No hay nada más primario que hacer una marca sobre una superficie. La pintura, junto con la danza y la poesía, se remonta a los albores de la humanidad, recuerda una vez más este pintor tapatío.
—¿De dónde viene tu pasión por los espacios urbanos?
—Nací y crecí en una ciudad. La ciudad es un contenedor de experiencia vital. Mi obsesión con la ciudad tiene que ver con la curiosidad de un taxidermista que descuartiza su objeto de estudio para descubrir cómo funciona y qué tiene adentro. La ciudad posee una belleza oculta e insospechada. Me interesa transformar el estruendo de la ciudad en un remanso de quietud exacerbada. En medio del caos anhelamos la paz de un metafísico paraíso perdido.
—¿Hay una nostalgia por la infancia, por lo irremediablemente perdido?
—Definitivamente. Los humanos pagamos el alto precio de ser conscientes de nuestra existencia. Somos víctimas de nuestra inteligencia. El paso del tiempo nos aterroriza. Nos tortura la inevitable deriva del deterioro que conduce a la muerte. No podemos asimilar el brutal golpe del absoluto, nos abruma la monstruosa complejidad del cosmos. Alguien dijo una vez: “Cuando por fin nos damos cuenta de qué se trata la vida, pues ya hay que morirse”. Nuestra tragedia anida en la permanente evocación del tiempo perdido.
—¿Qué valor tiene la arquitectura en tu obra?
—Fundamental. Es la materia prima para elaborar la crónica visual y poética de la ciudad, para crear el conjuro que evoque los fantasmas del pasado. Los edificios están cargados de vivencias y de recuerdos. Por medio de ellos quiero hacer un homenaje a la memoria. Por medio del espacio y el tiempo se puede enfrentar la dificultad del estar y no estar.
—¿Tienes recuerdos de arquitectura de otros lados?
—“A donde fueres haz lo que vieres”. Siempre estoy empapándome del espíritu de los lugares que voy transitando.
—¿Por qué sólo espacios y objetos habitan tus cuadros?
—Intento buscar espacios desolados para llenarlos de tiempo. La ausencia siempre se manifiesta como presencia sensible. Los objetos abandonados son mudos testigos de alguna anécdota. En mis cuadros los objetos son los personajes.
—¿Por qué de pronto el ser humano entra a tus espacios?
—En mis cuadros siempre ha estado presente el ser humano, pues se manifiesta a través de los espacios y objetos creados por él. De los espacios desolados a la presencia física de algún personaje humano sólo hay un pequeño paso. Pero el motivo principal que me estimula a pintar mis primeros personajes humanos es la ejecución de una serie dedicada a la pornografía. Y otra serie con alusiones políticas directas.
—¿Qué temas estás trabajando?
—Estoy explorando el tema de la pornografía y la hipnotizante tiranía que ejerce en la cultura visual de nuestro tiempo. Decidí tocar ese tema a partir de la lectura de La imagen pornográfica y otras perversiones ópticas, de Román Gubern. Y la serie de crítica a la política, pues qué mejor estímulo que observar el caos y la descomposición social en la que estamos inmersos.
—¿Cuáles son tus preocupaciones?
—La principal es la ruta directa al abismo en el que se está precipitando la humanidad. Me temo que la humanidad inteligente, creadora y conservacionista no va a tener la capacidad de arrebatarle, antes de que sea demasiado tarde, el poder a los guerreros, los políticos y los financieros, que, por su actuación mezquina, egoísta e irracional están destruyendo toda esperanza de un planeta habitable. Están prevaleciendo las fuerzas del tánatos sobre las del éros.
—¿Cuáles son tus pasiones?
—Una buena comida, un buen trago. Mucho cine (de arte, ciencia ficción, documental, horror, comedia, de guerra). No me va a ajustar la vida para ver todo el buen cine que se ha producido. Mucha lectura: periódicos, revistas, novelas, ensayos. Música todo el día, soy un melómano desatado, y ahora, con la democratización de la información que está propiciando internet, es para volverse loco con la cantidad de obras musicales a las que se puede acceder. Cultivar las redes familiares y de pareja. Toda la lealtad a los amigos leales. Amor a las plantas y a los animales. Diletante entusiasta de otros géneros artísticos: la poesía, la danza, la música, la arquitectura. Pierdo la cabeza con los aviones. Soy un piloto frustrado. Y la principal: vivir de lo que me gusta hacer.
—Tus libros más queridos.
—Diccionario de las artes, de Félix de Azúa; El eros electrónico y La imagen pornográfica y otras perversiones ópticas, de Román Gubern; La era del vacío, de Giles Lipovetsky; Homo Videns, de Giovanni Sartori; El miedo a los animales, de Enrique Serna; Claves secretas de las vanguardias artísticas, de Ángel Escárzaga.
