tras el levantamiento del movimiento 15M del año pasado. Pero la quema de una franquicia multinacional era algo que no se veía desde hace unos casi diez años, cuando, en el contexto de la llamada lucha antiglobalización, se atacaban negocios como Nike, MCDonalds, Bank of America, símbolos claros de la opulencia de un sistema que se estaba consumiendo el mundo para el beneficio de unos cuantos.
Muy poco ha cambiado desde entonces. Hubo un periodo de estabilidad durante los primeros años del milenio nuevo, una paz ficiticia sólo causada por el temor al terrorismo. En realidad, nada ha cambiado desde Seattle 1999. Los ricos siguen haciéndose más ricos, los pobres más pobres, el planeta más escaso y la injusticia social sigue en ascenso. Los objetivos de los grupos que utilizan estrategias agresivas continúan siendo los mismos: bancos, cajas aseguradoras, multinacionales.
En Barcelona, la Bolsa de Barcelona, la Caixa, el banco Santander, el BBVA y otros similares fueron atacados con piedras, palos, spray y fuego. Cualquiera de éstos que quedaba dentro de la ruta de la marcha fue atacado por un grupo de manifestantes con el rostro cubierto y vestimenta negra. Hace quince años hubiésemos hablado del black bloc. Aunque hoy sabemos que el black bloc no es un grupo organizado, sino una táctica de protesta. Algunos están de acuerdo con la destrucción física de esas instituciones. Cada vez que los enmascarados atacaban uno, la gente aplaudía y lanzaba animosos vítores. Otros están en contra. Desde el que les grita “¡Macarras! ¡Cobardes!” hasta el que se pone frente a un cristal a tratar de dialogar con el que va a romperlo.
Ante el desconcierto, el caos, el humo y el penetrante sonido de las sirenas policiales los guardias decidieron cargar contra todo manifestante, sin importar quién estuviese allí. Los únicos que respondieron con los mismos métodos que los antidisturbios fueron los que unas horas antes habían quemado el Starbucks. Lanzaron piedras, botellas, latas y macetas, mobiliario urbano. Seguramente los 41 detenidos del gobierno son ellos. Los demás corrimos hacia donde pudimos, huyendo del gas lacrimógeno, las balas de goma y las posibles heridas que te pueden causar los agentes de la ley cuando también se ponen violentos. Ni siquiera siendo bombero te puedes salvar de un pelotazo. A uno de ellos lo golpearon. Otro bombero increpó a los policías. Cito: “Se os va un poco la olla. Yo trabajo contigo”.
La crisis económica se ha agudizado en España cuando recién se estrena en el poder el Partido Popular, la derecha conservadora. Lo que se veía venir aun antes del cambio de gobierno está sucediendo: recortes en la educación y sanidad, reformas laborales injustas, aumentos de impuestos. La huelga, convocada por los sindicatos mayoritarios de España, fue secundada por más de 800 mil personas (los números varían según la fuente). La protesta continúa, así como continuarán las reformas laborales, los desahucios, la censura y el desempleo.
Son tiempos donde el sentimiento de indignación se contagia. Lo lleva a cuestas el que ha perdido su casa, el que lleva meses sin encontrar trabajo y el que lo conserva a base de aguantar mierda. A nadie le queda de otra. ¿Qué pasaría si toda esa gente simplemente un día ya no tiene nada más que perder? ¿Volveremos a las barricadas callejeras como ya lo hacían durante la Revolución Francesa? ¿El vándalo se convertirá en superhéroe? La Historia, como siempre, se encargará de mostrarnos si cometemos los mismos errores o si hemos logrado aprender de ellos.
El día 3 de mayo nos espera en Barcelona la cumbre del Banco Central Europeo y la huelga general internacional del día 15 de ese mes. La jornada del 29 de marzo ha quedado en la mente de los barceloneses como una manifestación cuyas fronteras van más allá del simple rechazo a la reforma laboral; son la viva explosión del malestar de la sociedad ante un sistema económico-político que, a todas vistas, está fallando. ®