En dos décadas California tendrá mayoría de población de las comunidades consideradas minoritarias: latinas, asiáticas, afros, indígenas. Las minorías serán mayoritarias. Esto es dinámico, histórico, impactante a corto plazo. Probablemente California sea el estado del país donde más se haya incrementado la diversidad cultural y étnica.
En 1981 el dramaturgo Luis Valdez fundó el Teatro Campesino en San Juan Bautista, una de las primeras misiones del Estado de California, conocida también por servir de locación para algunas escenas de la película Vértigo de Alfred Hitchcock. Aunque, como inquietud, el teatro campesino había nacido mucho antes. En 1965 Valdez, hijo de campesinos mexicanos emigrados a Estados Unidos, comenzó a emplear artes escénicas en los ranchos de California. Con un camión como escenario explicaba a los trabajadores, mayoritariamente de origen latino, cuáles eran sus derechos civiles y laborales, apoyando así el movimiento de justicia social liderado por César Chávez. Valdez expandió la idea de la cultura chicana como seña de identidad de los autóctonos de origen mexicano. Medio siglo después el dramaturgo continúa su labor de concienciación y pedagogía colectiva a través del teatro. Hablamos con él días antes de que estrenara su última obra, Valle of the Heart, la historia de amor entre un campesino mexicano y una campesina japonesa con el contexto de la segunda Guerra Mundial de fondo.
—¿Qué importancia tiene la fusión entre culturas en su trabajo como dramaturgo?
—Mucha, es un reflejo de la sociedad de los Estados Unidos, una fusión de todas las culturas del mundo. El movimiento chicano es un claro ejemplo. Mi obra Zoot Suit era la mezcla entre las culturas latina, afroamericana y angloamericana. Hablo del surgimiento de la figura del pachuco, nacido en los salones de baile, al ritmo de la música de la época, el swing. El pachuco viste trajes amplios para poder moverse cómodamente durante el baile. En realidad, el traje del pachuco lo inventó el pueblo afroamericano, fue en las calles de Los Ángeles donde los latinos lo empezaron a emplear, convirtiéndolo en símbolo del pachuquismo. Allí los pachucos se convirtieron en blanco de los policías, que criminalizaron el uso de sus trajes. Esta historia sirvió como punto de partida de Zoot Suit. Valle of the Heart es otro marco pero también habla de esa fusión cultural que ha ido conformando este país y en especial California. Es la historia de una familia mexicana y otra japonesa en una época difícil en Estados Unidos para las personas de origen japonés; muchas de ellas fueron internadas en campos de concentración al oeste del país durante la segunda Guerra Mundial.
El pachuco viste trajes amplios para poder moverse cómodamente durante el baile. En realidad, el traje del pachuco lo inventó el pueblo afroamericano, fue en las calles de Los Ángeles donde los latinos lo empezaron a emplear, convirtiéndolo en símbolo del pachuquismo.
—¿Cómo ha vivido esta evolución en lo referente a la integración de las minorías en Estados Unidos?
—Nací en 1940. En aquella época en California vivían seis millones de personas, de los que apenas una minoría eran de origen latino, asiático o afroamericano. California era un estado de blancos, principalmente, la gente había llegado en los años treinta procedente del Medio Oeste. Desde entonces ha habido una revolución tremenda. Se calcula que en dos décadas California tendrá mayoría de población de las comunidades consideradas minoritarias: latinas, asiáticas, afros, indígenas. Las minorías serán mayoritarias. Esto es dinámico, histórico, impactante a corto plazo. Probablemente California sea el estado del país donde más se haya incrementado la diversidad cultural y étnica, a excepción quizás de Nueva York y algunas partes de Florida. Por este motivo es necesario redefinir qué es ser estadounidense. Los movimientos chicano, afroamericano o asiático demandan sus derechos civiles sin perder su propia identidad. John Wayne era un ideal en Hollywood, pero no era del todo cierto. Ahora tenemos un presidente negro y la gente que rechaza esto desearía un regreso al pasado, pero esto no es posible, porque nosotros estamos aquí y estamos avanzando. Una de las cosas que ha emergido desde las luchas de las minorías es la idea de que los derechos civiles y constitucionales son para todos, sin importar raza, género o nivel económico.
—¿Cómo se involucra en esta lucha por la integración social de las minorías?
—Yo empecé el college en 1958 y me uní al Movimiento de Derechos Civiles porque cuando lo conocí supe que era mi movimiento. Desde el Teatro Campesino me impliqué en las reivindicaciones de los mexicanos-americanos. Íbamos a los colegios a explicar nuestra idea de justicia social y muchos estudiantes se unieron a la causa. Hay que entender que la gente que cruza la frontera estadounidense está buscando mejorar su futuro económico. La otra cara de la moneda es que América Latina ha sido invadida por valores y compañías como McDonald’s, Walmart, Burger King, todo esto está allí, incluyendo el maíz estadounidense que fuerza a los campesinos mexicanos a abandonar sus plantaciones. La globalización provoca estas situaciones. Pero creo que gracias a las nuevas tecnologías y la información en las redes sociales cada vez más gente, especialmente los jóvenes, está entendiendo que todos estamos en el mismo mundo y que tenemos que encontrar qué es lo que tenemos en común, como son nuestros derechos como seres humanos. Nuestras diferencias culturales son la riqueza que podemos ofrecernos entre nosotros.
