Son treinta entregas ya las que con pasión e inteligencia ha ofrecido Rafael Toriz a nuestros-sus lectores. ¿Hay mejor prueba del amor a la literatura, el pensamiento y el placer? Esperemos otras treinta, y muchas más.
Pocas, un puñado apenas, son la certezas que permite la vida. Descontando el dolor y la muerte —así como el amor y la alegría—, pronto nos damos cuenta de que ser es ser percibido: sólo somos en la medida en que sentimos. Y pensamos.
Treinta entregas se dice fácil, pero requiere de un gran esfuerzo (las brújulas son instrumentos luminosos, pero desechables). Así, en la indeterminación que nos constituye, acaso sólo reste un evangelio: el puerto de llegada, como el de salida, ha sido siempre el viaje.
Navegar es preciso… casi tanto como el naufragio.
Azuzar el gallinero. Prestigios van y prestigios vienen, pero la literatura permanece. No te dejes abrumar ni consientas en que te den gato por liebre. Si estás buscando una sólida obra narrativa mexicana, de las que tocan fondo, acércate a Sombras detrás de la ventana, los cuentos reunidos de Eduardo Antonio Parra.
Por qué leer a los clásicos, se preguntaba y respondía Italo Calvino, hace algunos años. Bien a bien no estoy seguro, pero de cualquier manera consigno dos instantes de occidente. Por una parte, las Sátiras de Persio. Por otra, y ésta es una obra que no tiene desperdicio, nunca es tarde para arribar a La Vida de los doce Césares. Todos son interesantes, desde luego, pero Calígula merece un espacio aparte en el firmamento de los grandes villanos.
Libros, muchos libros, siempre libros. Y porque pese a lo que parezca, uno nunca ha leído demasiado, acá te damos unas recomendaciones para el mes, en caso de que gustes de los deportes extremos. Primero, la obra de un poeta metafísico —alguien a medio camino entre Bernardo Soares y Álvaro de Campos—, Miguel Espejo, agrupada bajo el nombre de Larvario. Luego, una obra exquisita de ese maestro checo insuperable, que supo que la humildad es uno de los atributos mayores del escritor: Leyendas y romances de ciego, de Bohumil Hrabal. Seguimos con una de las obras mayores de un verdadero excéntrico; un ejercicio delirante de crítica, sensibilidad y sentido: Jorge Aguilar Mora y ese artefacto extraño que responde al nombre de Una muerte sencilla, justa eterna. Y ya que estamos inspirados, seguimos con los maestros. Una selección de los exquisitos cuentos de Vladimir Nabokov y una joya desconocida para el público mexicano que me ha dejado literalmente, temblando: El mal menor, del argentino C.E. Feiling.
Para seguir con el tono oscuro, comparto una enciclopedia sobre el más fascinante de los dioses mexicanos: Tezcatlipoca. Burlas y metamorfosis de un dios azteca.
Y cerramos con Error humano,el único libro de ensayos de ese esgrimista del disparate que responde al nombre de Chuck Palahniuk.
Filosofía de la música. Un acercamiento teórico al arte metafísico del tiempo (desde luego, ningún texto que hable sobre música puede estar completo sin su contraparte empírica).
Comunidad zoom. Un lugar para ver buenas películas; cuidado, variado y, qué le vamos a hacer, legal. Es cómodo, es fácil —tiene una curaduría de primera— y es gratis. Una de esas maravillas invaluables que sólo permite la red.
Una relación negada. Richard Dawkins y Playboy. Cada vez que lo escucho me doy cuenta de lo mucho que extraño a Stephen Jay Gould, un contrapeso que era más sensible, aglutinante y ameno. Pero ahorrémonos las lágrimas. Es lo que hay y el hombre, si bien tozudo, también.
Cuentos sin fin. Una página para todos los interesados en ese género mayor de la prosa en donde puede haber muy buenos exponentes, pero siempre gana Chéjov.
No sólo de pan vive el hombre. También de deseos e imágenes que se desvanecerán en la niebla. Mientras tanto, enamorémonos de fantasmas. ®