—Tus canciones preferidas.
—“A perfect day”, de Lou Reed; “Dead souls”, de Joy Divison; el disco completo de Miles Davis Kind of Blue; la Novena de Beethoven me subyuga.
—¿A cuáles pintores admiras?
Pintor de mi tierra (Guadalajara): Javier Campos Cabello. De la escena mundial: Edward Hooper, Giorgio de Chirico, René Magritte y mi preferido: Paul Delvaux.
—¿Qué obra salvarías del fuego?
—En esa hipotética situación me sentiría como Meryl Streep en La decisión de Sofía. Salvaría “Las paseantes”, de Paul Delvaux un óleo de 1947, con mucho dolor y consternación por la pérdida de las demás obras.
—¿Qué opinas ahora del arte conceptual?
—El arte conceptual surge con el “ready made” duchampeano, como una reacción y una burla a las élites sociales, políticas y culturales que se exhibían como procreadoras del arte y el humanismo, pero activamente patrocinaban las guerras y la barbarie de la primera mitad del siglo XX. El conceptualismo ha pretendido combatir las expresiones elitistas de la modernidad capitalista, pero paradójicamente ahora es el arte que mejor viste a lo más “chic” de nuestra alta sociedad. Duchamp no pretendía generar un canon, sino mofarse de la estupidez y frivolidad de la élites “cultas”. Ese impulso trasgresor está completamente ausente en la avalancha de artefactos y ocurrencias que ahora nos quieren vender como sinónimo de rebeldía e irreverencia. Los promotores y practicantes del neoconceptualismo se la han pasado promoviendo y decretando “la muerte del arte”, para, según ellos, inaugurar una nueva era de nociones y prácticas renovadas, pero no se dan cuenta de que se convirtieron en lo que tanto desprecian. No pueden evitar asumir el papel de nuevos dictadores del gusto. Son los nuevos académicos. Desgastados “pompiers” del lenguaje y la teorización sin fin. Adoran la novedad y lo efímero, pero son capaces venerar con pasión fetichista a un vulgar orinal. Pero lo que más me llama la atención del fenómeno neoconceptual es el abuso del discurso y de la terminología filosófica. Se refugian en el “chorismo” ante la incapacidad de generar obras que se expresen por sí mismas en términos visuales. Usan el lenguaje como una herramienta de poder y exclusión. Si manejas cierta jerga estás “in”, si no, olvídate de tu expo en el MUAC [Museo Universitario de Arte Contemporáneo]. Afortunadamente el arte neoconceptual va de salida, agotado por su arrogancia y víctima de su amor por la novedad permanente. (Si la novedad se convierte en canon, deja de ser novedad.) Están pagando el precio por el ninguneo al pasado y a la obra de los maestros que nos precedieron. Es cierta esa frase que dice que las manifestaciones artísticas corresponden al contexto histórico en el que son procreadas. El neoconceptualismo es el arte de la ahora vituperada era neoliberal. Los dos están emparentados por la mofa al pasado, a las expresiones locales, por su desprecio a la cultura del esfuerzo y por su búsqueda del lucro fácil.
”Estoy hastiado de pasear frente a una y otra pieza neoconceptual y no sentir una pizca de entusiasmo. No obtengo recompensa visual ni emocional con este tipo de arte. Demasiado discurso y mucho aburrimiento. A fuerza de repetir una y otra vez el mismo modelo han cansado al público.
”En el arte busco seducción, poesía y misterio. No encuentro nada de esto en el arte conceptual. Me quedo con la concepción romántica del arte. Rechazo nociones que traten de convertir el arte en ciencia social. El racionalismo exacerbado le ha dado en la madre al gozo desinhibido y no alcanza para describir la infinita complejidad del mundo ni para aliviar nuestra perplejidad ante los misterios de la vida y de la muerte.
—¿Qué es para ti la pintura?
—Una actividad milenaria que está inscrita en lo más profundo de nuestros genes. No hay nada más primario que hacer una marca sobre una superficie. La pintura, junto con la danza y la poesía, se remonta a los albores de la humanidad. La pintura siempre va a formar parte de las necesidades de expresión del ser humano. La pintura es una sobreviviente tenaz al intento de asesinato perpetrado por la modernidad racionalista.
—Tu padre ha sido un importante militante de la izquierda mexicana, ¿cómo te ha influido su militancia?
—De mi padre aprendí la importancia de ser congruente con lo que se dice y con lo que se hace. A no disociar la ética de la acción. Aprendí la solidaridad social y la lealtad al grupo. Después la vida te va poniendo a prueba y experimentas lo difícil que puede llegar a ser actuar de la manera correcta. Pero ésa es otra historia. Lo importante es que tuve modelos de referencia. ®