ENTRE STEINER Y DOMÍNGUEZ

El sueño no es un refugio sino un arma,
Geney Beltrán

Leyendo el más reciente libro de Geney Beltrán (Culiacán, 1977), El sueño no es un refugio sino un arma (Difusión Cultural UNAM, 2009), título tomado de un poema del peruano E. A. Westphalen, compilación de ensayos y reseñas originalmente publicados en diarios y revistas, confirmo y subrayo que estamos ante uno de los críticos literarios más sólidos de nuestro país. Su talento para argumentar, contradecir, convencer es incuestionable… y el que en el lector vea un interlocutor a su altura hace de él lo que él mismo espera encontrar alguna vez en el panorama literario mexicano. Como ejemplo de lo que esperaría, cita en más de dos de ensayos a George Steiner: “Steiner argüía no sin énfasis: ‘Es tarea de la crítica literaria ayudarnos a leer como seres humanos totales, con el ejemplo de la precisión, el miedo y el deleite. Comparado al acto creativo, la tarea es secundaria. Pero nunca ha contado más. Sin ella, la creación misma podría hundirse en el silencio’” (“Para qué la crítica en tiempos de ultraje”, p. 58).

Geney ha perseguido como pocos este ideal. Sin embargo, mientras que en los primeros ensayos parece próximo a la meta, en los que cierran el libro retrocede. No en sus poderosas capacidades críticas e interpretativas, mucho menos en su escritura, pulcra y precisa. Hay momentos en que pareciera que el joven crítico idealista —todo buen crítico debiera serlo, creo yo, no sólo los jóvenes— se desvanece en incongruencias con respecto a lo ante dicho, lo cual, sí, pudiera significar que ha repensado sus ideas, algo legítimo pero no menos lamentable: alguien que tiene en George Steiner un modelo a seguir, difícilmente justificaría la pedantería y egolatría de un crítico que pretende imponer un canon con sus vecinos y cuates de cantina, como Christopher Domínguez y su, mal que bien, célebre Diccionario de escritores. No puedo acusar a Geney de mostrar displicencia hacia el mencionado crítico, sin embargo, lo exculpa de omisiones imperdonables aduciendo, por ejemplo, que la ausencia de Ana Clavel está justificada con la presencia de Esther Seligson y la de Rafael Ramírez Heredia con la de Álvaro Uribe. ¿Intenta decir que Ana Clavel es menos necesaria que Esther Seligson y Ramírez Heredia que Álvaro Uribe? No entiendo la lógica de tamaña afirmación. Alabo, sin embargo, que cuestione a Domínguez lo que prácticamente todo mundo pasó por alto: la canallada de exhibir a Elena Garro como un ser patético.

Pero bien, la disculpa —no defensa— del “Diccionario” puede percibirse como apología cuando pasamos al siguiente texto, donde se muestra mucho menos magnánimo con la antología de Tryno Maldonado Grandes hits. Vol. 1 Nueva generación de narradores mexicanos. Como en el caso de la crítica anterior, la razón asiste a Geney en varios puntos… pero da la casualidad de que lo que encuentra “disculpable” en Domínguez es motivo de repudio en Maldonado. Está muy bien que Domínguez realice sus ejercicios de discriminación porque es el Gran Crítico… pero qué mal que Tryno Maldonado se haya apoyado en la opinión de escritores de respetable trayectoria para seleccionar a los autores de su antología. ¿En qué quedamos, pues? Para Geney, la soberbia de Domínguez es un lujo que su obra previa le permite darse, pero no mide con la misma vara a Maldonado, cuya juventud e inexperiencia como crítico literario (Tryno Maldonado, no olvidemos, es narrador, no crítico literario), pudieran explicar su táctica. “Hacer una antología”, se lee en el texto dedicado a la antología de Tryno, “es un ejercicio crítico, no de relaciones públicas”. Exactamente lo mismo que pudo haberle cuestionado a Domínguez.

La mayoría de los ensayos que componen El sueño no es un refugio… son extraordinarios, ni duda cabe, hasta el momento en que el autor abandona la tradición literaria para encarar el momento presente. Es como si el Geney Beltrán de 2005 se contaminara de los vicios que tan atinadamente había criticado, al grado de concluir con la reseña de un libro de una joven escritora que, en efecto, tiene mucho talento, pero a quien todavía no le llega el momento de ser elevada a las alturas de Musil, Elizondo, Tario, el propio Steiner, máxime tomando en cuenta que es la única escritora mexicana viva de quien Geney se ocupa, amén de que en su ensayo sobre narradores del norte inexplicablemente le escatima méritos a dos narradoras, Cristina Rivera Garza y Patricia Laurent Kullick, que han hecho lo que reprocha a los autores de la frontera norte no estar haciendo: “Narrar el norte, especulo, exigiría no fotografiar sino contradecir la realidad con personajes complejos y una sintaxis violentada, localizada en la riqueza del habla regional” (“Narrar el norte”, p. 143).

Tenemos reunidos, pues, en este libro a dos Geney Beltrán: el discípulo de George Steiner y el que por momentos nos recuerda a un Christopher Domínguez, en versión depurada, privilegiando a sus afectos y dejándose llevar por las vísceras. Del segundo ya tenemos demasiados clones. Lo que haría falta, parafraseando al propio Geney, es un Steiner mexicano. Así, este libro tiene un doble atractivo: una colección de magníficos ensayos y un retrato de cómo un joven crítico mexicano, de esos talentos que no suelen darse en maceta, y menos en México, se debate entre la trascendencia y la alienación. ®

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Publicado en: Abril 2010, Libros y autores

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