—Actualmente, ¿considera que se puede hablar de una mejora en la integración de las minorías en Estados Unidos?
Los japoneses-americanos más arraigados tienen nombres específicos para las diferentes generaciones, ya van por la sexta desde principios del siglo XX. Lo mismo pasa con los mexicano-americanos con raíces ancestrales en Estados Unidos.
—Depende del punto de origen desde donde cada uno comience. Hay que tener en cuenta que ha habido numerosas olas de migraciones y que hay muchos que son recién llegados. Los japoneses-americanos más arraigados tienen nombres específicos para las diferentes generaciones, ya van por la sexta desde principios del siglo XX. Lo mismo pasa con los mexicano-americanos con raíces ancestrales en Estados Unidos. Si comienzas desde 1797, cuando llegan los primeros mexicanos siendo este territorio todavía Nueva España, hay gente que puede encontrar sus orígenes en aquella época. Los primeros chicanos llegaron a principios de siglo XX, fue la generación que huía de los conflictos provocados por la Revolución mexicana. Sus hijos ya nacieron aquí y se dedicaron principalmente al campo. Los hijos de éstos, mi generación, también fueron chicanos y ya tuvieron acceso a la educación. Nuestros hijos también son chicanos.
”Sin embargo, es diferente la situación de los hijos de los que llegaron a partir de los años ochenta del siglo pasado. Ellos ya nacieron aquí, pero pueden sentirse aislados o marginados, cierto que esto también existe, no voy a negarlo, y sí hay racismo, pero como chicano del siglo pasado puedo decir que ha habido ciertos progresos. César Chávez peleó para que así fuera, vio las injusticias y encabezó la lucha por nuestros derechos civiles, a través de marchas, huelgas o ayunos, sin recurrir a la violencia. Tuvo éxito, se ganaron los primeros contratos, el sistema trató de acabar con esto, pero a la gente ya se la había prendido la luz. El Teatro Campesino surge en este contexto. Mis padres fueron campesinos, yo también trabajé en el campo de niño, pero tuve acceso a la educación superior y pude graduarme en la universidad y convertirme en dramaturgo. Mi abuelo no se lo hubiera creído. Cuando empezamos con el proyecto del teatro, los campesinos no sabían qué éramos ni a qué nos dedicábamos. Lo único que conocían eran los circos, por lo que nos llamaban gente de circo y todos los actores éramos payasos. Poco a poco, con la participación en nuestras obras, los campesinos pudieron decir “Yo soy actor”. De esa experiencia surgieron muchas otras. Hoy en día hay chicanos y chicanas que hacen carrera de dramaturgos. Hay cantidad de nuevas obras, directores, actores, artistas, cineastas. Se está dando una mayor participación social y cultural que es parte de la revolución. Ya no hay tanta marginalidad, aunque no digo que estemos en el nirvana, todavía queda mucho por hacer.
—¿Qué tipo de estereotipos trata de desmontar con sus obras?
—Especialmente el del campesino representado como alguien que no tiene cultura, que es iletrado, que sólo sirve como herramienta de trabajo. Al contrario: el campesino es fuente de cultura, de historia, de cuentos, de talento. El Teatro Campesino existe desde hace medio siglo como testimonio de la raíz propia del campesinado en el mundo. Cuando el hombre se convierte en campesino comienza la civilización; alrededor de las primeras cosechas surgen los poblados, la sociedad tal y como hoy la entendemos. Es el oficio más antiguo, aunque no se le dé importancia, y menos en este país.
—¿Por qué decidió llamar Teatro Campesino a su proyecto vital y profesional?
—El nombre existió mucho antes que el proyecto. Decidí que quería hacer teatro con campesinos y pensé en cómo podía hacerlo. Cuando me enteré de la huelga de la uva le expliqué a César Chávez mi concepto de teatro y en ese contexto de reivindicación de derechos comenzamos a trabajar. En inglés sería farmworker theater, pero es más limitado porque sólo tiene que ver con un sistema laboral y económico. Farmworker es un empleado mientras que el campesino no sólo trabaja en el campo sino que vive en el campo, tiene un trasfondo cultural. Y peasant tiene una carga negativa, es considerado un insulto. Así que campesino es el concepto que mejor se adapta al trabajo que realizamos.
—¿Por qué escogió San Juan Bautista como ubicación del Teatro Campesino?
—Prefiero estar aquí que en Los Ángeles o Nueva York. Esto es mi centro de operaciones. Aquí hay paz y tranquilidad, lo que necesito para hacer mi trabajo, que obviamente está destinado a presentarse en otros sitios. Como dijo Arquímedes: “Dadme un punto y moveré el mundo”. Esto es lo que representa San Juan Bautista para mí, el fulcro de la palanca donde apoyarme para brincar a otras partes. ®